Capítulo 18

3444 Words
Lo tenía acorralado contra la pared de la cocina hacía unos veinte minutos, tal vez más, pero Martín no parecía satisfecho, en realidad nunca lo parecía. Por él estaba todo más que bien, amaba sentir esos labios moverse sobre los suyos con tanta entrega que le derretía el corazón, pero quería contarle algo, algo de suma importancia. Con pocas ganas apoyó sus manos en el pecho del flaco y lo separó un poquito, lo justo para que pudieran respirar un poco. Martín, necesitado de muchísimo más, lo contempló con algo de impaciencia. Bueno, iba a escuchar lo que Ema quisiera decirle, pero también quería volver a besarlo. —Dale, contame — le pidió agarrandolo por ambos lados de la carita preciosa, para depositarle un corto beso que engañara al deseo de más. —¿Viste que te contaba que mi habitación es re chiquita y apenas si puedo laburar ahí?— preguntó y sintió los besitos de Martín desparramarse por sus labios. —Me acuerdo — dijo sin ser capaz de dejar de besarlo. —Bueno, hace rato que estoy juntando guita y… — Y ante tanta pausa Martín se separó para contemplarlo con curiosidad. —¿Y?— presionó dándole un corto beso. —Empecé a ver departamentos — explicó haciéndolo sonreír. —Sí querés yo te ayudo a buscar — propuso sonriendo igual de amplio que su precioso compañero. —Sí, bueno, ya encontré algo — confesó y Martín lo apretó apenitas, demasiado feliz por él —. Bha, Gastón me lo consiguió — declaró y no vio el gesto de Martín, ese cambio en su semblante ante aquel nombre de mierda —. Es de un tipo que él entrena, le dijo que… —¿Gastón?— indagó dejando caer sus brazos al costado y separándose de él. Emanuel frunció el entrecejo y lo analizó con calma. ¿Qué estaba pasando? —Sí, le conté y me consiguió el contacto, es con dueño directo asique me ahorra un montón de guita — explicó contrariado por la expresión del rubio. —Asique Gastón sabía todo — afirmó y rió sin humor —. Que raro que siempre esté dando vueltas en cada cosa tuya — dijo girándose para buscar algo en uno de los bolsillos de su mochila. Es que Gastón siempre estaba, cada pequeña cosa que Emanuel hacía lo tenía al otro pelotudo como acompañante. ¿Ema necesitaba ir a comprar? Gastón lo llevaba en el auto. ¿Ema quería comenzar una rutina de entrenamiento? Gastón se la amaba gratis. ¿Los sábados a la tarde? Fútbol con Gastón. ¿Los martes a la noche? Paddle con Gastón. ¡El infeliz de Gastón estaba en todo, ahora en esto también! Como lo odiaba, en serio lo detestaba. ¿Acaso no podía despegarse de Emanuel un instante? Al parecer no porque el pelotudo siempre aparecía en las historias de su novio. —No entiendo… —Decime — interrumpió el otro comenzando a armar ese porro que muy bien le vendría —, ¿cuánto tiempo estuviste enamorado de él?— preguntó congelando a Emanuel en su sitio. —¿Qué?— susurró impactado por tanta cosa sin sentido. —Eso, ¿cuánto tiempo? —Martín… —No me mientas — aseguró con esa mirada firme. —Siete — susurró casi como si no quisiera ser escuchado, sabiendo que si no decía la verdad Martín lo sabría, porque podía leerlo como nadie, y porque él era pésimo ocultando cuestiones. —¡¿Siete?!— exclamó y rió sin humor —¿Siete años, Emanuel?— preguntó impactado. El castaño desvió la mirada, incapaz de mentirle a ese rubio hermoso que adoraba con el alma. —¿Vos me estás jodiendo?— preguntó nervioso Martín. —No — respondió seguro aunque incapaz de mirarlo. Bueno, no estaba precisamente orgulloso de esa parte de su vida. Martín jadeó impactado, se giró sobre sus talones, buscó el encendedor de arriba de la mesa y salió al patio sin decir nada. El rubio necesitaba, no solo de algo de distancia que lo apartara de Emanuel, sino que deseaba un poco de tiempo para reflexionar, para bajar sus ánimos caldeados y no terminar diciendo alguna estupidez que dañara a su precioso hombre. Inhaló profundo aquel humo dulce y se dejó relajar por el efecto de la marihuana. Se mantuvo con la vista fija en las montañas hasta que los suaves pasos a su espalda le anunciaron quién estaba allí. —Te dejo tranqui y después hablamos — susurró Emanuel avergonzado por ser tan patético. Martín exhaló lo último que quedaba de aquel humo en sus pulmones y se giró con los ojitos cargados de culpa. Mierda, era un infeliz. —No, perdón, soy un pelotudo — susurró acercándose rápido hasta ese castaño que le abrió los brazos sin pensarlo. —Tranqui, está todo bien — dijo apretando al rubio contra su cuerpo. —No, bonito, no está bien que sea tan infeliz, perdón — pidió hundiéndose más en ese cuello. —Ey, cuando estemos más tranquilos, y vos no estés drogado — agregó en broma —, hablamos bien. —Que tonto, no estoy drogado, solo me relaja — explicó pero sus ojitos estaban pequeñitos y bien brillantes. —Cuando te dé el bajón hablamos — dijo riendo suavecito. —Puta, perdón, Ema, soy tan infeliz… —Después lo hablamos — interrumpió con cariño —. El Uber debe estar por llegar — advirtió sintiendo esos dedos clavarse en su cintura. —Te llevo, dame un toque y te llevo — dijo sintiendo la culpa comerle la cabeza. —Tranqui, ya lo pedí. Te escribo más tarde — dijo dándole un suave beso en los labios, notando esas manos aferrarse más fuertes a su anatomía. —Te llevo — insistió intentando no imponerse. —Te quiero — susurró Emanuel y lo besó suavecito antes de separarse —. Nos hablamos — dijo antes de perderse en el interior de aquel hogar enorme. Martín revolvió con nerviosismo el cabello y sacó su celular. "Sale juntada o porrón en mi casa, ¿quién quiere?", preguntó en el grupo y al instante un "Estoy" apareció. —----‐—------ Se despertaron con pereza de aquella siesta, estirándose solo para sentir el cuerpo del otro. Sonrieron antes de dedicarse el “buenos días” correspondiente. Salieron entre risitas de la habitación y se internaron en la cocina gigantesca. Prepararon el mate, calentaron unas tortitas y se sentaron en el balcón a disfrutar de un poco de sol. —Mis viejos — dijo Leo bebiendo un poco de mate — te quieren conocer, dicen que no es justo que te hayan visto por ** y la tele antes que en persona. —¿Qué? — susurró impactada, casi sintiendo el corazón latirle en la boca. —Eso, que quieren conocerte en persona. Estoy seguro que ya te siguen en las redes, además que Alex les ha dicho miles de huevadas, detalles — aclaró —. De todas formas te aviso que Alex es como un hijo para mis viejos, asique seguro lo invitan a ir cuando te conozcan — explicó con total naturalidad. —Uh… Emmm… Bueno. Vos decime cuándo y vamos — susurró recibiendo el mate. —Tranquila, son re piolas ellos, no te van a hacer pasar mal rato, aunque no pongo las manos en el fuego por Alex, tiene que cobrarse el mal rato que lo hice pasar cuando mis viejos conocieron a Maiia — dijo tomando una tortita del enorme plato. Bueno, no era un mal paso conocer a los padres de Leo, en realidad le gustaba bastante la idea. —¿Y cuándo querés que vaya?— indagó ignorando la extraña relación de Alex y los progenitores de su hermoso morocho. —Sí querés vamos esta noche — propuso así, livianito —. Ya había quedado con ellos para ir a cenar. —Bueno — murmuró no demasiado confiada, es que los nervios comenzaban a sentirse en la boca del estómago. Además, ¿acaso Leo no estaba igual de nervioso? Al parecer no porque comía aquellas masas calentitas sin demasiado problema. —Dale, les aviso que vas — dijo con una sonrisa de lado mientras extraía el teléfono de su bolsillo. ¡Seguro su vieja se iba a morir de los nervios por tan poco tiempo de preparación que les daba! En menos de media hora ya tenía al infeliz de Alex plantado en la puerta del departamento, con esa sonrisita de mierda en los labios y los brazos cruzados sobre el pecho. —Hola — saludó en tono bajo. —No los va a dejar respirar — exclamó Maiia apareciendo en las puertas del ascensor, completamente consciente que su novio la había dejado atrás solo para ir a molestar a Leo. —Te comportás, culiado, que Majo no te hizo nada — gruñó dejando pasar a su enorme amigo y a la novia de éste. —Como todo un caballero — exclamó para acercarse a Majo y abrazarla suavecito antes de dejarle un beso en la mejilla. Majo, aún no acostumbrada a tanta cosa con aquellos músicos tan famosos, se sonrojó con fuerza. —Hola— saludó una entusiasmada Maiia mientras la abrazaba con cariño. —Ey— respondió ella y la abrazó igual de suavecito. —Yo controlo a Alex, pero lo vas a ver en su faceta más infantil – declaró la morocha en un susurro. Majo rió bajito y decidió que lo mejor era dejar que todo fluyera, aunque jamás, ni en sus más locos sueños, iba a sospechar que Alex fuese casi un chiquillo de diez años en cuanto se plantaba frente a los padres de su novio, que el enorme baterista reclamaba la atención de aquellos ancianos peor que un crío caprichoso, que cada gesto le recordaba a Majo al Emanuel de cinco años que lloraba porque ella no le regalaba sus chocolates. Mierda, era raro ver a alguien tan frío, tan venenoso cuando quería, comportarse así, pero luego la castaña recordó tanta cosa horrible que le había tocado vivir a aquel hombre y comprendió todo, entendió que Alex encontró figuras paternas, que le daban el cariño de padres, en los progenitores de sus amigos, convirtiéndose en un hijo impostado en aquellas tres familias. Tiempo después Majo supo que Alex se comportaba distinto en cada hogar. Mientras que con los padres de Leo era un pequeño reclamando amor, con los de Donato se convertía en todo un comediante que usaba varias anécdotas para poner en foco a alguien especial, siempre dejando a Maiia fuera de cualquier juego. Por otro lado, con los padres de Luca se relajaba, se volvía un ser tranquilo, en extremo sereno. Bueno, la actitud de Alex le llamaba su atención profesional, bastante al decir verdad, pero no por ello dejaba de disfrutar esas espectaculares transformaciones. Nunca supo decir si fueron las malas caras de Leo, o sus mejillas eternamente coloradas, pero Alex se comportó mejor de lo que esperaban, hasta la misma Maiia aceptó que esperaba peores cuestiones cuando supo de aquella cena. —Peor fue para Maiia — dijo Leo abrazándola con cariño —, pasó por esto tres veces — explicó mientras caminaban al auto. —Ni me quiero acordar — susurró la morocha completamente horrorizada. Sí, gracias a Dios ya no volvería a pasar nunca más por aquello. —Igual todavía falta que nuestro Leito conozca a tus viejos — dijo Alex pellizcando las mejillas de su amigo. —No te voy a invitar cuando pase — devolvió Majo logrando una cara de completa sorpresa en aquel baterista. —Pensé que éramos amigos — dijo con fingido dolor. —Sí, pero no le vas a hacer pasar mal rato — explicó abrazando a su novio, notando que al instante él hacía lo mismo. —Está dicho. Maiia, no pueden ir más a casa este par de mal agradecidos — sentenció Alex. Bueno, a alguien aún no se le quitaban las formas de pequeño caprichoso. —Lo siento — respondió la morocha —, pero Majo me cae bien y ahora es mi amiga — sentenció besando fugazmente los labios de su enfurruñado novio. Así, con el ambiente bien livianito volvieron a su casa, con esa historia del ** de Leo en donde se veía a sus padres, su novia y él, los cuatros, bien apretaditos para entrar en el cuadro, todo acompañado por una canción alusiva a la familia y el bienestar, esa de Callejeros que relataba las cosas en las que creía. Y eso fue todo para Máximo, eso fue lo que necesitaba para saberse sentenciado y olvidado. Majo ya había conocido a los padres del otro chabón, ya había plasmado su presencia en una nueva familia, bien lejos de la suya. Pero sobre todo notó ese brillo, esa sonrisa, ese aura, que jamás desplegó cuando estuvo a su lado. Supo, entonces, que Leo la hacía feliz solo con estar, solo con ser él. Mierda. Dolía. —------- Abrió la puerta y sonrió al ver a esos dos tan enojados. En serio parecían hermanos más que amigos y, sobre todo, le causaba gracia el por qué de tanta discusión. —¿Todavía no te devuelve la campera?— le preguntó al morocho de ojos celestes. —Éste infeliz se llevó toda mi ropa — gruñó ingresando a la casa de su rubio amigo. —Callate, pelotudo, si es mía — exclamó Tomás siguiendo los pasos de Cristian. En cuanto iba a cerrar notó el auto de Pedro estacionarse en la entrada y aguardó hasta que llegara. —¿Siguen con lo de la campera?— indagó el morocho abrazando a su amigo en un tosco saludo. —Tan boludos los dos — rió el rubio y lo dejó ingresar. —¡Como si no tuvieran guita para comprarse veinte de esas mierdas!— gritó Pedro ingresando a la cocina, ganándose la mirada de odio de Tomás y una sonrisa de costado de Cristian. —Ahora, contanos — ordenó Tomás y Martín, por una fracción de segundo, se preguntó qué sucedería si él fuese tan dominante delante de Emanuel. Bueno, no se podía proyectar así porque Tomás era venenoso, no solo autoritario, sino una mierda si quería. Martín suspiró, volvió a revolverse el cabello, ese que ya estaba demasiado largo, y se dedicó a contarles a sus amigos cada cosita que había sucedido en aquella cocina. —Ah, bien infeliz sos— rió Pedro al saber que Emanuel era la persona más buena y fiel que conocía, era, por lejos, un chabón que jamás haría mierdas como engañar, mucho menos lastimar a consciencia. —Gracias, culiado, me re sirven tus palabras — gruñó de mal humor cebando el primer mate. —¿Y él que te dijo?— indagó Cristian. —Nada, si es más bueno que la mierda y se la fuma de arriba, casi como hace Marco con el infeliz éste— dijo señalando al otro rubio del grupo. —No metás a Marco, y lo de mis celos del orto lo sé, todo el puto mundo lo sabe, asique no hace falta que lo digas — respondió de mal humor recibiendo el mate que le pasaba. —Son unos boludos, los dos, pero tienen el culo de tener a tipos demasiados tranquilos al lado — sentenció Cristian —¿Y por casa?— gruñó Tomás devolviendo el mate. —Sabés bien, asique no me corrés con esa — aseguró recibiendo el mate para alcanzárselo a Martín. —El tema — retomó el dueño de casa — es que fui tan forro que ni siquiera le pregunté en dónde quedaba el depto, si necesitaba algo, que se yo, lo que sea, solamente me calenté porque el otro infeliz fue el que se lo consiguió. —Marco dice que ya nada que ver Ema y el flaco — dijo Tomás —, es más, que ahora, recién ahora, han podido volver a hablar como antes — agregó. —Dios, odio esta mierda de sentimiento — masculló con desagrado. —Los celos son una mierda, pero no entiendo porque tanta inseguridad — respondió Tomás. —Es que el peque tiene miedo de que nos lo dejen por uno más madurito — exclamó Pedro tirándose a los brazos de su amigo para pellizcarle las mejillas. —Salí, pelotudo de mierda — dijo Martín entre risitas. Bueno, ver a su amigo ser tan boludo como siempre lo fue le alivianaba el alma. —Además tu novia es más peque que él — agregó Cristian pasando el mate al morocho. —Por eso, le gustan los maduritos — sentenció recibiendo el mate que, seguro, estaba espantoso porque Cristian tenía el don de arruinarlo en un segundo. —Igual — retomó Martín —, para mí que Gastón sí siente cosas por él — aseguró. —¿Y qué?— indagó Pedro tomando el mate y torciendo el gesto al sentir ese gusto a agua caliente y demasiada azúcar contra su paladar. —¿Cómo y qué?— preguntó el rubio. —Éste mate es una mierda — exclamó el morocho devolviendo el mismo a Cristian que rió ante su poca habilidad de cebado, gracias al cielo Pili lo hacía perfecto —. Digo — retomó — que no importa si al otro flaco le pasaba algo con él, lo importante es lo que le pasa a Emanuel, que el resto del mundo explote si quiere, pero no él, el único que debería importarte— explicó logrando un completo silencio en la sala —.¿Qué?— gruñó. —Mierda, Guadalupe sí te afecta — afirmó Tomás. —La amo — declaró sin media vergüenza, sonriendo bien amplio ante la mirada de aquellos tres infelices. —Pedrito se nos unió al club que tanto puteó — exclamó Cristian tirándose sobre su amigo al tiempo que comenzaba a pellizcarlo acompañado por Martín. —Pará — pidió entre risas. —No, hasta que digas que toda la mierda que dijiste de Pili te la vas a tener que meter por el culo — exigió Cristian. —¿Querés que te cuente todo lo que me puedo meter por el culo?— dijo y rió ante la cara de horror de sus amigos. Bueno, no era su culpa que fuesen tan cerrados y sensibles en temas de sexo. —Ni quiero saber — dijo Cristian liberándolo. Pedro sintió aquel peso abandonar su cuerpo a la vez que miles de zonas ardían con fuerza, pero, podía asegurar, jamás se había sentido tan bien, tan en paz, como lo hacía en ese momento. Bueno, en realidad, había una sola pequeña cosita que le quedaba por saldar, pero lo haría pronto, muy pronto. —De todas formas — dijo Tomás arreglando el mate que el infeliz de Cristian había arruinado —, ¿qué vas a hacer ahora?— le preguntó al rubio. —Por lo pronto ir a buscarlo y hablar, disculparme, en realidad, por ser un pelotudo. —Hay algo que no entiendo — dijo Cristian —,¿sentís celos en general o solo con el tema de Gastón? Martín torció el gesto solo ante la mención del otro idiota y analizó la situación. En realidad no sentía celos, habían estado en varios bares y boliches, en la calle o comprando en algún comercio, y jamás sintió nada tan retorcido ante cada mirada cargada de deseo que le dirigían al precioso castaño, tampoco se enojaba ante el coqueteo de varias personas, ni siquiera cuando el chabón de la estación de servicio le pasó descaradamente su número de teléfono. No sentía celos porque confiaba en Emanuel, sabía que no prestaría atención a nadie, pero Gastón, la historia ahí era diferente, porque se fundaba en un amor no correspondido, en un amor de siete-malditos-años. —Solo con el infeliz ese— masculló con mal humor. —Pero es uno de sus mejores amigos, no podés largarle mierda — aconsejó Pedro. —Sí, ya sé — respondió resignado. —Creo que mejor le decís todo, o, por lo menos escuchá la parte de Emanuel, y después dejá de ser tan salame y no la cagues más — ordenó Tomás. —Sos bueno para solucionarle al resto, pero bien que vos la cagás — rió Cristian y se ganó una buena piña en el brazo, colocada por su rubio amigo, ese que lo miraba con aquellos ojos miel encendidos de rabia. —Dejá de decir pelotudeces— gruñó Tomás. —Devolveme la campera — ordenó el otro. Y así, sin demasiadas vueltas, la conversación volvió a girar en torno a aquella prenda tan polémica.
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