Capítulo 17

2667 Words
Entraron a ese cuarto y ella fue directo a aquel estante repleto de perfumes. Tomó un frasquito entre sus manos y giró con una sonrisa traviesa en el rostro. —Ahora ponete en pelotas — ordenó haciendo reír a su novio. —Lo que ordene, my lady — respondió y comenzó a quitarse la ropa con rapidez. —Ahora — dijo acercándose a él —, vamos a ver qué perfume me recuerda más a vos — susurró sobre la sensible piel del morocho. Pedro gruñó excitado y la dejó hacer, la dejó llenarlo de perfumes y olerlos directo de su piel. Dejó que Guadalupe saciara su necesidad de probarlo con la punta de la lengua en áreas estratégicamente seleccionadas, solo para elegir qué fragancia iba mejor con él. Sí, se sentía en una maldita nube de lujuria y felicidad y, rogaba al cielo, que nadie lo bajase de allí. —Éste me gusta — susurró la castaña de rodillas entre sus piernas. —Es uno de mis favoritos — respondió ronco sin poder dejar de mirarla. —Entonces — murmuró y lo besó sobre su m*****o erecto —, después me das una remera con el perfume — explicó y engulló de una sola vez toda aquella extensa longitud. Pedro tembló de placer y se entregó a esa boca que tanto amaba, se dejó probar al mismo tiempo que su piel desprendía esa fragancia amaderada que tanto le había gustado a la linda de Guadalupe. Se dejó ir con ganas cuando la lengua de la muchacha enrolló su grande con demasiada calidez y suspiró pesado en cuanto esos bracitos se enroscaron en su cuello. —Creo que me llevo al modelo también — susurró divertida. —El modelo no se opone — respondió en igual tono y la apretó un poco más. —Te amo, precioso— dijo y le besó el cuello. —Te amo — respondió extasiado. Con una delicadeza única, Pedro la levantó con cuidado hasta llevarla a la cama para quitarle todas sus prendas, completamente embobado por tan bonita minita. La amaba, casi como un demente, casi como si nada más existiese. Probó de su intimidad y la llevó al cielo, tal como ella lo había hecho. Se dejó caer en su amplia cama solo para observar a Guadalupe alejarse en busca de sus apuntes. —Sí ibas a estudiar — exclamó divertido. —Ey, si dije que tengo final — respondió frunciendo el entrecejo. —Pero supuse que no ibas a traer tus cosas. Bueno, niña estudiosa — dijo haciendo lugar en la amplia cama —, todo el espacio que necesite será suyo — explicó palmeando el colchón. Guadalupe sonrió más amplio, sosteniendo esa carpeta entre sus manitos, a medida que se aproximaba a la cama. Se dejó caer sin mucho decoro y desparramó las hojas por todo el colchón. Sintió aquellas suaves caricias en su espalda y algún que otro beso que se filtraba cada tanto. Rió bajito cuando lo vio salir a buscar el mate y volver con miles de tortitas para acompañar. Se sintió acompañada en cuanto él abrió la computadora para trabajar un poco a su lado. Estudió hasta sentirse agotada y se dejó mimar sabiendo que el sueño en cualquier momento la vencería. —¿A qué hora rendís?— preguntó Pedro besándole el hombro desnudo. —A las ocho — dijo a punto de dormirse. —Descansá, yo mañana te llevo — susurró y la abrazó un poquito más antes de caer él también agotado. Era así, justo así como se gustaban, completamente desnudos, con todas las barreras abajo y los fantasmas bien guardados en el ropero. Era justo así como se amaban. —--------- Se habían levantado con pereza solo para degustar aquellas pastas que el rubio había comprado, sólo para satisfacer sus estómagos que no paraban de rugir, de exigir alimento luego de tanta tensión vivida. Martín, increíblemente satisfecho en todos los sentidos en los que podría estarlo, comió con hambre renovada, escuchando el relato de su compañero, feliz de tenerlo allí, solo para él. Demasiados cómodos estaban pero el día los obligó a separarse, a despedirse en la entrada del edificio en el que moraba aquel castaño precioso. —Te escribo más tarde — dijo Martín sobre los labios de Emanuel, sujetándolo con un poco de fuerza por la nuca, obligándolo a besarlo un poquito más, solo un poquito más. —Dale. Nos hablamos — dijo y se bajó cuando la luna ya estaba bien arriba en el cielo mendocino. —Mierda — susurró el rubio con una enorme sonrisa en el rostro. Sí, mierda. Resulta que Martín acababa de comprender lo que significaba estar enamorado hasta la médula, lo que era necesitar con cada fibra de su ser estar pegado a esa persona que rondaba todo el tiempo por su cabeza. Sí, mierda, pero porque la sensación era demasiado linda. —------------------------------- Escuchó el suave golpe en la puerta de su departamento y sonrió sin pretenderlo, sabiendo a quién vería apenas abriera. —Amor— dijo Leo riendo apenas vio a Majo toda mojadita por la fuerte lluvia que azotaba el exterior —No tenía paraguas — respondió y dejó salir un tierno estornudo. —Vení — pidió en un susurro dándole espacio para que ingresara a su amplio departamento —. Vamos a que te bañes así no te resfrías — explicó guiándola hacia el baño. —Nunca llueve tan de repente — respondió con la vocecita congestionada. —No, la verdad que no. Ahora, adentro — invitó abriendo la puerta blanca, dando espacio a una cómoda habitación en donde la castaña podía contemplar la enorme ducha que colgaba del techo, junto con todos aquellos potecitos de miles de cosas que a Leo le gustaba huntarse en el cuerpo —. Vení — le dijo una vez que el agua caía en cascada desde el alto techo —, vamos a darte un baño bien calentito — susurró pegadito contra sus labios. —Suena perfecto — respondió sin apartarse —. Te extrañé demasiado — agregó volviendo completamente loco a ese morocho que se aferró más a ella para ayudarla a ingresar a la ducha, importándole una mierda que la ropa se terminara de mojar por completo, importándole, menos aún, sus propias prendas. —No sabés lo triste que era estar sin verte en la noche — murmuró quitándole aquella remerita que se le había pegado a su bonito cuerpo. —Menos charla y más darme besos — pidió ella y se dejaron llevar por todas esas ganas, por todo aquello que siempre se arremolinaba en sus pechos cuando estaban juntos, cuando se encontraban así. Al terminar Majo se colocó un amplio buzo del bajista, junto con unos pantalones que le iban bastante bien, ya que él era delgado y casi de la misma altura que ella, por eso sus prendas le quedaban perfectas, o por lo menos bajo la mirada de Leo. —Deberías solo usar mi ropa — dijo seriamente Leo mientras aparecía en la sala, con aquella toalla blanca en la mano, misma toalla que usaba para secar su corto pelo, alborotándolo de manera adorable. —Es cómoda — respondió ella hundiéndose en el cómodo sillón n***o. —Y te queda preciosa — masculló dejándose caer junto a su bonita castaña, atrayéndola al instante hacia sus brazos, feliz de tenerla de nuevo allí, un poquito nervioso por aquello que quería deslizar. —Tenés que decirme qué es eso que te tiene tan inquieto — dijo casualmente la castaña, dejando salir una dulce risita. —¿Te jode si blanqueamos lo nuestro?— preguntó contemplándola de reojo. —¿Eso te tiene así? — indagó divertida,acomodándose mejor en el amplio sillón, todo para mirarlo directo a esos ojitos tan preciosos, tan dulces, como todo él. —Es que el pack viene con la exposición, periodistas, gente miroteando tus redes, no sé, tal vez no querías. —¿El pack te incluye por completo? — preguntó ella sonriendo bien amplio. —Por completo. —Entonces… — dijo y desbloqueó su celular para, rápidamente, abrir la cámara. Majo tomó una foto bien explícita, una donde ella mordía suavemente el labio inferior del morocho que casi sonreía ante tanta cosa divertida. Sin esperar mucho, la castaña arregló un poquito la foto, y, cuando estuvo conforme con su trabajo, la subió a su historia de **, mencionando a ese morocho precioso que tomaba su propio celular para tomar una foto él, una en donde se hundía en el cuello de Majo mientras mantenía su vista clavada en el aparato. Majo sonrió en el momento exacto que tan tierna imagen fue sacada, imagen que no tardó en terminar en la página del bajista, junto con unos cuantos corazoncitos dando vueltas por ahí, junto con esa canción de Ella es tan cargosa que hablaba de lluvias que los separaba del mundo, que les regalaba una tarde perfecta. Sin más mencionó a la castaña y subió tanto esa foto, como la que ella había colgado momentos atrás. —Ahora ya no podés arrepentirte — dijo Leo besándola suavecito mientras escuchaba la suave lluvia golpear sus amplios ventanales. —Jamás me arrepentiría — respondió y lo besó con ganas, ignorando su teléfono que comenzaba a descontrolarse, completamente inconsciente de aquel otro hombre que se dejaba caer sobre su propio sillón, en aquel departamento que tantas veces había visitado la bonita mujer, ese mismo sillón que había sido testigo de cómo ella se le entregaba por completo y él, tan cínico, se reía de ella llevando, al mismo sitio, a varias de sus amantes. Sí, Máximo sabía, porque Celeste le había comunicado casi con burla, que Majo ya había pasado de página, que él ya había quedado atrás; pero una cosa era escucharlo por voz de aquella mujer y otra, muy distinta, era verla comiéndole la boca a ese famoso que tanto admiraba. Dios, no lo podía creer. ¿En serio la había perdido para siempre?¿En serio jamás la volvería a tener entre sus brazos, no escucharía nunca más su risa golpearle el cuello, no podría degustar ni una vez esos labios tan deliciosos? Mierda, ¿así se sentía morir? porque estaba seguro que nunca algo le había dolido tanto, lo había lastimado tan profundamente que se sentía desangrar por dentro. —Por favor, no — susurró a la nada y esas primeras lágrimas, las primeras de muchísimas más, le avisaron que sí, que todo era cierto, que ya no había vuelta atrás. Es que, debía admitir, se veía demasiado feliz, se le notaba un brillo en los ojos imposibles de ignorar, además al pelotudo que tenía al lado, se lo podía ver claramente embobado por Majo, como si sus ojos no pudieran ver a nadie más que a ella, como él debió hacer cuando la tuvo a su lado, durante cuatro años, cuatro años que ocultó de cuanto aspecto de su vida pudiese interrumpir, molestar. La ocultó porque no quería que demasiados supieran de su relación, porque eso le complicaba conseguir minitas, aunque en las fiestas de fin de año de la empresa bien que la llevaba, bien que la paseaba frente a todo el mundo para que vieran lo genio que era, lo ganador que resultó ser, que él, así, tan menospreciado por muchos, no solo tenía una mina preciosa al lado, sino que la engañaba cuantas veces quisiera y ella, tan embobada por él, se quedaba a su lado, sin importar que era terrible potra, que podía conseguir a cualquiera. Bueno, el que ahora se encontrara al lado del bajista de una de las bandas más importantes del país, le daba la razón en cuanto a ese punto. Ella podía estar con quien quisiera y él había perdido lo mejor que le pudo pasar en su patética vida. —¡Leo las empresas me mandan privado!— gritó saltando del sillón para caminar directo hasta donde estaba su precioso chico. Leo rió bajito y se volteó para ver la pantalla que ella le enseñaba casi al punto del colapso. Bueno, podía leer varias marcas, algunos nombres de representantes que él reconocía y unos cuántos que no. —Decile a Maiia que te maneje eso, es buena para sacar provecho — respondió con simpleza mientras la tomaba por la cintura para acercarla a su cuerpo. —¡No soy famosa! — gritó escandalizada con sus bonitas mejillitas rojas de la vergüenza. —No, pero te dije que lo ibas a ser si aceptabas. También te dije que no podés arrepentirte — agregó rápido. —Leo — susurró impactada. ¿Tanta fama? No, no le interesaba, si siempre se había negado a ser modelo porque no le gustaba ni un poquito la exposición, no era como Guada. —Amor, tranqui, si no querés eso no le des bola y ya. Es un par de días, hasta que pase la cuestión y después todo se tranquiliza. Preguntale a Luna que ha lidiado con eso siempre. —Yo soy tu novia, y te amo mucho, pero no quiero ser famosa — escupió sin pensarlo, sin poder entender por qué su bonito morocho la contemplaba con tanta intensidad. —¿Que me qué?— indagó afectado, aferrándose más a ella. —Mierda, lo dije en voz alta — susurró para ella misma. —No, no, no. Decime qué me dijiste. —Es que te extrañé un montón, me dolió no verte todos los días, quería escucharte, tocarte, besarte, yo… —¿Vos me amás?— indagó sin darle escapatoria. —Bastante — susurró mirándolo directo con esos ojitos avellanas tan preciosos, tan dulces. —Ay, Majo, la puta madre — gruñó y la besó con ganas, con demasiadas ganas, clavando sus dedos en esa cinturita tan finita que le encantaba. —¿Es muy pronto?— preguntó sobre esos labios tan finitos. —Para nada — respondió apretándose más contra ella —. Además así el forro de tu ex deja de joder y entiende de una buena vez que vos ya estás en otra. Y ahí Majo lo entendió. Aquello que Leo llevaba atorado en la garganta desde hace tantos días era eso, era Máximo y sus insistentes mensajes. —¿Por eso lo de blanquear? — indagó elevando una ceja. —No me psicoanalices — gruñó con falso mal humor. —Decime la verdad — ordenó firme. —Bueno — suspiró resignado —. Celeste me mostró esas historias de mierda que te puso. Malísimo, me pareció patético. —Pero… —Pero… Estuviste cuatro años con él, eso no se borra de la nada — confesó finalmente sintiéndose patético por dudar, por su propia inseguridad. —Acepto eso, pero hay algo que no tenés en cuenta — dijo haciendo que él clavara sus ojos en los suyos —. No tuviste en cuenta que sos un tipo precioso, dulce, tierno, atento, que me conquistaste desde el momento que gritaste que Luca tenía lepra. —Eso es porque sos una fan medio loquita — intentó bromear. —También — aceptó entre risitas —, pero después dejé de ver a los músicos para ver a los hombres detrás de aquellas imagenes, para verte a vos, Leo Gutierrez, como un hombre del que me pude enamorar sin darme cuenta, porque me conquistaste con nada, por eso te amo — susurró y lo besó despacito. —Sabés que soy extraño, ¿no? —indagó divertido aferrándose más a ella y su calorcito. —Sé que sos todo lo que me gusta — aclaró y lo besó de nuevo. —También te amo, amor — susurró separándose apenitas de ella y toda su hermosura. —Tan dulce — susurró ella y se dejó llevar, se olvidó de ex novios que la lastimaron demasiado, de sus inseguridades de no ser suficiente, de todo lo que la mataba por dentro y solo sintió, sintió todo ese amor proyectado hacia su persona de una manera tan perfecta, tan única, tan Leo.
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