Capítulo 19

2068 Words
Sonrió al verlo tan nervioso, al notar que estaba a punto de colapsar gracias a la culpa que le comía la cabeza. Se acercó rápido y besó esos labios tan deliciosos, sintiendo los dedos de Martín incrustarse en su cintura de manera casi posesiva. Sonrió contra esos labios tan bonitos y se separó apenitas. —Perdón —repitió el rubio. —Si me trajiste esos alfajores que tanto decís, te perdono — bromeó y vió aquella enorme sonrisa formarse tan preciosa en los labios de su chico. —Por supuesto — dijo Martín metiéndose por la ventanilla abierta de la camioneta para extraer una caja de seis deliciosos alfajores en extremo empalagosos. —Todo un hombre de palabra — afirmó recibiendo la caja para luego depositar un besito bien bonito en los labios de aquel rubio. Se subieron al vehículo para dirigirse directo hacia ese mirador en las afueras de la ciudad. Sentado, ambos, en la caja de la camioneta, con una imponente vista hacia la hermosa ciudad que brillaba a sus pies con sus cientos de farolas encendidas por las tardías horas, se acurrucaron bien apretaditos, con Martín abriendo sus piernas para darle espacio a Emanuel, para que el castaño hermoso se acomodara entre ellas y pudiese pegar su espalda al pecho de ese enólogo tan dulce. —Quiero que me cuentes todo — susurró Martín apretandolo un poquito entre sus brazos, hundiendo su nariz en ese cuello que olía tan bien, juntando cada partecita de buena voluntad para ayudarse a mantener la calma, a no perder los papeles en cuanto ese nombre de mierda se colara entre los labios de su adorado Emanuel. —¿Qué querés saber?— indagó apretándose más contra aquel cuerpo tan cálido, importándole una mierda el calor de Diciembre y mucho menos algunas miradas curiosas a su alrededor. —Lo que quieras contarme, con lo que te sientas cómodo — dijo y le besó despacito el cuello, necesitando sentir esa piel deliciosa contra su lengua. Emanuel aclaró la garganta, se acomodó mejor y comenzó a desentrañar esa historia que ni él mismo comprendía, todo esos años de ocultarse a sí mismo porque sí, porque algo le decía que no debía aceptar aquello que era, aunque no pudo dar jamás con la razón de tanto rechazo, jamás lo entendió ya que sus viejos no le harían problema, sus hermanas simplemente lo aceptarían y sus amigos, esos que adoraba con el alma, sonreirían amplio y le darían su apoyo, después de todo jamás nadie tuvo problemas con la orientación s****l de Marco, ni mucho menos con aquellas formas tan suaves con las que se manejaba, asique no vería por qué con él sería distinto. Explicó, Emanuel, cómo entendió lo que era, cómo, cuando, finalmente se aceptó, un hermoso sentimiento de calma lo colmó por completo, el estar en paz consigo mismo había sido el mejor de los regalos que se pudo dar. Le relató con calma sus primeras veces con hombres, algunas buenas, otras no tanto, y ese descubrimiento sobre sus propios gustos, sobre el ser quien reciba, sobre ser él quien se abriera a su pareja, en que aquello le daba más satisfacción que el otro rol. Obvió, por darle demasiada vergüenza, esa verdad evidente sobre su gusto a ser dominado, después de todo Martín lo había notado sin que tuviese que decírselo explícitamente. Contó, a grandes rasgos, las únicas dos veces que había estado con Gastón y evitó entrar en demasiado detalle sobre sus revueltos sentimientos, porque ya no sabía qué sentía, ya no sabía qué era aquello que se removía cuando se plantaba ese flaco enfrente suyo. —La vez de la fiesta de Alejo, ¿era por él que me preguntaste eso?— indagó Martín aferrado con demasiadas ganas a ese cuerpo, con demasiadas inseguridades devorando su propia persona. —Mmm… Algo así — respondió esquivo. —No me gusta ni un poquito toda esa cuestión que hubo entre ustedes, pero entiendo que es algo que yo tengo que resolver, que no es tu culpa — dijo con los labios pegados a esa piel dorada de aquel cuello delicioso —. Me alegro que te haya conseguido un buen lugar para alquilar — agregó sabiendo que no tenía ni un poquito de ganas de seguir hablando del otro infeliz. —Mañana, si tenés libre en la mañana, me muestra el depto, ¿querés acompañarme? —Por supuesto — dijo extendiendo la sonrisa —, y después podés usar la chata para llevar lo que necesites. —¿Pero no arrancás la temporada la semana que viene? — preguntó sabiendo que la cosecha de uva ya había comenzado, que los primeros camiones repletos de aquel fruto comenzaban a llegar a las bodegas, y que, gracias a eso, el trabajo del rubiecito hermoso se iba a incrementar exponencialmente en los próximos días. —Te la puedo dejar si necesitas y yo me voy en el auto — propuso despegándose para verlo directo a esos enormes ojos avellanas. —Tan dulce — murmuró Emanuel y se giró para poder besar al rubiecito amoroso como tanto lo merecía, porque nadie, nunca, lo había hecho sentir tan especial solo con un detalle pequeñísimo, o no tanto, como el que acababa de tener para con él —. Otra cosa — dijo arrodillado entre las piernas de Martín —, como mi cama era de una plaza, bueno, yo compré un colchón más grande — explicó comenzando a sentir la vergüenza apoderarse de sus mejillas. —Vas a dormir más cómodo — respondió sabiendo que no era eso lo que quería decirle, pero haciéndose el distraído solo para obligarlo a confesar eso que él moría por escuchar. —Sí, además si te querés quedar no íbamos a entrar los dos — explicó con ese rojo precioso desparramado por su cuello y rostro. —Voy a abusar de esa invitación muchas veces — dijo atrayéndolo de nuevo a sus labios, dispuesto a dejar todo en ese beso que sellaba un pacto entre ellos, uno de convivencias de a ratos, de un espacio para ellos dos, solo para ellos. —---------------- Se volteó rápido y casi corrió a ocultarse detrás de la barra, con la respiración comenzando a agitarse y esa punzada en el pecho. No lo había hecho a propósito, no pensó que estaba dando pie a nada, pero ese tipo pensó que ella estaba interesada en él, que iba a aceptar aquella invitación a salir, aquel pedido a intercambiar contactos. No, ella no quería nada de eso, no quería estar con nadie que no fuese Pedro, pero, al parecer, estaba haciendo estupideces sin saberlo, y eso la fastidió y asustó al mismo tiempo. ¿Y si ella era quien terminaba siendo tan basura como lo fue Máximo con su hermana? No, no quería engañar a nadie, ni siquiera lo pensaba, pero ahí estaban las pruebas, en ese flaco que la invitó, bien suelto de tensiones, a salir, que creyó que ella estaba interesada, ¡es que tal vez ella le dió esa impresión! Mierda, estaba aterrada, estaba muy asustada de sus propias acciones. Porque sí, no se perdonaría si ella lastimaba a Pedro, no de nuevo, ya demasiado lo había hecho sufrir. —Ey — dijo Pilar llegando a su lado, notando ese terror que comenzaba a devorarla. —Pili, pensé que ya no venías más — exclamó desviando su atención a algún tema más sencillo para sobrellevar. —Vengo hoy por última vez — explicó divertida. —Las voy a extrañar. No puedo creer que vos y Emma se fueran en el mismo mes — murmuró abrazándola bien apretadito. —Pero por suerte es porque podemos trabajar de lo que estudiamos — explicó para aliviar a esa muchachita. —Estoy feliz por ustedes, pero igual las voy a extrañar acá. —También yo. Ahora, vamos a trabajar — ordenó suavecito y a Guada le recordó mucho a Emanuel. —Bueno, pero vos andá con aquella mesa porque el tipo ese me quiere levantar — susurró señalando el lugar exacto, al hombre exacto. —Dale, yo me encargo— susurró antes de besarla en la mejilla y caminar directo a esa mesa en donde, al instante, aquel tipo entendió la indirecta, lamentándose por no poder avanzar con esa castaña preciosa que los había atendido antes. Guadalupe suspiró aliviada y rió despacito al saberse tan tonta, tan idiota por creer que un engaño pasaría sin que se diera cuenta. “Qué tonta”, se dijo, “qué tonta”, y siguió atendiendo otras mesas. —---------- —Amor, ¿dónde tenés la crema de las manos?— indagó buscando, con la mirada sobre aquella barra, la bendita crema. —En el cajón de la mesita de luz — explicó mientras seguía revolviendo la salsa. Majo asintió y dirigió sus pies hacia el espacioso cuarto que ya utilizaba casi a diario. Bueno, sus padres le decían que estaba a un paso de mudarse y, ¿la verdad?, ella también se sentía así. Abrió el cajoncito de aquel pequeño mueble n***o y no encontró la crema, sino se topó, más bien, con un sobre un tanto maltrecho, pero completamente cerrado, uno que tenía escrito, con pulcra letra, los nombre de Leo y Santino. Bien, Majo sabía quién era Santino, no por palabras de su novio, sino del mismísimo Donato que se acercó una noche cualquiera, en la que todos comían un delicioso asado, y le contó, casi en secreto, qué pasaba con Santino y las pocas ganas que Leo mostraba a terminar con aquel tema. Donato creía que, como Majo era psicóloga, podía ayudarlo a abrirse, a hablar de aquello que, todos sabían, le comía el alma. Majo había escuchado atenta aquel rápido relato pero jamás encontró ni una mínima ventana para colar aquel tema, ni siquiera cuando fueron a la casa de los padres de Leo había salido el tema. —Amor, es en el otro — dijo un Leo demasiado serio a su espalda. —Sí, me di cuenta — respondió girando con el sobre en las manos, entregando el papel a su novio para, luego, apartarse y caminar hacia la otra mesita, en donde, efectivamente, se hallaba aquello que ella buscaba. —Alex dice que están bajando — explicó un Leo desconocido para la castaña, un Leo serio, frío, distante, que guardaba aquel sobre nuevamente en el cajón. —¿Para?— indagó con tacto, desviando el tema de aquel sobre que había afectado por demás a su precioso músico. —No sé, no me dijo mucho — respondió sin mirarla siquiera, saliendo de la habitación antes que ella pudiese decir nada. En cuanto Majo puso un pie en el pasillo sintió la puerta abrirse con innecesaria fuerza y luego los gritos de Alex, gritos que poco podía comprender. Asustada corrió hacia la cocina y encontró a esos hombres abrazándose y gritando incoherencias. Miró confundida a Maiia y ésta se dedicó a explicar. —Los nominaron a los Gardel como mejor banda de rock — dijo dejándola congelada. "A los Gardel", susurró comprendiendo que aquellos premios eran los más prestigiosos del país en cuanto a música se trataba. En cuanto salió de su estado de estupidez notó los ojos de Leo clavados en ella, de ese Leo que la esperaba con los brazos bien abiertos. —¡Felicitaciones!— exclamó y saltó a los brazos de su novio, de ese que había borrado hasta el último rastro de malestar por aquella carta y vivía, con todo su ser, esa nominación que les había caído de la nada, que no esperaban ni un poquito. —¡Vamos a ganarles a los otros giles!— gritó feliz mientras la hacía girar en el aire. —Manu se va a volver loco cuando sepa que te va a poder asesorar — exclamó Maiia entre tanto gritos. Majo la contempló curioso, ¿se refería a ella?¿Por qué iba a … Mierda. Desvió la mirada hacia Leo que sonreía amplio y tragó con fuerza. —Obvio que vas a ir conmigo — aseguró su novio y ella sintió que se moriría de la vergüenza. —Tranquila, con Luna te vamos a dar unos tips — susurró Maiia colocando su mano en el hombro de su amiga mientras sonreía bien suavecito. —Mierda— susurró ella inconscientemente y comenzó a reír demasiado alterada. Sí, mil veces mierda.

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