Un desconocido, un desconocido me había dado la mejor tanda de sexo de mi vida. Y la peor parte es que no podría volver a repetirle. Porque después de bajar en ese ascensor del hotel, un silencio vacío se apoderó de nosotros. Una vez confirmado que no podríamos tener más sexo de lo agotados que estábamos, y yo algo (muy) irritada, el aspecto físico no daba para más.
Una parte de mí quería que hubiese un movimiento de su parte en ese ascensor, que pidiese mi número, que me dijese para vernos otra vez. No en un plan romántico, nada de eso, sino más bien en un plan de amantes casuales.
Me gustaba su cuerpo, me dejaron hambrienta sus habilidades sexuales y lo más importante, me había complacido. Muchos orgasmos, muchos placeres. Como la recta Doris de toda la vida yo no había tenido un amigo con derechos en mi vida. Si una aventura con un extraño me había dado semejante placer, quizás era una señal de que tenía que ser una chica mala para saborear la vida.
Chica mala… con 32, pero que bochorno mujer.
La cuestión es que mi Fulgencio no dijo ni pio al bajar, ese hombre había dado por terminado todo. No me le iba a humillar dando indicios de querer repetir, si me rechazaba arruinaría esa noche perfecta. Mejor conservar un recuerdo placido de todo ello. Me fui triunfante como si estuviese acostumbrada a ese tipo de cosas.
No lo estaba, para nada de nada. De hecho los últimos meses estaba tan ocupada de trabajo que no tuve tiempo para citas por lo tanto tampoco para el sexo, como dije, era una ñoña en ese aspecto. Y mi cuerpo sufrió de las consecuencias, en los siguientes días las piernas me dolieron, y ni hablar de mi trasero, es que me debía llevar un premio a la loca del año.
Aunque nada de esos se comparó al dolor de cabeza al escuchar a mi madre gritarme. Que cómo se me ocurría desaparecerme, que cómo se me ocurría no contestarle, que cómo podía ser tan irresponsable.
Si bien mi cabeza dolió, el desafiar a mi madre con lo de largarme de esa boda me hizo sentir viva y feliz. El acostarme con ese hombre también lo hizo, cada uno de los experimentos sexuales que hicimos me hacía reírme en solitario por ello. Hasta que unos dos días después la responsable y disciplinada Doris se dio cuenta de algo básico.
No usó algo llamado condón. También se había olvidado de algo llamado pastillas anticonceptivas.
Y yo que me había burlado de quienes se infectaban de herpes o se embarazaban en accidentes, lloré como una chiquilla de 16 a la que no le bajaba la menstruación por una noche loca.
Después de una crisis de llanto, seque mis lágrimas y me hice exámenes de ETS. Estaba limpia, no había problemas en ello. Con respecto a lo siguiente, lo del embarazo, era muy pronto para saberlo. Mi menstruación podría llegarme. Lo más probable. Quedar embarazada se suponía que era complicado. ¿No y que las mujeres que habían tomado la píldora por tanto tiempo necesitaban limpiar sus organismos primero? O lo que sea, no me iba a pasar.
Me dedique a organizar algunas juntas con accionistas en el bufete y me sumergí una vez más, en lo que era eficiente, mi trabajo. Igual los comentarios sin “ánimos de molestar” de mi madre sobre matrimonio y nietos no cesaron. Mis respuestas eran escuetas o evasivas. Eran o ser eso o ser hirientes y violentas porque me molestaba que mi madre me insistiera en ello, en buscar un hombre, en darle nietos.
Estaba tan cansada de eso, de que me ilusionasen en vano, y sinceramente hasta estaba considerando la inseminación artificial. Puede que pudiese esperar hasta mis 35 o un poco más para ser madre, quizás hasta los 40, más tiempo para organizarme. Sin embargo, ahí estaba mi madre quien me había tenido a los 37, y quien a sus 69 deseaba tener un niño al cual sobrevivirle por lo menos hasta la adolescencia. Ya no sabía si eran reales sus miedos de muerte o un chantaje emocional, pero estaba entre la espada y pared.
Las semanas pasaron, y sí, sin menstruación, no obstante, ya para ese entonces, en lugar de molestarme la idea de estar embarazada… me gustaba.
Era simple, tendría un niño sin someterme al proceso de inseminación, que sabía era uno agotador e incómodo por la experiencia de algunas amigas. Sin tener que rendirle cuentas a un hombre, y lo mejor, nadie tendría que enterarse de que fue producto de la aventura de una noche. Podría decirle a mi madre que fue por un proceso in vitro. De ese que me vio la otra vez interesada.
Todo encajaba a la perfección. Por lo que al hacerme la prueba de sangre, rogando que saliese positiva… lo hizo.
Sería madre.
Madre soltera.
Ciertamente me volví loca porque esa noticia me alegró de pies a cabeza. Era perfecto. Tendría un adorable niño al cual amar sin la necesidad de un hombre, tal cual mi madre me tuvo cuando mi padre se fue con su amante más joven.
Al parecer la vida me sonreía. Por fin.
…
Era un buen día para estar viva y para ser una futura madre este sábado. Sí que lo era. Me levanté con un apetito voraz y con antojos de chocolate, por lo que unte Ovomaltina en mis panquecas y me di un festín de reina.
Vivía en un departamento en el centro de la ciudad. Era uno amplio y con vistas panorámicas, además quedaba cerca de la oficina caminando, de los juzgados y hasta de un parque en el que me ejercitaba los fines de semana.
Comiendo hacia planes sobre cómo tendría que remodelarlo para cuando mi mini Fulgencio o mini Fulgencia, no sabía qué era todavía, no se dejaba ver mi pequeño, le llenase con sus pasitos. La idea de ser mamá cada vez me emocionaba más y más. Tenía que contratar a un decorador y comprar la tienda de bebés entera en lo que supiese el sexo. Porque de por sí, ya había comprado una que otra cosita que escondía en mi armario. Los zapatitos y ropa blanca o amarilla, se habían convertido en mi sucio secreto.
Era por los momentos un secreto también lo de mi embarazo, mi ginecóloga me recomendó que esperase los tres meses adecuados para comunicar la noticia. Le estaba haciendo caso, más caso del que me pidió porque ya iba para las 10 semanas y nada que le decía algo a alguien. Es que ni se me notaba mucho. Además estaba cuidándome lo más posible, pero es que con mi disciplina y lo agradable que habían sido estas semanas de embarazo, sabía que nada saldría mal.
No tenía mareos, no náuseas, solo algo de cansancio y antojos. El cansancio bien podía ser porque trabajaba como maniática, y lo de los antojos, mi Fulgencito o Fulgencita necesitaba una buena alimentación. Así era, no lo podía torturar sin comer lo que desease. No yo.
Hoy terminaría temprano, no debía ir al bufete, solo a la casa de Aidan con Miguel y René. Debíamos discutir sobre unas contrataciones mercantiles para el proyecto. Colaboraba usualmente con Aidan, y el ir a su casa no era algo muy común pero tampoco muy extraño cuando correspondía trabajar los fines de semana. Ello porque este no pisaba su empresa por pasarla con sus hijos.
Puede que la antigua Doris se sintiese inconforme yendo a la casa de éste a ver a sus bellos trillizos y a su linda esposa, pero esa Doris había muerto, porque ahora yo misma tendría a mi bello bebé. Y sin posibilidades de corazones rotos o los desastres del extraño. Que al fin de cuentas, no sufriría por no tener un hijo del cual no conocía su existencia. Bien podría haber vuelto con su pareja o irse del país, me era irrelevante, él era mi donante anónimo.
Decidida a finalizar temprano para volver a mi departamento a hacer listas de compras y buscar nombres de bebés mejores que Fulgencio o Fulgencia, pase por mis compañeros de trabajo en mi auto. Ambos vivían a algunas cuadras y desde allí llegamos a la casa de Aidan. Fuimos directamente a su despacho, discutimos lo que deseábamos y en unas tres horas estábamos preparados para irnos.
Mientras bajamos las escaleras ellos tres siguen hablando de negocios, pero mi cabeza está en cosas más importantes como qué clase de ropa de oficina de maternidad debía comprarme.
—¿Doris estás escuchando de lo que te hablo? — me dice Rene.
—No mucho. Es que tengo un asunto pendiente por resolver esta tarde — me excuso. Nos hemos detenido en medio de la sala a este punto.
—Deberías descansar. Ha sido una semana ruda — sigue Miguel.
—Lo haré, lo haré — me concentro en Aidan — para el 30 esperamos tener los contratos correspondientes.
—Consíguelos para el 28 Doris. Para el 30 es muy tarde — me contesta este.
—No te puedo asegurar nada. Lawrence ha estado de un humor de los mil demo-
Quiero seguir hablando pero siento que alguien me mira, y al voltear a un lado para ver quién, se trata de unos de los trillizos. Lleva un suéter azul celeste con la ilustración de un astronauta, un pantalón manchado de tierra y su cabello n***o está despeinado. Se nota que vino del patio corriendo, sus mejillas están rojas y esconde algo detrás de su espalda.
—Hola Doris — me sonríe el pequeño. Es Dieguito. Me inclino un poco a su nivel.
—Hola Diego ¿cómo estás? — le digo en una sonrisa — mejor dicho ¿cómo están tus travesuras últimamente?
Diego era un niño travieso, pero no tanto como su hermano Gabriel, quien era de cuidado. Cuando los llevaba a la oficina su padre y yo estaba por allí, correteaban por doquier. Creo que esos días veía brotar las canas del cabello de su progenitor. Diego tampoco llegaba al nivel de su otro hermano Adrián, quien era el más callado y tranquilo, por lo que era un punto medio de polos opuestos. Por igual, él único que se acercaba a hablarme, era un niño precioso.
—Yo no hago travesuras, todas esas las hace Gabriel. ¿Verdad papá? — le pregunta a su padre.
—Mmmm — dice sin creérselas Aidan, lo que hace impacientar a su hijo.
—¡Papá! — le exclama. Yo me rio un poco y me causa curiosidad lo que lleva detrás de sí.
—¿Qué llevas allí? Si puedo saber.
Es cuando Diego me muestra una rosa y me la ofrece.
—Es para ti — me dice con las mejillas sonrosadas y con timidez.
La sorpresa me invade al igual que mis ojos se abren mucho. Después escucho las risas de Miguel y de René. Diego toma valor y me mira con sus bonitos ojos en expectativa. A mí se me alborota el útero en ansias de tener ya a mi Fulgencio / a en brazos. En una sonrisa maternal tomo la rosa.
—Muchas gracias Diego. Es una hermosa rosa — le agradezco. El niño se emociona ante mis palabras y ve hacia atrás de él, haciendo gestos positivos con sus pulgares.
Al dar un vistazo rápido a quien miraba, noto la presencia de Elle, que me ve como si me quisiera jalar por los cabellos. También a otra mujer que está burlándose de esta, pero lo más extraño es ver a un hombre entre ellas sentado. Este me mira sin pestañear, y en primera instancia no le ubico, en la segunda sí, cuando logro asociar imágenes.
Es el extraño de hace tres meses.