Capítulo 3: Maquiavélica
Julia.
Camino fuera de la oficina de mi jefe Diana sin saber realmente como sentirme. He cedido a trabajar un mes con Jenkins, pero no tengo ganas de verlo. De hecho, lo único que deseo hacer es fingir que ese hombre no existe y llevarlo muy muy lejos, a algún lugar en donde pueda perderse y no volver más.
Es que incluso me sorprende el desprecio que le tengo a ese hombre, porque yo jamás había odiado a nadie como lo odio a él y me parece que le estoy dando mucha importancia últimamente a quien no la merece. Necesito enfocar toda esa ira contenida en otras cosas y relajarme para poder vivir un mes entero trabajando al lado de mi peor pesadilla sin cometer ningún acto que me lleve a estar tras las rejas.
Estoy teniendo muy mal manejo de mi control de emociones, tengo que reconocerlo. El tema «Jenkins» me pone de muy mal humor y no me gusta para nada sentirme así. Odio no poder tomar el control de mi vida cuando siento que las cosas no están fluyendo como yo quería. Tenía un plan, pero ahora todo ha sido un caos.
Tomo mi celular y marco el número de mi mejor amiga, al quinto tono, cuando ya estaba a punto de colgar, ella decide contestar por fin haciéndome bufar tras escucharle la voz.
—Ya estaba por colgar —es lo primero que le digo.
—Lo siento nena, estaba haciendo cardio —escucho su risa malvada y de inmediato sé a qué se refiero, ruedo mis ojos, aunque ella no pueda verme y sonrío.
—Necesito de tu ayuda —pido con urgencia mientras juego con un bolígrafo entre mis labios y mi mirada fija en la pantalla de mi ordenador.
—Dime para que soy buena.
—Hace algunos días me platicaste de estas clases de kick boxing… ¿Si golpeo unos cuantos sacos de arena acabaré con mi afán de querer golpear a Jenkins? —miro al techo de mi oficina dándome cuenta de que hay una mancha que parece ser de humedad.
Ahora falta que se me caiga el techo de mi oficina sobre mi para terminar de echarle mas sal a mi vida. Ese sería el colmo de los colmos, pero viendo cómo va mi vida yo… mejor no digo nada.
—Uhh… Me gusta cuando hablas del papasito de Jenkins —aprieto mis labios buscando tranquilizarme.
—Mira, justo en este momento quiero poner a tu Jenkins tres metros bajo tierra por imbécil, así que no provoques que recuerde la mierda que hizo y ayúdame, no estoy aguantando a ese hombre, creo que he llegado a mi tope y ya no puedo más. Si esto sigue así le daré mi carta de renuncia a mi jefe dentro de un mes y estoy hablando totalmente en serio Vicky, ya he hablado con ella de esto.
—¡¿WHAT?! ¡Creí que tu vida era esa oficina! —exclama ella bastante sorprendida y es que no es para menos, yo también llegué a pensarlo, en mis prioridades primero estaba el trabajo en esta oficina y después estaba yo. Hasta hace poco amaba tanto trabajar acá. Incluso, teniendo en cuenta que en mi trabajo habían personas desagradables a mi me gustaba esto.
—Pues imagina como están las cosas si he tenido que recurrir a una carta de renuncia.
Bufo, toda esta situación está superandome, siento que me estoy ahogando yo misma con un vaso de agua y ya no veo la manera de salir de esto. Estoy literalmente creando una tormenta donde no la hay… O casi.
—Diablos, nena. Déjame llamar a mi amigo y programamos la clase de boxeo. Te hará muy bien, ya vas a verlo.
—Gracias, eres la mejor amiga del mundo. ¡Avísame cuanto antes!
—Lo haré, entonces hablamos luego. Besos.
La llamada termina justo cuando dan tres toques a mi puerta.
—Adelante —digo esperando pacientemente a ver la persona que está llamando a mi puerta y me sorprendo cuando veo el cabello oscuro de Jenkins asomarse. Él jamás llama a la puerta, simplemente entra como Pedro por su casa.
—Hola… yo…
Tartamudea sin poder mirarme fijamente a los ojos, tampoco a entrado del todo a mi oficina, su cuerpo sigue tras la puerta y eso hace que mis cejas se eleven y tenga que ocultar una pequeña sonrisa, porque me hace sentir con poder al ver que tiene miedo de mi.
—¿Necesitas algo? —pregunto bastante sería sin dejarlo de mirar con fijeza.
—Esto… ¿Podemos hablar un momento? —su voz suena bastante débil y aunque lo estoy odiando mucho en este momento. Creo que es junto lo que necesitamos ambos. Tener una conversación urgente.
—Pasa.
Él lo duda durante unos cuantos segundos, pero termina asintiendo y entrando a mi oficina. Deja la puerta abierta como me imaginé que haría.
—Yo te quiero decir que —suspira y pasa los dedos por su cabello varias veces dejándolo con un aspecto despeinado —, lamento haber dañado el negocio. Perdón por no haber mantenido mi boca cerrada y haber dicho esas verdades sin pensar en que cualquiera de ellos podía volver.
Bufo con fuerza y me levanto de mi asiento, pongo las manos sobre mi escritorio y me acerco hacia él por encima de la mesa, Jenkins se estremece un poco al notarlo.
—No has entendido nada, Jenkins ¿Verdad? No puedes simplemente pensar que tú estabas bien. ¡El cliente siempre tiene la razón! No puedes venir a decirme justo ahora eso de “haber dicho esas verdades” No son ninguna verdad, Martín, es el negocio en donde ya no tenías voz ni voto. Tu estupidez nos ha arruinado un negocio de miles de millones ¿¡Así es como pretendes quedarte con la gerencia?! —él tiembla con mi grito y yo quiero tomarlo de la corbata y ahorcarlo, pero de nuevo, no es el momento —. Comenzaste a hacer todo mal y por eso, tengo una propuesta para ti.
Calmo mi respiración esperando una respuesta por su parte. Necesito hacer que él confíe en mi, lograr trabajar en equipo y conseguir quedarme con el puesto de gerente. Ahora con este daño que ha hecho, va a tener que hacer mil cosas más, por ahora tengo la ventaja y voy a aprovecharla. No me importa convivir con el enemigo si de esta forma consigo mi plan.
Así tal cual lo cuenta Nicolás Maquiavelo, el fin justifica los medios.
—Habla.
—Olvidaré lo que ha pasado hoy y vamos a comenzar a trabajar juntos, pero bien. Hoy comenzamos una nueva página y espero ahora aprendas a comportarte. ¿Qué dices?
Él frunce el ceño y parece estar analizándome.
—¿Porqué creo que es una trampa?
Mierda.
—¿Trampa? No hay ninguna trampa, Martín. Pero te voy a decir porque te estoy diciendo esto; hoy le he dado mi carta de renuncia a Diana. Solo lo sabemos nosotras dos… y ahora tu. En un mes me iré de acá y no quiero que mis últimos días sean igual que estos últimos años, quiero un cambio y recordar este lugar con cariño. Así que… ¿Qué me dices?
—¿Presentaste tu carta de renuncia? —sus labios quedan entreabiertos y busca mentira en mis ojos
Me encojo de hombros y finjo mirar mis uñas.
—El consejo directivo te elegirá a ti. Ya lo sé. De hecho, todos lo sabemos. No voy a pelear por algo que es indiscutible, ahora con esto creo que es hora de aceptar un mejor cargo en otra empresa que me ha querido desde hace un tiempo. No seré gerente, pero espero crecer más allí y acá ya no tengo nada más que hacer. Si tu me ayudas, yo te ayudo. Es simple cuestión de lógica.
Jenkins no es ningún idiota, de hecho es horriblemente bueno en lo que hace y sabe leer bien a las personas, por ello estoy trabajando en que no se de cuenta de que estoy fingiendo. Tengo que hacer que crea en mi mentira y así ayudarme.
Él mira al techo varias veces antes de fijar sus ojos en mi y asentir.
—Esta bien. Haremos lo que tú quieres este mes y yo quedaré como el gerente. Me alegra que ahora te des cuenta de que yo siempre he sido mejor. No tenías opción.
Me encojo de hombros y le doy una falsa sonrisa.
—Pues ya ves, mejor haberme dado cuenta ahora y no después.
Extiende su mano hacia mí y yo la estrecho con fuerza.
—Es un trato.
****
Doy muchos golpes con mis puños al saco de arena. Jadeo y sudo como nunca. Vicky está a mi lado animándome a golpear mucho más fuerte aquel saco colgante y es lo que hago.
—¡Dale con fuerza, Juls!
Mis golpes son rítmicos, mis ojos observan con fijeza un punto en la tela y me imagino que tengo delante de mi a Jenkins y golpeo con más fuerza.
No dejaré que un hombre tan desagradable como él sea el culpable de mi desgracia, no voy a permitir que él se quede con lo que a mí me pertenece.
—¡Acabaré contigo! —exclamo dando golpes y golpes.
Siento mis ojos nublados, pero aún así no dejo de enterrar mis puños.
—Creo que es hora de parar —me dice ella, pero yo me niego. Tengo que liberar el rencor que tengo por dentro.
—Solo unos minutos más.
La escucho suspirar, pero me deja hacerlo y diez minutos más bajo mis manos y le sonrío.
—Eso fue bastante bueno, me ha gustado. Tendré que venir más seguido.
—¡Si! —exclama mientras me ayuda a quitar los guantes de boxeo.
Voy directamente a mi botella de agua y la tomo toda de un solo trago, he quedado bastante cansada luego de tantos golpes, incluso estoy un poco mareada, pero me siento muy relajada y eso era lo que yo buscaba.
—Debo hacer esto más seguido, dile a tu amigo que me verá seguido por acá.
—Yo le digo —dice entre risas y salimos de la sala para ir al parqueadero en donde he dejado mi auto. Un Nissan Sentra color blanco que hace poco compré y que hasta ahora amo con mi vida. Es una delicia este auto y yo amo conducir por horas y este auto me permite ir cómodamente, se siente tan suave y ligero que es como si estuviera subida en una nube de algodón. No voy a bañarme en el gimnasio porque el agua está muy fría, así que esperaré a llegar a casa y bañarme allí.
Vicky y yo nos despedimos al lado de nuestros autos y mientras conduzco, voy pensando en las mil y un formas que tengo para lograr que Jenkins se vaya de la empresa. Necesito lograr que los clientes se sientan más seguros conmigo y no tengan en cuenta la opinión de él.
Soy una experta en mi trabajo, llevo muchos años haciendo esto, tengo un poder de convencimiento que no tiene casi nadie (a excepción de Jenkins) y es por eso que necesito que los clientes no confíen en él, sino en mi.
Sé que tengo un muy buen rival, pero también sé que yo tengo muchísimas buenas capacidades que me harán competir de la mejor manera y si todo sale bien, salir victoriosa en esta guerra silenciosa en la que estamos envueltos.
Al llegar a mi casa, dejo el auto en el garaje y enciendo las luces. Me recibe lo mismo que he visto durante varios meses: soledad.
Mi departamento es el reflejo de lo que tengo por dentro. Nada. Ni siquiera tengo una mascota que me acompañe, mi única compañía es la soledad. Tal vez y por eso es que trato de venir lo mínimo posible a casa y no quedarme sola. Jamás me ha gustado estar sola, me hace sentir muy mal.
Suspiro y coloco las llaves de mi auto y de la casa en la mesita al lado del recibidor, camino hasta la cocina y me sirvo una copa de vino tinto.
Con la copa en la mano, camino hasta mi baño y me desnudo allí, pongo música relajante y entro a la ducha de agua caliente para mí baño relajante.
El agua cae por mi cuerpo llevándose todo el estrés del día, es mi momento favorito después de un caos. Lavo mi cabello con shampoo olor a coco que me encanta e hidrato mi piel.
Me envuelvo en toallas luego de unos quince minutos que ha durado la ducha, termino la copa de vino y busco mi pijama que solo es una pequeña camisa de tirantes y un shorts demasiado corto, pero muy cómodo. Cepillo mi cabello para no dormir con este mojado y me lavo bien el rostro quitando todo rastro de maquillaje que la ducha no quitó.
Cepillo mis dientes y voy directa a la cama. Tomó el libro que está sobre la mesa de noche, que he estado leyendo este mes y continuo en donde lo dejé, hasta que media hora después el sueño me vence y termino apagando todo para poder dormir.