Capítulo 7: suspiros del pasado

1651 Words
Valentina, seis años de edad: Una niña se escondía tímidamente detrás de las piernas de su padre, apretaba la tela del pantalón con fuerza y sus mejillas se ruborizaban mientras su boca hacía un puchero. El pequeño Marko sonreía e inclinaba un poco hacia la derecha su cabeza para intentar ver a la niñita que acababa de llegar con el invitado de su padre. —Adelante, pasen, la reunión acaba de comenzar —informó el señor Rumanof. El padre de Valentina la tomó de una mano, pidiéndole que dejara de esconderse detrás de él. Se sentía intimidada por los intensos ojos esmeralda del niño que no dejaban de observarla, le generaban miedo; su papá antes de entrar en la casa le advirtió que se portara bien, pues se trataba de la casa de su jefe y si ella hacía algo mal, podrían despedirlo. Aunque Valentina era una niña pequeña, ya entendía lo que eran las clases sociales. Había personas como ella y su padre, después se encontraban personas como el señor Rumanof y su hijo, el cual estaba perfectamente cambiado con sus finísimos zapatos de cuero que ella no dejaba de observar, recordaba haberlos visto en la tienda donde le tomaron las medidas de su uniforme, su madre hizo un comentario que le llamó mucho la atención. —Estos zapatos tan pequeños cuestan todo lo que gasta mi familia en un año. Así era como Valentina sabía distinguir las personas que eran superior a ella, ese niño que la observaba fijamente con una gran sonrisa, llevaba puestos los zapatos que podrían darle de comer a su familia por un año. Sin embargo, la veía con demasiada felicidad, ¿estaba alegre por ella? Marko caminaba al lado de su padre, por momentos buscaba a la niña con la mirada. —¿Ella es la niña que estudia en mi escuela? —le preguntó al hombre—. ¿Es ella? —Sí, es ella, va en primer grado —informó el señor. —¿Puedo jugar con ella? El señor Rumanof ocultó un gesto de desagrado, su empleado estaba escuchando la conversación que tenía con su hijo. —Ah, sí, claro, juega con ella, por eso le pedí a su padre que la trajera, sean buenos amigos —respondió. El señor Sandoval mostró una cálida sonrisa y volteó a ver a su hija. Marko se acercó a la niña con su enorme sonrisa emocionada y le extendió la mano derecha. —Mucho gusto, Marko Rumanof —se presentó. Su padre se detuvo a observarlo con curiosidad y al mismo tiempo preocupación. El señor Sandoval también quiso ver la primera interacción de los niños, pero contrario a su jefe, se sentía enternecido. —Valentina, no le dejes la mano extendida —pidió el hombre. Ella, tímida, estrechó la mano del niño. —Valentina… —respondió casi en un balbuceo. Pero esto no le importó a Marko, estaba tan contento y emocionado que no veía la hora de pedirle que jugara con él. —En el patio tengo un nuevo trampolín, ¿quieres verlo? Es cinco veces más grande que el que tenía antes. Ella, bastante curiosa, aceptó, olvidando por completo su timidez. Marko la tomó de una mano y comenzó a arrastrarla corriendo hasta el patio de la casa. Y entre saltos y risas, nació una amistad instantánea donde no existían los estratos sociales. Marko y Valentina pasaron toda la tarde juntos. La mayoría del tiempo era Marko mostrándole a Valentina la mansión Rumanof, sus juguetes y hablándole de la escuela. El señor Rumanof los observaba de lejos, pensó que sería una emoción pasajera de su hijo y que no había ningún riesgo, decidió tomarlo como una obra de caridad el permitirle a Valentina tener un amiguito tan importante como Marko. Lo iba a necesitar al empezar a asistir a una escuela tan importante. *** Marko vio a lo lejos a Valentina en el pasillo del colegio y la saludó animosamente con una mano. Caminó a toda prisa hasta su amiga y al estar frente a ella sintió curiosidad por las dos coletas que la pequeñita estaba usando, recordó que también las llevaba en la reunión que hubo en su casa. Agarró una de las coletas y ella se ruborizó en gran manera, pero se quedó estática, sin saber cómo reaccionar. —Tu cabello es muy suave… me recuerda al de mamá —dijo Marko—. Por cierto, ¿vas a almorzar? Vamos juntos. Los estudiantes los veían a lo lejos cuando se dirigían al restaurante, catalogando a Valentina como una amiga más del selecto grupo de gente importante que lo rodeaba. —Mira, todos nos observan, pero puedes estar tranquila, es mejor si lo hacen —le explicaba el niño—. Así ninguno intentará molestarte. —¿Por qué lo hacen? —Porque estás conmigo, ningún niño puede tocar a un Rumanof o a sus amigos, saben que estarán en serios problemas. Nadie quiere tener problemas con un Rumanof. Eso Valentina ya lo sabía, por eso su padre le advirtió que se portara bien. Le daba miedo abrir la boca y terminar ofendiendo a Marko, era fácil si él estaba lejos de ella, pero si lo tenía tan cerca era difícil. Cuando se acomodaron en una mesa, una mesera se acercó a ella y Marko le explicó a Valentina el menú, señalándole cuál era su almuerzo favorito. Valentina estaba sorprendida, en su antigua escuela no había meseros, todo en esa escuela era extraño. Se sintió cómoda cuando Marko fue quien eligió qué iban a comer. Aunque volvió a estar nerviosa cuando dos niños se sentaron en la misma mesa. —¿Quién es ella? —preguntó uno de ellos, se veía algo mayor a Marko, era rubio y de ojos grises. —Es Valentina —respondió Marko con tono de obviedad. El acompañante del rubio era moreno con rizos perfectos y tenía unos ojos gateados que impresionaban a la niña. El niño rubio hizo cara de haber recordado, aunque era evidente que no tenía ni idea de quién era Valentina y la reparaba minuciosamente. Por otro lado, el niño que había llegado con él parecía que no le agradaba la niña, la observaba despectivamente, haciéndola sentir incómoda. La mesera trajo la comida acompañada de otro mesero. Los amigos de Marko hicieron su pedido, exigiendo que omitieran cosas como tomate y el queso. Valentina se quedó observando los cubiertos y esto lo notó el niño rubio que empezó a burlarse al respecto. —¿Qué? ¿No sabes usar los cubiertos? —preguntó el joven moreno y puso sus ojos en blanco, produciendo que su amigo rubio soltara carcajadas. —No la molesten —gruñó Marko y los fulminó con la mirada. Los niños se intimidaron y cortaron sus carcajadas al instante. Los de las mesas continuas observaban con curiosidad y hacían silencio absoluto. —Ni se les vuelva a ocurrir molestar a Valentina —advirtió Marko. —Perdón —dijo el niño de rizos y volteó a ver a Valentina—. Perdón, no quería hacerte sentir incómoda. Valentina bajó la mirada a su comida, tomó el tenedor y empezó a comer. Con esto Marko se sintió satisfecho, sonrió y sus amigos soltaron suspiros de alivio. *** Marko no entendía el por qué Valentina no sabía usar cubiertos y ninguno de sus amigos la conocía o su apellido. Sandoval le parecía un apellido bastante común, no era importante como el Rumanof, aunque era de esperarse, sólo había una sola familia Rumanof en el mundo y esos eran ellos. Terminó concluyendo que probablemente Valentina se había mudado al país con su familia y por eso nadie los conocía. Eso respondían muchas preguntas sobre su ignorancia hacia ciertas cosas o el por qué vestía tan extraño. —Mi mamá fue quien me hizo este vestido —dijo Valentina mientras alisaba la tela de su vestido azul claro, sostenía una gran sonrisa. Marko observaba fijamente el hilo descocido en la manga derecha del vestido. No le quería decir que se veía fea y vieja la tela, no la quería hacer sentir mal. La invitó a su casa para enseñarle a usar los cubiertos y que así nadie más en el colegio volviera a burlarse de ella. Le agradaba Valentina, era muy linda y pequeñita, detestaría que volvieran a burlarse de ella. Terminó siendo una linda tarde, hicieron las tareas de la escuela juntos y Valentina cenó con su familia, allí pudo explicarle a la niña cuál era el funcionamiento de cada cubierto, su madre lo ayudó cuando él no sabía cómo explicarle cuando la pequeña no entendía. El señor Rumanof reforzó su idea de que su hijo estaba haciendo una obra de caridad y se sentía a gusto, todo indicaba que Valentina sabía cuál era su lugar. Era igual de sumisa como su padre. *** Eran vacaciones de verano, Valentina acababa de cumplir siete años y la familia Rumanof organizó una pequeña fiesta como regalo para la niña. Todos sus compañeros de clases asistieron a la fiesta, daban por hecho de que Valentina era perteneciente a una familia importante como la Rumanof. Marko estaba sentado a la orilla de la piscina, acompañando a Valentina, los demás niños nadaban alegremente. Él quería divertirse, pero le daba tristeza dejarla solita. —¿Por qué tus padres no te han enseñado a nadar? —preguntó Marko. —Me da miedo no tocar el suelo, me da miedo ahogarme —respondió Valentina. —Te ahogarás si no aprendes a nadar. —No me ahogaré si no entro a la piscina —alegó la niña y desplegó una tierna sonrisa. A Marko le pareció que Valentina se veía hermosa en su cumpleaños, la contempló tan fijamente, cautivado con su sonrisa. Entonces, se abalanzó a ella y le robó un beso de sus labios. Era la primera vez que Marko y Valentina conocían lo que era dar un beso.
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