—Valentina… ¿estás segura de que a ti te hace bien el verme diariamente? —cuestionó el hombre.
—¿Por qué lo pregunta, señor?
—Ante todo es por mi culpa que tú perdiste a tu esposo —explicó él—. Por más joyas que yo te regale o por más perdón que intente pedirte, nunca podré traerte de vuelta al hombre que amabas.
Aquellas palabras golpearon duramente el pecho de Valentina, impidiéndole respirar. Los labios le temblaban y las lágrimas querían acumularse en sus ojos. Tuvo que poner todas sus fuerzas para poder controlarse.
—Señor… —dijo después de aclararse la garganta—. Usted y yo nos conocemos desde que éramos niños, sé que nuestra relación no ha sido la mejor… pero… yo lo conozco muy bien, sé que usted no es mala persona y que… siempre ha querido lo mejor para mí. Sé que fue un accidente, que usted nunca… quiso hacerme daño. —Mostró una sonrisa—. En estos días me ha demostrado lo arrepentido que está y que me apoya, ¿no es así?
Marko se acodó sobre el escritorio y la observó fijamente, con una intensidad que intentaba comunicarle algo a la jovencita.
—Yo siempre voy a querer lo mejor para ti, Valentina, siempre, escúchame bien, siempre vas a contar con mi apoyo. Sería capaz de hacer lo que sea por ti.
Hasta matar, pensó Valentina.
La joven tomó las manos del hombre y las entrelazó con las suyas, dejándolas reposar encima del escritorio.
—Por favor, permítame invitarlo a cenar esta noche, me gustaría agradecerle todas las atenciones que me está dando —pidió ella.
Marko sonreía con mucha satisfacción, apretó sus manos y a Valentina le pareció que estaban sudadas, ¿acaso él se sentía bajo presión?
—Muy bien, acepto.
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Algo no estaba bien, de eso Valentina se sentía segura, sucedía algo que ella no notaba; una pieza en el rompecabezas no lograba encajar, pero… ¿qué era?
Regresó a su oficina justamente pensando en que estaba siendo demasiado fácil conquistar a su jefe, de hecho, a veces le decía cosas muy raras, no se comportaba como el hombre despiadado que quería hacerle la vida imposible, sino todo lo contrario.
—¿Es que quiere protegerme? —se preguntó a sí misma—. ¿Qué es lo que está pasando?
Se recostó en el espaldar de su silla de escritorio y observó fijamente la pantalla del computador. Se le ocurrió que si necesitaba descubrir qué ocultaba Marko Rumanof lo mejor era comenzar investigando qué sucedió el día en que Lorenzo murió. Debía conseguir una copia de los videos de seguridad de la empresa y sus alrededores.
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Sentía que tenía el control, se encontraban en el restaurante favorito de Valentina, donde lograba estar cómoda, porque ante todo ese era su territorio.
Marko seguía comportándose cabizbajo, debía sacarle las palabras y contestaba con respuestas bastante concisas. En otro momento la joven se habría dado por vencida y habría acabado con la cita, pero necesitaba que esa noche su jefe la invitara a dormir en su lujosa mansión para poder dejar el veneno allí, escondido y a la espera del momento justo, así daría un paso adelante en su plan.
Lo bueno era que el hombre estaba tomando bastante vino, ella había pedido el vino preferido de Marko, así que el hombre, incentivado por su bajo ánimo, bebía más de la cuenta.
—¿Puede decirme qué es lo que tiene? —preguntó Valentina después de un rato—. Yo quiero agradecerle pasando una buena noche, pero usted… está bastante triste, señor.
Marko la tomó de la mano y la contempló con una mirada nostálgica.
—No te preocupes, me siento bastante bien a tu lado, eso me reconforta más que cualquier cosa.
—Anteriormente me contaba todo lo que le sucedía, ¿esto que le está pasando… no lo puedo saber?
—Desafortunadamente no es algo que pueda solucionarse con un simple consejo.
—¿Y qué le parece si le doy un abrazo?, ¿cree que podría hacerlo sentir mejor? —Valentina rodó su silla hasta estar al lado del hombre y abrió los brazos.
Marko desplegó una gran sonrisa y aceptó el abrazo de la joven. Ella pudo escucharlo suspirar profundamente y la apretó con fuerza, le dio la impresión de que quería aferrarse a ella.
—Siempre me ha gustado tu aroma, es dulce, primaveral —susurró Marko—. Desde niña siempre has olido igual.
—Usted huele a bosque, a madera, me gusta —dijo ella—. Su perfume nunca lo he olido en otro hombre.
Marko se apartó un poco para verle el rostro, seguía sonriendo, pero esta vez sus ojos estaban brillantes, rebosantes de tristeza. Le dio un beso en al frente de la jovencita, haciéndola sentir cálida y protegida.
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Fue fácil el quedarse a dormir en la mansión Rumanof. Valentina se dio cuenta esa noche lo sencillo que iba a ser hacerle daño a Marko, lo conocía tan bien que sabía cuáles eran sus puntos débiles y cómo escabullirse en su vida.
Nada más tuvo que insinuarse un poco para que Marko la invitara a pasar la noche con él.
Terminaron acostados en la cama, pero él no tenía intención alguna de tener sexo con ella, pasó toda la noche abrazándola y acariciándola, haciendo que ella hiciera reposar su cabeza en su pecho.
—Vale, ¿recuerdas cuando éramos niños y te invitaba a jugar a la casa de mis padres? —dijo él de repente.
—Sí, claro que lo recuerdo, me enseñó a nadar en la piscina. Le tenía mucho miedo a la profundidad y usted hizo que tuviera confianza de sumergirme hasta el fondo, siempre me tomó de la mano, nunca me soltó.
—Me habría gustado que nunca nos hubiéramos separado —confesó Marko—. Sé que la historia ahora sería diferente.
—Pero usted tenía que comprometerse con la señorita Sara, las familias así lo habían acordado.
—Sí, pero nunca se tuvo en cuenta lo que yo quería.
Valentina rodó la mirada para observarle con suma curiosidad. ¿Qué le estaba confesando?
—¿Y qué era lo que usted quería? —indagó.
—Estar contigo —respondió él y la acurrucó más en su regazo—. Si me separé de ti, nunca fue por gusto. —Cerró los ojos—. Yo… nunca he querido hacerte daño, Vale, siempre… siempre… he querido estar a tu lado, como cuando éramos niños y te confesé mis sentimientos.
Todo indicaba que Marko no se acordaba que fue justo en esa época, cuando eran unos niños que él mismo se encargó de destruir su familia y todo a causa de que ella rechazó sus sentimientos.
Esa fue la primera vez que ella conoció la furia de Marko Rumanof.