Damon deslizó su mano con precisión hasta la cintura de Freya, atrapándola en un contacto firme pero tentadoramente lento. El calor de su piel atravesó la tela del uniforme, y Freya sintió cómo todo su cuerpo reaccionaba al toque. Quiso retroceder, escapar de esa situación, pero su pierna débil y maltrecha se lo impidió.
Sabía que, aunque pudiera correr, Damon no se lo permitiría. Y lo que la aterrorizaba no era él, sino el torbellino de deseos que comenzaba a formarse dentro de ella. ¿Por qué sentía esto? ¿Por qué no podía resistirse al magnetismo oscuro que emanaba de su jefe? Las imágenes de él en la cocina y en su oficina vinieron a su mente, encendiendo algo que no comprendía del todo.
—Eres una buena mucama... —susurró Damon cerca de su oído, con una voz baja y rasposa que le hizo estremecer la piel.
Antes de que Freya pudiera reaccionar, Damon la fue acomodando sobre la cama sin que ella se diera cuenta del todo, como si se tratara de una coreografía silenciosa. Cuando su espalda tocó las sábanas, sintió que ya no había marcha atrás. Estaba atrapada, no solo físicamente, sino también por sus propios deseos contradictorios.
—Señor... —susurró Freya, su voz temblorosa y apenas audible. Quiso decirle que se detuviera, pero las palabras quedaron atascadas en su garganta. La pregunta que la atormentaba era: ¿realmente quería que él parara?
Damon se inclinó hacia ella, y sus dedos rozaron los labios de Freya con delicadeza, como si estuviera probando la textura de algo valioso. Ella tembló bajo su toque, incapaz de resistir la oleada de sensaciones que la abrumaban. El simple roce hizo que su respiración se volviera más errática, y sus labios, aún entreabiertos, parecían una invitación involuntaria.
Los ojos de Damon se oscurecieron con una mezcla de deseo y curiosidad. Freya sabía que debía detener esto. Sabía que era una mala idea. Sabía que todo en su relación con Damon estaba mal desde el principio, pero aún así su cuerpo no le respondía. Quería que él la tocara. Quería que siguiera.
—No tienes que luchar contra lo que sientes —susurró Damon, con una sonrisa ladina en los labios mientras seguía trazando círculos ligeros sobre la piel de su boca.
Freya cerró los ojos, intentando apagar los pensamientos que se arremolinaban en su mente. La razón y el deseo libraban una batalla feroz dentro de ella. Cuando volvió a abrirlos, se encontró con la mirada intensa de Damon, fija en ella, como si la hubiera descubierto por completo.
Y en ese momento, Freya entendió que no había vuelta atrás. No podía escapar de él, pero tampoco quería.
Los labios de Damon se encontraron con los de Freya, comenzando con un contacto suave, lento, como si quisiera saborear cada segundo. El roce era delicado, pero había una intención profunda detrás de cada movimiento. Freya, atrapada entre el deseo y el miedo, intentó seguir su ritmo. Su inexperiencia era evidente, y cada vez que intentaba corresponder con torpeza, sentía que no era suficiente.
Damon, sin embargo, no se detuvo. Su beso se volvió más exigente, tirando de ella hacia un lugar desconocido pero irresistible. Freya soltó un pequeño suspiro, casi sin darse cuenta. El sonido escapó de sus labios como una súplica involuntaria, y ese delicado gemido hizo que la sangre de Damon se encendiera.
—Mmm... —murmuró él contra su boca, como si saboreara cada uno de sus suspiros.
Freya sintió el peso de su cuerpo sobre el de ella, la dureza de su deseo presionando contra su pierna, y el calor se propagó por todo su cuerpo. Trató de apartar la cara, agobiada por la intensidad del momento, pero Damon la sostuvo firmemente por la nuca, negándole cualquier posibilidad de escape. Sus manos eran firmes, pero no agresivas; era una prisión a la que no quería oponerse.
El beso de Damon se profundizó, devorando cada inseguridad de Freya, enseñándole a seguirlo, a dejarse llevar. Sus lenguas se encontraron en un choque tímido al principio, hasta que él la guió con paciencia, pero también con una exigencia abrumadora que la hizo temblar.
Freya se sentía abrumada por las sensaciones desconocidas que la invadían. Su cuerpo respondía de maneras que nunca había imaginado. Cada gemido entrecortado que escapaba de sus labios solo avivaba el deseo de Damon, que ahora la miraba como un cazador que ha encontrado su presa.
—Más... —susurró Damon, casi como una orden, sus labios rozando los de Freya en una pausa breve pero llena de promesa.
Ella intentó seguirlo nuevamente, todavía torpe, pero con una entrega inocente que hizo que el cuerpo de Damon se tensara de deseo. La dureza de su m*****o, evidente a través de la toalla, presionaba sin piedad contra ella, arrancándole un jadeo ahogado.
—Eres deliciosa... —susurró Damon contra su boca, deslizando una mano por su espalda hasta su cintura, atrayéndola aún más hacia él.
Freya cerró los ojos con fuerza, sintiendo que cada vez se hundía más en un abismo del que no podría salir. Sabía que esto estaba mal. Sabía que no debía dejarse llevar, pero su cuerpo traicionaba cada advertencia de su mente. Era un juego peligroso, y, aun así, no quería que Damon se detuviera.
Damon, por su parte, estaba cada vez más perdido en el deseo. La torpeza de Freya no lo desalentaba; al contrario, lo excitaba aún más. Cada suspiro, cada jadeo involuntario era un pequeño triunfo, una confirmación de que ella se estaba rindiendo a él.
—Así, Freya... déjate llevar... —susurró Damon contra sus labios, con esa voz oscura que hacía que la piel de Freya se erizara.
Y Freya, atrapada en el fuego de ese momento, no pudo hacer otra cosa que obedecer.
Damon deslizó sus manos por las suaves piernas de Freya, deteniéndose en el dobladillo de su vestido. El temblor en su cuerpo le decía que estaba nerviosa, pero no se resistía, y eso solo lo alentaba más. Con un movimiento ágil y decidido, le quitó las bragas, dejándola expuesta bajo él. El aire se volvió más denso, cargado de deseo contenido, de expectativas prohibidas. Damon se colocó entre sus piernas, su cuerpo duro y ansioso presionando contra ella.
Desde el momento en que Freya cruzó las puertas de la mansión Cross, él la había deseado. Había intentado contenerse, esperando que algún día ella lo pidiera, pero la paciencia se había agotado. No podía esperar más. Su deseo por Freya era una obsesión que le ardía bajo la piel.
Freya jadeó entrecortadamente cuando sintió el m*****o de Damon rozar su entrada, haciendo que sus nervios y su excitación se mezclaran de manera abrumadora. Instintivamente, sus manos se aferraron a los brazos musculosos de su jefe, buscando apoyo en medio de la tormenta de sensaciones que la invadían.
—Señor Cross… yo… nunca… —susurró ella con un hilo de voz, temblando por dentro y por fuera.
Damon la interrumpió, capturando sus labios en un beso hambriento, profundo, como si quisiera devorar su miedo. Sus labios se movieron sobre los de ella con autoridad, y entre el beso, murmuró:
—Lo sé, Freya… y por eso te deseo aún más.
Con esas palabras cargadas de promesa y posesión, Damon movió sus caderas, empujando lentamente, sintiendo cómo el cuerpo de Freya reaccionaba a la intromisión. Ella jadeó al sentirlo entrar por primera vez, y una lágrima silenciosa rodó por su mejilla. No era de dolor, ni de tristeza, sino de un torrente de emociones desconocidas, intensas, que no podía procesar.
—Shhh... tranquila —susurró Damon, con la voz ronca de deseo, enterrando su rostro en el cuello de Freya. El olor de su piel era embriagador, un perfume suave y dulce que lo hizo estremecer. Se obligó a mantener un ritmo pausado al principio, tratando de no ser demasiado rápido ni demasiado fuerte.
Freya se arqueó bajo él, sus manos aferrándose con más fuerza a sus brazos, como si el contacto físico fuera lo único que la mantenía anclada. Cada movimiento de Damon la hacía temblar, cada empuje la llevaba más lejos de cualquier pensamiento racional.
Damon gimió cuando finalmente entró por completo, sintiendo el calor envolvente de Freya. La sensación era intensa, abrumadora, como si todo lo que había deseado durante tanto tiempo se condensara en ese momento. No podía detenerse ahora. Aceleró el ritmo, sus caderas moviéndose con una precisión que dejaba a Freya sin aliento.
Ella jadeaba, sus gemidos entrecortados llenando la habitación. Cada vez que él se movía, su cuerpo respondía involuntariamente, guiado por un deseo que no comprendía pero que la consumía. Damon la besó de nuevo, ferozmente, silenciando sus suspiros mientras se hundía más profundo en ella, como si quisiera marcarla, como si ella fuera suya y solo suya.
—Freya… —murmuró él, jadeante, mientras sus movimientos se volvían más intensos, más desesperados. Ella lo sintió todo: la posesión, el deseo, y una necesidad primitiva que no podía controlar.
Y en ese momento, no había nada más que ellos dos, perdidos en un torbellino de placer que parecía no tener fin.