La lluvia caía implacable, empapando cada centímetro del cuerpo de Freya mientras arrastraba sus pies hacia la enorme casa. Era de noche, y la oscuridad parecía envolverse alrededor de ella, haciéndola sentir aún más pequeña y vulnerable.
Sus dedos temblaban, ya fuera por el frío o por el miedo que le retorcía el estómago. La mansión de Damon Cross, iluminada tenuemente por algunas luces exteriores, se alzaba como una bestia vigilante en medio de la tormenta.
Había recibido las instrucciones claras para entrar por la puerta de servicio, una entrada discreta en la parte trasera de la casa, pero la sensación de que algo estaba mal no la abandonaba. Nadie la había recibido, y el silencio de la mansión, a pesar del tamaño imponente, hacía que cada paso suyo retumbara en la soledad del lugar.
Cuando finalmente logró abrir la puerta y entrar, el calor del interior no fue suficiente para calmar los escalofríos que recorrían su cuerpo. Su ropa mojada se pegaba a su piel mientras avanzaba torpemente hacia la cocina, buscando alguna señal de vida, alguien que le indicara qué debía hacer o dónde ir.
La casa parecía vacía, excepto por un murmullo que venía de la cocina. Pensó que tal vez alguien estaba allí y se dirigió hacia el sonido, con la esperanza de encontrar a algún m*****o del personal que le explicara sus tareas.
Pero cuando llegó a la puerta de la cocina, lo que vio la dejó petrificada.
Allí, sobre el mesón de mármol, estaba un hombre completamente enfrascado en una escena lujuriosa, en medio de una mujer de curvas exuberantes que se retorcía de placer bajo sus manos. El sonido de su voz pidiendo por más mientras él arremetía de manera furiosa contra ella, haciendo que el sonido de sus cuerpos chocando fuera mucho más fuerte que la misma lluvia que caía afuera.
Freya se tapó la boca para suprimir su grito de asombro, pero lo que más la estremeció fue la mirada de Damon. No paró lo que estaba haciendo. No desvió la vista. Al contrario, sus ojos se clavaron en ella con una intensidad fría y cruel, como si disfrutara del hecho de que lo estaba viendo.
Incluso parecía divertido, haciendo que Freya se sonrojara por la escena. A pesar de tener 20 años, ella jamás había experimentado el amor, y mucho menos la pasión que envolvían a dos cuerpos.
Sonrió, una sonrisa burlona y despiadada, mientras continuaba sin ningún pudor. Freya sintió su corazón latir desbocado, el calor subiendo a su rostro, pero no pudo moverse. Estaba paralizada, atrapada en esa mirada. Finalmente, con la poca fuerza que le quedaba, apartó la vista y retrocedió, tropezando torpemente antes de girar y salir de la cocina lo más rápido que pudo, donde chocó con una mujer de edad avanzada que la miró desde abajo, mientras Freya trataba de ponerse de pie.
—¿Tu quien eres? —La mujer frunció el ceño al ver a la recién llegada, pero sus ojos se volvieron más duros al observar el rostro de la joven.
Antes de decir algo más, Damon salió de la cocina, aún abotonándose la camisa con una expresión de aburrida satisfacción en su rostro. Freya apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que su figura imponente llenara el pasillo. La mujer mayor, que hasta ese momento mantenía una mirada inquisitiva, frunció aún más el ceño al ver a Damon acercarse.
—¿Damon? —preguntó la anciana, con una mezcla de reproche y desaprobación—. ¿Qué está pasando? ¿Qué hace ella aquí?
Freya, todavía temblando por la escena que acababa de presenciar, intentaba ponerse de pie sin dejar que el dolor de su pierna la dominara, pero su cuerpo no le respondía. El miedo y la vergüenza se entrelazaban en su interior, impidiéndole articular una respuesta coherente.
Damon, sin inmutarse, lanzó una rápida mirada a Freya antes de devolver su atención a la mujer mayor, quien claramente tenía un papel importante en su vida. Su voz, aunque suave, contenía la fría autoridad de alguien acostumbrado a ser obedecido.
—Es la nueva mucama —dijo sin un ápice de emoción—. Llegó hoy.
La mujer, cuyo rostro estaba tallado por los años, pero aún mantenía una postura elegante, observó a Freya de arriba abajo. Sus ojos se endurecieron de nuevo cuando notó la cojera de la joven, una chispa de desaprobación asomándose en su mirada.
—¿Una mucama que no puede caminar bien? —murmuró la anciana con desdén—. No parece muy eficiente.
Freya sintió que el calor volvía a subirle al rostro, esta vez por la humillación. Se mordió el labio, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar. No era su culpa, pero en ese momento se sintió más pequeña que nunca, bajo la mirada crítica de aquella mujer.
Antes de que Freya pudiera reunir el valor para responder, Damon dio un paso adelante, interponiéndose entre las dos mujeres. Aún abotonándose los últimos botones de la camisa, dirigió una sonrisa lenta, casi perezosa, hacia su abuela.
—No te preocupes, abuela. Ella es más que suficiente para lo que necesito. De hecho, a partir de hoy, será la única que me atienda. Nadie más. ¿Entendido?
El tono de su voz era claro, sin lugar a discusión. La mujer mayor, que era Isabella Cross, lo miró con sorpresa y luego con una expresión calculadora.
A pesar de su desaprobación inicial, sabía que no valía la pena discutir con Damon cuando él ya había tomado una decisión, sin embargo, siempre podía encontrar una falla en aquella chica para botarla de su casa. Algo en Freya no le agradaba en lo absoluto, o solo era que le incomodaba mucho su discapacidad.
—Como desees, Damon —respondió finalmente, con una leve inclinación de cabeza antes de volver su mirada hacia Freya—. Espero que seas capaz de cumplir con las expectativas. No me gustaría que Damon se desilusionara.
Freya solo pudo asentir, aunque sentía un nudo en la garganta. La presión que ya sentía se intensificó. No solo estaba allí para cumplir con su misión de espiar a Damon, sino que ahora era su servidora personal, destinada a estar a su lado en todo momento, bajo su control absoluto.