Freya sintió que el corazón se le detenía en el pecho cuando el hombre frente a ella le dedicó una sonrisa traviesa.
—Hola, linda, ¿y tú quién eres? —preguntó con un tono casual y despreocupado, como si acabara de encontrar un tesoro inesperado.
Freya se quedó paralizada. ¿Cómo era posible que él, el intruso, el hombre que había entrado a la mansión sin previo aviso, le estuviera preguntando quién era ella? Por un momento, su mente quedó en blanco. No sabía qué responder.
Antes de que pudiera articular palabra, él se acercó más, reduciendo peligrosamente la distancia entre ambos. Su presencia era abrumadora, y la calidez de su mirada, combinada con esa sonrisa segura, le provocó un escalofrío que recorrió su espalda.
—Eres muy hermosa... —murmuró, y sus ojos oscuros la recorrieron de arriba abajo con un descaro que la hizo sentirse expuesta. Su cercanía la hizo retroceder un paso instintivamente, pero la pared detrás de ella impidió que se alejara más.
Freya sintió que su respiración se volvía irregular. El hombre se inclinó un poco más, como si quisiera capturar cada detalle de su rostro.
—¿Qué hace una chica tan linda en la casa de los Ross? —preguntó, su voz suave pero cargada de insinuación.
Freya tragó saliva, nerviosa. La pregunta le pareció más peligrosa de lo que aparentaba. ¿Quién era este hombre? ¿Cómo había entrado y por qué mostraba tanto interés en ella? Se dio cuenta de que sus manos temblaban, y trató de mantener la compostura. No podía mostrar miedo, no ahora.
—Yo... yo trabajo aquí —respondió finalmente, con un hilo de voz, evitando mirarlo directamente.
Él inclinó la cabeza con curiosidad, como si analizara cada palabra que salía de su boca.
—¿Trabajas para Damon? —repitió, como si probar el nombre en su boca le causara cierta diversión. Sus ojos brillaron con algo que Freya no pudo identificar. ¿Desprecio? ¿Interés? ¿Peligro?
Freya asintió tímidamente. Su piel se erizó al notar cómo él esbozaba otra sonrisa, más ancha, casi divertida.
—Interesante... —murmuró. Extendió una mano hacia ella, rozando con la yema de los dedos un mechón de su cabello. El gesto fue inesperado, y Freya sintió como una descarga eléctrica recorrió su cuerpo.
—¿Sabes? Creo que me va a gustar verte por aquí.
El hombre misterioso se detuvo justo cuando parecía dispuesto a acortar aún más la distancia entre él y Freya. Una voz firme y severa resonó en el pasillo.
—Veo que ya conociste a mi mucama, Estefan.
Freya dio un respingo y se giró lentamente hacia la dirección de la voz. Ahí estaba Damon, con su típica expresión dura y sus ojos oscuros observando con molestia la escena que tenía delante. Había un brillo peligroso en su mirada, aunque trataba de esconder su incomodidad.
Estefan se alejó de Freya con un movimiento lento y calculado, aún con esa sonrisa enigmática que había exhibido desde el principio. Miró a Damon, y por un momento la amabilidad que había mostrado se convirtió en algo más duro, más desafiante, aunque no borró la sonrisa de su rostro.
—Vaya, primo, es bueno verte. —Estefan lo saludó con tono relajado, aunque había una pizca de sarcasmo en su voz.
Damon no se movió ni un centímetro, su postura rígida como una muralla. Freya sintió la tensión espesa en el aire, como si los dos hombres se estudiaran, como rivales en un juego del que ella no tenía la menor idea.
—Creí que no llegarías hasta fin de año. —La voz de Damon era fría, sin rastro de bienvenida.
Estefan se encogió de hombros con indiferencia.
—Mmm... quise regresar antes por asuntos familiares. —Su tono era casual, pero había una insinuación que no pasó desapercibida para Damon. —Creo que no estás enterado.
Damon entrecerró los ojos, estudiando a su primo con desconfianza. Algo no le gustaba del regreso de Estefan, y la cercanía que había mostrado con Freya solo aumentaba su irritación.
Freya, por su parte, se sintió atrapada entre los dos Cross, incómoda y consciente de que no era bienvenida en esa conversación. Ahora al menos sabía quién era ese hombre: Estefan, un Cross como Damon. Sin embargo, no entendía la relación entre ambos ni las corrientes subterráneas de hostilidad y competencia que parecía haber entre los primos.
Damon, finalmente, rompió el incómodo silencio que se había formado.
—Freya, puedes irte. —La orden fue directa, sin mirarla, como si ella no fuera más que una sombra en la habitación.
Freya asintió rápidamente, sintiendo cómo su corazón seguía acelerado por la reciente interacción con Estefan. Con pasos torpes debido a su cojera, salió del pasillo, dejando a los dos hombres a solas.
Mientras se alejaba, no pudo evitar mirar hacia atrás un instante. Estefan seguía sonriendo, mirando a Damon con una mezcla de diversión y desafío. Había algo oscuro en su presencia, algo que hacía que Freya no pudiera sacarse de la cabeza que aquel hombre no había aparecido por casualidad.
En cuanto dobló la esquina y dejó de ser visible, el tono de la conversación entre los primos cambió.
—No vuelvas a acercarte a mi personal, Estefan. —La voz de Damon era baja, pero cada palabra estaba cargada de advertencia.
Estefan sonrió aún más.
—¿Desde cuándo te importa tanto tu “personal”, primo?
Damon no respondió, pero el silencio que siguió fue suficiente para hacerle saber a Estefan que había tocado una fibra sensible.
—Esto será interesante... —murmuró Estefan para sí mismo, disfrutando de la incomodidad palpable en su primo.
Y con eso, el primer choque entre los dos Cross quedaba marcado, como la apertura de una partida peligrosa cuyo tablero comenzaba a revelarse. Freya, sin saberlo, se había convertido en una pieza clave, y el peligro que traía Estefan estaba lejos de ser el único problema que se avecinaba.
—¿Desde cuándo te volviste tan frío, eh? —dijo Estefan, con su tono desenfadado y una sonrisa ladeada. Su mirada seguía la dirección por donde Freya había desaparecido, y aunque intentaba parecer despreocupado, una ligera incomodidad lo cruzó. Había notado algo extraño en Damon cuando esa chica estaba cerca. ¿Por qué tanta tensión? ¿Por qué lo había mirado como si le hubiera invadido territorio?
Damon entornó los ojos, cansado del juego, y sin decir una palabra más, se dio media vuelta para entrar a su oficina. Estefan lo siguió con paso relajado, lanzando un chiflido sarcástico mientras observaba los detalles sobrios del espacio que ahora ocupaba su primo.
—Te has vuelto muy sombrío, eh, Damon. —Comentó con ironía, cruzando las manos tras la nuca y apoyándose despreocupadamente en la puerta. Como siempre, usaba el humor como escudo.
Damon no respondió. Estaba acostumbrado a la actitud irreverente de su primo y, como de costumbre, prefirió ignorar el comentario. Se colocó del otro lado de su escritorio y lo observó, sus ojos oscuros fríos como el mármol.
—Dejemos los rodeos, Estefan. Mejor dime qué has podido averiguar sobre los asesinos de mis padres.
En ese momento, la sonrisa permanente de Estefan se desvaneció como una máscara que cae. Sus ojos brillaron con una intensidad sombría, y su expresión se endureció por completo. Había dejado de ser el hombre sonriente de hace un momento.