—¿Estás seguro de que quieres escucharlo ahora? —preguntó, su tono ya sin rastro de burla. El peso del pasado cayó sobre ellos como una tormenta silenciosa.
Damon apoyó ambas manos sobre el escritorio, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—No he esperado todos estos años para seguir con dudas. —Su voz sonaba baja, pero cada palabra estaba cargada de determinación. —Dime lo que sabes.
Estefan suspiró, como si lo que estaba a punto de decirle fuera una carga demasiado pesada incluso para él.
—Encontré algo. —Hizo una pausa, bajando la mirada por primera vez desde que entró en la oficina. —Pero no creo que te guste.
—No vine a escucharte endulzar la verdad.
Estefan esbozó una sonrisa amarga. —Siempre tan directo, primo.
—¿Quién fue? —Damon preguntó con firmeza, su corazón golpeando contra sus costillas, aunque su rostro permanecía imperturbable.
—Tu intuición era correcta... —murmuró Estefan. —El accidente no fue un accidente.
Un silencio mortal llenó la oficina mientras las palabras colgaban en el aire, pesadas e irrefutables. Damon no apartó la mirada de Estefan, su mente funcionando a toda velocidad. Había esperado mucho tiempo para escuchar esas palabras, pero eso no hacía que dolieran menos.
—¿Quién lo hizo?
Estefan se acercó al escritorio y bajó la voz, como si hasta las paredes pudieran traicionarles.
—Hay varios involucrados, Damon, pero todos los caminos llevan a la misma persona. —Hizo una pausa antes de soltar el nombre que cambiaría todo: —Gabriel Blake.
Damon apretó los puños tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos. Un nombre que conocía bien. Gabriel Blake no era un extraño; era alguien que había estado cerca de su familia, alguien en quien habían confiado.
Estefan se acercó más, apoyando ambas manos en el escritorio.
—Hay más, Damon. No solo se trató de una traición, todo esto fue por dinero y poder. Y si no actúas rápido, podrías ser el siguiente en la lista.
Damon se quedó en silencio, su mirada fija en un punto distante. Había esperado este momento durante años, y ahora que tenía respuestas, lo único que sentía era una furia fría, intensa y controlada.
—Lo arreglaré. —murmuró finalmente, su voz tan baja como una amenaza.
Estefan lo miró con seriedad. —Espero que lo hagas, primo. Pero no cometas el error de pensar que puedes hacerlo solo.
Damon levantó la vista, sus ojos oscuros ardiendo de determinación.
—Nunca lo hago.
Y en ese momento, ambos sabían que la partida acababa de comenzar.
A la mañana siguiente, Estefan bajó al comedor con la energía despreocupada que lo caracterizaba. Silbaba una melodía alegre, como si la tensión de la conversación de la noche anterior con Damon no existiera. Al entrar al comedor, su sonrisa amplia iluminó la habitación, atrayendo las miradas de todos los presentes.
Sentada al final de la larga mesa, Isabela Cross dejó la taza de té que sostenía y, al ver a su nieto menor, su rostro, habitualmente severo, se suavizó.
—Estefan, querido. ¿Por qué no me dijiste que habías regresado? —le preguntó con una sonrisa nostálgica, abriendo los brazos hacia él.
Estefan no dudó en cruzar la habitación y darle un cálido abrazo, envolviéndola con la facilidad de quien conoce el poder del afecto. Depositó un beso en la frente de su abuela, quien suspiró con ternura.
—No quise arruinarte la sorpresa, abuela. Sabes que siempre es más divertido llegar sin avisar. —dijo con su tono encantador.
Isabela dejó escapar una ligera risa, lo que sorprendió a algunos miembros del servicio que estaban cerca. La anciana rara vez mostraba un lado tan cálido. Pero con Estefan siempre era diferente.
Todo aquel que conocía a los nietos Cross entendía que ambos primos eran como el agua y el aceite, dos fuerzas opuestas destinadas a coexistir. Mientras que Damon era oscuro, serio y reservado, Estefan irradiaba luz, encanto y desenfado. Eran el Yin y el Yang, una dualidad perfecta.
Sin embargo, no había existido rivalidad entre ellos, al menos no hasta ahora. Ninguno había sentido jamás la necesidad de competir… hasta que la presencia de Freya se convirtió en un punto de tensión latente.
Isabela los miraba a ambos con orgullo. Sabía que Damon y Estefan eran diferentes, pero siempre había confiado en que su vínculo como familia se mantendría intacto, sin importar las circunstancias.
—¿Y cuánto tiempo piensas quedarte esta vez, Estefan? —preguntó Isabela, mientras servía una segunda taza de té para su nieto.
Estefan se sentó en la silla frente a ella, cruzando las piernas con la elegancia relajada de alguien que se siente cómodo en cualquier lugar.
—El tiempo que haga falta, abuela. —respondió, lanzándole una sonrisa traviesa. —Ya sabes cómo es la familia; siempre hay asuntos que resolver.
Isabela entrecerró los ojos, percibiendo la sutil ambigüedad en sus palabras. Estaba claro que la visita de Estefan no era solo social.
Justo en ese momento, Damon apareció en la puerta del comedor. Su expresión era imperturbable, pero sus ojos fríos se posaron brevemente en Estefan, y el ambiente en la habitación cambió de inmediato.
Estefan levantó la taza de té que su abuela acababa de servirle y le dedicó una sonrisa burlona a su primo.
—Buenos días, primo. —saludó Estefan, con el tono ligero y provocador que tanto irritaba a Damon. —Espero que hayas descansado bien.
Damon no respondió al comentario. Su mandíbula se tensó ligeramente, pero controló cualquier reacción visible.
—Freya no ha traído aún mi desayuno. —dijo Damon con tono severo, como si fuera más una orden que un comentario. Isabela frunció ligeramente el ceño ante su nieto mayor.
—¿Por qué no le das un respiro, Damon? —intervino Estefan, agitando la cuchara en el aire con gracia. —Pobre chica. Ya me imagino lo mucho que debe esforzarse por ti.
Damon lo miró con una frialdad calculada.
—¿Desde cuándo te interesa tanto mi mucama?
Estefan sonrió, disfrutando cada segundo del juego.
—Solo me interesa porque parece que tú no sabes cómo tratarla.
El silencio que siguió fue tenso y cargado de una amenaza no dicha. Damon y Estefan se miraban fijamente, como si ambos esperaran que el otro rompiera el frágil equilibrio en cualquier momento.
Isabela observó el intercambio con una expresión pensativa. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que la relación entre sus nietos estaba tambaleándose sobre terreno peligroso. Y aunque aún no sabía qué había causado esa tensión, intuía que no era algo que se resolvería fácilmente.
—Estefan, querido, ¿por qué no nos acompañas a cenar esta noche? —interrumpió suavemente, buscando desviar la conversación hacia terrenos más neutrales.
Estefan sonrió como si nada hubiera pasado.
—Por supuesto, abuela. No me perdería una cena familiar por nada.
Damon estaba sentado en el comedor, golpeando ligeramente la mesa con los dedos mientras esperaba su desayuno. Su expresión era dura, llena de impaciencia. Estefan, sentado a su lado, lucía relajado, con una sonrisa perezosa en los labios, como si nada pudiera perturbar su buen humor. Ambos parecían dos fuerzas en reposo, pero listas para entrar en conflicto en cualquier momento.
El ambiente se tensó aún más cuando Freya apareció por la puerta con la bandeja de desayuno. Su paso era lento, cojeando ligeramente mientras hacía todo lo posible por mantener el equilibrio. El sonido de la porcelana tintineando en la bandeja revelaba su nerviosismo.
Tan pronto como entró, todos los ojos se posaron en ella.
Damon la miró con la intensidad de siempre, sus ojos oscuros llenos de exigencia. No había ternura en su mirada, solo una expectativa inquebrantable de que ella hiciera su trabajo a la perfección, como si la noche anterior nunca hubiera sucedido.
Estefan, en cambio, le dedicó una sonrisa amplia, casi provocadora. Sus ojos verdes brillaban con una chispa de diversión mientras la observaba, claramente disfrutando de la incomodidad de Damon. El contraste entre las miradas de los dos hombres era evidente: uno exigente y dominante, el otro despreocupado y encantador. Ambos, sin embargo, parecían competir silenciosamente por algo más que un simple desayuno.
Freya sintió cómo su garganta se apretaba. Se esforzaba por mantener la compostura, pero sabía que cada paso, cada movimiento, estaba siendo cuidadosamente observado y juzgado. La bandeja en sus manos se sentía más pesada con cada segundo que pasaba bajo la mirada de ambos primos.
Desde su lugar en la cabecera de la mesa, Isabela Cross también observaba, pero con una expresión completamente distinta. Su mirada pasó de Damon a Estefan, analizando la tensión que se había instalado entre sus nietos, una tensión que claramente giraba en torno a esa joven mucama coja.
Isabela entrecerró los ojos, y un sentimiento de desprecio comenzó a arder en su interior.