Sentía cómo el pecho se me comprimía, cada respiración se volvía un esfuerzo. Deseaba con todas mis fuerzas que Benedict se fuera, que me dejara sola.
—No puedes estar hablando en serio, tú no eres así, Elinor —sus palabras cortaron el silencio como una bofetada, llenas de incredulidad.
—¿Ah sí? ¿Entonces crees que me conoces? —respondí, con una sonrisa amarga en los labios.
—Sé perfectamente cómo eres. Tú nunca harías algo en contra de lo que es moralmente correcto.
—¿Moralmente correcto? —solté una risa seca, vacía—. Ya veo, entonces, según tu lógica, por el hecho de estar casada contigo, debo seguir viéndote como mi esposo, ¿mientras tú paseas libremente con tu amante?
—Úrsula no es mi amante. Si hubo algo entre ella y yo, ya no existe. ¡Y a ti te consta! Le prohibí la entrada a
