Las palabras de Desmo cayeron como una bomba, dejándonos en un silencio que parecía eterno. Él mismo no se creía lo que acababa de decir, hasta que Benedict lo agarró brutalmente por la camisa con sus ojos brillando de furia. —¿Quién demonios te crees para mencionar a mi hermano? —espetó, su voz cargada de enojo, sus manos temblando por la fuerza con la que lo sostenía. —Benedict... —murmuró Desmond, su voz quebrada, como si se ahogara en su propia culpa. —¡No! —Benedict apretó los dientes, su tono subiendo en un grito desesperado—. No intentes justificarte, porque no hay nada, ¡nada! que salga de tu maldita boca que borre lo que acabas de decir. Desmond bajó la cabeza, sus palabras apenas un susurro lleno de arrepentimiento. —No debí... no debí decir eso. Me dejé llevar por... —¡Te