Me remuevo en mi asiento sintiéndome increíblemente cómoda. Aún me encuentro en un sueño profundo y bastante reparador. Me siento como si hubiera dormido por días enteros. Algo que sin duda no hacía en mucho tiempo. Todo es perfecto, me siento perfectamente satisfecha en este momento, hasta que siento un empujón brusco en el hombro.
—Oye, despierta —espeta en tono molesto—. Ya aterrizamos —me dice una voz áspera que no soporto.
Abro los ojos lentamente, aún medio dormida, y me encuentro con la cara severa del insoportable de Dominic, el hombre que había estado sentado a mi lado e ignoré por el resto del vuelo desde que evité verlo otra vez.
«Gracias al cielo, me dormí rápido después de haberme refrescado y no tuve que lidiar con su presencia cargada de energías negativas».
La luz brillante de la cabina me hace parpadear repetidamente mientras intento orientarme.
—Vamos, debemos bajarnos —insiste, su impaciencia evidente.
«¿Por qué me insiste si yo no vine con él?».
Me froto los ojos y asiento, todavía medio dormida. Siento que mis movimientos son torpes y lentos. Es como si los efectos de dormir en este asiento estén pasándome factura en el cuerpo y, por alguna razón, en mi sistema.
—Está bien, está bien —murmuro, tratando de levantarme del asiento. Siento cómo Dominic sigue empujándome ligeramente, apresurándome. Todo parece moverse en cámara lenta para mí, pero su impaciencia no me deja más opción que acelerar mis movimientos—. ¡Ya deja de empujarme!
—Te apresuro.
—¡¿Y por qué?! —Lo miro mal—. Yo no vine contigo, imbécil.
—Pero para mí desgracia, debo llevarte conmigo, Ramona.
Ruedo mis ojos lo mejor que puedo.
—¿Por qué? —Arrugo la frente sin entender—. Ni que fuéramos al mismo lugar.
Dominic se rasca el puente de la nariz, como si, con ese gesto, estuviera controlándose para no mandarme al carajo. Yo sigo dormida, no comprendo su insistencia si al final no andamos juntos.
Al menos que…
—Ay, no... no me digas que también pasarás la Navidad con nosotros…
—¡Bravo! —exclama con bastante sarcasmo—. ¡Elvira, al fin usó las neuronas!
—Jódete.
—Creo que la que se va a joder es otra —Por primera vez, me sonríe. Pero su sonrisa es demoniaca—. Recuerda, que eres tú la que va a pasar la Navidad con nosotros. No te confundas.
—¿Sabes qué? Puedes irte. Yo llegaré por mi cuenta a la mansión de tu familia.
Finalmente, logro ponerme de pie y agarrar mis pertenencias. Camino tambaleante, aun bajo la influencia del sueño sabroso que tuve en es asiento. Dominic sigue mirándome, su presencia constante y su actitud tosca me hacen sentir apurada.
—¿Segura?
—Segurísima.
—Eso quiero verlo.
Y sin más, se da la vuelta y avanza dispuesto a salir del avión. Algo llama mi atención, el recuerdo me golpea la mente tan rápido como un rayo y abro la boca al reconocer esa espalda.
—¡Tú fuiste quien me llevó por el medio en el aeropuerto! —le grito y se detiene en medio del pasillo—. ¡Fuiste tú!
Dominic se voltea, lo hace con una sonrisa que está fuera de ser real.
—Creo haber chocado con un hobbit de abrigo espantoso, ¿eras tú?
No respondo, lo miro con ganas de matarlo y, aprovechando de que todo en esta área está solo, le grito obstinada y me quito la bota de mi pie derecho para lanzársela, pero en cuanto lo hago, ya no está. Ya no hay nadie a quien matar y juro que ya me estoy arrepintiendo de venir aquí sin haberme bajado del avión siquiera.
Definitivamente, no soporto a Dominic Holt.
Me bajo del avión, aún algo aturdida por la somnolencia y el brusco despertar de la bestia que estuvo sentado a mi lado por seis horas. Miro mi maleta y me preparo mentalmente para la odisea que me espera con ella. Maldigo por lo bajo, culpando a Dominic por su rudeza, y me esfuerzo por levantar la maleta y avanzar.
«Nota mental: no sobrecargarla la próxima vez».
El aeropuerto está atestado de gente, todos apresurados y ansiosos por llegar a sus destinos para las fiestas de diciembre. Suspiro, sintiendo una ola de estrés que amenaza con abrumarme. Levanto mi maleta, intentando maniobrar entre la multitud sin golpear a nadie.
La cargo como si fuese un costal de papas y hasta aprieto mi trasero cuando la pego contra mi pecho.
—Vamos, tú puedes, Roberta… —Me insto y asiento—. Tú puedes sola.
Cada paso es una lucha, el peso de la maleta agrava mi frustración. La gente pasa a mi lado sin detenerse, cada uno en su propio mundo, ajeno a mi pequeño desastre. Me esfuerzo por mantener la calma, respirando profundamente mientras busco la salida. Los altavoces anuncian la llegada y salida de vuelos, añadiendo al caos general.
La maleta se me resbala, pero hago uso de toda mi fuerza y vuelvo a subirla
—Podría ser peor —me digo a mí misma, intentando encontrar consuelo en mi propio pensamiento—. Podría estar con el insoportable de Dominic, respirando el mismo aire dentro de su auto de haberme ido con él.
Agradezco no haberme ido y no sé qué estaba pensando Rachel al planear todo esto, si ella más que nadie sabe lo mucho que odio al insoportable de su cuñado.
Durante todo el tiempo que estuvo siendo cortejada por Jack, le dejé demostrado que su cuñado me cayó de las patadas desde el primer momento. Pocas veces hemos compartido, no lo conozco y no sé nada de él lo absoluto, pero con lo poco que hemos interactuado, me resulta suficiente para no querer conocerlo como lo he hecho con Jack y el resto de los Holt.
Sé que soy la hermana rara, pero todos ellos, a pesar de su estirada actitud y personalidad, hasta ahora, me han hecho sentir cómoda en las reuniones a las que he asistido. Pero él, ese amargado con cara de constipado, no lo soporto ni un poquito.
Con cada paso, la irritación y el estrés parecen ganar terreno. Finalmente, logro llegar a la zona de recogida de equipajes y busco desesperadamente un carrito para aliviar mi carga, pero todos están ocupados. Frustrada, continúo cargando la maleta.
El bullicio y el constante ir y venir de personas me ponen nerviosa. Una familia pasa apresuradamente, casi chocando conmigo, y apenas puedo evitarlo mientras mantengo mi maleta en equilibrio. La falta de espacio y el tumulto de gente solo aumentan mi estrés.
Decido detenerme un momento para reordenar mis pensamientos y tomar un respiro. Miro alrededor, tratando de encontrar una salida a esta marea humana. Finalmente, veo un camino más despejado y me dirijo hacia allí, agradecida por un poco de espacio para moverme con más facilidad.
A medida que avanzo hacia la salida, la multitud no disminuye y el bullicio es constante. Todo me parece un caos, y solo quiero llegar a mi destino final y dejar este desastre atrás. Miro a mi alrededor en busca de Dominic, pero no lo veo por ninguna parte, lo que me deja con un sentimiento amargo, porque seguramente de haber aceptado irme con él, no estaría en este caótico intento de salir de este abarrotado aeropuerto.
Frente a mí, pasa la madre con el niño que me golpeó la cabeza con el asiento gracias a su inquieta actitud. Va sosteniendo la mano de su madre, ella no se ha dado cuenta de mí, pero el niño sí, así que le sonrío bastante animada, pero mi sonrisa se esfuma.
Abro la boca, jadeo y me quedo pendeja viendo cómo el mocoso me sigue sacando el dedo del medio, tal cual como yo se lo hice a Dominic en el avión.
—¡Hey! —le grito y me sonríe el muy diablillo. Así que no me quedo con la mía, yo dejo caer la maleta al suelo y no le saco uno, le saco mis dos dedos al mismo tiempo para que vea que yo también soy tan brava como él. Sin pensarlo dos veces, le hago una mueca, tratando de liberar algo de la tensión acumulada.—. ¡Toma, cara de mono!
El niño deja de sonreír, y de la nada, comienza a llorar llamando la atención de la mamá y esta voltea viéndome hacer algo que no se supone que debo hacer.
«Carajo».
Bajo las manos, cuando el niño comienza a decirle algo y me señala, miro a todos lados buscando para dónde irme, pero es imposible. Ella me vio, ella viene hacia mí como mamá gallina dispuesta a defender a su pollito y para colmo con un policía.
«¡Mierda!»
El oficial junto a mamá gallina y el niño llorón se acercan a mí con rapidez. El bendito diablo sigue señalándome con el dedo, con su vocecita acusadora subiendo de tono.
—¡Es la misma loca del avión, oficial! —exclama—. La que quería golpear a mi bebé por el accidente.
«¡¿Loca?! ¡¿Golpearlo?!».
El policía me mira con seriedad, tratando de evaluar la situación. Siento cómo mi corazón empieza a latir más rápido, y la escena me parece surrealista.
—¿Es cierto, señorita? —pregunta el oficial, con un tono firme.
Intento no reírme de lo absurdo del momento. Intento no gritar por el estrés que tengo. Intento no arremeter contra la mujer que sigue acusándome de algo que no es verdad.
—Lo siento, oficial —me apresuro a decir con toda la calma que puedo mostrar—. Si, le saqué el dedo, pero no quise ofender a nadie. Además, no quise hacer eso que dice, señora. Usted se disculpó y yo me fui a otro lugar —El oficial me mira, se nota cansado así que hago uso de la empatía que heredé de mi padre—. Solo estaba estresada por mi maleta rota — digo, levantando la maleta para mostrarle, tragándome el jadeo que esta me saca—. Ha sido un día muy cargado para mí, y usted parece que ha tenido un día muy largo también. Todo esto es… no lo sé. Es demasiado para todo lo que cargamos, ¿no lo cree? —No lo dejo responder aún—. De dónde vengo, lo que el niño hizo es correspondido con una sonrisa y con el mismo gesto. No creí que aquí sería ofensivo, así que me disculpo por eso —Llevo mi mano a mi pecho y miro a la madre del diablo frente a mí, como si entendiera su malestar—. En Donegal somos muy bromistas, discúlpeme por confundir lo que su hijo me hizo.
—¿Y qué le hizo el niño?
La madre tartamudea, pero yo no la dejo.
—Me ha sacado el dedo del medio también, señor oficial. ¿Ahora comprende mi reacción? —Me relajo y hasta le peino el cabello a la reencarnación del diablo—. Él solo estaba bromeando, ¿verdad? Él no quería ser un niño travieso y grosero —Le muestro un puchero.
—Usted sabe cómo son los niños, señor oficial… —habla al fin la madre totalmente nerviosa—. Además, han sido seis horas ahí dentro, los niños tienden a ponerse un poco inquietos y estresados también. Pero mi Nicolás es un angelito.
«Aja, pero del infierno, querida».
El oficial observa al niño, luego a la madre, a la maleta y por último me mira, suavizando un poco su expresión.
—Entiendo que los aeropuertos pueden ser estresantes, pero es importante mantener la compostura—dice con una leve sonrisa.
—Usted tiene toda la razón, ¿podemos irnos entonces?
Finalmente, el oficial asiente y nos deja continuar nuestro camino. Aunque mi maleta sigue rota y el aeropuerto sigue atestado de gente, no puedo evitar soltar una risa nerviosa al pensar en lo surrealista y ridícula que fue la situación.
El niño con su madre, toman una dirección diferente y yo para evitar no cometer otra locura, me voy por la más atestada, pero que igualmente me llevará a la salida de este inmenso aeropuerto.
Sigo avanzando, mis brazos empezando a doler por el peso de la maleta. Afortunadamente, veo la salida del aeropuerto, y un rayo de esperanza me anima a seguir. Me abro paso entre las últimas personas, deseando fervientemente llegar a un lugar tranquilo donde pueda descansar y dejar de preocuparme por la maleta rota, el bullicio y el estrés del viaje.
La realidad del frío invernal me golpea de inmediato. Me envuelvo en mi abrigo, pero el viento helado parece atravesarlo sin piedad. Espero un taxi, balanceándome sobre mis pies para mantener el calor. Mi maleta rota no hace más que agravar mi mal humor.
Miro a mi alrededor, observando cómo la gente se apresura para llegar a sus destinos. Me froto las manos, tratando de mantenerlas calientes mientras cuento los minutos que parecen estirarse eternamente.
De repente, un rugido de motor interrumpe mis pensamientos. Un auto deportivo aparece de la nada, avanzando a toda velocidad por la calle mojada. Antes de que pueda reaccionar, el auto pisa un charco gigantesco, enviando una ola de agua helada directamente hacia mí.
Me quedo paralizada, el impacto del agua fría me deja sin aliento. Miro mi abrigo, ahora empapado, y siento la irritación subir como una marea.
—¡Maldita sea! —exclamo, sacudiendo el agua de mis brazos—. ¡Hijo de puta!
«¡¿Es que acaso mi día no puede ser peor?!».
Grito, pataleo, le doy una patada a mi maleta y maldigo otra vez al lastimarme la punta del pie. La gente a mi alrededor me observa con curiosidad, pero estoy demasiado enojada para preocuparme por eso. Toda digna, cierro mis ojos, dejo salir el aire y peino mi cabello mojado como si nada hubiera pasado.
El auto deportivo desaparece en la distancia, sin que el conductor se dé cuenta —o le importe— la estela de caos que ha dejado atrás. Respiro profundamente, tratando de calmarme, pero no puedo evitar sentirme completamente frustrada y molesta.
Miro nuevamente la fila de taxis, deseando que uno llegue pronto para poder salir de este frío infernal y, con suerte, encontrar algo de paz y calor en esa inmensa mansión. Mientras tanto, sigo temblando, esperando que este día termine lo antes posible.
Después de lo que pareció una eternidad, finalmente llego a la mansión de la familia Holt. Estoy empapada, cansada y aún estresada por el caos del aeropuerto. Miro hacia adelante y veo la inmensa mansión, situada en lo alto de una pequeña colina.
Suspiro al ver las grandes rejas cerradas. Por ser una propiedad privada, no pueden ser abiertas a taxistas, y me rehúso a llamar a Rachel para que venga a ayudarme. Hacerlo, es demostrarle al idiota de Dominic que no pude hacerlo sola. Porque ahora comprendo cuando me retó al decirme que quería verlo.
Miro mi maleta rota, sintiendo una mezcla de frustración y resignación.
—Perfecto —murmuro sarcásticamente, ajustando mi agarre en la maleta y comenzando el arduo ascenso.
Cada paso es una lucha, y el peso de la maleta rota no hace más que intensificar mi cansancio. Las ruedas inutilizables hacen que tenga que arrastrarla sobre el suelo, lo que añade aún más dificultad a la tarea.
El viento frío sigue azotándome, y cada ráfaga parece recordarme lo lejos que estoy de un merecido descanso. Mientras avanzo lentamente, mi mente divaga, pensando en lo ridícula que debe parecer esta situación o en la maldición que me ha caído a causa de algo que hice y aún no lo sé.
Finalmente, llego a la cima de la colina, jadeando y con los brazos temblando por el esfuerzo.
Miro la majestuosa mansión delante de mí, iluminada cálidamente contra el cielo oscuro. A pesar de mi mal humor, no puedo evitar sentir una pequeña chispa de admiración por el lugar. Con un último esfuerzo, avanzo hacia la entrada, esperando que al menos el interior de la mansión me ofrezca algo de consuelo tras este día de desafortunados sucesos.
Respiro hondo y toco la puerta, esperando a que alguien responda. A los pocos segundos, la puerta se abre y me recibe una señora, aparentemente m*****o del personal de servicio, con una expresión educada pero cargada de sorpresa al detallarme con sus ojos marrones.
—Pues, ¡¿y a usted qué le pasó, señorita?! —inquiere con acento mexicano, abriéndome la puerta para que entre—. ¡Hágale! Éntrele rápido o si no, se me va a c******r.
Agradecida por el calor inmediato que me envuelve al cruzar el umbral, entro cargando mi maleta rota.
—Gracias —murmuro, mis palabras casi ahogadas por el alivio de estar finalmente a resguardo del frío—. Estoy bien, pero creo que el fantasma del hombre que choqué el otro día se empecinó hoy en cobrárselas bien caro —Me burlo y ella se persigna. No sé por qué lo hace, pero no le pregunto—. ¿Me lleva con mi hermana Rachel?
La mujer no lo duda dos veces y mientras me muestra hacia dónde ir, la oigo murmurar cosas de una tal María Purísima y luego a una Santa Guadalupe con mucha intensidad. Y tampoco voy a preguntar.
A medida que avanzamos, no puedo evitar admirar la lujosa decoración y la atmósfera acogedora del lugar. Finalmente, llegamos a una puerta doble que el personal abre con una suave reverencia.
«Oh, por Dios. ¿así se siente tener dinero?».
Cuando las puertas se abren, veo el elegante e inmenso comedor y dentro, está mi hermana Rachel, sentada en la mesa elegantemente puesta y decorada, esperándome. Al verme, su rostro se ilumina con una sonrisa cálida. Una que se esfuma al detallarme también, pero que recupera pocos segundos después.
Me doy cuenta de que no solo está Rachel esperándome, sino toda la familia de Jack. Todos se giran para mirarme, y puedo sentir las miradas de sorpresa y curiosidad clavadas en mí. Mi ropa aún está mojada por el incidente del charco, y estoy segura de que no tengo el mejor aspecto después de todo el viaje.
—¡Roberta! Finalmente, llegaste —exclama, levantándose para recibirme.
—Sí, lo logré —respondo con una sonrisa cansada, pero no suelto mi maleta. Me niego—. Ha sido un viaje largo y complicado, pero pude llegar sola.
Rachel sonríe comprensivamente.
—Lo sé, pero ahora estás aquí, y eso es lo que importa. Ven, siéntate y relájate. Tenemos mucho de qué ponernos al día.
«¿Cómo me voy a sentar ahí?, ¡parezco perro remojado! Y al parecer, todos están vestidos de gala esta noche».
Miro alrededor, intentando mantener la compostura, cuando de repente mis ojos se encuentran con dos perlas azules cargadas de placer, pero no del s****l. Al contrario, es un placer totalmente diferente. Él está sentado en la mesa, mirándome con una sonrisa burlona que me hace hervir la sangre.
Sé exactamente lo que está pensando, y su expresión solo aumenta mi irritación.
—Déjame presentarte a todos —continúa mi hermana rompiendo el incómodo silencio que ha notado en mí, pero no le presto atención—. Puedes dejar la maleta ahí.
Se acerca tomándome del brazo, pero no me muevo. Yo sigo viendo su sonrisa burlona que me provoca más ganas de lanzarle esta misma maleta que sostengo con todas mis fuerzas, pero me esfuerzo por mantener la calma. No sé qué me ha dicho Rachel tampoco.
—Por favor, Roberta, deja esa maleta espantosa a un lado —sisea y yo volteo a verla.
—No, prefiero tenerla conmigo —le respondo, aferrándome a la maleta rota.
—Vamos, Roberta, es solo por un momento —insiste ella, todavía en un tono bajo pero claramente frustrada.
—No, está bien —replico, sintiendo que la tensión aumenta.
—Roberta, por favor. No seas terca —Me sonríe, pero en sus ojos verdes puedo ver la obstinación hacerse presente—. Está sucia, mojada y rota.
—Te dije que no —Se la quito de un tirón.
Y de repente, en medio del forcejeo, siento un tirón más fuerte y la maleta se abre de golpe, esparciendo mi ropa por todo el suelo del comedor. Y no anda más mi ropa, sino cada cosa que ordené meticulosamente para no pagar equipaje extra, ha caído al suelo haciendo un desastre. Y para colmo, mi consolador es lo último que cae activado de la nada, vibrando en sobre la madera pulida, llamando la atención de toda la familia.
Un silencio sepulcral invade la habitación mientras todos los presentes miran atónitos la escena. Dominic, con su sonrisa burlona, sigue mirándome y es Jack, quien no puede evitar soltar una carcajada. Noto una pequeña pero significativa interacción entre ellos dos. Jack, se inclina hacia Dominic sin dejar de reírse y le entrega lo que, desde aquí, me parece billete.
Me doy cuenta de lo que está ocurriendo y siento como mi cara se pone caliente de la indignación.
«¿En serio apostaron sobre mi llegada, y ganó él? ¡precisamente él!»
La mirada de satisfacción en la cara de Dominic no pasa desapercibida para mí y la burla de Dominic aún puedo ver desde aquí y eso es algo que no voy a dejar pasar tan fácilmente. Me prometo a mí misma que encontraré una manera de cobrarme esto.
Todavía tiene esa sonrisa burlona en sus labios, y le devuelvo una igual de burlesca que causa que la suya desaparezca. Rachel murmura algo y volteo a verla. Su cara está roja del estrés y frustración, así que rápidamente me agacho para recoger mi ropa esparcida por el suelo. Y sí, también mi vibrador.
«Rayos, que desastrosa llegada».