La habitación perfecta

3831 Words
Estoy terminando de guardar todo lo que salió de mi maleta durante el forcejeo con Rachel. Nos hablamos bajito, molestas, pero con una sonrisa para disimular las ganas que las dos tenemos de discutir bastante fervientes este tema. No quiero sentarme en la misma mesa que Dominic Holt, y Rachel está terca a que lo haga. Suficiente con todo lo que me ha pasado desde que llegué al aeropuerto, como para tener que lidiar con él en la cena también. Además, estoy cansada, estoy horrorosa, estoy sumamente obstinada y avergonzada porque todos vieron lo único que me brinda consuelo desde hace bastante tiempo ya. «Carajo». —Roberta, siempre tan peculiar —susurra Rachel en ese tonito que usa cuando está estresada, mientras me pasa una de mis camisetas arrugada—. ¿Es que acaso no puedes hacer entradas normales, hermanita? Ruedo mis ojos, pero dentro de mi aguanto las ganas de reírme por lo sucedido la última vez. Me invitó a un restaurante elegante de la ciudad por el cumpleaños de su suegra. Estaban en un apartado, uno que tenía hasta puertas para poder ingresar. Yo abrí ambas justamente cuando estaba el mesero detrás de estas con una enorme bandeja llena de copas con champán hasta rebosar. Y sí, todas las copas cayeron al suelo, el desastre no tardó en llegar y yo terminé quedándome en mi lugar con una sonrisa bastante terrorífica porque no sabía cómo actuar luego. —Rachel, no entiendes —le respondo, tratando de mantener mi voz baja pero firme—. Mira cómo estoy, ¡¿acaso estás loca?! Ella suspira, rodando los ojos. —Mira, sé que no estás en condiciones, pero quédate. Por favor, necesito que estés en la mesa, Ro… —Me hace un puchero que no puedo ignorar. Siento la frustración burbujeando dentro de mí, pero es mi hermana la que está mirándome como corderito. —Luego de esta cena, me encerraré en mi habitación hasta mañana. Y pienso despertarme muy tarde, ¿ok? Sonríe satisfecha con mi respuesta. —Me parece bien —En sus ojos noto un atisbo de brillo—. Ahora, vamos a terminar de guardar esto. Ya no quiero seguir viendo ese consolador, Roberta. Trato de no reírme con ganas. Asiento y finalmente, logramos meter todo de nuevo y cerrar la maleta, aunque de manera bastante desordenada, manteniendo nuestras voces bajas y nuestras sonrisas en su lugar. La mayor parte del tiempo me la paso discutiendo con mi hermana porque somos totalmente diferentes, hay momentos como estos, donde la complicidad en las dos sale a relucir, aunque pareciera que no la tenemos. Me levanto ajustando mi ropa y tratando de recomponerme. La mirada de algunos sigue en nosotras, otros, simplemente, están conversando entre ellos. Quizás para no hacerme sentir más vergüenza de la que ya siento o porque están acostumbrados y realmente les importa un carajo el desastre que hice por andar de terca. —De verdad, lo siento —repito, mirando a la familia con una sonrisa forzada. Rachel suspira, mirando a todos con una mezcla de disculpa y exasperación. Pobre Rach, no sé qué mal está pagando conmigo. Eso le pasa por comerse mis papas cuando éramos unas niñas. «No te rías, Roberta. No lo hagas». —Bueno, supongo que ahora que todos estamos aquí, ¿por qué no nos sentamos y disfrutamos de la cena? —Inquiere con una enorme sonrisa—. No ha pasado nada, es solo Roberta, siendo tan ella. —Todos amamos a Roberta, ¿verdad? En la mesa se oyen las risas por la pregunta de Jack. Hasta yo lo hago mientras busco tomo asiento. Pero en cuanto Rachel me señala con los ojos el lugar que me corresponde, la miro con los míos bien grandes sin saber qué carajos decirle. Mi madre me ve igual que Rachel, mi padre solo nos observa a las tres en este duelo de miradas como el hombre paciente que es. Me niego a sentarme frente a él. Ella lo nota, me sonríe, pero también abre sus ojos más de lo normal. Yo ruedo los míos y termino sentándome solo porque ya le di mi palabra. Trato de evitar la mirada de Dominic, pero no puedo ignorar su expresión. Me prometo a mí misma que, pase lo que pase, voy a encontrar una manera de hacer que este viaje valga la pena, sin importar cuán insoportable me resulte su presencia. Sabiendo que me está mirando, me rasco la mejilla con el dedo del medio arriba, lo que hace que a Dominic se le esfume la sonrisita de los labios. Ahora soy yo la que sonríe un poco más y decido comer para poder largarme de aquí. A pesar de mi fantástica entrada al inicio, la comida y la conversación han fluido con sorprendente facilidad. Miro alrededor, notando las caras familiares y sintiendo una mezcla de timidez y confort. Dominic, aunque serio, parece estar disfrutando la cena también, lo que ayuda a aliviar un poco la tensión extraña que hay en medio de los dos. De repente, Rachel llama la atención de todos. Lo hace dándole unos toques a la copa con el cubierto. —Disculpen, ¿puedo tener un momento? —Su voz suena clara y un poco emocionada. Rápidamente, todos dirigimos nuestras miradas hacia ella—. Tengo una noticia importante que compartir —dice, y veo cómo sus ojos brillan con una emoción contenida—. ¡Estoy embarazada! —¡Oh, por Dios! —grito, me levanto eufórica. La mesa estalla en un mar de alegría y felicitaciones. Mamá y papá se levantan para abrazarla y el ambiente se llena de risas y lágrimas de felicidad. No puedo contenerme y prácticamente salto de mi asiento para abrazarla también—. ¡Rachel, no puedo creerlo! ¡Vas a ser mamá! ¡Voy a ser tía! —exclamo. La tomo de las manos y la miro, sintiendo una oleada de felicidad que borra cualquier rastro de estrés que hubiera tenido antes. Rachel sonríe y asiente, sus ojos llenos de lágrimas de alegría. —¡Sí, Roberta, vas a ser tía! —¡Dios! —Vuelvo a abrazarla. Mientras la emoción de la noticia sigue resonando en el comedor, me doy cuenta de que este momento de felicidad compartida es exactamente lo que necesitaba para volver a sentirme como esa Roberta alegre y despreocupada que soy. No la estresada, cabreada y obstinada que llegó aquí, gracias al desastroso viaje que comenzó al salir de Nueva York. —Por eso querías que me quedara en la cena, ¿verdad? —Ella asiente entre risas y algo de pena. Rompe el abrazo entre las dos y me sostiene el rostro en sus manos. —Estás horrible, es la verdad. Necesitas un baño, no lo negaré, pero no quería tener que decir esto sin que estuvieras presente, mi Ro… Siento el escozor en los ojos, las ganas de llorar, aunque me siento feliz. Mi trato con Rachel siempre ha sido asi. Somos tan diferentes, pero tan iguales a la vez. Ninguna de las dos atraviesa un momento importante en la vida sin que la otra esté presente. —Hoy te amo, Rachel… —Le muestro un puchero y vuelvo a abrazarla—. ¡Muchísimo! Se ríe con ganas, me abraza. —¿Y los otros días? —Te soporto —Admito y más se ríe—. Y ahora te soportaré más, porque dentro de ti, está mi sobrina. —Quizá sea sobrino. —Quizás no y Dios te mande una niña igualita a mí, para que me tengas siempre presente. Rachel vuelve a romper el abrazo entre las dos, pero esta vez, me sostiene de los hombros, mirándome con mucha diversión. —Tienes las entradas más épicas de la familia. Todo te pasa por terca. Nunca tienes un día normal. Créeme que te tengo siempre presente, Roberta —Alza ambas cejas y asiente—. Siempre… —¡Es que me caigo de culo si tengo una hija y le pasa todo lo que a ti te pasa! —exclama Jack, sacudiéndome por detrás. Me quejo, me rio, me volteo para felicitarlo—. Te juro que me caigo de culo, Ro… —¡Felicidades a ti también, futuro papá! El abrazo es como el de dos hermanos. Mis padres se unen, los padres de Jack también. Por un momento, todos parecen olvidar mi desastrosa llegada y hasta me miran como si no estuviera mojada, desaliñada y espantosa. Excepto mi madre, ella sí me lanza miraditas por cómo estoy, pero también se goza por su hija mayor. Ya sé que mañana o quizá esta misma noche antes de dormir, me toca la charla de “eso te pasa por terca y necia”. Cuando estoy por volver a mi asiento, choco con el ser más despreciable de todos. Con el chacal. Lo miro mal, él me mira peor. —Entonces, Roberta —dice Dominic, rompiendo el silencio en medio de los dos—. ¿Cómo te ha tratado la vida últimamente? Enarco la ceja tratando de pensar en una respuesta que no suene demasiado grosera. —Oh, ya sabes… la vida es como una montaña rusa, llena de altos y bajos —Hasta le sonrío, cuando lo único que quiero es mandarlo al carajo. Para mi sorpresa, Dominic me aparta la silla como todo un caballero para que yo tome asiento. Lo miro recelosa, confundida, pero me siento. Nadie se está dando cuenta del duelo de miradas porque todos están concentrados en Rachel aún, lo que sin duda me ayuda a dejar a un lado la compostura y poder mirar a este idiota con ganas de matarlo con mis propias manos. Dominic se inclina, sus ojos azules me miran fijamente, haciéndome sentir un poco nerviosa. —Como una montaña rusa, dices… —Asiento porque eso fue exactamente lo que dije—. Comprendo la comparación, Roberta. Aunque la tuya últimamente parece más una de esas montañas rusas antiguas y abandonadas, que te sacuden y te hacen gritar porque sabes que morirás —Sonríe. —¿Acaso quieres que vuelva a meter mi cara contra tu v***a como en el vuelo, Dominic? —Suelto la pregunta y de inmediato me arrepiento al verlo enarcar la cena. Tartamudeo, me siento caliente—. Yo no me refiero a eso. Yo… —Está tentativa la oferta, zanahoria, pero no creo que puedas con tanto —Me guiña el ojo. Me atraganto con mi propia saliva, miro a todos lados, rogando que nadie se haya dado cuenta de este momento. Rachel se ha sentado, tiene sus ojos en mí y me sonríe. No me queda más que sonreírle de vuelta, intentando fingir que no estoy en un momento tan extraño como caliente. —Roberta, ¿por qué no les cuentas a todos, esa historia divertida de cuándo intentaste cocinar? —sugiere con una sonrisa traviesa. La fulmino con la mirada, pero me doy cuenta de que no tengo escapatoria. Ella hará lo que sea con tal de tenerme aquí sentada por más tiempo por mucho que me haya dado su palabra. —Oh, claro —digo, sacudiendo la cabeza e ignorando que tengo la atención de todos. Incluso la de Voldemort—. Bueno, digamos que hubo más humo que cena y aprendí que no todos los aceites son iguales… La risa estalla alrededor de la mesa y siento que la tensión se disuelve completamente. Incluso Dominic parece disfrutar la historia, lo que me hace sentir un poco más cómoda y ¿extraña? «¿O solo se ríe para aprovechar burlarse de mí?». La cena está llegando a su fin y puedo sentir cómo la vergüenza que sentía al principio comienza a desvanecerse. Sin embargo, estoy esperando el momento perfecto para escabullirme. Quiero irme a la habitación, quiero darme una ducha, quiero dormir, carajo. Finalmente, noto que unos primos de Jack se levantan de la mesa y que mis padres, junto con los suegros de Rachel, están profundamente inmersos en una conversación. «Es ahora o nunca». Me levanto lentamente de mi asiento, tratando de parecer casual. Los primos se están moviendo hacia la sala y las voces alrededor de la mesa, están lo suficientemente altas como para cubrir mis movimientos. Intento no hacer ruido, caminando con cautela, como si estuviera en una misión secreta. Veo mi preciosa maleta a un lado de las puertas y no dudo en ir hasta ella. La cargo tragándome el jadeo y salgo del comedor como alma que lleva el diablo. Mis pasos me llevan al pasillo y comienzo a sentir una mezcla de adrenalina y alivio. «¡Vamos, Roberta, tú puedes subir esas escaleras con esta maleta!» Asiento y empiezo a subir cada escalón, decidida, empecinada. De repente, una voz familiar me detiene en seco. —¿A dónde crees que vas tan sigilosamente? —pregunta Dominic. Me giro lentamente, tratando de disimular mi sorpresa. —Oh, solo iba a... bueno, ya sabes —digo, buscando una excusa rápida—. Necesitaba un pequeño descanso. La cena fue genial, pero... mucha gente. Y, como verás, estoy… —¿Ya sabes cuál es tu habitación? —¡Claro! —Miento—. ¡Eso todo el mundo lo sabe! —Ruedo mis ojos, bufo—. ¿Por qué la pregunta? —Enarco la ceja—. ¿Acaso me quieres llevar tú mismo hasta allá? —Por supuesto que no. No deseo estar a solas contigo dentro de una habitación, Robelis —suelta con desdén—. Procura no hacer de las tuyas, más bien. Frunzo el ceño y cuando estoy por refutar, Voldemort se da la vuelta y se va. «Imbécil». Continúo subiendo las escaleras, maldiciendo a Dominic Holt en todos los idiomas que conozco. Dos. Por ser poco caballero, por ser insoportable, por ser un amargado y por básicamente existir. Arrastro mi pesada y rota maleta por el pasillo, intentando no hacer demasiado ruido. Ahora estoy en una misión improvisada para encontrar una habitación que pueda usar sin levantar sospechas. Cada puerta que paso parece una opción, pero no sé a cuál entrar porque su pregunta me ha puesto a dudar. —Vamos, Roberta, piensa —me digo a mí misma mientras sigo avanzando. La casa es grande, se siente como un laberinto. Finalmente, decido probar con la primera puerta a mi derecha. Empujo lentamente, esperando que no esté ocupada. Al abrirla por completo, descubro que es una habitación perfectamente ordenada. Siento una ola de alivio al ver que está vacía, pero no me convence porque hay unas maletas que reconozco muy bien. Las maletas de mis padres están ahí. Desconozco cómo Rachel organizó a cada uno en esta inmensa cabaña estilo mansión, pero ni de broma me quedo a dormir en el mismo corredor que mis papás. Carajo, no. Me estaría condenando a una tortura yo misma, porque mi madre no me dejaría en paz. Ella me estaría tocando la puerta a las seis de la mañana para que me aliste. Ella se pondría intensa y me ordenaría qué usar, cómo peinarme, cómo vestirme. Ella sin duda me obligaría a desayunar con todos los Holt. «Y mierda, los aprecio, pero me resultan demasiado respingados. Puedo soportar un desayuno elegante y de alta clase, ¿pero durante un mes? ¡Me muero!». Ellos desayunan cosas tan raras y yo soy tan feliz con mi pan tostado con mermelada. Prefiero estar lejos de la señora Quinn y sus insistencias. Llego al otro lado de la casa, al otro corredor y emprendo la misma misión. Finalmente, una habitación me convence. Se ve bastante impersonal, no hay maletas, no hay vida, no hay alma en ella. Hasta el color gris de las paredes la hace sentir tétrica y abandonada. —Perfecta para mi —susurro con una sonrisa. Entro en la habitación y cierro la puerta detrás de mí. La primera impresión que me da es de seriedad y abrumadora austeridad. Las paredes están pintadas de un gris apagado y decoradas con cuadros que parecen haber sido elegidos por su capacidad de inducir el sueño. Todos aburridos. La iluminación es tenue, casi sombría, como si la habitación tratara activamente de evitar cualquier atisbo de emoción. El mobiliario es simple y funcional, pero sin ningún toque personal. Una mesa de noche con una lámpara de aspecto anticuado, un armario que parece haber sido construido más por su durabilidad que por su estética y una silla que es todo menos invitadora. Incluso el suelo, cubierto por una alfombra beige, lisa y sin vida, parece conspirar para mantener la monotonía. Sin embargo, en medio de toda esta seriedad aburrida, hay una joya inesperada: una enorme cama que parece sacada de un sueño. El colchón es tan mullido que parece prometedor, como si quisiera envolverte en un abrazo cálido y reconfortante. Las sábanas de algodón blanco puro y las almohadas esponjosas invitan a sumergirse en ellas y olvidar el resto del mundo. Coloco mi maleta en un rincón y me lanzo sobre la cama, sintiendo cómo la tensión comienza a abandonar mi cuerpo —Justo lo que necesito para olvidarme de todos hasta mañana… A pesar de la seriedad y la falta de encanto de la habitación, la cama lo compensa con creces. Por un momento, cierro los ojos y respiro profundamente, disfrutando del pequeño refugio que he encontrado. Me dejo llevar, me dejo abrazar por esta preciosidad de cama unos minutos. Solo unos pocos antes de levantarme para darme una ducha. —Suficiente, Roberta… —murmuro con flojera—. Una ducha y vuelves aquí… —gruño, me levanto al fin. Veo mi maleta, pienso en mi compañero fiel y sonrío—. Vamos a relajarnos como es. Voy directo a mi maleta y saco todo dejándolo caer el suelo hasta que canto bingo al dar con mi consolador. Vuelvo a guardar todo rápidamente y arrastro la maleta hasta la puerta que parece el vestidor. No me tomo el tiempo de detallarlo porque las luces están apagadas y no tengo tiempo para mirar más cosas aburridas. «Toda la casa goza de una decoración exquisita, ¿por qué esta habitación parece sacada de un capítulo de Los Padrinos Mágicos, donde salen los Pixies?». Me dirijo al baño y al abrir la puerta, me encuentro con una escena igualmente monótona. Las paredes son de un color beige pálido, casi clínico y el suelo está cubierto por azulejos grises sin ningún diseño interesante. La iluminación es fría y despiadada, iluminando cada rincón sin piedad, pero sin añadir ningún encanto. Todo aburrido también. Incluso las toallas son de un blanco aburrido, perfectamente dobladas pero carentes de cualquier toque personal o color. La ducha, encajada en una esquina, es igualmente aburrida. Sin embargo, al girar hacia la otra esquina, veo algo que cambia completamente mi percepción del baño: una enorme tina. La bañera es profunda y espaciosa, con un borde suave que invita a apoyarse y relajarse. Es el oasis en medio de este desierto de aburrimiento. Vuelvo a sonreír porque imaginarme sumergida en la tina, con agua caliente y burbujas mientras soy feliz, sí que me inyecta de emoción. Decidida a aprovechar al máximo esta joya inesperada, empiezo a llenar la tina y dejo que el sonido del agua corriendo me calme. Mientras espero que se llene, no puedo evitar sonreír al pensar en lo bien que me sentará un buen baño después de todo lo que he pasado para poder llegar aquí. Dejo el vibrador sobre el frío mármol, decido primero disfrutar del baño. Si voy a utilizarlo, prefiero estar limpiecita. La tina ya está llena con el agua caliente. Me dejo caer, sintiendo cómo toda la tensión del día se disuelve. Cierro los ojos y suspiro con alivio, disfrutando de este momento de paz en medio de todo el caos. De repente, escucho un ruido detrás de mí. Antes de que pueda reaccionar, la puerta del baño se abre y entra nada menos que Dominic Holt, el hombre que menos soporto en este mundo, ¡sin ropa y listo para darse un baño! Mis ojos se abren de golpe y un grito se escapa de mis labios antes de que pueda controlarlo. —¡AHHHHH! Dominic salta, claramente igual de sorprendido. Y con ese salto, la toalla en su cintura cae al suelo dejándome ver su enorme vara. —¡Maldita sea! —grita encolerizado, yo grito más—. ¡¿Qué carajo haces aquí?! —exclama, tratando de cubrirse con lo primero que encuentra. —¡¿Qué hago yo aquí?! ¡¿Qué haces tú aquí?! —grito otra vez, intentando hundirme más en la espuma de la tina para cubrirme. —¡Esta es mi habitación! —brama, todavía con los ojos muy abiertos. —¡Y mi baño! La realidad me golpea como un rayo. —Ay, no me jodas… —susurro, sintiendo cómo mi rostro se pone rojo de la vergüenza. —¡Sal de la tina! —¡No hasta que te vayas, imbécil! —replico, tratando de mantener un mínimo de dignidad en medio de esta situación tan ridícula—. ¡¿Acaso me crees tan pendeja como salir desnuda frente a ti?! —Igualmente, no hay mucho que ver en ti. Jadeo, le lanzo agua y Dominic más se sulfura porque estoy haciéndole un desastre monumental. Pero al carajo, ¿qué se cree? Me vuelvo loca, le lanzo más y más agua con mis manos, oyéndolo pedirme que me controle, que deje de hacerlo hasta que lo siento intentando detenerme. Abro los ojos y veo lo que cuelga y más grito. Todo se descontrola y Dominic Holt termina cayendo sobre mí. —¡Aléjate de mí, demonio! —¡Cálmate, carajo! —grita obstinado, mientras trato de zafarme de su cuerpo contra el mío. —¡No puedo calmarme! ¡Esto es tu culpa! —respondo, moviéndome como una lombriz con sal. Dominic se levanta, yo tras de él. Sale de la tina y yo también, pero en el forcejeo, resbalamos y caemos al suelo de culo, aterrizando en una mezcla de burbujas, agua y pura confusión. El suelo del baño se convierte en un campo de batalla resbaladizo, y ambos estamos tratando desesperadamente de cubrirnos con cualquier cosa a nuestro alcance. Dominic agarra mi consolador. —¡Mi precioso! Y, sí. Él se lo pone ahí para que de alguna manera oculte lo que hay detrás. Pero en cuanto se da cuenta lo que tiene en la mano, Voldemort se transforma lanzándolo en el aire. —¡No! —grito, viéndolo caer en el inodoro. Jadeo, volteo a verlo—. ¡Imbécil! ¡Era mi puto compañero fiel! Me arrastro como lombriz por el suelo hasta llegar donde están las toallas aburridas y agarro una, dos, tres, ¡muchas! Nos miramos, empapados y jadeando. Dominic me mira con ganas de matarme, yo estoy segura de que lo estoy mirando peor.
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