Su rostro está rojo debido al cabezazo que ha recibido en la cabecita y bolitas que le cuelgan en medio de sus piernas. ¿Cómo lo sé? Pues no lo sé. Pero con semejante amargura que se carga, de seguro se debe a que su v***a jamás le creció y eso le ha generado traumas que le cuesta soltar.
«De seguro el pobre Dominic Holt, tiene un micropenesito y por eso es tan amargadito».
Sus ojos están cargados de molestia, a leguas se le nota el cabrero. Lo miro con fastidio porque Dominic nunca me ha caído bien. Es un estirado, amargado e insoportable hombre que, desde que lo conocí, no se ha preocupado en dejarme una buena impresión. Y yo tampoco se la dejaré, solo por joderlo también.
En este juego podemos jugar los dos. Si él me trata como si yo fuese su persona menos favorita, ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo? Claro, en mi caso, Dominic Holt realmente no es mi persona favorita.
Siento cómo mi irritación crece mientras mantenemos un duelo de miradas cargado de tensión. Sin embargo, no puedo evitar admirar lo atractivo que es, especialmente el azul intenso de sus ojos. Sacudo esos pensamientos de mi mente de inmediato. Yo odio a este hombre y no puedo permitirme caer en su amargo encanto.
—¿Qué carajo crees que estás haciendo en mi asiento?
—Durmiendo —respondo de inmediato—. ¿Acaso no es obvio, Voldemort?
—Supongo que me llamas así por el tamaño de mi vara —Me atraganto con mi propia saliva—. No sabía que te gustaba mirar lo que no debes, Nick Wilde.
«¿De verdad me ha llamado como el zorro de Zootopia?».
—¿Y desde cuándo esté inculto de la felicidad ve pelis animadas? —Mi pregunta casi que lo hace botar espuma por la boca—. Que yo sepa, Zootopia es un puto dibujo animado cargado de felicidad y amor por la amistad y la familia. Tú estás cargado de energías negativas —Lo miro de arriba abajo—. Creo que te hace faltan uno ramazos en las montañas para alejar esas malas vibras, amigo.
—¿Cómo lo que te dieron en ese cabello, Ramona?
Me trago el insulto, las ganas de darle en las bolas y no con mi cara, sino con mi puño para que deje de llamarme por todos los nombres, menos por el mío. Y tragándome mi orgullo, levanto mi mentón y le muestro que no me ha jodido con su comentario. Mucho menos que me ha puesto a pensar en el tamaño de su… vara, hace un momento.
—No —Dejo salir un suspiro—. Te llamo así por la amargura que te cargas. “Soy Dominic Holt y odio a todo el mundo” —Hago muecas de llanto—. “Soy tan miserable e infeliz, que me molesta la felicidad del resto del mundo”
—Te ves ridícula.
—“Todos a mi alrededor merecen mi insoportable presencia, porque soy un alma oscura e incomprendida.”
Rueda sus ojos mientras yo sigo imitando su voz, pero bastante chillona y fastidiosa, llamando la atención de más de un pasajero respingado que nos mira con curiosidad.
—Basta, deja de ser infantil —sisea obstinado, sumamente avergonzado, pero no me detengo. Me levanto del asiento haciéndole pucheros, continuando con la burla—. Ok, suficiente, mono Titi.
—¡Hey!
Caigo sentada en el asiento nuevamente gracias a su empujón y justo en ese momento, la azafata aparece mirándome con cautela, causando que todo mi cuerpo se tense y las ganas de agarrar por el cuello a Dominic se esfumen.
—¿Sucede algo, señor Holt? —inquiere con una enorme sonrisa, pero con sus ojos en mi—. ¿Lo está molestando la señorita?
—Me está obstinando la existencia —Admite y yo abro la boca al ver que la sonrisa de la azafata ha desaparecido y ahora me mira como si fuese la seguridad del lugar—. Pero tranquila, Lorena. Romelia viene conmigo —Lo miro con ganas de arrancarle la cabeza—. Ella tiene un problema especial… —susurra con falsa preocupación, y si no lo contradigo, es porque quiero oír qué carajos tiene que decir de mi—. Sufre de trastornos. Desde que se le cayó a la madre estando recién nacida, la pobre quedó con un retraso que solo se controla con medicamentos y creo que olvido tomarlos hoy. En fin, ¿podrías traerme un vaso de agua especial? Es que si no, la pobre me hará imposible el vuelo.
«¿Vaso especial?».
—De inmediato lo traeré, señor Holt.
El muy pedante le sonríe con una empatía que jamás había visto en él y cuando la azafata se aleja diligente a cumplir la tarea, Dominic deja de sonreír fijando sus ojos azules en mi como un asesino.
—Te voy a dejar quedarte aquí, Romania —Se inclina hasta quedar cara a cara conmigo, su voz es una clara amenaza. Su cálido aliento me hace sentir extraña—. Pero si vuelves a avergonzarme con tus niñerías en el resto del vuelo, te juro que te voy a lanzar del puto avión.
—No tienes derecho a hacer eso.
—Lo tengo.
—¿Y quién te crees que eres?
—El señor Holt, sorda —Vuelve a sonreír, pero yo no—. Soy el dueño del avión. De esta puta aerolínea, y como de cinco más, ¿alguna otra pregunta?
«¿Qué? ¡De verdad es el dueño?! Ahora entiendo el obsequio de Rachel».
Le mantengo la mirada, no la bajo ni le muestro la sorpresa que me ha causado su confesión. Quizás esté mintiendo, quizás solo quiera joderme con eso para que yo actúe con respeto solo por ser supuestamente dueño de esto. Me trago la curiosidad, esa que jamás he mostrado ni le mostraré.
—No. Pero si me lanzas, es obvio que moriré a la caída. Y ten por seguro que te apareceré cada noche en tu habitación como un espectro para asustarte y joder tu amargada existencia hasta que mueras.
—No te has muerto y ya me asustas con tu sola presencia y ese espantoso abrigo, Roselia.
—Soy Ro.ber.ta —siseo obstinada, con ganas de darle una patada cuando lo veo pasar frente a mí y tomar asiento nada más y nada menos que a mi lado—. Además, te cuento que la azafata dejó desde un principio que me sentara aquí —le digo muy tranquila—. Incluso, me trajo muchas cosas ricas y me aseguró que podía quedarme a descansar.
Enarca su ceja mirándome con ganas de matarme.
—Aparte de espantosa, mentirosa.
«¡Imbécil!».
—Aparte de idiota, bruto —replico.
Dominic suspira, consciente de mi mentira, y finalmente se inclina —otra vez—, hacia mí y reculo aún sentada en mi lugar. Lo hago porque no lo quiero cerca, porque me fastidia su presencia.
—¿Cuál de todas las azafatas?
Trago grueso, pero no le demuestro que estoy cagada.
—La de uniforme azul.
—Todas visten de azul.
—La que tiene el cabello recogido.
—Vamos, puedes hacerlo mejor, Renata.
—Roberta —siseo con molestia.
—¿Cuál azafata, Rogelia?
—Ro.ber.ta —puntualizo con ganas de arrancarle la lengua—. Me llamo Roberta, idiota.
—Nombre.
«¡Carajo!».
—Creo que la azafata se acaba de morir. Algo así oír allá atrás —suelto, levantándome del bendito y cómodo asiento, pero otra vez Dominic me hace sentar de culo al tomarme por el brazo y jalar de mi para evitar que huya de aquí—. Ya suéltame, bicho raro. Me vas a pegar tus malas energías —Lo manoteo y termino resoplando por lo absurdo de todo esto—. Ok, ok, te mentí. No podía soportar más la clase turista.
Dominic sigue mirándome sin mostrar ninguna expresión ante mi confesión.
—Mi día ha comenzado del carajo. Un imbécil chocó conmigo y me rompió mi pesada maleta —Comienzo a enumerar estresada—. Luego un niño allá, echó su asiento hacia atrás y me golpeó la cabeza. Luego entré al baño a orinar y un adolescente abrió la puerta de golpe mientras estaba con mis pantalones abajo. ¡Y para colmo, me llama, señora! —resoplo, me dejo caer en el asiento—. Solo necesitaba descansar un momento, vi desde el corredor esto y vine a curiosear y...
—Y te pareció maravilloso tomar el lugar de alguien más.
—En mi defensa, estaba solo. Y el que va para la villa, pierde la silla —Me río como si acabara de soltar el mejor chiste de la historia, pero Dominic sigue así; como el perro bravo que siempre ha sido—. Ay, eres muy aburrido. No hice nada malo, relájate. Solo rompí una pequeña regla y, aun así, me estás dejando aquí.
Dominic alza una ceja, claramente irritado.
—Las reglas existen por una razón. Lo que hiciste es inaceptable.
—Ay, por favor…
—Señor Holt. Aquí le he traído lo que me ha pedido —declara la azafata, haciendo acto de presencia otra vez con una bandeja dorada en sus manos que tienen un vaso medio lleno.
—Deme eso, azafata de linda sonrisa —Agarro el vaso—, que tengo mucha sed.
Llevo el vaso a mis labios y me bebo el agua de un tirón y cuando vuelvo a dejar el vaso en la bandeja, la azafata y Dominic me están mirando con sus ojos bien grandes.
—¿Qué?
—Señor Holt… —susurra ella talmente perpleja y lo mira—. ¿Debo preguntar si hay algún médico a bordo?
«¡Wow! ¿Por qué o qué?».
—No lo creo —le responde sin dejarla de mirar—, pero mantente atenta a mi llamado, Lorena. Puedes volver a tu lugar. No es tu culpa que la señorita no conozca de etiqueta y tome antes de que le ofrezcan —Eso lo dice con molestia contenida y yo me rasco la mejilla con el dedo del medio para que entienda lo que le estoy respondiendo—. Es especial, ya te lo dije.
Ahora sí le saco el dedo con todas las ganas, y cuando la azafata se marcha, ruedo mis ojos y dejo de verlo.
Me acomodo en mi asiento suspirando con exasperación. Miro de reojo al hombre sentado a mi lado, recordando todas las veces que he deseado no tener que cruzarme con él. El silencio entre nosotros es denso, cargado de una tensión que parece impregnar el aire.
Las luces suaves del avión dan un resplandor cálido a la cabina, pero no logran aliviar la incomodidad que siento. Me ajusto el cinturón de seguridad y miro por la ventana, tratando de concentrarme en las nubes que pasan lentamente. Sin embargo, mi mente vuelve constantemente al hombre que ocupa el asiento contiguo. Sus gestos, su forma de respirar, incluso, todo me resulta irritante.
Que esté leyendo, por muy sexi que se vea, me estresa.
Él está absorto en su libro, ignorándome deliberadamente. A cada página que pasa, siento aumentar mi frustración. El avión sufre una suave turbulencia e intento relajarme, cerrando los ojos y respirando profundamente. Pero su presencia sigue allí, ineludible, como una sombra que no puedo ahuyentar.
Mis párpados se sienten pesados, y una sensación de somnolencia comienza a invadir mi cuerpo. Miro de reojo a Dominic que no hace más que leer, pero su presencia aún sigue irritándome, aunque ahora parece algo más distante, como si estuviera envuelta en una nube. Trato de mantenerme despierta, enfocándome en las luces tenues de la cabina y el sonido suave del motor del avión.
Cada vez es más difícil mantener los ojos abiertos. Mi mente empieza a divagar, perdiéndose en pensamientos incoherentes. Con cada segundo que pasa, mi resistencia se debilita. La somnolencia es abrumadora, y me altero.
«¿Por qué carajos me siento así? ¿Por qué mi corazón late con fuerza? ¡¿Por qué mi cerebro siente este hormigueo excitante y placentero?!».
Fijo mis ojos en Dominic.
—¡Me vas a matar! —Mi grito lo sobresalta—. ¡¿Por qué me quieres asesinar, Dom?!
Comienzo a llorar.
—Ay, mierda… —Resopla, cierra el libro, pero yo sigo llorando—. No te quiero matar, loca. Es el efecto de lo que te tomaste que se supone que era para mí.
—¡¿Ah?!
Trato de mantenerme despierta, pero mi mente sigue divagando. De repente, me siento increíblemente feliz, sin razón aparente. Miro a Dominic, el mismo que no soporto, y me encuentro riéndome tontamente de sus gestos y de cómo me está mirando.
—¿Estás bien? —me pregunta con el ceño fruncido.
—¡Nunca he estado mejor! —respondo, mi voz alegre y un poco más fuerte de lo que debería ser. Me inclino hacia él, invadiendo su espacio personal, y señalo una ilustración en su libro—. ¡Mira qué gracioso es este dibujo! ¡Es un elefante con un sombrero!
Él se aleja ligeramente, incómodo. La azafata pasa por el pasillo, y yo le lanzo una sonrisa gigante.
—¿Podría traerme una almohada extra? ¡Quiero hacer una torre de almohadas! —digo, riendo entre dientes.
Mis palabras se mezclan con risas incontrolables, y la azafata, con una expresión nerviosa, asiente.
—No traigas nada, Lorena.
—Pero señor Holt, hay que controlar a la loca.
—¡Sí! —concuerdo, porque ni yo misma sé que me pasa. Me vuelo a acercar a él y ronroneo—. Contrólame, Holt. Controla a tu loca espacial, anda…
—Ay, por favor —sisea, me planta su ancha mano en la cara—. Aléjate de mí, tú y tu espantoso intento de apareamiento, Gallo de la Roca.
Intento quitar su mano de mi cara, pero la fuerza me abandonó y la risa no me deja hacerlo tampoco. Y una vez más, mi cuerpo cae otra vez en el asiento pero esta vez no puedo pelear, yo me siento demasiado feliz como para quejarme por su brutalidad.
—¿Sabías que tienes unos ojos muy bonitos? — le digo, mi voz un poco más suave y melosa de lo usual.
Él aparata la mano, me mira, claramente sorprendido y algo incómodo. Miro a la azafata y ella está peor. Pero a la mierda, me causan risa los dos.
—¿Siempre lees cosas tan aburridas en los vuelos? —pregunto, inclinándome un poco hacia él—. Podríamos hacer algo mucho más divertido, ¿no lo crees, Holt? —Le guiño un ojo y su expresión es para tomarle una foto. La azafata continúa mirándome así que le lanzo una sonrisa gigante—. ¿Podría traerme una bebida? Algo con un poco de burbujas, tal vez —le pido, riendo suavemente.
—¿Señor Holt?
«Ay, ¿por qué no puede hacer algo por su cuenta?».
—Tráele café —ordena el—. De todas maneras, seguramente al regresar, ella ya estará dormida.
—¿Qué yo qué?
La azafata asiente con una sonrisa divertida.
—Tú contrólate o te amarré al asiento.
Y de un momento a otro, comienzo a llorar.
—¿Quieres matarme?, ¡¿Es eso, verdad?!
—Sí —Admite y yo jadeo, pero así como jadeo, comienzo a reírme de la nada y vuelvo a lanzarme sobre él.
—Mátame —Juego con el perfecto nudo de su corbata—. Pero de placer, Holt.
—Cállate.
—¡Ah! —gimo, me rio—. ¡Ahh! —grito, me obstino, cuando vuelve a estampar su mano en mi cara—. ¡Déjame, bruto!
La lengua se me traba, mi cuerpo no puede más y cuando dejo de luchar con el peso de mis párpados, todo veo n***o. Me desconecto.