Athena abrió los ojos con dificultad, la luz dorada del sol le molestaba, se enderezó sobre la cama, talló sus ojos, los abrió al fin, miró alrededor, confundida. Bostezó, clavó la mirada a un lado, hasta encontrarse con la imponente figura que ahora lucía frágil, dormida sobre el sofá. Contuvo un grito de sorpresa, tragó saliva, nerviosa, era él: Lucca. Estaba ahí, con la camisa maltrecha, dormido.
La mirada de la mujer vagó por toda la alcoba, encontró las prendas de ropa sobre el suelo, vio su corpiño, entonces se fijó tras las cobijas, encontrando su pecho desnudo, apenas vestía sus bragas, se espantó de veras, no podía recordar con claridad, aunque lo intentaba. Los ojos de Lucca se abrieron, lucía cansado, por un segundo sus miradas se encontraron
—Hola —dijo él con suavidad
—¿Qué pasó anoche? —cuestionó ella, y esas palabras sirvieron para que el hombre despertara por completo y la mirara con intensidad
—¿Qué crees que pasó? —preguntó con un tono crítico, ella se sintió endeble, negó y tocó su cabeza que dolía
—No… no lo sé, ¿Qué hicimos?
—¿Acaso no me conoces? ¿Crees que pude sobrepasarme? Ayer estabas drogada, Athena. Me di cuenta a tiempo —dijo con firmeza, ella parecía ofuscada, confundida
—¡Yo jamás…!
—Lo se. Me queda claro, pero debes cuidar lo que bebes.
Ella se quedó de piedra, pensó en esas palabras y Chester vino a su mente.
—Entonces, no paso nada.
—No soy el tipo de hombre que se aprovecha de mujeres vulnerables —espetó con dureza al sentirse ofendido por su duda. Esas palabras le dolieron a Athena, enmudeció
—Prepararé el desayuno —dijo Lucca
—No, por favor, prefiero estar sola.
Lucca parecía decepcionado, asintió
—Si es lo que deseas. Pero, te recuerdo que tienes un compromiso conmigo.
—¿Debe ser ahora? —ella estaba mortificada, él negó
—Dejémoslo para el próximo fin de semana. Comenzaremos el viernes, necesito una acompañante para la fiesta de navidad de la empresa, así que te veo ahí a las ocho de la noche, en el edificio Carrington —ella estaba dudosa, no quería, pero no tuvo opción
—Será mejor que no, es tu empresa y no quiero…
—Entonces, tendré que hablar con la señora Cartier —dijo de forma intempestiva, haciéndola callar
—No te atreverías —dijo incrédula, sosteniendo con fuerza la cobija que cubría su pecho. Lucca sonrió, mientras se abrochaba su camisa y levantaba su chaqueta
—No me pongas a prueba.
—¿Es una amenaza? —Lucca sonrió con cierta malicia, miró sus ojos
—Es una advertencia, Athena, te veo a las ocho de la noche en la fiesta, sé puntual. Adiós y cuídate —dijo y salió de la habitación.
Athena se levantó rápido, envolviéndose en una sábana, escuchó los pasos del hombre, salió y bajó para confirmar que ya se había marchado. Fue a la puerta y cerró con llave. Su corazón latía demasiado. Pronto los recuerdos de ayer volvieron con fuerza, recordó las caricias, los besos, se puso roja por la vergüenza. Su estómago dolió, corrió al baño y vomitó, lavó sus dientes y cara, pensó en Lucca, no podía seguir así, a merced de la vorágine de emociones que le despertaba.
Athena estaba junto a Aaron y Diego en una cafetería, era temprano, llevaba una boina y un abrigo largo, hacía un terrible frío.
—No me lo puedo creer, ¡Chester es una ficha negra! —exclamó Aaron
—Entonces, ¿Irás a la fiesta de navidad del emporio Richter? —preguntó Diego
—Sí, no tengo alternativa —dijo con falsa amargura—. De lo contrario, será capaz de arruinar mi trabajo con la señora Cartier.
—No lo creo, pero en el fondo, estoy seguro de que te gusta la idea.
—¡Claro que no, Aaron!
—No me digas que Lucca ya no te gusta, porque si se trata de honestidad, el hombre está hecho un adonis —exclamó entre risas
—¡Basta! Yo no quiero hablar de él.
—¿Y si te propone volver?
—¿Acaso cuando estuvimos juntos? Les recuerdo que todo fue una falsedad, solo fui su diversión de un rato.
—Que no —dijo Diego—. Ya te dije que no duró ni quince días con la mujer que andaba, cuando tú te marchaste, y se le vio muy triste.
—¡A mí que me importa! Eso es pasado, ya no soy la niña que cae en sus trampas, así que olviden que haya algo entre nosotros —dijo aparentando verdad, pero la duda se reflejaba en sus ojos, sus amigos bebieron café, pero estaban seguros de que ella mentía, que seguía deseando a ese hombre tanto, o más que antes.
Era viernes, mientras Athena se arreglaba recordaba la discusión que tuvo con Gilbert Fyres, padre de Chester, y es que ella fue a reclamar, aunque se topó con la novedad de que el joven fue asaltado, le dieron tremenda paliza, estuvo en el hospital por dos días. El señor Fyres no estuvo feliz de saber que su hijo la había intentado drogar, tampoco le creyó, pero la buena reputación en sociedad de Athena Hyland, hizo que el hombre le suplicara que lo perdonara, y que aplicaría un severo correctivo a su consentido hijo. Athena se quedó pensativa, algo era raro en todo eso, Chester era un hijo mimado, chiflado y revoltoso, pero no andaba en lugares peligrosos para conseguir pelea, una idea atravesaba su pensamiento, de que Lucca estuviera detrás de eso, decidió ignorarla, pues era irracional.
Condujo su auto hasta el lujoso edificio Carrington, ubicado en Manhattan, era un día helado, la nieve caía ligera, pero amenazaba con caer con fuerza, era diecisiete de diciembre, una semana antes de la navidad. Estacionó el vehículo y un ligero temblor recorrió su cuerpo, no era el frío, sino la intranquilidad de volver a mirar esos ojos azules que siempre conseguían que se perdiera en ellos.
Lucca estaba al fondo del salón, la decoración era elegante, el árbol de navidad tenía decoración dorada. Él bebía whisky, vestía un perfecto esmoquin n***o. Alzó la vista y encontró a Athena, no pudo quitar sus ojos de ella, era hermosa, enfundada con un vestido largo y negro
Caminó hacia ella, pero fue interrumpido por Sarah, su asistente
—Señor Richter, me alegra verlo, ¿Necesita algo?
Lucca fijó sus ojos en ella por un segundo
—Sarah, por favor, deja de trabajar por un día y diviértete —dijo con un tono amable que la chica confundía con cariñoso, se ruborizaba como niña pequeña, Richter asumía que era tímida, pero el motivo real era diferente—. Bueno, te veré en un rato y podremos bailar —dijo inocente, siguió su camino, sin saber que Sarah había quedado volando de una nube rosa de amor imposible.
No fue hasta que observó que su jefe se encontró de frente con esa mujer hermosa, entonces su corazón se estrujó, su compañera Lucy se acercó a ella
—¿Sigues en tu fantasía? Mira a esa mujer, es la reencarnación de una princesa. ¡Por Dios, Sarah! Debes saberlo, el señor Richter jamás se fijará en ti.
—¿Quién es ella? —dijo con tristeza y amargura
Otra compañera que las escuchaba se acercó
—Ella es Athena Hyland, hija del difunto Maximus del Emporio Highlands, y para que lo sepas, Athena era la asistente del señor Richter.
—¿Ellos fueron pareja mientras trabajaban juntos?
—Sí, pero no puedes compararte con ella —dijo Lucy, decepcionando a su amiga.
Sarah se fue a un rincón y comenzó a beber alcohol por despecho. Mientras observaba a su amor platónico con esa mujer que deseaba odiar.