Capítulo II. Sabor pasión

831 Words
Lucca subió al apartamento que estaba en Cornelia Street, estaba en el cuarto piso de un edificio elegante. La llevó entre sus brazos, sorprendiendo al portero, aunque no puso objeción. Abrió la puerta con la llave de ella, ágil, ingresó apurado. Encendió una luz, admiró con rapidez, era acogedor, caminó a una habitación al fondo. Estaba oscura, pero la luz de las farolas y la luna se colaba por el balcón y la ventana al fondo. Había una cama grande, la llevó hasta ahí, recostándola. No pudo quitar sus ojos de ella, era demasiado bella. Fue un idiota al dejarla ir. Estaba arrepentido. Ningún día, de esos diez años lejos, pudo olvidarla, ella volvía a su mente para hacerlo sentir vacío. Ninguna mujer era comparable, ella era única. La amaba, la adoraba y la deseaba más que a nada en el mundo. Rememoró el pasado, había enviudado joven, al cumplir seis meses de casado, Anne había sido su novia de años, él tenía solo 23 años y después de eso, su corazón estaba tan roto que huyó del compromiso, convirtiéndose en un mujeriego, jamás se enamoró, hasta que Athena pareció. Entonces era socio de su padre en Highland Emporio, ella comenzaba a trabajar ahí, fue su asistente por un año, al principio era una relación rara, él adoptó una actitud casi fraternal por respeto a Maximus Hyland, pero ella era tan dulce, que fue sintiendo esa atracción secreta. Hasta que un día ella le reveló sus sentimientos y ya no pudo escapar. Se entregó a esa pasión, pero la oposición de Maximus lo decepcionó, luego, su trágica muerte lo hizo sentir culpable, no se sentía capaz de hacer feliz a Athena y decidió dejarla. Ese fue su peor error, porque jamás la olvidó y ella se alejó tanto que extrañarla se volvió un horrible castigo. La dejó dormir y caminó a la cocina, quería beber un vaso con agua. Cuando volvió a la habitación se sorprendió de no hallarla, entró en pánico, miró al balcón, la ventana estaba abierta de par en par, observó ropa tirada en el suelo, era el vestido rojo, las zapatillas y un sostén, se quedó mudo, salió de prisa, encontrando a la mujer caminando semidesnuda, se quitó su chaqueta y la cubrió, observó que nadie la viera desde otros edificios cercanos. La llevó adentro de la alcoba, de prisa, cerró las ventanas, pero ella se quitó la chaqueta, mientras se quejaba del calor. Se sentó al filo de la cama, Lucca se acercó lento. Nunca la había visto así antes, era hermosa, sus turgentes senos firmes con pezones rosas eran la decoración de la fantasía más sublime que había tenido. Athena tenía demasiado calor, se abanicaba con sus manos, la respiración de Lucca era rápida, se acercó tragando saliva, conteniendo sus bajos instintos por el respeto que su amor infringía. No pudo evitar admirar su desnudez, llevaba apenas unas bragas rojas de encaje, ella se enderezó, fijó sus ojos en él, estiró la mano pidiéndole que se acercará. Él dudó, pero tentado se acercó, tomó su mano, ella lo halaba para que se acercará. Titubeó. —No es correcto, Athena... —ella tomó su rostro, besó sus labios con pasión. Él no se contuvo, correspondió con ganas, ese beso fue la prueba de que la necesitaba, como al oxígeno. Abandonó sus labios, ella se recostó en la cama, y él comenzó a acariciar sus suaves senos, primero con la mano, luego con su boca probó sus pezones. Athena se arqueaba ante las placenteras caricias, todo daba vueltas a su alrededor, veía luces brillantes distorsionadas. Ella abrió su camisa con rabia contenida, Lucca se liberó y lanzó la prenda al suelo, volvió a besarla, estaba encima de ella, sus manos tocaban su espalda, besó su cuello, dejando un camino húmedo, se detuvo y miró los ojos de Athena, sus pupilas tan dilatadas le dieron un mal presentimiento —¿Que... qué consumiste? —cuestionó sofocado, pero ella no respondió. Su rostro sonrojado, perlado por el sudor, y ese gesto confirmaron que estaba drogada, pensó en como sucedió, porque ella era incapaz de hacer algo así, a su mente vino el hombre que le ofreció esa copa que ella bebió. Estaba seguro de que eso había sido, maldijo al miserable Chester, sin dudar, por eso estaba encaprichado en llevarla consigo a la fuerza. Ahora era claro, lo odiaba demasiado. Hizo un puño con su mano conteniendo su frustración, mientras imaginaba lo que hubiera ocurrido si ese hombre estuviera en su lugar. La cobijó y le colocó una almohada. Caminó al baño, se lavó el rostro con agua fría, para tratar de bajar la temperatura que calentaba su cuerpo. Miró su cara, y su torso, tenía el tatuaje grande de un león, hecho en su adolescencia. Salió de ahí, se puso la camisa dejándola abierta, se sentó en un sofá, observó a Athena ahora estaba quieta, dormida. «Athena, ojala que no sea tarde para cumplirte mi promesa de navidad»
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