Capítulo I. Absolutamente todo

2012 Words
La fiesta era elegante, pronto el maestro de ceremonias invitó a ciertas personas a pasar al escenario principal. Informando que comenzaría una subasta, se estaría ofreciendo pasar un fin de semana en compañía de algunas personalidades de alta sociedad, y activistas en obras caritativas. Athena esperaba paciente, cuando fue su turno. Escuchó la voz de Aaron ofreciéndola al mejor postor, no era algo que le gustara mucho, pero sería bueno si conseguían suficientes donativos para la fundación Yakamoz de enfermedades catastróficas con sede en Nueva York. Cuando fue su turno se puso en el centro del escenario, portaba un largo vestido rojo con una abertura en la pierna izquierda, llevaba unas zapatillas altas, buscaba verse estilizada. Miró alrededor, sintiéndose un poco boba de ese juego. La voz de Aaron Akerman le sonó ronca, cuando comenzó a pedir que ofrecieran un precio por un fin de semana al lado de Athena Hyland, ella sonrió pasiva, casi rabiosa cuando su mejor amigo Diego ofreció miseros veinte dólares, era una broma, pronto un caballero que ella conocía levemente ofreció cinco mil dólares, tras él, vinieron otras ofertas, hasta llevar la apuesta a casi veinte mil dólares, estaba orgullosa, pese a todo, era hasta el momento la subasta más alta, le alegraba. —¡Cien mil dólares! —exclamó una voz firme, masculina, que estaba casi al fondo del salón. Athena y todos estaban sorprendidos, Aaron cruzó la vista con la joven quien parecía temblorosa —¿Alguien oferta más? —dijo Aaron. La respiración de Athena era intensa, tragó saliva, su nerviosismo era palpable, casi enrojecía al sentir la mirada azul sobre ella —Doscientos mil —espetó Diego, porque sabía que de no hacerlo su amiga no lo perdonaría, ya le pediría el dinero a ella después, Athena sonrió, los presentes se sorprendieron —¡Quinientos mil dólares! —reviró el hombre. Un silencio sepulcral invadió a todos. Athena perdió el aliento, miró a Diego dudoso, ella no podía darse el lujo de ofrecer esa cantidad, ya no era tan rica como antes de la muerte de su padre. —¿Alguien ofrece más? —preguntó Aaron a la audiencia—. A la una, a las dos y a las tres… Subastada a Lucca Richter —dijo con voz amarga El público aplaudió con algarabía. Athena bajó del escenario, observó el rostro de la señora Carriet, era feliz por las donaciones. Sonrió y la abrazó. Se refugió en el baño tan rápido como pudo. Su respiración era terrible, su corazón latía demasiado. Recordó su rostro, era él, otra vez. Después de casi una década. No entendía que quería. Ahora ella le debía su presencia durante un fin de semana. Salió del sanitario, no podía esconderse todo el tiempo. Caminó despacio y se acercó a sus amigos —¡¿Qué demonios fue eso?! —No lo sé… pero no me agrada nada —espetó, preocupada —Hablando de revividos cadáveres, ahí está con Kansas. Athena le dirigió una mirada fría, observó que bebía su copa de coñac, Lucca era un hombre elegante, intimidante, su cabello que antes fue n***o como el ébano, ahora era grisáceo, pero ese porte maduro lo volvía atractivo, sus ojos grandes y azules y su pulcro esmoquin. Lucca enfocó la mirada en Athena, aunque su mirada era fría la veía con tal ahínco, que ella sintió que temblaba. —¿Por qué no llegó Chester? ¡Él pudo pagar ese dinero por ti! —exclamó Aaron casi con furia—. ¡Y así dice que va a conquistarte! Athena dio la vuelta y los dejó ahí. Quería irse, pero era la principal administradora de la fundación, no iba a irse. En el camino encontró a Chester, ¡Que rabia sintió al verlo!, el hombre sonrió admirándola, casi con lujuria —Mírate, eres hermosa. —¡Y tú un imbécil! —Chester enrojeció ante el insulto, se desconcertó —Dijiste que llegarías a tiempo, pero como siempre, Chester, estás hecho de promesas falsas, y para eso, yo ya conozco al rey de las mentiras. —Por favor, Athena, lo lamento, estaba ocupado. —No es cierto, estabas con Wanda, ella posteó unas hermosas fotos para demostrarlo, pero seguro se negó a ir contigo a un hotel lujoso, y entonces decidiste venir aquí. Chester frunció el ceño, molesto, esa mujer solo tenía la cara de ingenua, en realidad le había resultado muy lista. Pero, le gustaba de veras, por lo menos la deseaba en su cama, como a ninguna, sonrió malicioso —Claro que no. —¿Sabes? Creía que te conocía, pero no tiene caso que perdamos nuestro valioso tiempo. Sigue tu camino, yo el mío, podemos saludarnos, pero no pasaremos de ahí, querido —ella dio la vuelta, y siguió su camino, sin saber que había hecho enfurecer el gran ego de un hombre miserable como Chester. Athena volvió al salón, solo para sentir la mirada de Lucca que la perseguía. Estaba ahí como si nada, platicando con Andrea. Ambos la miraron, fue claro que hablaban de ella. Se sintió mareada. Se acercó a unas damas de alta sociedad y platicó un rato. De pronto, miró a Lucca acercarse a ella, cada paso que daba ella sentía enloquecer de miedo, pero no pudo impedir que el hombre estuviera frente a ella, las mujeres se disiparon, como si hubiesen rociado repelente. —Hola, Athena, me alegro de verte —dijo Lucca con los ojos brillantes, Athena lo miró breve, sonrió —Estoy bien, espero que tú también. —Sí, parece que pasaremos un buen fin de semana. Ella no pudo contener un gesto sarcástico, y una breve risita, pero Lucca se mantuvo firme. Su mirada era cálida, que la asustaba, ese hombre había sido muy frío y ahora frente a ella, tenía una pinta suave, incluso dulce, pero fuerte. —Gracias por apoyar a la fundación. —El trabajo que hacen aquí es loable, estuve investigando, es maravilloso, pero no fue esa mi principal inspiración —dijo alzando las cejas, con un gesto vulnerable, ella contuvo la respiración, se negó a preguntar nada, no quería dar ningún paso en falso, no ante ese hombre que siempre pudo manejarla a su antojo, se sintió tan pequeña, como una presa ante su antiguo depredador, que ahora fingía ser bueno. —Así es, Yakamoz es un lugar maravilloso y seguirá siéndolo gracias al apoyo de ustedes. —Cuando volví de mis negocios en Europa supe que estabas aquí, quise venir a saludarte a ti y a Andrea. Sabes que, siempre les he tenido mucho cariño. —Gracias —dijo incómoda —Estoy impresionado de tu trabajo, lamento que la empresa Highlands haya tenido que ser vendida. —No te preocupes, mi padre está descansando en paz, él era partidario de que cada persona viviera y dejara vivir, así que, eso hacemos Andrea y yo —intentó calmarse, odiaba recordar ese pasado. Lucca la miró serio, esas palabras le dolían, era el peso de su conciencia. Admiró a la mujer, era hermosa, era perfecta para él. No solo era su belleza física, sino su carácter, su sensibilidad y dulzura, era un mar abierto donde cualquier hombre podría ahogarse, y él estuvo a punto de hacerlo, hasta que temeroso tuvo que huir. Ahora, solo quería tomarla en sus brazos, su corazón latió ante el deseo. Ella estaba perpleja ante el silencio, pero fueron interrumpidos por Chester, quien se acercó, pasando su brazo por la cintura de Athena —Querida, te traje una copa de champagne —dijo mirando al hombre con severidad, Lucca no se inmutó, sus ojos empequeñecieron conteniendo la rabia y celos que le causaba. Athena tomó la copa y bebió a toda prisa. Notó un sabor extraño, pero no prestó atención. —Les pido un permiso, debo saludar a unos amigos. Lucca caminó alejándose. —¿A dónde vas? —preguntó Chester al mirar que se alejaba —Te dije que me dejaras en paz —caminó alejándose, encontrándose con unas mujeres y platicó sobre la fundación. El tiempo avanzó rápido. La fiesta estaba casi por terminar, Athena se sentía mal. Estaba mareada, su mirada se volvió doble, borrosa, sentía su lengua adormecida, su cuerpo cosquilleaba. Caminó unos pasos, para moverse con torpeza —Nena, ¿Estás bien? —dijo Chester, sosteniéndola de la cintura —Dije que me dejes tranquila —dijo con menor educación, Chester sonrió malicioso —Tranquila, nena —ella se alejó, pero él sujetó su brazo acercándola con fuerza —¡¿Qué parte de que no te acerques, no entendiste?! —exclamó Lucca con rabia —¡Tú no te metas, Richter, no eres nadie! —exclamó Chester envalentonándose de frente. Lucca sujetó con fuerza su cuello y lo empujó a la pared —¡Piérdete, miserable! O te juro que te dejaré sin rostro —gritó. Chester iba a responder, cuando la seguridad del lugar se acercó —¡Ese hombre está molestando! —gritó Athena apuntando a Chester, de nada sirvió que el hombre gritara que era hijo de un importante banquero, porque al final fue sacado del lugar. Athena se detuvo de la pared, estaba mareada. Lucca se acercó a ella, miró su rostro pálido —¿Qué tienes? ¿Quieres que vayamos a un hospital? —Solo quiero ir a casa —dijo ella. Lucca tomó su mano, y la llevó fuera de ahí, Athena quiso negarse, pero fue imposible, caminó lo que pudo, sentía que flotaba, comenzó a ver luces, y las voces se distorsionaron. Abordó un auto, estaban sentados en el asiento trasero, mientras alguien conducía el coche. Athena se recargó cerró los ojos. Él la miró preocupado. —Tranquila, llegaremos pronto. —Yo… mi dirección es… —No te preocupes por eso, sé dónde vives —esas palabras la confundieron, pero comenzó a reír demasiado. Lucca estaba confundido. Casi sonreía por culpa de su risa contagiosa. El conductor optó por ignorar la risa. —¿Estás bien? Ella asintió, recargó su rostro en el asiento, cerró los ojos, las manos que tenía cruzadas en su pecho, fueron liberadas y cayeron libres, su mano izquierda fue a dar en la entrepierna de Lucca, quien creía que ella se había dormido, no quería molestarla, pero sentirla tan cerca era una sensación irresistible. Tragó saliva, tratando de contenerse, entonces sintió como el dedo índice de Athena se movía en círculos sobre su pierna, eso enviaba una sensación deliciosa que estremecía su esqueleto y sobre todo su masculinidad. Detuvo la mano por puro instinto, entrelazándola con la suya. Una risa escapó de la boca de Athena «¿Lo ha hecho adrede?» pensó incrédulo, ¿A dónde se había ido la pequeña criatura inocente y tímida que lo había amado alguna vez? Un pesar y una excitación lo recorrieron, abandonó su mano sobre el asiento, entonces ella dejó caer su cabeza sobre sus piernas, sintió el aliento cálido en aquella zona, definitivamente estaba respondiendo a su instinto. Intentó levantarla, logrando que ella se apresara a su cuello —¿Te doy asco? —dijo con una voz casi dulce, casi malvada. Él la miró un segundo, sus ojos eran enormes, como sus pupilas, parecía borracha, loca o algo más… Lucca tuvo un mal presentimiento, pero no podía concentrarse, porque ella estaba tan cerca, estaban casi arrastrados a esa pasión, sus labios casi se besaban, ella fue la primera en rozar sus labios, su lengua los saboreó, eso lo excitó. Abrió los ojos y le retiró el cabello que caía en su cara, Lucca tomó su rostro y la besó con premura, sintiendo como ella lo imitaba. Ya no importaba que el chofer lo viera, el tiempo se detuvo en aquel beso que despertaba el amor dormido. —¿Me recuerdas? —dijo Athena deteniendo el beso. Lucca recuperó el aliento, prestando atención, ella se hizo a un lado y se recargó contra la ventana, cerrando los ojos. Lucca se quedó aturdido. Pensó en esas palabras, ¿Qué si la recordaba? ¡Claro que sí! Recordaba bien ese invierno, lo recordaba absolutamente todo.
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