Aquel día era muy temprano, la iglesia estaba decorada con nochebuenas, rojo carmesí, un árbol de navidad de casi dos metros. Lucca estaba parado justo al pie del altar, cuando sonó la música nupcial se giró a mirarla.
Muchos creyeron que aquello era una locura, una precipitación absurda, ilógica, quien podía decidir casarse en una semana y en un día como navidad, no importó cuánto dinero gastaron, eran felices y era lo único que importaba. Pero, para Lucca y Athena era la consolidación de su anhelo más grande, había poca gente ahí, Andrea y Kansas, los amigos de Athena y algunos familiares cercanos.
Athena llevaba un precioso vestido blanco, con mangas largas de encaje, su tocado era rojo, era tan preciosa que Lucca se quedó sin palabras. Ella caminaba lento y segura, sus ojos se iluminaron, llegó al altar y ocupó su lugar al lado izquierdo de Lucca. El sacerdote comenzó la misa. Se dieron el sí quiero, ante los aplausos de sus amigos y familiares queridos.
Besaron sus labios con dulzura. Luego recibieron las felicitaciones de todos.
Bailaban en medio de la pista, era un día hermoso, no solo por ser navidad, sino porque celebraban su amor.
—Es increíble que la vida era tan simple y la hicimos un gran lío para poder estar juntos —dijo Lucca, ella miró sus ojos con infinita ternura, Lucca tenía razón, una punzada de culpa golpeó su conciencia, sabía que, si una vez hubiesen tenido la madurez para sobreponerse al miedo y dolor, quizás su felicidad habría sido mayor, pero ¿Qué importaba? El pasado no tenía remedio, tenían el ahora para amarse, deseando que fuera por largo tiempo.
Athena lo besó, y siguieron disfrutando de esa mágica navidad que jamás olvidarían.
Luego por la noche, viajaron a Nebraska. Todos tienen un lugar sagrado al que vuelven para ser felices, el de ellos era esa pequeña cabaña situada en el bosque. Llegaron a la mañana siguiente, era un día frío, apenas bajaron, un millón de recuerdos vinieron a la mente de Athena, hace una década estuvo ahí por primera vez, miró a Lucca quien se disponía a bajar las maletas.
«Él se robó todas mis primeras veces y me dejó vacía, pero ahora vuelvo a sentirme plena» pensó, cuando Lucca alzó la vista sonrió tibio
—¿Qué pasa, cariño? ¿Estás bien? —ella asintió y él se apuró a abrir la cabaña, una voz volvió a la mente de Athena, recordó aquella pregunta que le había hecho, respecto a cuantas mujeres habían pisado ese lugar antes que ella
«Tú eres la única» esa había sido la respuesta que Lucca dijo, y era la correcta que deseaba escuchar.
El tiempo parecía detenido en la cabaña, era como ayer, mil veces. Tragó saliva, porque quiso llorar, era una nostalgia que la envolvía. Ahí se había entregado al amor por primera vez, con una inocencia que nunca recuperó.
—Lo recuerdo todo tan bien… —dijo con voz débil—. Cada sonido, cada palabra, la forma en que me hiciste tuya, ¿Lo recuerdas? —su voz parecía un reproche
Lucca intentó balbucear, pero se contuvo con asombro
—Porque yo estaba ahí, y yo… temblaba, y tú dijiste yo te cuidaré siempre y yo lo creí, después estabas sentado en ese sofá, con las manos en tu cara, como si hubieses cometido el peor error —las lagrimas se asomaban a las cuencas de sus ojos claros, el corazón de Lucca se empequeñeció, creyó que todo estaba claro, pero ese sentimiento de culpa volvió a él, cuando acordó Athena no estaba ahí. Se asustó, creyó que la perdería de nuevo, salió corriendo, como si el mismo diablo lo persiguiera.
Athena corría por la hierba del bosque, el frío congelaba, pero no nevaba, corría con ímpetu, pero el camino se desdibujaba por sus lágrimas, se detuvo, tosió, estaba exhausta. Lloró mucho. Cada rincón de Nebraska olía a él.
—¡Athena! —ella se giró asustada, pero Lucca suplicó que no huyera
—No huyas más, por favor —sacó de su chaqueta una pañoleta azul, la reconoció enseguida, arrugó la frente y se acercó para tomarla en sus manos, era suya
—¿Por qué la tienes?
—La dejaste en Nueva York, antes de irte.
—¿Y por que la has guardado todo este tiempo?
Lucca negó, no sabía que decir
—Me recuerda a ti.
—Lo sé, te recuerda a mi inocencia, a mi amor, ¿No es triste, Lucca? Que el amor que buscas, es el mismo amor que alguna vez tenías, y rechazaste.
Él asintió.
—Sí… Debería decir muchas cosas, pero solo diré, perdóname…
Athena abrió los ojos con estupor, casi con terror, hasta que su mirada se volvió compasiva, se acercó a Lucca y lo abrazó con fuerza
—Podría decir muchas cosas también, pero solo diré que te perdonó y quiero hacerte feliz por el resto de nuestros días —él la besó. Había olvidado pedir perdón, había olvidado que las heridas de amor solo se curan con amor, y ahora que lo sabía por fin podían sanar.
Volvieron a la cabaña y disfrutaron de su hermosa luna de miel, seguros de que su amor había madurado tan bello como una nochebuena roja, pero tan fuerte como un roble. Ya no había tiempo para reproches o tristezas, era solo hora de amar.
Fin