—Genial, me alegro por ti, es bueno que me hayas superado, al final ambos sabemos que yo solo era la primera vez —la voz sarcástica de Lucca estaba enloqueciendo a Athena
—¡Mejor cállate! No sabes de lo que hablas, ¡Me hiciste padecer un infierno y te crees con derecho a burlarte en mi cara! —exclamó molesta
—No es burla, es la verdad, has dicho que lo superaste, ¿Hace un momento estabas celosa? ¿O solo es un juego de tu vanidad?
—¿Quién te crees que eres para juzgarme?
—Déjame decirte, Athena, no eres perfecta —dijo furioso
Ella estaba al borde del llanto
—¡Me destruiste! ¡Eres un traidor y vienes aquí haciéndome sentir culpable, queriendo ser una víctima! Señor Richter, debería avergonzarse de usted mismo. Pero, siempre será lo que fue, un ególatra con un lugar bien merecido en el infierno.
—Gracias, reza por mí, yo me quemaré en el infierno, debes tener razón, pero Athena, no eres siempre la víctima.
—¿Ahora vas a negar mi historia? —Lucca tragó saliva, le dolía
—No. Yo acepto que te lastimé, fui cruel, te dejé, lo hice porque creía que era lo correcto.
—¿Por qué?
Lucca calló, miró al suelo, desdibujado, alzó la vista, el dolor de Athena estaba torturándolo
—Creía que no podía hacerte feliz. Fui estúpido.
—¿Te arrepientes?
Lucca lanzó un suspiro
—No he sido feliz desde Nebraska —fue sincero, ella estaba endeble. Su rostro se suavizó
—Yo también creí que no sería feliz desde Nebraska, pero al final, soy feliz conmigo misma, debo irme —Athena dio la vuelta, marchándose, la nieve caía en su pelo oscuro
—Oye —dijo Lucca con voz bien alta, para que escuchara. Ella se detuvo un momento—; Solo entre nosotros, también me destrozó nuestra historia de amor.
Los ojos de Athena estaban cubiertos de lágrimas, esas palabras dolían, se giró y lo miró, él también sufría, podía sentirlo en ella. Se miraban con intensidad, sabiendo que una lucha se gestaba entre ellos.
Athena repentina, se lanzó a correr hacia él, algo intuyó Lucca, porque la recibió con los brazos abiertos, como antes, las piernas de ella envolvieron su cintura, sus manos se colgaron a su cuello, y se besaron como si no hubiera otra oportunidad, el frío invierno parecía derretirse ante los enamorados, que ardían de pasión, deseo y amor puro.
Apenas llegaron al pent-house de Lucca, abrió la puerta y la cerró de un portazo, porque Athena besaba sus labios con tanta pasión que no podía pensar más que en lo encendido que estaba.
La llevó apresurado hacia su habitación, estaban temblorosos, consumidos por el deseo de amarse de una buena vez. Lucca tomó su rostro entre sus manos, alejando sus labios y observando como ella anhelaba un poco de eso.
—Debes saberlo y debes aceptarlo, te amo, Athena, y sé que te hice sufrir, te hice llorar y me has maldecido tanto como me has amado, y lo sé muy bien —dijo con voz ahogada y jadeante—. Tenía tanto miedo de no ser un buen hombre para ti, hasta hoy, que entendí que ya no me importa serlo.
Athena quería callarlo, y desnudarlo hasta ser suya, pero ese brillo en sus ojos le decían lo importante que eran sus palabras
—Solo quiero amarte en libertad, estar a tu lado por el resto de mis días.
Lucca volvió a besarla y ella anudó sus manos a su pelo. Lentamente se despojaron de sus ropas, el frío ya no tenía poder en ellos. Cayeron a la cama, él besó su cuello, sus pechos escuchando los dulces gemidos que arrancaba de su amada, ¿Cuánto tiempo había pasado sin ella? ¿Cuánto la había imaginado de nuevo como esa primera vez?, él deslizó su mano a su entrepierna y ella puso sus ojos en blanco, estaba enloquecida por las sensaciones, se fundieron en un beso apasionado y cuando la sintió lista, fue entrando tan despacio que ella suplicó, sonrió satisfecho, comenzó a embestirla primero con suavidad, observando como lo disfrutaban, y después con pasión desbocada, adoraba los sonidos que su amante emitía, y que lo invitaban a continuar. Estaban al borde del éxtasis, hasta que el orgasmo los atrapó y se rindieron abrazados.
—Te amo.
—Te amo, siempre —dijo él, besando su frente y acercándola a su pecho—. Ya se cual será mi regalo de navidad.
—¿Cual?
—Que seas mi esposa.
Ella sonrió segura de que era una broma, aunque también fuera su gran anhelo.