"Erráticas introducciones"

3854 Words
Elia se encontraba mirando a la nada, los recuerdos usualmente no la asaltaban de aquel modo tan ruin y constante, sin embargo ahí estaba, atormentada por las decisiones que la llevaron hasta aquel catastrófico instante, todo se había vuelto a activar dentro de sí misma en el instante en el que aquel tal Rogelio intentó aprovecharse de ella. —Está bien ¿Qué es lo que pasa? —Remedios se sentó en la cama al lado de Elia, continuó doblando pequeña ropa de Tomás. —…Mejor deberías decirme tú… —Habló distraída. — ¿Por qué te irás tan pronto? —Mmm, la persona que me estaba cubriendo en el consultorio enfermó y fui llamada, ni hablar. —Se encogió en hombros sintiéndose culpable por mentirle. —Odio que tengas responsabilidades de adulta. —Suspiró. — ¿Se va a quedar Tomás con nosotros? —Preguntó entonces. —De hecho es lo que apenas quería ver… ¿Crees que puedan sólo por hoy? No le he avisado a la que lo cuida…Y a esta hora ya es una lata… —Remedios, por dios, creo que mis padres te pagarían a ti por dejarlos cuidar de Tomás, no digas tonterías. —Terminó por decir. —Yo tengo clases en una hora pero después de ellas te prometo que estaré como mamá águila con el bebé. —Está bien, es que siempre me siento mal, ellos ya no son tan jóvenes, deberían estar descansando. —Suspiró. — ¿Cuándo es el examen nacional? —Preguntó Elia, Remedios parpadeó lentamente, la idea de hacerlo la aterrorizaba, ya que no había sido capaz de presentarlo por el avanzado estado de su embarazo el año pasado, y ahora que todos sus amigos habían pasado y se encontraban laborando en hospitales, le ponía los pelos de punta pensar hacerlo, se menospreciaba principalmente por el trabajo en el que se encontraba. —En medio año. —Suspiró. —Tendría que haber empezado estudiar hace meses. —No te exijas tanto. —Se burló Elia. —Eres posiblemente la más inteligente de tu generación, no me queda duda de que lo vas a pasar. — ¿Tú crees? —Preguntó parpadeando con nerviosismo. —Es que antes era tan diferente, antes de Tomás era sólo un peldaño más para ascender a mi futuro, el que tenía planeado, pero después de él todo es diferente, de pronto la realidad cae de golpe y tengo tanto que perder…Pero no hablemos de cosas tristes ¿Cómo te fue hoy en tu trabajo? —No me preguntes eso. —Dijo en voz baja y cubriendo su rostro con las manos. — ¿Por qué? ¿Pasó algo? —Preguntó entonces poniéndose alerta. —Pues nada, lo que me dices siempre. —Terminó por admitir. —Unos niños ricos que se sienten dueños del mundo, un tipo se iba a lanzar del balcón otro intentó sobrepasarse conmigo y todo porque fui a llevarles hielos. — ¿Se quería lanzar del balcón? —Preguntó impresionada. —Y respecto al otro yo te acompaño a que presentes cargo, me da demasiada rabia saber que esos hijos de puta se sienten con el derecho de abusar de otras personas por simple dinero. —No creo que lo vuelva a ver como para presentar cargos, pero sí sé que le pediré a Alondra que no me vuelva a mandar a esas habitaciones, menos con tipos como esos. —Negó con la cabeza. —Y sí …el que se iba a lanzar supuestamente, era un muchacho guapísimo. —Suspiró recordando su rostro angelical dormido. —Pero estaba completamente intoxicado, parecía que se iba a lanzar, fue suerte que no lo hiciera, lo detuve. — ¿Tú? No vuelvas a hacer algo como eso Elia. —La reprendió. — ¿Qué hubiera pasado si su fuerza hubiera superado la tuya? ¿Vale la pena arriesgar tu vida por la de alguien que no se acordará de ti en unas horas? ¡Dios! — ¿No lo hubieras hecho tú? —Preguntó entonces. — ¿No le hubieras salvado la vida, Remedios? —No. —Respondió con rencor. —Antes tal vez, pero con las cosas que sé de esos indeseados, Elia, ya no me importaría que el mundo se quedara sin uno de ellos. —No puedes hablar así, Remedios. —Elia se encontraba sorprendida con la actitud de su hermana, que nada tenía que ver con su actuar usual. —Son seres humanos, al fin, cada vida vale. —Tienes razón, es sólo que estoy molesta por…cosas que no son importantes. —Negó con la cabeza recordando la forma en la que Valente le hizo lavarle la espalda, se sentía sucia y humillada y lo peor de todo es que pronto tendría que regresar. —Y me desquito con todos, no está bien. — ¿Qué es lo que no estás diciéndome, Remedios? —Preguntó entonces Elia con los ojos entrecerrados, era evidente que había cosas que le estaba ocultado, y aquello no era muy propio de su hermana. —Mierda, mira la hora, tengo que irme.  —Daban las seis con cincuenta, Remedios corrió a tomar sus maletas y después de abrazar a su hijo y hermana salió de la casa dejando a Elia sola. La joven se había quedado al fin sola, le causaba tranquilidad vaciar un poco el pensamiento, por lo menos el que le restaba antes de tener que partir a la universidad. Miró una ultima vez sus apuntes, se encontraban en orden y las tareas realizadas, aquello le causaba calma. El día siguiente, bastante similar al anterior se despertó temprano, la primera en su casa en hacerlo, respectivamente Remedios estaba arreglándose en su pequeño apartamento para ir a su odiado trabajo, ni siquiera quería empezar a imaginarse qué actitud tendría aquel individuo. —Si vuelve a pedirme que le lave la espalda, Alexa, te juro que una esponja es lo mínimo que le voy a aventar. —Remedios llevaba una caja con materiales de limpieza y apoyaba con su hombro el teléfono celular mientras hablaba con su mejor amiga. —No entiendo la naturaleza de su relación, pero eso que hizo fue insano. —La mujer suspiró y se paró frente a la puerta metálica del piso de Valente, no quería entrar, de algún modo que odiaba admitir temía de él. — ¿Nos ponemos de acuerdo para vernos el fin de semana? Si es que este tirano me lo permite. —Por el dinero que ganas yo no tendría problema conque me convoquen los fines de semana, en el hospital nos explotan como esclavos y lo que ganamos es una miseria. —Suspiró Alexa. —Creo que trabajamos lo mismo, sólo que tú nada más lidias con un niño mimado mientras que aquí tenemos que trabajar con el malhumor de los doctores a cargo de nosotros y pacientes necios. —Puedo saborear como un manjar soñado estar en tu situación, pero no sabes lo costoso que es tener a un bebé. —Sonrió entonces pulsando los botones de la contraseña que Valente había compartido sólo con ella para abrir la puerta. — ¿No te ha buscado infeliz de Donato? —Preguntó Alexa, aquello seguía resultado doloroso para Remedios, el hombre que había jurado amor incondicional había desaparecido, con el pretexto de trabajar en el extranjero para pagar gastos del bebé, desde que partió no volvió a comunicarse. —No, en lo absoluto. —Susurró Remedios respirando profundamente, de todas las personas que pudieron decepcionarla jamás hubiera imaginado que un hombre tan noble como el que aparentaba ser Donato terminaría por dejarla sola de aquel modo. —Con eso de que regresó hace una semana a la ciudad pensé que quizá… — ¿Regresó? —Preguntó entonces parpadeando anonadada, a la mitad de la puerta, sentía el corazón en su boca, y una sensación de vergüenza combinada con traición en su interior. —Sí, el muy imbécil está de pasante en el mismo hospital que yo, cada vez que lo veo me dan ganas de arrancarle la cabeza, se siente intocable por su p**i ¡Yo también sería la mejor si mi padre fuera el director del hospital! —Gritó. —No me siento bien, Alexa, tengo que colgar. —Murmuró sintiendo, pulsó apresurada el botón y se quedó paralizada un momento, con profundos deseos de gritar, era tan sólo un cobarde sin corazón. — ¿Hay alguien? —Preguntó una vez se encontraba dentro, al percibir el silencio dentro del piso, finalmente pudo respirar profundo, le aliviaba no haberlo encontrado ahí, no se sentía con la fuerza para lidiar con él al mismo tiempo que lo hacía con sus sentimientos encontrados, conque había regresado. Era la misma rutina de siempre para Elia, apenas regresaba del trabajo tomaba un autobús a su casa para enseguida comer algo y correr a su primera clase de la tarde, al terminar tenía oportunidad de dormir y no la desperdiciaba en lo absoluto, sus horas de descanso eran cruciales, principalmente cuando no tenía ningún examen en puerta, pues entonces no se daba a sí misma una hora de descanso. Al despertar al alba Elia tomó sus cosas después de bañarse y salió apresurada hacia la parada de autobús. —Carajo…—Susurró para sí misma cuando notó que había dejado en su bolso todas las propinas que había recibido el día anterior, especialmente la cuantiosa cantidad de dinero que Lucas le había dejado, le preocupaba estar por todos lados con ella. Tras esconderla bien entró al autobús, en él ya se encontraban Hugo, su amigo. —Te ves bien ¿Qué tienes entre manos? —Preguntó inmediatamente la joven al notar que él se había peinado, cosa que nunca hacía, además olía a perfume, algo bastante inusual en él, principalmente porque rara vez tomaba una ducha. —Voy a conquistar a una señora. —Sonrió emocionado. —La semana pasada me dejó una nota diciendo que quería verme en su habitación y no fui por cobarde, pero ayer me guiñó el ojo otra vez, no pienso perderme la oportunidad de tenerla. —Tenerla, que expresión tan rara. —Frunció el ceño Elia mientras el autobús avanzaba hacia la zona hotelera. — ¿Cómo te has sentido? —Preguntó entonces para cambiar de tema, Hugo era el único que sabía sobre lo que le había sucedido a Elia el año pasado, por lo que evitaba incomodarla con temas sexuales. —Bien, ya podré pagar la mensualidad de la escuela de psicología. —Suspiró con alivio. —Ya estaba debiéndoles, y digamos que no son los más comprensivos. —Menos mal. —Asintió contento. —De todos modos sabes que Antonieta y yo siempre estamos dispuestos a cooperar, aunque sea con un poco de dinero. —No te preocupes. —Sonrió ella. —De todos modos todavía faltan unos días para que se venza el plazo, debí depositar el dinero ayer…—Hizo una mueca. —Pero estuve todo el día ocupada, quizá en mi día de descanso. — ¿No le puedes pedir a tus papás que lo hagan por ti? —No, no quiero molestarlos. —Hugo rodó los ojos, siempre era lo mismo con ella, se sacrificaba demasiado por los demás y rara vez buscaba ayuda, era una mujer bastante testaruda para su gusto, por suerte sólo le interesaba como una amiga, porque de otro modo pensaba que sufriría. —Aquí me bajo. —La joven se levantó y despidió a su amigo con un breve abrazo. Aquel hotel no le causaba calma desde hacía tiempo, pero se mantenía en él en tanto conseguía un empleo para llevar a cabo sus prácticas, además antes quería ahorrar lo suficiente para no preocuparse por las colegiaturas. El dinero, volvió a recordar que dentro de su bolso llevaba la paga, por lo que se encogió un poco y lo puso sobe su pecho, para de algún modo mantenerlo seguro. —Te ves tan bonita hoy. —Sonrió Alondra saludándola con amabilidad. —Y llegaste temprano, eres adorable. — ¿Y Erica? —Preguntó Elia sonriendo tímidamente, sintiéndose apenada por los elogios de su jefa. —No ha llegado. —Se encogió en hombros. —Pero todavía faltan unos minutos para que inicie el turno, así que no hay problema. —Ah, excelente. —Sonrió la joven, sus ojos azules brillaban especialmente aquel día, por primera vez en mucho tiempo se sentía conforme, nada la tenía preocupada, principalmente si se enfocaba a no pensarlo todo demasiado. — ¡Cansada del tráfico! ¡Y casi choco al imbécil de Gerónimo! —Erica venía corriendo desde el pasillo del restaurante, mientras recogía su cabello. —Imagínate el drama que haría si sí lo hubiese impactado con mi auto. —Rodó los ojos. — ¿Por qué no lo despides ya, Alondra? Hola, cariño. —Saludó de beso a Elia. —Porque es buen mesero, no creas que me agrada demasiado tampoco, pero es lo que hay. —Se encogió en hombros. —Ah, Elia, te busca un muchacho afuera. —Señaló Erica hacia la puerta de cristal. — ¿A mí? —La castaña frunció el ceño mirando hacia donde se le indicó, se encontraba de espaldas por lo que no podía reconocerlo. —Pero no puedo, estoy en horario laboral. —Se excusó. —No pasa nada, aún no llega tanta carga. —Alondra sonrió. —Ve, y cuéntanos qué es lo que quiere, tiene buena espalda. —Es una espalda verdaderamente atractiva. —Concedió Erica ladeando la cabeza. Elia sentía nerviosismo, apresurada subió a dejar su bolso en su casillero para atender rápidamente a la persona que la buscaba. Al salir podía sentir el corazón recorrerle todo el cuerpo por su intenso palpitar, tan sólo verlo de reojo era necesario para reconocerlo, era ¿Cómo es que se llamaba? ¡Valente! Tenía un perfil increíble, su nariz no era otra cosa además de perfecta y sus ojos parecían… cansados, sus pequeños labios consistían en un color rosa tenue. —No voy a hacer esto. —Se dijo a sí misma muy bajito negando con la cabeza. Valente, como percibiéndola, se giró inmediatamente. — ¿Elia? —Preguntó. Demonios, pensó la joven ¿Cómo podía recordar su nombre? Tragó saliva cuando él caminó apresuradamente hacia ella. —Hola, le dije a tu amiga Erica que te hablara. — ¿Cómo sabes su nombre? Y que somos amigas. —Preguntó ella con la ceja alzada, Valente miró a sus lados buscando imaginaria ayuda, ese había sido un terrible inicio y mentir no le serviría de nada pues Elia parecía una mujer astuta y difícil de engañar. —Lo investigué. —Respondió él, hubo un largo silencio en el que Valente esperaba a que ella dijera algo, pero ultimadamente él le había hablado, sin embargo al verla una vez más se había quedado en blanco. Por supuesto conocía a mujeres hermosas, pero había algo tan particular en la mirada azul de Elia, como una sonrisa oculta y un secreto que compartir con él, le provocaba curiosidad y se sentía increíblemente avergonzado de saber que ella había tenido que salvarlo de la muerte, se encontraba mudo. — ¿Y bien? ¿Te puedo ayudar en algo? —Preguntó entonces ella, rompiendo aquel incómodo silencio. — ¿Sabes quién soy yo? —Preguntó él dando un paso hacia ella, inclinando un poco su cabeza hacia abajo, pues sus estaturas eran completamente opuestas, y no es que Elia fuese necesariamente pequeña, más bien Valente era increíblemente alto, algo que había heredado de su padre. —Honestamente no. —Se encogió la muchacha en hombros, cruzando enseguida sus brazos sobre el pecho, Valente se sentía profundamente ofendido, ¿Creía que era estúpido? O ¿Era ella una imbécil? ¡Cómo podía no recordarlo! —Claro que me recuerdas, no seas absurda. —Elia por supuesto podía decirle la verdad, podía simplemente admitir que sí, en efecto recordaba haberle salvado la vida, pero ¿Qué conllevaría eso? Por algo la había buscado, por supuesto, no quería saber nada de él y mucho menos de sus amigos, especialmente aquel Rogelio. No quería tener nada que ver con él. — ¿Crees que tengo memoria de pez, Elia? —Preguntó. —Te vi de reojo en la puerta, querías huir, o sea que sí me recuerdas. —Y si fuera cierto, que por supuesto no lo es, ¿Qué es lo que quieres de mí? —Eres bastante grosera para ser una empleada del hotel ¿Sabías? —Le preguntó negando con la cabeza. —Podría hacer que te despidan por insubordinada… —Si eso es lo que venías a decirme…—Elia se encogió en hombros, por supuesto le asustaba la idea de ser despedida pero si demostraba su miedo él tendría poder de intimidarla siempre, así había sucedido con Gerónimo y hasta el momento la atormentaba. —No, espera. —Ahí estaba una vez más, tocándola, un suave tacto que no la intimidaba a diferencia del resto, cuando cualquier hombre siquiera se acercaba Elia tendía a retroceder y sentir miedo, pero con él parecía tan natura. — ¿En serio no me recuerdas, Elia? —Preguntó, esta vez la joven optó por mirarlo a los ojos. Parecía triste, desesperado, como con cierto anhelo. – ¿Verdad que sí me recuerdas? —Preguntó en voz baja. —No. —Terminó por decir, completamente indiferente. La intensidad de sus palabras parecía llevar consigo un trasfondo que no estaba dispuesta a develar, no por lo menos en ese momento. —Discúlpame por confundirte. —Terminó por decir en un tono amable, demasiado amable para los de su tipo. Aunque sus palabras parecían honestas su rostro parecía contenerse. —Escucha… —Suspiró Elia sintiendo culpa, el rostro de Valente comenzó a iluminarse cuando la joven vio a Lucas entrar al restaurante. —Demonios, lo siento, tengo que irme. —Corriendo hacia donde se encontraba previamente y empujando con su hombro el de Valente, la joven finalmente lo dejó solo. Él se encontraba completamente enfurecido por aquel desplante. Elia corrió a toda prisa hacia el área de recepción, donde Erica ya se encontraba hablando con Gerónimo. — ¡Hey! Esa mesa que llegó es para mí. —Ambos la miraron, sólo que Gerónimo parecía verla como a un bicho, la despreciaba completamente.   —Las reglas dicen que si no estás en el restaurante cuando un cliente llega le corresponde recibirla al que sigue en la lista, y ese soy yo, así que te callas. —Le explicó de manera despectiva. —Ni siquiera se ha terminado de sentar, Erica. —Elia ignoraba por completo a Gerónimo cuando este le hablaba de un modo irrespetuoso. —Por favor, te explico luego. —Elia… —Por favor. — ¿Es en serio? ¡No voy a permitir que se me falte al respeto! —El hombre había enfurecido, provocando miradas en el local. —Menos por una zorra de cuarta como Elia ¿Verdad? —Preguntó viéndola. — ¿Verdad que eres una zorrita? —Sobre si soy una zorra o no, no estoy tan segura, pero lo que sí sé es que tú eres un imbécil insoportable al que todo el mundo odia. —Respondió Elia, movida por un impulso desde sus entrañas, ella sabía por qué él se sentía con el derecho de llamarla “zorra” y eso la enfurecía. —Suficiente. —Finalmente Alondra había llegado a poner orden. —Tú te sales conmigo y tú atiende a esa bendita mesa, Elia, creí que eras más mucho mejor que esto. —Gerónimo miró con ira a la joven castaña y caminó detrás de Alondra hacia el exterior del restaurante. — ¿Estás bien? —Preguntó entonces Erica. — ¿Cuál es tu fijación con esa mesa? Creí que no te agradaba ese señor. —No me agrada en lo absoluto. —Respondió ella mirando fijamente a Gerónimo, quien del mismo modo la veía con coraje, parecían quererse sacar los ojos, ambos. Finalmente respirando profundo se encaminó hacia donde Lucas se encontraba sentado. —Un café n***o. —Ni siquiera le había permitido darle los buenos días cuando el apuesto hombre habló en aquel tono plano. — ¿Por qué estaban peleando? —Le preguntó fijando sus ojos en un periódico, este lo había traído él mismo. — ¿Qué? No estábamos peleando señor, nada de eso. —Lucas cerró ruidosamente el periódico y miró con sus penetrantes ojos azules los de Elia, parecía incómodo y molesto. —No vas a mentirme en mi propio restaurante, no soy imbécil. ¿Qué fue lo que sucedió? —Elia suspiró, era imposible aquel hombre y tampoco tenía fuerza para inventarse alguna historia. —Gerónimo quería atender tu mesa y yo lo impedí. —Aquello había resultado increíblemente cómico para el señor por lo que con una sonrisa satisfecha asintió y volvió a su lectura. Elia mantuvo sus puños cerrados frente a aquel hombre quien después de mantenerse absorto en algún pensamiento divertido la miró. — ¿Me vas a traer mi café? —Le preguntó entonces manteniendo aquella mirada entretenida. Gerónimo y Alondra estaban teniendo una extensa discusión, ella apenas y podía lidiar con aquella actitud tan irreverente y grosera. —Te dije que conozco al dueño del hotel y si me despides haré lo necesario para que te despidan. — ¿Ah sí, Gerónimo? ¿Cómo se llama el dueño? —Se llama Lucas Demetri, íntimo amigo mío, así que hazle como quieras. —Se encogió en hombros, aquello finalmente había logrado asustar a Alondra, pues realmente aquel sí era el nombre del dueño, aunque no sabía cuál era su apariencia como para reconocerlo. —No tenía pensado despedirte pero sí te voy a castigar dos días de trabajo y si vuelves a armar un espectáculo me veremos si el dueño del hotel está muy conforme, si tan amigos son. — ¿En serio harás esto por esa puta? ¡Ella es la que debería largarse! ¡Hace ver el restaurante como un prostíbulo! — ¡Elia no tuvo la culpa de lo que sucedió, imbécil y tienes prohibido volver a hablar con o de ella! —Alondra finalmente se había exaltado, nunca le había alzado la voz a ninguno de los meseros, o empleados del hotel. Gerónimo parpadeó anonadado y sonrió con cinismo. —Como quieras. —Terminó por decir, caminando apresurado hacia el área de vestidores, estaba furioso, esa zorra le había costado dos días de trabajo, dos días de dinero. Lo mínimo que merecía era que le pagara, así que sin ser visto miró en el casillero de Elia esperando encontrar algunas monedas, sólo para molestarla, sin embargo tras mirar en el interior de su bolso y encontrarse con varios billetes grandes, aquello lo había tomado por sorpresa, dudó unos —Es lo mínimo que me debe. —Se convenció a sí mismo antes de tomar la cuantiosa cantidad de dinero y llevársela. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD