"La predilección de Lucas"

3034 Words
—Estoy despechado. —Murmuró Rogelio en voz baja mirando su vaso de cristal, se encontraban sentados él Valente y Román, todos esperando a que la fiesta empezara. —Una barata empleada me rechazó. —Valente alzó su vista para mirarlo, por algún motivo había recordado a Elia y eso lo ponía nervioso. —Sólo porque la estabas acosando, imbécil. —Respondió Román negando con la cabeza brevemente. —Debiste verlo, parecía un depredador, Valente. — ¿Cómo es que me lo perdí? —Preguntó el joven con los ojos adormilados, recordando borrosamente la sensación de los labios de Elia sobre su frente ¿Por qué había hecho algo como eso para después desplazarlo como si no importara nada? —Después de tu…espectáculo s*****a y de desaparecer fue cuando Rogelio atacó. —Yo no ataqué a nadie, ella tiene la culpa por provocarme. —Respondió tajantemente, justificándose, aquello había causado malestar estomacal en Valente, ¿Cómo podía responsabilizar a aquella muchacha, quien fuera que fuera? —Ninguna mujer tiene la culpa de que no puedas mantener esa cosa diminuta dentro de tus pantalones. —Terminó por burlarse de él, Rogelio lo miró con rencor, odiaba aquella invisible autoridad que tenía Valente, todos siempre parecían obedecerlo y reírse de sus chistes, pero cuando él hacía uno todo el mundo se ofendía. ¿De qué se jactaba si su fortuna se la debía a cualquiera menos a sí mismo? —Antes era más fácil, ahora todo lo consideran como acoso, es una lata. —Sí…—Murmuró Valente mirando su vaso. —Si llego a enterarme de que vuelves a molestar a una mujer y me voy a encargar de cortarte ese mediocre m*****o que tienes, ¿Estamos? — ¿A ti qué te importa? —Preguntó frunciendo el ceño, había comenzado a sudar, Valente no era de amenazar, nunca lo hacía, por eso aquella fría advertencia le había puesto los pelos de punta. —No tienes ningún derecho de tratas a las mujeres como si fueran objetos. —Aquello lo dijo con tristeza, vio al fondo de su piso a Remedios organizando unas botellas sobre la mesa de cristal. Se sentía un imbécil y ella no le dirigía la palabra, probablemente nunca volvería a hacerlo. —Como sea, se han vuelto tan aburridos…—Susurró con molestia. Valente se levantó con una mirada triste, acercarse a Remedios le era difícil después de lo que le había hecho pasar, sabía que se había convertido en un infierno para ella. —Sabes…No tienes que organizar las botellas, de todos modos estos monos las tendrán de aquí para allá. —Intentó bromear, Remedios lo miró por un instante con sus intensos y fríos ojos azules, casi como dagas. — ¿Quieres descansar? — ¿Puedo? —Preguntó en voz baja. —Porque la ultima vez que me ofreciste descansar enfureciste conmigo y me hiciste lavarte la espalda, luego me amenazaste para que no renuncie, así que ¿Puedo, Valente? —Creo que no deberías hablarme en ese tono si eres mi empleada. —Bueno, creo exactamente lo contrario ya que el que me retiene aquí eres tú. —Sonrió. —Así que si me permites continuaré acomodando estas botellas aunque en unas horas tendré que recoger sus pedazos. — ¿Me perdonarás? —Le preguntó en voz baja mirando a los lados, sus amigos comenzaban a notar aquella escena. — ¿Me dejarás renunciar? —Le preguntó ella entonces parpadeando temblorosamente. Valente se quedó en silencio contemplándola, se sentía ahogado, aquella pregunta resultaba tan dolorosa. —No. —Respondió finalmente haciendo un puño con su mano. —Ahí tu respuesta. —Sonrió. —Ahora grítame o van a pensar que eres un cobarde, porque así son ustedes. —De verdad lo estoy intentando. —Murmuró entre dientes y mirándola. Ella asintió con la cabeza, Valente cerró los ojos con fuerza, era tan insoportablemente testaruda como Olimpia lo era. Finalmente lo había logrado, estaba colmado. —Si crees que lavarme la espalda fue humillante, entonces prepárate. —Terminó por decir causando escalofríos en ella. Lo odiaba, nunca había odiado tanto a una persona como lo odiaba a él. ¿Cómo podía ser tan canalla? A Elia le provocaba calma saber que no tendría que compartir ni una hora más de turno con Gerónimo, Alondra había sido bastante firme con él, como nunca antes, y todos en el restaurante estaba orgullosos, ya que aquel individuo usualmente se salía con la suya en todo lo que quería. — ¿Soy sólo yo o hay una sensación de armonía especial el día de hoy? —Preguntó Erica sonriendo desde el mostrador. —Es hermoso, así debería ser siempre. —Asintió Alondra. —Hubiera despedido ya a ese engendro si no fuera porque conoce al dueño y puede mandarme a despedir… —A Elia se le escapó una pequeña risa ante la ironía ¿Gerónimo conocer al dueño? Era un chiste.  — ¿De qué te ríes? —No, de nada importante. —Terminó por decir negando con la cabeza, Lucas le había dirigido aquella mirada indicando que ya quería la cuenta, caminó hasta él con el pequeño ticket y se lo extendió. —Escuche esto. —Él la miró parpadeando anonadado con sus ojos azules ¿Se dirigía a él? — ¿Recuerda a Gerónimo? ¿El motivo de mi tormento? ¿El mesero que usted odia y por el cual estoy atendiéndolo ahora para que no nos despida? Bueno dice que es intimo amigo suyo. —Lucas alzó ambas cejas. — ¿Qué te hace pensar que puedes hablarme con esa confianza? —Le preguntó, Elia reprimió los labios, entonces él sonrió brevemente. — ¿De verdad quieres seguirle cubriendo el trasero a ese mitómano? —Terminó por decir dejando un par de billetes sobre la mesa. —No te entiendo. —Murmuró levantándose, Elia enrojeció, era tan alto que tenía que alzar la cabeza al cielo para verlo. Aquello no había pasado desapercibido, Lucas notó el nerviosismo de Elia hacia él, estaba acostumbrado a que las mujeres se emocionaran al verlo, pero había algo diferente en la forma en la que Elia lo miraba. No era un rostro de pasión o de emoción, parecía más bien asustada. Lucas se caracterizaba por ser un hombre centrado y atento, sabía leer perfectamente a las personas, aquel había sido su camino para lograr todos sus objetivos, por ese motivo le resultaba intrigante Elia, era como un picor en la garganta su forma de actuar, aquella extraña autoconfianza que en segundos se desmoronaba. Caminó fuera su restaurante, tenía un par de juntas agendadas por lo que descifrar a aquella mesera era un pasatiempo al que no se permitía dedicarle más del tiempo necesario. —Lorena lo ha estado llamando. —Lucas miró a su lado, se trataba de su asistente, un pequeño hombrecillo que vestía un traje a la medida. —Dile que no estoy en la ciudad, Mike. —Resolvió. —Señor, el problema es que… —Es que ya estoy aquí. —Lorena, aquella mujer de piernas kilométricas, cabello brilloso, liso y de ojos negros sonrió sentada en la sala de espera de su oficina, en el mismo hotel. — ¿Era tan difícil mandarme un mensaje para advertirme? —Le preguntó a Mike en voz baja, el hombre sudando de la frente miró nervioso hacia la mujer, Lucas también la vio, ella tenía el celular de su asistente en manos. —Soy irresistible para todo pero no para ti ¿verdad? —Le preguntó la mujer sonriendo, Lucas rodó los ojos y entró en su espaciosa oficina, por cuestiones de desconfianza no tenía ventanas por lo que parecía ser de noche. — ¿Vienes? —Le indicó la entrada, ella sonrió con picardía, se levantó y extendió el celular a Mike, él seguía sudando, nervioso por aquella presencia y es que Lorena era mujer imponente y alta, casi tanto como Lucas. Ambos entraron y finalmente, tras sentarse en uno de los sillones color verde esmeralda se miraron, Lucas tenía una mirada tranquila y ella no, la calma con la que Lorena había llegado se esfumó apenas notó que él estaba perfectamente bien. — ¿Te importa un comino lo de nosotros? —Le preguntó la mujer parpadeando repetidas veces. —Es gracioso que ello es exactamente lo que te pregunté cuando te encontré en la cama con ese muchacho, casi un adolescente. —Negó con la cabeza brevemente. —Era mayor de edad. —Corrigió. —Sí, por eso dije casi, apenas cumplió los dieciocho años. —Sonrió Lucas brevemente. —He tenido un día largo, Lorena, así que preferiría que te vayas de una vez, no vale la pena esta conversación si regresaremos a lo mismo. — ¿Qué es lo mismo? —Preguntó ella levantándose. – Porque cuando me encontraste con él no dijiste nada, cuando te intenté llamar tampoco supe nada de ti, tuve que interceptarte básicamente. —Es que no tengo nada que decirte. —Se encogió en hombros levantándose, cruzó los brazos sobre su pecho con calma. ¿Qué es lo que quieres de mí? No te armé un escándalo, no dañé tu carrera de…Actriz. No hice nada. —Exactamente eso es lo que me hace tanto ruido, Lucas, no hiciste nada. —Le respondió alzando la voz. —Nunca te has interesado por mí, nunca te pusiste celoso, ni siquiera cuando te contaba que me buscaban muchos hombres, simplemente no te interesa, Agustín me hace sentir deseada. — ¿Así se llama tu pequeño adolescente? —Le preguntó sonriendo. —Te lo dije, no siento celos, nadie vale la pena, ¿Por qué debería querer a alguien en quien no confío? —Los sentimientos no son racionales, Lucas. —Exclamó Lorena con dolor. —Me queda claro que tú no tienes nada de eso, menos si te escondes en esa coraza de frialdad y desinterés, por eso estás solo. —Está bien, Lorena, tienes derecho a estar enojada. — ¡Tú eres el que debería estar enojado! ¡Te engañé! ¡Te fui infiel! —Gritó, las venas de su delgado cuello comenzaron a botarse, Lucas suspiró y tomó del bolsillo de su pantalón un pañuelo de tela con sus iniciales, se lo entregó. —Siento no haberte correspondido como quisieras, pero no voy a sentir nunca lo que quieres que sienta. —Decirlo dolía, él no quería ser así, pero en eso Lorena tenía toda la razón, se había enterrado dentro de una armadura para evitar ser herido, más bien para evitar herir. — ¿Es lo último que me vas a decir? ¿Después de un año de relación te disculpas por qué? ¿Por no amarme tanto como yo te amo? —Le preguntó lloriqueando. —No. —Respondió él. —Me disculpo por no amarte en lo absoluto. La persona que finalmente hizo el espectáculo fue Lorena, quien al salir estuvo gritando por todos los pasillos del área administrativa del hotel lo miserable que era Lucas, lo descorazonado y ruin que había sido con ella, decidió no tomar represalias a pesar de que se le sugirió. Se encontraba cansado, por eso evitaba relacionarse emocionalmente con nadie, sabía que le era imposible desarrollar sentimientos reales por absolutamente nadie, además de sí mismo, y en algún momento su falta de expresión y pasión le explotaba en la cabeza, con dramas ocasionales como el que Lorena había protagonizado. Caminó en silencio hacia su auto deportivo color gris, estaba cansado y ansiaba llegar a su casa a dormir, no le interesaba la soledad muchas veces, por contrario, la buscaba y deseaba…sin embargo las palabras de Lorena tenían peso sobre su mente, ¿Era acaso su personalidad ermitaña la que cada vez le provocaba aislarse más? Podría, por supuesto, ser peligroso distanciarse tanto de la sociedad, estaba olvidando como interactuar como una persona normal. Fueron unos lloriqueos femeninos lo que lo sacaron de su burbuja, aquella en la que usualmente se encontraba. —No es cierto. —Susurró aquella voz femenina que parecía reconocer. —No puede ser cierto… —Continuó, temblorosamente, siguió con sus ojos la voz y se encontró a la distancia con una joven sentada en el sucio suelo del callejón detrás del restaurante de su hotel. — ¡No, carajo! Ya había lidiado con Lorena y eso era suficiente drama por lo que en un primer momento decidió no intervenir, es que tampoco le interesaba en lo absoluto, pero había empezado a llover y aquella joven anónima no parecía tener la intención de levantarse pronto. De nuevo estaba Lorena en su cabeza diciéndole que había perdido su humanidad, esas palabras calaron sobre su cabeza cuando tras torcer los ojos y suspirar caminó hacia ella. — ¿Elia? —Fue lo primero que preguntó al reconocerla. —Demonios. —Él se puso en cuclillas frente a ella, su bolso y cosas se encontraban regadas en el suelo mojado, Elia limpió sus lágrimas, apresurada y comenzó a recoger sus cosas, tenía un rostro de frustración. —No estoy en horario laboral. —Se justificó en un tono de voz mormado. —No estaba reclamándote nada ¿Qué sucede ahora? Si no estás haciendo un puchero, estás bailando y si no estás bailando estás llorando. —Sonrió intentando sonar amable, ella lo miró seriamente, a Lucas se le borró su intento de una sonrisa nada natural en él. —No es nada que deba preocuparle a usted, señor. —Sonrió levantándose, la lluvia se estaba incrementando, Elia miró a su alrededor y apresurada abrió su paraguas n***o, cubriéndose no sólo a ella sino a él también. Elia parecía tener con ella toda la humanidad que a él le faltaba. A su lado se sentía como un robot, pues evidentemente la joven estaba pasando por un mal momento, sin embargo ahí estaba, cubriendo a un extraño que no había sido del todo amable con ella de aquella lluvia, su mirada azul brillaba tiernamente y las lagrimas se confundían con las gotas que alcanzaron a caer sobre su rostro. —Tengo que irme. —Sonrió Elia. — ¿Le dejo el paraguas? —Eh…No, mi auto está ahí. —Señaló uno aleatorio, se sentía nervioso. —Está bien, tenga bonita noche. —Lucas frunció el ceño y asintió. —Elia, ese Gerónimo no merece que le ayudes de este modo, debería haberlo despedido hace mucho tiempo. —Aquello lo dijo intentando adivinar el por qué estaba llorando, ella sonrió. —Sé que parece algo patético. —No es patético, es dulce, aún así él no se merece nada de ti. —Sus palabras salieron por sí solas y se arrepintió inmediatamente, ¿Qué tan mal se vería que el dueño del hotel interactuara de aquel modo con una joven mesera? La prensa lo comería vivo. —Tienes que aprender a elegirte a ti, Elia, te aseguro que el resto del mundo así lo hace. —Gracias por el consejo. —Sus respuestas parecían automáticas, lo trataba del mismo modo que cualquier mesero trataría a un cliente, aquello le consternaba, quería conocer su verdadera bondad, ¿Cómo podía preocuparse de aquel modo por los demás y nunca por ella? Apenas la conocía y podía enlistar todo lo que debía arreglar aquella mujer en su vida. —De verdad tengo que irme, cúbrase o se va a enfermar. —Lucas hizo una mueca, le daba tristeza saber que seguramente ella tendría que tomar un autobús, había pensado en ofrecerle un aventón, pero de nuevo ¿Qué tan mal se podría ver eso? Elia se retiró, pero algo no cuadraba en todo ese escenario, seguramente algo grave había tenido que pasar para que una joven que parecía ser templada estuviese así, rendida y llorando en el suelo. Decidido caminó hacia el interior del restaurante para buscar respuestas, no le interesaría utilizar su autoridad para conseguirlas, sin embargo tampoco fue necesario hacerlo ya que los cuchicheos de dos de las empleadas del restaurante eran más altos de lo que ellas pensaban. —Pobrecita… —Susurró una, Lucas sacó su celular para aparentar que estaba en una llamada ahí en la entrada. —Sí, estoy segura de que tuvo que ser alguien de cocina. —Continuó otra con una mueca triste. —Debiste verla, creo que tuvo un ataque de ansiedad. —No creo que sea para tanto… —Con eso Elia iba a pagar su matricula de la carrera, ahora es probable que la expulsen, se quería morir ¿Cómo pudieron robarle todo? —No quiero culparla de nada pero ¿Cómo se le ocurre traer consigo todo el dinero que tiene? —Preguntó entonces la que se encontraba en la recepción. —Es decir, ¿Te has dado cuenta de lo torpe que Elia puede llegar a ser? ¿arriesgándose como se arriesgó con ese asno? Por eso le pasó lo que le pasó. —No puedes hablar de esto, Alondra lo tiene prohibido. —Ambas alzaron la vista para encontrarse con Lucas, las jóvenes se enrojecieron y enderezaron sus espaldas emocionadas. —Señor una disculpa ¿Mesa para una persona? — ¿En qué universidad está? —Preguntó él frunciendo el ceño. — ¿Qué? —Preguntó una de ellas mirando a su compañera, nerviosamente. —No importa. —Terminó por decir caminando hacia afuera, había ideado un plan, quizá, sólo quizá él podía ayudar a Elia, sólo si ella lo ayudaba a él, a encontrar y recordar su humanidad. Sonrió y marcó a su asistente. —A sus órdenes. —Respondió Mike. —Quiero que investigues en qué universidad está Elia. —Solicitó. —Es una mesera del restaurante del hotel, no sé su apellido, averigua también eso. —De inmediato. —Ambos colgaron, Lucas guardó su teléfono y se quedó parado un momento en silencio mientras el resto de las personas caminaban a su alrededor, ni siquiera él podía terminar de entender lo que quería hacer exactamente, pero por el momento se encontraba agradecido, iba a ayudar a una persona y eso ya no sucedía con tanta frecuencia. 
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