Inmune a una tentación

3178 Words
" Hasta el hielo más fuerte puede derretirse con el calor, algunas veces solo hace falta un poco de amor para que un corazón congelado se derrita con una sola sonrisa". >>>>>>>>>>>>>>> Las esposas que le rodeaban las muñecas, se habían desvanecido, sin embargo, en su lugar ahora llevaba algo más fuerte y doloroso que aunque la soltara la seguiría castigando con la frialdad de su ser. «Nada de esto debería ser real, no es mi destino, la vida me ha hecho una mala jugada y aunque tenga mi libertad, estoy condenada a tener un nombre manchado por el resto de mi vida» — Baja —ordenó tras detenerse frente al departamento. Alice dejó sus pensamientos a un lado y alzó la cabeza, observando el lugar con extrañeza —. ¿Qué hacemos aquí? — preguntó con inseguridad. — No es obvio para ti, vivirás aquí conmigo—le recordó. — Sí, lo sé, pero creí que iríamos por mi abuela. — Me temo que eso no será posible. — ¿Cómo? No voy a dejar a la mujer que me crió completamente en abandono. «Eso jamás» Juntando sus piernas apretó los puños sobre estos con firmeza, la sola idea le causaba un profundo corte en el pecho. — Yo no he dicho eso, simplemente digo que tu abuela no podrá quedarse con nosotros. — ¿Por qué? ¿Qué razón hay para que ella no pueda venir? — Una, y es más que suficiente. Alice no entendía el motivo y volvió a preguntar, entonces, resoplando sobre el automóvil él dijo: ¡Por la sencilla razón de que estará en peligro! —respondió con enojo—. ¿Acaso no te das cuenta que esa persona que eliminó al Ministro pudo haber hecho lo mismo contigo? Y no dudo que te buscará para silenciarte, de modo que, si traemos a la mujer, la estarás condenado a correr con la misma suerte que Guido. — ¡Dios! —asustada cubrió sus labios con ambas manos—. ¿Entonces qué haré? — Por lo pronto baja del auto, debo guardar el auto y contigo aquí me estorba. — No tiene porque ser tan grosero. — Bajate —ordenó. Finalmente, ella se quitó el cinturón y abrió la puerta para alejarse, esperó por unos minutos hasta que el policía regresó con las llaves en la mano. — Andando ¿O piensas quedarte ahí? Ella lo miró con el ceño fruncido «¿Siempre tenía que ser así?» La sola cercanía de él le estremecía el cuerpo, no tenía idea cómo haría para aguantar vivir bajo el mismo techo. Lo siguió hasta que metió la llave a la puerta, dejándola entrar primero a ella. Tuvo que llevar su mano a la mandíbula, pues esta parecía que iba caerse. Todo el departamento era increíblemente lujoso. Seguramente le pagaban bien para mantener tan hermoso lugar con el piso de mármol, paredes blancas, ventanas enormes que daban vista a una hermosa vista de la ciudad, muebles de cuero, escaleras largas de pino, y un candelabro de plata en plena sala, más que departamento esto parecía ser una mansión. — Tu habitación será la segunda de la izquierda del primer pasillo subiendo las escaleras, ve y date un baño. Alice captó la indirecta al bajar su rostro y aspirar el olor que emanaba su ropa, sonrojada trató de defenderse. — No huelo así, porque lo quiera, estuve en una celda sin agua ni jabón, a penas me trajeron un poco de comida. — No estabas en condiciones de exigir, ahora hazme el favor de irte a bañar que así pareces un vagabundo de basurero. — ¡Me ofende señor! No soy ninguna vagabunda, así que le exijo una disculpa. Se había atrevido a desafiarlo aun cuando él le sacaba una cabeza de ventaja. Acercándose a ella Leonardo la miró fijamente hasta hacerla retroceder. — Parece que tienes una doble personalidad, con las esposas en las muñecas parecías un perrito bajo la lluvia que no dejaba de temblar, pero aquí te conviertes en una fiera a punto de lanzar las garras, eres interesante desde mi punto de vista, pero no para usarlo en mi, recuerda mi cargo y el lugar donde vives, estarás bajo mi vigilancia las 24 horas y no quiero escucharte hablándome en ese tono —caminó un poco hasta que logró que ella se topara con la dureza de la pared—. De lo contrario tendré que encadenarte ¿lo entendiste? Alice asintió con la mirada llena de temor—. Buena chica, ahora vete. Moviendo lentamente las piernas, se fue alejando hasta llegar a las escaleras, una vez subió el primer escalón, se echó a correr a la habitación designada. Abrió la puerta de un solo movimiento a la manija y se encerró con el corazón en la boca, le iba a dar un infarto o algo, ahora sí necesitaba ese baño. Se quitó la ropa a prisa y entró por una puerta que se supone sería el cuarto de baño y efectivamente, ahí estaba la ducha, caminó completamente desnuda hasta estar bajo la regadera, movió su mano a la llave, dejando que fluyeran las gotas a su cuerpo. — ¡Cómo necesitaba esto! —gimió cerrando los ojos, mientras disfrutaba del agua cayendo a su piel. Estaba tan concentrada que no se daba cuenta que había olvidado un pequeño detalle del que más tarde no la dejaría dormir. … Observando en el celular, recibió el mensaje de Aurelio con una gran interrogante que hasta el mismo ya empezaba a cuestionarse. — ¿En qué te estás metiendo? ¿Por qué lo haces? —se dijo así mismo después de tirar el móvil sobre uno de los cojines. Echando la cabeza atrás miró el techo, mientras meditaba en lo que se estaba metiendo. De pronto, escuchó un grito desde la segunda planta, rápidamente pensó en la joven, así que, no lo pensó y subió sacando su arma de la funda, corrió hasta la habitación donde debía estar ella, entonces, tirando una fuerte patada logró abrirla para entrar y… —. ¡Qué demo…! — se encontró con Alice completamente desnuda frente a él. Con el cuerpo aún goteando por el agua, ella se sonrojó desde los pies a la cabeza, lanzando un grito aún más agudo que el anterior trató de cubrirse con las manos, pero le temblaban tanto que le resultaba imposible ocultarse de la mirada azul del policía. — ¿P-por qué entró así? — ¿Qué diablos quieres que haga si te oí gritar? Pensé que alguien había entrado para atacarte. — Grité por una simple razón, no tenía ropa que ponerme, y la que traía estaba muy sucia. Y como ya vio que estoy bien, por favor váyase que me siento muy incómoda. — ¿Lo dices de verdad? — ¿Qué acaso no se da cuenta de cómo estoy? Él la recorrió con la mirada, deteniéndose unos segundos en el pequeño y delicado vientre de ella, para luego posarse en esos pechos que ella cubría con torpeza, dejando ver parte de aréola del busto. — ¡No me mire así! — Acabas de decirme que te vea. Alice no sabía que le estaba causando ese golpe en su corazón, si la mirada que él le daba, el hecho de que estuviera desnuda o ambos ¡Señor! Iba a morir si no se cubría pronto. — Le pido que se vaya. — No entiendo por qué te pones nerviosa, el primer día que te vi estabas casi en la misma situación, tu cuerpo no es ajeno a lo que no haya visto antes en otras mujeres, así que descuida «Princesa» , no tendré pensamientos obscenos contigo —al decir esto pretendía marcharse, mas sus piernas no respondieron, sus labios podían decir una cosa, pero su cerebro tenía otra opinión «Delicada, suave como algodón» se imaginaba la suavidad de esa piel y esos redondos y firmes pechos ¿Qué se sentiría tocarlos? Atrapar la larga melena castaña en sus manos para darle mayor acceso a probarla, pasar la lengua en esos botones rosados, bajar muy lento hasta llegar a los rizos, saborear la esencia entre los muslos y finalmente… — ¡Qué demonios! —se increpó así mismo por no controlar su mente —. Te conseguiré ropa —dijo, evitando mirarla—. Mientras tanto quédate aquí y no salgas. Saliendo presuroso, cerró la puerta para luego recargarse sobre la pared ¿Qué diablos había sido eso? Había estado a punto de perder la compostura y tomarla ahí mismo. Se avergonzaba de no haber podido controlar su mente, pues nunca le había pasado, el autocontrol era su mejor arma ante situaciones complicadas, pero ahora se suponía que esa mujer podía derribarla fácilmente. ¡Señor! Era el primer día y casi se lanzaba sobre ella, aun después de haber dicho que no tendría tales pensamientos. Leonardo Evans, había sido entrenado tanto física como mentalmente y eso no podía volver a repetirse «Jamás» juró en silencio, mientras caminaba a la salida con las llaves en mano. La tienda de ropa más cercana estaba a diez minutos en auto ¡Demonios! Ahora tenía que ir a comprar ropa de mujer, era increíble, pero ni siquiera por Maya había hecho tal cosa, si alguien lo veía pensaría que había perdido el juicio, así que debía ser rápido y prudente. … — ¡Papi! —gritó de emoción la niña de cabellos rubios como el de su padre. — ¿Mellea? Pero creí que estabas… —no pudo terminar ya que la pequeña de seis años se había lanzado a los brazos de su padre —. Mi dulce pequeña —sonrió acariciándole los cabellos. — Qué bueno que llegaste, la pobre no quería irse a dormir hasta que llegaras —acotó una voz femenina que bajaba de las escaleras. — Oh, hermana, gracias por cuidar de mi hija. — No es nada —respondió, mientras se acercaba hasta ambos para rozar la mejilla de Mellea—. Ya lo sabes, hago esto con gusto, tal vez algún día el cielo me de la misma dicha que a ti, pero hasta que ese momento llegue seguiré entregando todo mi cariño a esta hermosa niña. Pía Serra con veintiocho años, era la hermana menor de Aurelio, de cabellera rubia, ojos verdes, alta y delgada al igual que su hermano, una mujer que llevaba casada siete años, tiempo en el que no había tenido la dicha de concebir. El amor que ella tenía era solo comparado con el que una madre podía dar, su lado protector y el anhelo de tener a alguien a quien acunar en sus brazos había hecho que enfocará su atención en la dulce Mellea, consitiendola y mimandola en cuanto podía. — Tía Pía es la mejor, papá, me ayuda con las tareas y no es tan gruñona como la nonna. — ¿Con que ahora soy gruñona? La mujer de ojos verdes y melena oscura con mechones platinados, bajó desde lo alto de las escaleras, llevando una bata blanca—. No sabía que decir que te laves las manos antes de comer, me convertía en gruñona. Pía cubrió su boca, ocultando una risa al ver a su madre con el ceño fruncido y las manos en el pecho, la conocía muy bien sabía que estaba fingiendo y eso era lo que le causaba gracia. — Mamá… Mellea solo bromeaba —intentó justificar a su pequeña sobrina—. Ya sabes como son los niños. Pero Agnes no la escuchó, simplemente levantó la mirada al techo con actitud herida. — Mellea, creo que le debes una disculpa a tu nonna —sugirió, bajando a su hija para que se acercara a la matriarca y pidiera perdón por su comentario. Ella asintió, acercándose con la cabeza gacha hasta Anges. — Nonna —la llamó con una voz llena de arrepentimiento —. No quise decir eso, yo… lo siento mucho. Agnes la miró durante unos segundos y al verla tan linda con esa mirada de color verde, se colocó en cuclillas para abrazarla y cargarla en sus brazos. — Por supuesto que te perdono mi niña, pero no lo vuelvas a decir, sabes que tu nonna se entristece cuando su nieta favorita no la quiere. — Mamá, pero si es tu única nieta —comentó Aurelio, pero terminó siendo ignorado por su madre, quien muy alegre se fue con la niña en brazos. — ¿Viste eso? —le preguntó a su hermana con sorpresa—. La consciente más que tú, mamá ni siquiera me saludó. — Olvidalo Aurelio, ya sabes que cuando Mellea está presente, todos pasamos a segundo plano para nuestra madre, pero cómo evitarlo, ella es una niña adorable —afirmó con una sonrisa. — Sí, tienes razón, y no me molesta que sea mi hija quien acapare el amor de mamá, ella también es la dueña del mío. — Al igual que de todos Aurelio, pero… — ¿Qué ocurre? —cuestionó curioso. — Ah no es nada —sonrió restando importancia —. Me imagino que no has comido nada, siéntate en la mesa, te serviré la cena. — Gracias Pía. — Descuida, esto me hace recordar a los viejos tiempos ¿lo recuerdas? — dijo con nostalgia desde la cocina. — ¡Eh! no somos tan viejos —comentó algo indignado—. Tengo treinta y dos y tu veintiocho, prácticamente somos unas criaturas. Soltando carcajadas, ella regresó con el plato de comida. — Pasta, la adoro — dijo con sinceridad, mientras hundía el tenedor y lo enrollaba para llevarse un bocado —. Está excelente, pero… me trae nostalgia. — Es la misma receta que usaba Chloe, Mellea encontró el libro de su madre e insistió en querer probarlo. — Ya veo… Gracias por querer a mi hija. — Lo hago con gusto, pero hablando de eso… estuve pensando en algo que quería preguntarte. Tomó una silla sentándose frente a su hermano. — Por supuesto, adelante. — Bueno, yo sé que Chloe será irreemplazable, pero Aurelio ¿no crees que es tiempo de conocer a otra mujer? Él bajó la mirada a su plato y pensó en cuántas veces lo había intentado, pero no lo lograba—. Ojalá fuera fácil querida hermana, pero me temo que estoy condenado a no volver a amar. — No digas tonterías, eres un apuesto policia… — ¿Más que Leonardo? —levantó una ceja esperando la respuesta de su hermana. — Eh… No me hagas elegir, los dos son como mis hermanos. — De acuerdo. — El punto es que no sólo te enfoques en el trabajo, estoy segura que si te abres al amor, esa persona especial llegará. — Lo dudo, pero hasta entonces seguiré esforzándome por mi pequeña. Gracias por la cena y buenas noches —se despidió dejándole un beso en la mejilla a Pía. … — ¡Demonios! Eso fue vergonzoso —exclamó con enojo al recordar las miradas de las mujeres cuando compraba esa ropa femenina —. ¡Nunca más lo haré! Subiendo las escaleras, llegó a la habitación indicada, tocó antes de entrar, pero al no obtener respuesta, supuso que tal vez había escapado, entonces, sacó rápidamente la llave de su bolsillo y abrió, entrando con prisa, mas tuvo que detenerse al encontrarla dormida en la cama envuelta con una toalla que seguramente había sacado de una de las gavetas. Al vivir solo, Leonardo no se preocupaba de que las habitaciones estuvieran equipadas, simplemente las cambiaba de vez en cuando por las visitas que hacía su madre. Tenía aún el cabello mojado y si seguía así se resfriaría, no quería tener a una persona enferma en su departamento, así que pensó que lo adecuado sería despertarla y que se apresurara en cambiarse. Acercándose para tocarle el hombro su vista cayó sin querer en parte de los pechos que sobresalían de la tela, húmedos con algunas gotas resbalando. Inconscientemente se pasó la lengua entre los labios. Apretó el puño al igual que los ojos, sacando esos pensamientos libidinosos de su cabeza. En ese instante, ella empezó a moverse sobre la cama, abriendo lentamente los ojos hasta encontrarse con la presencia del policía. Ahogando un grito, se aferró a la toalla para retroceder sobre el colchón —. ¿Q-qué hace aquí? Él no respondió, simplemente lanzó la bolsa con ropa sobre la cama y salió. — Si tienes hambre, tendrás que prepararte la comida, ni creas que seré tu lacayo —dijo desde el otro lado de la puerta. Alice no respondió, levantó la mirada a la ventana y vio que ya era de noche, había dormido mucho. Bueno, era lógico después de haber dormido en esa oscura y fría celda, esa cama resultaba la gloria para su adolorido cuerpo. Pasando las manos sobre su frente notó algunas gotas de sudor, eso explicaba el motivo de la humedad en sus pechos. Luego de sacar la ropa de la bolsa, observó un camisón blanco, una camiseta blanca, unos vaqueros y unas zapatillas. No era el mejor conjunto, pero era mejor que estar por ahí andando desnuda o como diría él «vagabunda de basurero» Luego de colocarse el camisón acomodó su ropa sucia y pensó dónde debería estar el cuarto de lavado, tal vez podría preguntarle, pero solo recordar esa mirada fría la recorría un extraño escalofrío por el cuerpo. — Creo que no tengo opción. Armada de valor, respiró hondo y salió al pasillo, estaba oscuro y no tenía idea de donde estaba pisando. — La luz debe estar cerca —se dijo en sus pensamientos, pasando la mano por la pared. — ¿Qué crees que haces? —preguntó una voz a sus espaldas al tiempo que las luces se encendían. Por el susto ella terminó dejando caer sus prendas a sus pies. — ¿Acaso querías escapar de un policía? — No, yo solo estaba buscando donde podía lavar mi ropa, le juro que no iba a escapar. Mirándola a detalle comprobó que decía la verdad: Te pusiste el camisón. — Sí, se lo agradezco, me da un poco grande, pero de todos modos se que lo hizo con buena intención. Él le esquivó la mirada y caminó de largo como si no la hubiera visto, pero estando a unos metros de su habitación, se detuvo señalando un camino. — Ve por ahí, luego dobla a la derecha, ahí está el cuarto de lavado y secado. — Gracias señor… —se detuvo al darse cuenta que no sabía el nombre del policía. — Me llamo Leonardo Evans, pero para ti seré el señor Evans, no lo olvides. Apretando los ojos, Alice escuchó el golpe de la puerta cerrarse. Ese hombre era un completo enigma ¿realmente sería tan frío como lo aparentaba? Si así lo fuera por qué se había tomado la molestia de comprarle ropa. Un misterio que averiguaría más adelante.
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