" Perderlo todo en un segundo. Cuando la vida te da la espalda y sientes perder las fuerzas para continuar, pero aquello que no te elimina, te hace fuerte".
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— Y bien, creo haberte dado una orden.
— ¡No lo haré! —Alice se negó rotundamente, cubriendo su pecho con los brazos—. Usted no va a tocarme.
Leonardo la observó detalladamente, «pequeña y frágil» tan fácil que sería sentarla y desnudarla, pero no quería dar ideas equivocadas.
— No tengo tiempo para tus estupideces, quítate esa ropa de una vez, tengo que ver que no escondas nada.
Apretando los dientes de temor, dio una mirada a la puerta, estaba cerrada y la llave estaba en el escritorio detrás del policía. Ni siquiera podía pensarlo, escapar sería algo muy tonto a esas alturas.
Con los ojos cristalinos, levantó el rostro para decir: De acuerdo, lo haré.
Muy despacio llevó las manos a los botones de la blusa, fue quitándolos bajo la atenta mirada de Leonardo, aún con los dedos temblorosos continuó hasta dejar al descubierto parte de su brasier, una lágrima resbaló por su mejilla, eso era humillante. Terminado con el último botón, lo deslizó por sus hombros dejando que cayera al suelo, cerrando los ojos prosiguió con la falda, deslizó el cierre y del mismo modo que la blusa, este cayó a sus pies.
Entre sollozos, Alice se abrazó a su cuerpo, su dignidad estaba en el suelo al igual que toda la ropa, los latidos del corazón golpeaban a ritmos acelerados, y la sangre en las venas recorría a una velocidad impresionante.
— Por favor… ya pare con esto —pidió entre gruesas lágrimas que intentaba ocultar.
Al verla temerosa pensó en todo el valor que debió haber reunido para hacer eso, debía reconocerlo, era valiente, pero ese era el trabajo de él y la compasión no era parte de sus virtudes.
Leonardo se agachó hasta recoger las únicas dos prendas de ella, primero revisó la blusa, era muy difícil imaginar que algo pudiera ocultar en tan pequeños bolsillos, pero se había topado con cada criminal, que ya nada le sorprendía, siguió con la falda, el resultado fue el mismo que el primero, nada.
— Ya vio que no hay nada ¿puedo vestirme?
— No, aún no. Dije que te quitaras toda la ropa, y aun llevas puesta la interior.
— ¡¿Qué?! No, eso no.
— Muchacha, tú no sabes quién manda aquí ¿verdad?
— ¡No me interesa!
Una cosa que Leonardo no soportaba, era cuando se negaban a cumplir con una orden dada, y esa mujer ya le estaba colmando la paciencia. No iba a aguantar ni una sola negativa de ella.
— Escúchame bien «princesa» —la sujetó de las muñecas.
Alice gimió de dolor en respuesta al rudo agarre—. Me hace daño —se quejó apretando los ojos.
Una leve punzada en el pecho hizo que él relajara su agarre, al verla con mayor detalle, notó que estaba temblando como un gatito asustado, el pulso que sentía al tocarle la muñeca era mayor al rango normal, entonces, mostró algo que nunca en todos sus años de trabajo hizo, compasión.
Liberándola de las manos, dio media vuelta, regresando al escritorio.
— Ponte la ropa —ordenó sin levantar la vista.
Alice sentía que moriría, las piernas le temblaban al punto de que ni siquiera podía dar un paso, los sollozos de su garganta escaparon con fuerza, llevaba varios minutos intentando contenerse, pero ya no resistía. Nunca en su vida se había sentido tan mal.
— La revisión terminó, vístete.
Reuniendo fuerzas, fue hasta el escritorio, tomando la blusa y falda para ponérselo respectivamente, los frágiles y delgados dedos, trataban de colocar cada botón en su lugar, sin embargo la torpeza y el miedo a lo que le esperaba, era mayor.
Exasperado, Leonardo se levantó del asiento, volviendo a ella con la intención de apresurar las cosas. No pidió permiso, simplemente movió sus manos a los botones de la joven. Asustada, ella levantó la mirada, cruzándose con los ojos azules profundos del oficial.
Sin imaginarlo, una extraña chispa se encendió, una sensación que recorrió como nunca a él, algo que ni siquiera hubiera sentido por quien fue su ex-esposa.
Ese rostro de mirada triste, facciones delicadas como si hubieran sido dibujadas a mano, cuidando cada detalle de la belleza de la mujer enfrente de él, llevaba unos ojos color café, estos parecían ocultar algo más allá de lo visible, sentimientos profundos que hasta ella seguro desconocía, labios rosados y carnosos, humedecido por las propias lágrimas que había derramado, nunca hubiera creído que una boca pudiera ser tan apetitosa. La mujer era hermosa sin lugar a dudas, pero no lo suficiente como para tentarlo. Apartando la mirada, dejó que ella terminará con el trabajo.
— Date prisa, no querrás que nadie te vea andando de esa manera.
— ¿Q-qué pasará conmigo? —preguntó con nerviosismo, mientras terminaba de ajustarse la falda.
— Primero siéntate, tomaré tu declaración y después de eso, veremos cuál será tu destino.
…
Fuertes pisadas y la voz agitada de alguien ocultó bajo un traje oscuro corría por los largos pasillos de una mansión, su mano aún con manchas de la sangre que había derramado estaban impregnadas como el olor. No había tenido opción y no se arrepentía de ello, llevaba tiempo planeado acabar con ese ser tan despreciable; el plan que había armado era distinto al que finalmente hizo, pero las cosas habían tomado otro rumbo al descubrir el secreto que su víctima había escondido, sin embargo, si el destino lo volvía a poner en la misma situación, lo volvería hacer, pues sus motivos resultaron mayores para actuar en el acto, ahora solo quedaba acabar con ese «secreto» la única persona que tenía un vínculo con el miserable.
— Tú y tu sangre pagarán por todo lo que he tenido que pasar —juró en
completo silencio el "hombre de traje" en la oscuridad.
Las noticia no tardó en llegar a distintas partes del país y mundo, hubo una gran conmoción por la muerte del señor Ministro Guido, nadie podía salir del asombro, las mil y un teorías sobre los motivos no se hacían esperar, pero todas lejos de la realidad.
La sospechosa principal, la secretaria del primer Ministro. El pueblo entero aguardaba el destino que le deparaba a la acusada, un castigo en el que si resultaba culpable, la condena la privaron muchos años de libertad, sin la posibilidad de volver a ver a la mujer que la crió.
…
— ¿Y dices que no viste el rostro del «supuesto homicida» —Leonardo se burló con sarcasmo—. ¿Por qué no simplemente dices la verdad?
— Se la he dicho, no tengo nada que ocultar, en el momento de los hechos, yo salía del baño, entonces el «hombre de traje» me empujó cuando huía, yo caí de un fuerte golpe al suelo, y para cuando fui a la oficina del señor Guido, él yacía ensangrentado.
— El guardaespaldas dice algo muy distinto.
— Si no me cree llame a Emma, ella le dirá que estuvimos conversando, además están las cámaras de seguridad ¡Por Dios, soy inocente! ¡Tengo una abuela que me necesita! —la ansiedad la estaba consumiendo lentamente, ese lugar no le agradaba en absoluto.
— Bueno, lo lamento por ella, pero usted no abandonará este lugar hasta que un juez ordene su destino.
— ¿Quiere decir que no podré ver a mi abuela?
— Eso lo decidirá el juez —finalizó levantándose del asiento para llamar a otro policía—. ¡Aurelio! —algunos segundos después, el oficial de cabellera rubia ingresó con las esposas en mano—. Lleva a la señorita Ferri a una celda —ante la orden, el compañero asintió.
Aurelio se acercó a la joven de mirada triste. Como si le hubieran quitado más que la libertad, Alice dejó que el sujeto le colocará las esposas en las manos, fue llevada hasta una celda, donde no pudo hacer nada más que romper en llanto una vez que el policía se marchó. Las lágrimas caían seguidamente sobre el duro piso de cemento, mientras trataba de mantenerse en pie apoyada en los barrotes de la reja delante de ella.
— ¿Por qué? —se preguntó ya sin fuerzas, cayendo de rodillas al suelo—. Yo no hice nada.
…
— ¿Ya está en la celda? —preguntó al ver a Aurelio ingresar a la oficina.
— Sí, ella está donde le corresponde, pero…
— ¿Ahora qué?
— Leonardo, ¿No crees que esto es demasiado sospechoso? He estado pensándolo y creo que tenemos a la persona equivocada en esa celda
— Los de investigación se están encargando de eso, por el momento no debemos suponer nada, hasta que las pruebas hablen.
— Lo sé, pero yo…
— ¿Qué acabó de decir Aurelio? —lo miró con frialdad, cerrando cualquier tema a objeción.
— Sí, tienes razón, vuelvo al trabajo.
— Estoy de acuerdo.
Cerrando la puerta, salió con fastidio, hasta que escuchó los sollozos de alguien, rápidamente supo de dónde venía así que dando pasos largos se encaminó a la celda donde había dejado minutos atrás a la joven acusada.
A diferencia de Leonardo, Aurelio era un hombre que se dejaba llevar más por las emociones, su amigo le advertía que eso le jugaría en contra algún día, pero cómo hacerlo, cuando la tristeza de esa mujer se veía sincera, incluso los ladrones que lloraban al ser descubiertos paraban al estar solos, pero ella trataba de hacer lo posible por acallar los sollozos que emitía desde la garganta. Conmovido, se acercó sin que ella lo notara, hasta que con una voz suave dijo: Tranquila, confíe en que todo saldrá bien.
Alice apartó las manos que la cubrían en los ojos, para encontrarse con la mano del policía quien sostenía un pañuelo frente a ella.
— No me mire con miedo, no le haré daño.
Pasando saliva, Alice aceptó el pañuelo, después de recuperar la voz pidió un favor, algo que le preocupaba más que su propia libertad. La sola idea de pensar en lo que estaría pasando su querida abuela, le martirizaba en el alma.
— Pierde cuidado, pero trata de hacerlo rápido.
Sacando su celular, Aurelio le entregó el móvil a la joven de cabellos castaños, con una tímida sonrisa, ella agradeció el gesto y apresurada marcó el número de casa. Al cabo de dos veces en la que fue mandada al buzón de voz, por fin logró escuchar a Emma, quien totalmente histérica, empezó a reclamarle por las noticias, donde ella salía señalada como la homicida del Ministro.
— Todo es un mal entendido, te juro que apenas salga yo…
— ¡No! Yo te advertí Alice, y no me haré cargo de tu abuela, quién sabe hasta cuándo estarás encerrada.
— Por favor, ella no puede estar sola, prometo que serás recompensada, te doy mi palabra.
Con la tentación de recibir una buena cantidad de dinero, Emma finalmente aceptó.
— Una semana Alice, te daré solo siete días, si para ese entonces no has salido, yo me largare y ya tendrás que arréglatelas tú sola.
— E-esta bien.
Luego de que Emma la colgara, dejó escapar un largo suspiró, al menos Nina estaría bien, eso la tranquilizaba momentáneamente.
— Gracias por su ayuda —dijo con sinceridad al entregar el celular en las manos de Aurelio. Él bajó la cabeza en un gesto de caballerosidad y procedió a retirarse.
…
La noche era el tiempo en el que la mente dejaba fluir pensamientos más allá de aquellos que los labios no podían pronunciar. Temor, egoísmo, rencor, tres sentimientos que conllevan a un solo destino para quien la lleva; como pesada cruz en el hombro y cadenas que se arrastran en el alma.
Sentado Leonardo al borde de la cama, observaba la única foto que aún conservaba de ella en el celular.
Mas sus labios permanecieron sellados, ni él sabía el motivo para seguir guardando esa foto, cuantas veces sus dedos se habían detenido al estar cerca de hacerlo, y esa vez no sería la excepción, dejando escapar un largo aliento, dejó el móvil en la mesa de noche al tiempo que se echaba de espaldas sobre la cama.
— Sin lugar a dudas nuestro matrimonio fue un error —dijo para sí mismo mientras cerraba los ojos, entonces, la imagen que tenía en mente cambió. Tratando de ser valiente, ella mostró un rostro con orgullo, hasta que la fragilidad no pudo más y fue cuando experimentó esa punzada de compasión—. Alice Ferri… —pronunció con suavidad el nombre de la mujer—. Tan joven, valiente y… tentadora.
…
Al día siguiente, llevaban ya tres horas revisando los videos y entre los resultados de las huellas encontradas más toda las evidencias reunidas se llegó a una conclusión.
La mujer que tenían en la celda no era la homicida, sin embargo, eso no la liberaba de que algo tenía que ver con la muerte del Guido, pues resultaba extraño que ella no hubiera oído el sonido del disparo.
— Yo creo que debemos dejarla libre, solo deberá ser citada como testigo —opinó Aurelio.
— No estoy seguro, si bien el juez ya dio por sentado que ella no es la culpable, ¿por qué intentaba huir? Todo es muy sospechoso — dijo otro.
Y como si se pusieran de acuerdo todos giraron a ver a Leonardo.
— Jefe ¿Usted qué opinión tiene?
— El caso de ella es complicado, de acuerdo a su expediente no tiene familia, por lo que no tendría ningún impedimento para fugarse del país, aunque una mujer de nombre Nina, la adoptó cuando tenía solo cuatro años y desde entonces la crió como su nieta, pero eso no nos garantiza a que no escape.
— No es como si pudiéramos vigilarla las 24 horas, Leonardo. La señorita Alice tiene una vida como el resto de nosotros —acotó Aurelio.
Manteniéndose en silencio pensó en lo dicho por su amigo, vigilarla, implicaba tenerla cerca, por lo que sería muy beneficioso para hallar pistas— .Muy bien, creo tener la solución.
— ¿En qué piensa, jefe?
— Ya lo verán.
Llevando los ojos ensombrecidos por una mala noche en esa fría celda, miró con tristeza sus rodillas y ropa sucia, pero no era ese el motivo de su pena, la verdadera razón resultaba ser en como tan solo un día su vida había dado un giro total. Pensar que la noche antes de esa tragedia abrazaba a su abuela y ahora solo tenía esos fríos barrotes frente a ella los cuales la mantenían encerrada como dentro de una jaula. Estando detrás de esas rejas su corazón se oprimió de dolor, pero inesperadamente, unos pasos la alertaron. Traía el semblante serio con toda su imponente figura que lo haría notar ante cualquier hombre.
— Alice Ferri.
— Dígame —susurró volviendo la mirada al suelo.
— Eres libre.
— ¿Cómo? —dijo incrédula.
— Es verdad, se revisó todas las pruebas y efectivamente en el se muestra que no fuiste tú la criminal.
— ¿Entonces puedo irme a casa? —sonrió.
— Sí y no.
La alegría en sus labios desaparecieron, retrocediendo hasta chocar la espalda con la pared—. No entiendo, ya sabe que no fui yo la que le quitó la vida al señor Guido ¿Que pretende?
Utilizando una voz profunda se acercó hasta tocar la rejas y sin quitarle la mirada de encima dijo: Si en verdad eres inocente, deberás demostrarlo porque a partir de ahora, yo seré tu sombra.
Las palabras como la expresión fría que tenía al hablar; eran una mezcla de «ventisca y oscuridad» terror en las fibras de su cuerpo.
— ¿Qué? —dijo con sorpresa.
— En otras palabras «Princesa» saldrás de esta celda, pero vendrás a mi departamento, comerás conmigo, vivirás bajo mi techo, dormirás donde pueda verte y si pretendes escapar te buscaré y juro que no querrás saber lo que te haré.
Alice pasó saliva nerviosamente—. U-usted esta demente ¿Cómo cree que aceptaré vivir con un completo extraño?
Leonardo soltó una pequeña carcajada a modo de burla—. «Princesa» no te he preguntado, simplemente estoy diciendo lo que harás a partir de hoy, y por supuesto que sumado a ello, deberás colaborar en la búsqueda del verdadero homicida.
— Pero ¿Por qué yo?
— Tú eras la secretaria de ese tipo, por lo que debes tener una agenda con todos los nombres de sus conocidos, amigos, enemigos. No tienes salida Alice —decía, mientras metía la llave y abría la reja—. Solo tienes una opción — ofreció su mano esperando la respuesta.
Alice miró el suelo y pensó en que esa sería la única forma de mantenerse cerca a la abuela, de modo que, con todo el dolor de su corazón estiró su brazo, colocando la palma sobre la mano de Leonardo.