Corazones sincronizados

3471 Words
" No siempre es necesario compartir un lazo sanguíneo para desarrollar un vínculo sentimental fuerte, las personas que nos rodean nos enseñarán el amor en sus distintas facetas, desde un amor familiar a uno romántico". >>>>>>>>>>>>>> El sonido que le indicaba que su ropa estaba lista la hizo dar media vuelta y al cabo de unos minutos de haber terminado, regresó a su habitación, ahí en la oscuridad miró por la ventana, caminando lentamente se asomó ¿Cuántas estrellas había esa noche? El viento estaba tranquilo, las hojas en los árboles apenas y se mecían, el ruido de la ciudad estaba lejano por lo que sería perfecto para relajarse, mas su mente no lo estaba. — Abuela… —susurró al viento con tristeza. Mientras tanto, en la otra habitación Leonardo se mantenía recostado sobre la cama, tenía la mirada fija en el techo con los recuerdos revolviendo su mente, cerraba los ojos y ahí la veía, no importaba cuantas veces lo hacía, esos pechos húmedos goteando volvían a su cerebro. — Bastante agradable a los ojos —aceptó —. Pero nunca será suficiente para tentarme. Se cubrió con las sábanas y cerró los ojos concentrándose en apartar tales imágenes de su cabeza. … Muy temprano con el sol asomándose, Leonardo despertaba gracias a la alarma que había dejado programada, calmado se levantó y buscó su ropa; una camiseta que se le apretaba a los músculos del torso y los pantalones que le permitían la libertad de desplazarse fuera de la oficina. Dejando listo su atuendo, se metió a la ducha, saliendo al cabo de unos minutos, se vistió con rapidez y luciendo impecable bajó las escaleras. Caminó con dirección a la cocina, pensando en prepararse un café y unos panes que había comprado el día anterior; ese era el desayuno al que ya estaba acostumbrado tomar en sus mañanas, no era precisamente el mejor, pero si lo suficiente como para que su cuerpo tuviera las energías suficientes en todo el día. Sin embargo, estando a medio camino, quedó pasmado con la vista de la mesa en el comedor. Llevando la ropa que él le había comprado se levantó de un salto de la silla. — Buen día señor Evans —saludó. — ¿Qué significa todo esto? —preguntó señalando lo preparado en la mesa. — Oh, es el desayuno, espero que no se moleste, use la cocina, pero deje todo limpio. — ¿La cocina? — Así es —asintió con una sonrisa—. Pero venga, también preparé para usted, me imagino que toma mucho café, pues encontré varios recipientes de esos, así que opté por hacerle un capuccino tómelo antes de que se enfríe. Con extrañeza él se acercó, tomó una silla para sentarse y tocando con los dedos el tramezzino preguntó: ¿No estará envenenado o sí? — Jamás haría eso —respondió ofendida. Llevando el sandwich a su boca, le dio una mordida, no estaba mal, después de todo prepararlo no era tan difícil, mientras lo consumía se llevó el zumo de naranja a los labios luego con el capuccino y para cuando se dio cuenta ya había terminado de comerlo todo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había comido algo tan «hogareño»? No quería aceptarlo, pero se sentía bien. — ¿Le gustó? —preguntó esperando la respuesta ansiosa. — Supongo que servirá para mantenerme de pie durante el día. — ¿Eso era algo bueno o malo? —se cuestionó así misma en la mente. Levantándose de la silla con la intención de irse, detuvo su mirada en ella, que aún comía el tramezzino —. Bueno, ¿ qué esperas? Alzando su mirada café a la frialdad de Leonardo, lo miró confundida —. Señor Evans que… — Ayer estabas ansiosa por ver a tu abuela ¿Acaso no quieres ir? — ¡Lo dice en serio! —exclamó de alegría, mientras se levantaba de golpe de la silla—. Al fin podré abrazarla, he anhelado estrecharla y ver el querido rostro de la mujer que más me amó y… —su voz se detuvo de momento—. Un momento ¿que hay de su trabajo? — Este es mi trabajo. — No lo entiendo. — Lo sabrás cuando nos vayamos, ahora apresúrate en terminar eso que tienes en la boca, no pienso permitir que manches mi auto con las migajas de lo que comes. Alice terminó de comer con rapidez, terminó el zumo dando largos bocados y al fin estaba lista. — ¡Listo! —dejó el vaso mostrando un rostro lleno de orgullo. — Pareces una niña, ya vámonos. Alice lo vio salir con una expresión de enfado ¿por qué siempre tenía que estar así? ¿No conocía otra a parte del «señor ogro»? Entonces, pensó que ese sería un mejor nombre, le caía como anillo al dedo, sonrió pensando en cómo reaccionaría si lo llamara con ese apodo. — ¿De qué estás riéndote? ¡Date prisa! —ordenó desde la otra sala. — ¡Ah sí, ya voy! —contestó, dándole el alcance para ir a ver a Nina. Juntos subieron al automóvil, la mano de Alice ajustó el cinturón a su pecho, moviendo sin querer su busto, cosa que ella ni lo notó, pero si otro que sintió su boca resecarse ante el rebote de esos redondos atributos que desde la noche anterior no querían salir de su mente. Sin embargo, logró mantener su actitud fría y controlada, teniendo la dirección en mente introdujo la llave para encender el el auto. — ¿Señor Evans? — Qué quieres —respondió sin apartar la mirada del camino. — ¡Eh! Nada solo quería agradecerle por llevarme a mi abuela, se que apenas me conoce, pero en el tiempo que le ayudaré a encontrar al criminal quisiera que nos llevemos mejor, no pido que seamos amigos, simplemente que usted sea menos frío. — ¿Frío? —soltó una risa con burla—. Niña, este es mi carácter, no pidas a un policía que ande todo el día mostrando los dientes. — No pido eso, pero pienso que con que no frunce el ceño estará bien, porque con esa actitud solo logrará alejar a las personas y no creo que alguien de… su edad quiera eso. — ¿Mi edad? ¿Cuántos años crees que tengo? — Eh… no sé, no niego que se vea joven, pero su mirada y forma de hablar lo hace lucir como un hombre que está esperando su jubilación el próximo fin de mes. El comentario de la joven de cabellos castaños no le agradó del todo al policía ¿Se estaba burlando? ¡Y frente a él! eso no se lo aceptaba ni siquiera a Aurelio, su mejor amigo de años. Tendría que poner las cosas claras entre ellos, él no era un tipo con el que se podía bromear, definitivamente ¡No! Solo cumplía con su trabajo, eso era todo. Abrió la boca con la intención de contestar, mas la pronta intervención de ella lo dejó sin respuesta. — Pero imagino que deben ser unos veintiocho, aun con ese carácter sacado de la montaña del Everest, estoy segura que dentro de usted debe haber algo de calidez. Calidez… una sensación que no conocía, desde que era pequeño siempre había sido así, es más, no tenía recuerdos de haberse divertido y reído tanto como otros jóvenes de su edad, todo lo que él hacía era entrenar y estudiar. No había tenido la oportunidad de conocer a su padre, hasta la mayoría de edad, así que su única motivación había sido su madre; ella pasaba horas fuera de casa, trabajando duro y arduo para darle lo mejor a su hijo, pasaba tanto tiempo fuera que había olvidado brindarle lo más importante, el cariño y tiempo compartido. — La calidez, eso es absurdo, lo único que nos recorre dentro es sangre, niña, y para que lo tengas claro tengo treinta. — Treinta… —murmuró con sorpresa. — ¿Qué pasa, ahora estás pensando en otra forma de insultarme? — No, no es eso, es solo que a las personas que conozco de su edad, ya están casados o tienen hijos, pero usted… Se vio obligada a cerrar la boca cuando él frenó de la nada. Temiendo haber dicho algo que no debía giró su rostro hacia Leonardo, pero el solo se quedó en su misma posición, mirando al frente. — Yo creo que no debí… — No tienes ningún derecho a cuestionar mi vida, si tengo una esposa, amante o lo que sea no es de tu incumbencia, solo estas en mi departamento como un huésped temporal, grabatelo en la cabeza para que no metas las narices donde nadie pidió tu opinión ¿lo entiendes? Su única intención era conocerlo un poco más, pero ya veía que sería imposible, si el señor «Ogro» no quería hablar, estaba bien, ella no insistiría más. Hasta ese momento había creído que algo blanco podía tener en el alma, pero no, Leonardo Evans, tenía el alma tan fría como su mirada. — De acuerdo, lo he entendido —afirmó con seriedad. Poniendo el auto de nuevo en marcha dejaron que el resto del camino trascurriera en completo silencio. Alice mantenía la mirada fija por la ventana, la sonrisa en los labios con la esperanza de pronto ver a su abuela lograban animarla, aun cuando la compañía en el auto era un amargado, sin embargo, había una cosa que la inquietaba ¿Qué tramaba Leonardo en su cabeza? Él había dicho que este era su trabajo, pero no encontraba la lógica a ese argumento. — En fin… —suspiró despertando la atención del sujeto de ojos azules que la llevaba. Ambos cruzaron miradas solo unos instantes, no obstante, cual resortes se apartaron el uno del otro. … — ¡Oh, esto es precioso! —exclamó con fuerza la mujer de cabellos negros rizados. — Es uno de nuestros mejores vestidos, estoy segura que le quedará precioso. — ¿Lo crees? Entonces, me lo llevo —respondió al instante, provocando que la mujer mayor que la acompañaba la cuestionara antes de tomar esa decisión. — Maya ¿Estás segura? Es un vestido lindo, querida, pero ya sabes que pasó la última vez, porque mejor no usas uno más simple. — Madre, lo que pasó con Leonardo ya quedó atrás, no tengo dudas de mi amor por Lorenzo, es mas invité a Leonardo, pero no aceptó. — ¡¿Cómo?! — ¿Qué pasa? ¿Hice algo malo? — Maya ¿cómo se te ocurre invitar a tu ex esposo a tu matrimonio? Por Dios hija, dónde tienes la cabeza. — Bueno al final de cuentas no aceptó. — ¡Dios! No sé cómo acepté este compromiso. — Oh, vamos Mamá, además es él quien está pagando el vestido, me dijo que no me preocupara por el dinero, me dio la tarjeta —dijo orgullosa sacando el objeto para pagar todos sus caprichos. — Tu padre no estará de acuerdo con esto. — También dijo que podías comparte algo que te gustara. — Eh… bueno ya que lo dices, hay un vestido azul que vi… — Entonces, vamos por el. Maya se llevó a su mamá donde los probadores, buscando los vestidos perfectos para el día del matrimonio. … — Es aquí —anunció Alice al estar frente a la casa de su abuela. — Bueno, déjame estacionar en un lugar cercano. — Tenemos un garage, pero mi auto está ahí, sufrió un problema y con todo esto que ha pasado no tuvo a alguien que se encargue de llevarlo al taller. — Lo dejaré aquí, en todo caso si alguien se atreve a tocarlo, le arrancaré las manos. — ¿No estará hablando en serio, verdad? — Nunca hago bromas. — Eh… yo bajaré primero —dijo nerviosa, mientras se quitaba el cinturón y abría la puerta para bajar, todo bajo la atenta mirada de Leonardo, quien también empezó a quitarse el cinturón de seguridad. Manteniendo la calma ella descendió, iba caminando de espaldas sin darse cuenta que justo detrás de ella había otra persona. Ambos terminaron chocando de espaldas, siendo ella quien salió disparada encontrándose accidentalmente con los pectorales duros de Leonardo. — ¿Se puede saber que te pasa? —gruñó él con molestia. Colocando sus manos, se apartó de él para darse vuelta y encontrarse con la persona que minutos atrás había golpeado sin querer. El sujeto de unos cuarenta y ocho años de cabello n***o, ojos café, alto de piel blanca y muy bien vestido, quedó de pie casi inmóvil al ver el rostro de la joven, y más aún al ver al tipo que la acompañaba, entonces, sacudió la cabeza volviendo en sí. — Lamento haberla asustado… señorita simplemente, me había quedado maravillado con tan bonita casa. — Ah… es la casa de mi abuela, es algo pequeña, pero muy acogedora. — Debe ser cierto, si una jovencita tan linda lo dice no hay dudas —sonrió. Alice correspondió a la sonrisa con despreocupación, pero en ese momento, Leonardo se entrometió, cambiando la sonrisa del hombre a una cara seria. — ¿Y quién es usted? —interrogó Leonardo con el ceño fruncido. — Soy Santino, un hombre de negocios. — Negocios —lo miró con desconfianza —. ¿Qué clase de negocios? — Señor Evans, no creo que sea necesario, el señor Santino no es un criminal. — Entonces qué hacía parado frente a la casa de tu abuela. — Solo la estaba admirando, usted es demasiado desconfiado. — No se preocupe, señorita, es normal que un policía actúe de esa forma. Las sospechas de Leonardo aumentaron, pues cómo sabía ese tipo que él era policía. — ¿Qué le ha dado certeza de que yo sea policía? ¿De verdad es un hombre de negocios? — Lo soy señor, y simplemente supe que usted es oficial al ver su credencial en el cinturón que tiene ahí —señaló con el dedo. Repentinamente, un hombre vestido igual que él apareció frente a ellos. — Señor Santino, logré hacer que el auto encendiera, ya podemos irnos. — Oh gracias Vitale —dijo al sujeto que acababa de llegar—. Fue un gusto hablar con ustedes, pero ya debo irme. — Descuide, a mi también me agrado hablar con usted. Santino sonrió inclinando la cabeza en señal de respeto, hecho esto se marchó con su acompañante. — Qué tipo tan agradable ¿no lo cree señor Evans? — Yo diría que eres demasiado ingenua ¿Cómo puede caerte bien un hombre al que apenas conoces? Ese tipo no me inspira confianza, será mejor que no le hables si vuelves a verlo. — ¿Qué está diciendo? No puede sugerirme eso. — No estoy sugiriendo nada, simplemente es una orden —la sujetó de la muñeca llevándola hasta la puerta de la casa, pero no contaba con que ella no se quedaría callada. — ¡Déjeme! Conozco la entrada y además como usted dijo hace unos minutos, no tiene derecho a meterse en mi vida, si yo deseo tener una amistad con alguien, eso a usted no debe interesarle. Con los ojos inyectados de rabia, Leonardo la sujetó de ambas muñecas, acercando su rostro hasta casi rozar su boca —. Te advertí que no me levantes la voz, no quiero volver a escucharte desobedecerme ¿Entendiste? —finalizó liberándola de sus manos. Alice lo miró con enojo, mas no dio ninguna objeción, evitando que la vuelva a tocar, se adelantó, dejándolo detrás. Tras tocar la puerta, Emma abrió con una expresión entre sorpresa y alivio. — Gracias al cielo has vuelto, lo siento Alice, pero ni aunque me pagues todo el dinero del mundo me quedaré un solo minutos más con tu abuela; esto se ha vuelto insoportable, y yo ya estaba por irme, así que… con permiso. Saliendo de largo con sus pertenecías, Emma se marchó de la casa de Nina, llegara o no, estaba decidida a dejar a la anciana a su suerte. — Era ella la que cuidaba a tu abuela —preguntó Leonardo. — Sí, era Emma, pero ahora que se ha ido qué haré. —su voz sonó preocupada al igual que su expresión acongojada. Dejando salir una larga exhalación, colocó su palma en el hombro de ella —. No quería decírtelo en el departamento, pero creo que no tengo opción. — ¿De qué habla? — Llevaremos a tu abuela a un asilo. — ¡¿Qué?! No, eso jamás, no dejaré a mi abuela sola. — No la estarás dejando sola. — ¡No! Me niego rotundamente, no voy a abandonar a la mujer que me crió. Inesperadamente, un ruido dentro de la casa la asustó, entró corriendo, encontrándose a su abuela con un dedo ensangrentado. — ¡Abuela! —gritó al borde las lágrimas, mientras abrazaba a la mujer en silla de ruedas. Nina había intentado tomar un vaso con agua, pero este se había resbaló sobre la mesa, rompiéndose en pedazos que intentó limpiar, pero solo logró lastimarse. — ¿Quién eres tú? — Abu ¿no me reconoce? Soy yo, Alice, tu nieta —trató de hacer que la recordara, arrodillandose frente a ella, mientras colocaba las manos avejentadas de ella en sus mejillas —. Por favor, recuérdeme —suplicó entre lágrimas. Pero el rostro de la mujer siguió inexpresivo, no tenía la menor idea de la identidad de la muchacha que lloraba en su regazo. — Es inútil Alice, ella no te recuerda, debes aceptarlo, ya viste que no puede algo tan simple como servir una taza de agua. — Yo la cuidare, no me importa nada mas que ella. — Ya te explique los motivos. — ¡No me importa! ¡No la abandonaré! ¡No! —negó con la cabeza. Al ver que estaba en plena crisis nerviosa, la levantó sujetándola de los hombros —. Ey, entiende, aunque la llevemos con nosotros no podremos evitar que no se lastime, tu abuela necesita de cuidados especiales y nosotros no estamos capacitados para eso. — Pero… De la nada la expresión de Leonardo cambió, su voz se tornó incluso más suave. — No te preocupes, me aseguraré de que el lugar al que vaya sea el mejor y personalmente te traeré a que la veas ¿estás de acuerdo? Cerrando los ojos y apretando los labios para evitar soltar un sollozo, terminó asintiendo. Dejarla ir había sido lo más doloroso en su vida, Alice estaba destrozada emocionalmente, durante el camino de regreso al departamento se mantuvo en silencio con la mirada vacía, era como si su alma se hubiera ido con su abuela. Luego de entrar, Leonardo caminó a la cocina por un vaso de agua, más sus pensamientos estaban en aquella joven de mirada perdida. Debía decirle algo, no era el mejor en dar consejos, pero realmente sentía lástima por ella, así que dejando el agua, se acercó a ella. — Alice… —la llamó mientras ella estaba de espaldas, entonces, cuando le vio el rostro, su corazón palpitó con fuerza. — Señor Evans —dijo entre lágrimas—. ¿Cómo he podido hacerle esto a mi abuela? De repente, Leonardo abrió grandes los ojos al sentir el cuerpo de Alice aferrarse a su pecho. — Soy una mala persona, la peor de las nietas… —sollozó contra los pectorales de él. Sin idea de qué hacer, dudo en si debía rodearla con los brazos, ¿Abrazar a alguien? ¿Cuánto tiempo había pasado? Pero la emoción pudo más que sus dudas y concluyó en cobijarla de manera cálida y reconfortante. — No eres una mala persona, has hecho lo correcto. — Pero yo… — Ey —le levantó el rostro con sus dedos—. Eres una buena mujer, mejor de lo que cualquier nieta hubiera sido en estos casos, no lo dudes. — Pero no puedo evitar sentir este dolor en mi pecho. — Todo irá bien, ahora ya no llores, que me estas mojando la camiseta —no lo supo, pero quiso sacarle una sonrisa y lo logró. — Usted dijo que no bromeaba, pero lo está haciendo ahora. — No fue una broma, a este paso terminaré empapado. Ella sonrió estando dispuesta a alejarse, sin embargo, cuando intentó hacerlo, los brazos de él estaban tan rígidos que resultó imposible salirse. — ¿Señor Evans? Manteniendo las miradas fijas el uno al otro, sus corazones empezaron a latir al mismo ritmo, una extraña fragancia envolvió sus cuerpos y algo en lo profundo de su ser brilló con fuerza.
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