Narra Valentina
Conduzco hacia mi destino. Esto es una locura. No soy una niñera. Había vacantes en las escuelas públicas, pero nada me había llamado lo suficientemente fuerte como para superar mi miedo a lo desconocido.
Entonces, Isabel, quien trabaja de niñera se había enterado por la agencia de niñeras que una dama de la alta sociedad, estaba buscando una para sus dos nietos en edad escolar. Además de la verificación de antecedentes requerida, la capacitación en primeros auxilios y RCP y la voluntad de comprometerse a cuidar a los niños a tiempo completo como niñera interna, ella particularmente quería a alguien con experiencia en educación y asesoramiento, si era posible.
Según Isabel, no es una expectativa típica para una niñera, pero los ingresos y los beneficios son una compensación más que igual, más de lo que gané en le escuela en la que estaba y la oportunidad parece demasiado buena para que incluso mis temores la dejen pasar. Tengo un título de educación y la enseñanza de la experiencia. Puedo decir que he pasado mi parte justa de tiempo en la consejería por lo menos. ¿Por qué no darle una oportunidad? Dos niños más pequeños dentro de su casa deberían ser más simples que docenas de adolescentes en una escuela secundaria local, ¿verdad? Estoy en un elegante suburbio a una hora de la ciudad cuando giro hacia la calle donde viven los niños Wolf. Es el apellido de la familia. Excepto que esta no es una calle de barrio normal. Es un camino privado con una puerta enorme. Más allá, un césped bien cuidado se extiende un acre o más hacia la casa y…
—Oh Dios mío—esperaba dinero, después de todo están contratando una niñera, pero esta familia al parecer nadaban en dinero. La impresionante casa parece sacada de una película, una enorme casa colonial de tres pisos con fachada de ladrillo rojo, buhardillas a dos aguas, contraventanas de color gris pálido y un camino de entrada empedrado. Miro mis manos que quieren temblar mucho en este momento—.No estoy segura de hacer esto, pero debo hacerlo.
***
No me tiemblan las manos en absoluto cuando me saluda en la puerta la señora Wolf, quien me explica que ha estado realizando las entrevistas en nombre de su hijo porque él está de viaje por negocios. Es una dama encantadora, bien vestida, de unos sesenta años, claramente muy elegante pero accesible. Me presenta al ama de llaves y cocinera de su hijo la señora Marina, y con la edad suficiente para ser mi madre. Me doy cuenta de que me están revisando a fondo y de lo que hablaré más adelante, pero me tranquilizaron con sus corteses saludos.
La Señora Wolf sugiere que tomemos un café en la oficina de la casa de su hijo. Nos traen el café en una bandeja mientras estudio mi entorno. El escritorio es de caoba con una silla ejecutiva de cuero oscuro detrás. Isabel mencionó que la familia es propietaria de Corporación Wolf, de la que incluso yo he oído hablar, es una de las mejores. La Señora Wolf y yo nos acomodamos en dos sillas Chesterfield al lado del escritorio con una pequeña mesa en el medio para nuestra bandeja de café. Hay puertas francesas que dan a un patio exterior, un gran cuadro de lago encima de la chimenea de la habitación y dos diplomas uno de licenciatura y otro de maestría en administración de empresas, cuelgan de la pared. Sobre el escritorio hay una fotografía enmarcada de una hermosa novia, un primer plano. Ella tiene cabello color miel oscuro y cálidos ojos marrones que brillan con indecible travesura.
—Mi difunta nuera— dice la Señora Wolf cuando se da cuenta de que la estoy mirando—.Hace cinco años falleció de un tumor cerebral. Inicialmente atribuyó el desmayo y la desorientación a su embarazo hasta que algunos de sus análisis de sangre resultaron cuestionables. Decidió esperar hasta después del nacimiento de Julieta para comenzar el tratamiento. Karen, luchó con todo lo que tenía durante varios meses pero, al final…—no termina la oración pero no era necesario hacerlo.
Me estremezco y le doy a la señora Wolf mis condolencias. Veo una foto enmarcada de los niños que parece reciente al otro lado del escritorio. Ambos están bien vestidos, se ven serios, excepto que hay barro en sus ropas elegantes y esa misma chispa de travesura baila en los ojos del niño mientras la hija sonríe tímidamente. Puedo ver a su madre en ambos.
Estos pobres niños que crecen sin su madre. Perdí a mis padres cuando tenía veinte años. Las cicatrices de esa noche del accidente son tan profundas, pero ¿haber pasado la infancia sin ella? Inconcebible.
—¿Usted nunca ha sido niñera antes, Señorita Foster? — dice mientras pasamos al trabajo, sosteniendo una copia de mi solicitud.
—No, pero he estado enseñando en una pequeña escuela privada desde que me gradué. Es decir, antes de que me despidieran porque la escuela iba a cerrar sus operaciones. Puede llamarme Valentina si quiere, señora—ella sonríe.
—Parece ser una maestra experimentada, se podría decir que debe tener mucha facilidad para seguir trabajando en la área escolar.
—Supongo que sí—doblo mis manos en mi regazo y decido que es mejor ser honesta —.No me adapto bien al entorno de un salón de clases promedio. Amo a los niños. Amo enseñar. Soy cariñosa por naturaleza y puedo enseñar cualquier grado, mi enfoque estaba en la educación primaria. Yo también tengo mi licenciatura en biología.
—Impresionante—me asegura.
—Gracias, pero, por mucho que me encanta ver florecer las mentes jóvenes, no me va bien con grupos grandes o el ritmo frenético al que se mueven muchas escuelas. Prefiero un ambiente más tranquilo. Rompo a sudar frío al pensar en hablando a un grupo grande—digo.
La mirada amistosa de la señora Wolf permanece, pero sus cejas se juntan. No puedo culparla.
—Entonces, ¿eres una maestra que se siente incómoda parada frente al salón de clases todo el día?
—Sí, me temo que sí —digo, y se me escapa una risa sin alegría—. He sufrido TEPT (trastorno de estrés postraumático) y ataques de pánico en los últimos años. El nerviosismo, las situaciones nuevas, la tensión y las confrontaciones lo empeoran. Mis síntomas son manejables la mayor parte del tiempo, pero no siempre—al decirlo en voz alta, me doy cuenta de lo ridículo que es, y le estoy haciendo perder su tiempo. Ella quiere a alguien que cuide de sus nietos y sueno como alguien que apenas se mantiene unido.
Ella no parece lista para despedirme todavía. Ella es claramente curiosa.
—¿Qué sucede cuando tus síntomas no son manejables?—lucho por mantener el contacto visual.
—Durante un ataque, me pongo frenética y tengo que concentrarme en respirar. Tiemblo, lloro. Puedo ponerme histérica cuando es realmente malo, pero ahora puedo controlarlo mejor. Después, me deprimo y me retraigo. Me escondo en mi caparazón. Tengo que trabajar para recordar las cosas que hacen que valga la pena levantarse por la mañana hasta que me sienta como yo otra vez.
—Ya veo. ¿Y qué cosas hacen que valga la pena para ti?
No es la respuesta que esperaba.
—Mi hermana. Aprender cosas nuevas, compartirlas. Ver programas de cocina o leer un libro favorito. Animal Planet—se ríe amistosamente, pero su expresión se vuelve más suave cuando digo: —Cuando veo a mis alumnos todas las mañanas. Hacen que valga la pena.
—Parece que vas a extrañar la enseñanza.
—Lo haré pero, si hay dos caritas que pudiera ver todos los días, con las que podría formar un vínculo, creo…
Las puertas francesas del patio se abren de golpe antes de que pueda terminar. Me estremezco pero solo por un momento. Dos niños entran corriendo, con los ojos llenos de emoción.
—¡Regresó! — le dice el niño a su abuela triunfalmente antes de que se dé cuenta de mí.
La niña a su lado se acomoda detrás del marco más grande de su hermano. Estos son los niños. Mi corazón da un pequeño giro divertido y se siente más cálido. Les doy una sonrisa amable.
—¿Quién volvió, Renzo?
—¡La mofeta lo hizo, abuela! ¡Está justo afuera!
Salto de mi silla hacia las puertas pero no para cerrarlas. Quiero ver la mofeta. Hace años que vivo en la ciudad. Nunca veo nada más que mascotas, palomas y alguna que otra rata que viva allí.
—Tienen un enorme patio trasero. ¿Qué otras criaturas viven en su bosque? — Yo les pregunto.
El ceño del niño se altera ligeramente aunque todavía está lleno de sospecha.
—Tenemos pájaros y conejos. Ardillas. Una vez vi un ratón— baja su voz, conspirativamente—.Tenemos un pequeño estanque donde encuentro gusanos, insectos y arácnidos.
—Fascinante—digo.
Renzo asiente, luego se acerca sigilosamente a la puerta mientras hablamos de ranas y, un momento después, nuestro amigo, el zorrillo rayado, aparece a la vista. Julieta por su parte parece fascinada con la aparición del animal. Ella a simple vista se ve dulce y tímida.
—Niños, ella es la señorita Foster, será su nueva niñera—les anuncia poco después su abuela. Trato de disimular mi sonrisa, ahora tengo un nuevo trabajo.