Thianya llegó toda sucia y pestilente después de adentrarse a los bosques de Carcomel para correr y bajar un poco la extraordinaria ira que tenía encima por culpa del enmascarado, que no sólo tuvo la desfachatez de esconder su rostro y decirle que no se volverían a contactar, sino que la marcó como si fuera su compañera de vida.
Una lluvia torrencial cayó esa noche, lo que hizo que la señorita Sparks se pasara menos a gusto, aunque eso la hizo que se duchara completa, refrescando sus ideas, o más bien las organizara.
>> No sé quién seas, perro sarnoso, pero como voy a disfrutar el hacerte sufrir. Esta marca me las pagas con creces… — Resabiaba la fémina mirándose de manera minuciosa la mordida en el cuello.
Al día siguiente, Renata la invitó a desayunar para que le contara todo lo que había pasado con la cita más esperada por aquella mujer de pelo rizo.
— ¿El tal Marcelo nunca apareció, Thia?
— ¡Te digo que no, tarada! El muy salvaje cometió la taradez de dejarme plantada. Y no conforme con eso, estaba en su lugar un hombre con una manera tan misteriosa de ser que no tuve forma de negarme a nada a lo que me invitó, amiga. — Relataba aquella pelinegra tomando la piña colada que tenía en sus manos con una pajilla sorbiendo provocativamente.
— ¿A quién le estás coqueteando, Thianya? — Preguntó Renata en modo madre sobreprotectora mirando a su alrededor. — Recuerda que estamos en Carcomel, aquí no podemos darnos el lujo de hacer ninguna de nuestras fechorías.
— Tiene razón, señorita Pierce. Y como necesito despejarme un poco y cobrar una venganza, nos vamos esta noche. — Imponía la señorita Sparks. — Necesito hacer que el perro que me mordió se retuerza del dolor, amiguita de toda la vida.
— Querrás decir el licán que te marcó, Thianya. Y algo que te voy a recordar: El hecho de que cargues una marca en tu cuello va a hacer que cualquier hombre que quiera acercarse a ti, no se pase de la raya cuando vea que estás marcada, sin contar con que le provocaras dolor a tu compañero de vida, o viceversa… Es como si ambos estuvieran casados. — Orientaba Renata.
— ¡Pues quiero el divorcio! Lo que en nuestro caso resultaría en el rechazó de una de las partes. El muy cobarde no quería que yo lo rechazara, por eso se presentó ante mí enmascarado y encima dijo que no tendríamos comunicación… Muy maldito…
— Pero pudiste resistirlo, puta empedernida. — Recriminaba Renata.
— No pude hacer tal cosa, mi cumpleañera de cabaret. Su esencia, esa esencia suya, Reni, era tan deliciosa que me atrevería a rastrearla para volver a estar con él. Pero su acto de cobardía lo hace merecedor de cada dolor que venga de mi parte, amiga.
— Te entiendo… — Asentía Renata con pesar. — ¿Y qué va a pasar, Thianya Sparks, cuando el enmascarado ese tenga la bondad de pagarte con la misma moneda? ¿Qué harás con el dolor que venga de allá para acá? — Preguntaba la hija del beta de su padre.
— Ese día, Renata Pierce, yo misma iré a Frenchiel y buscaré al último licán con el que quisiera volver a acostarme en mi vida, Jake Masters.
A Renata se le abrieron los ojos de manera automática en toda su extensión. Creyó que ya ese hombre era un tema olvidado.
Ya la noche había llegado, y sin más, ambas chicas salieron sin rumbo fijo hacia otra ciudad que no era precisamente en la que ninguna de ellas había conocido a los hombres que les sirvieron de anfitriones la última salida que habían tenido, sino a Leke, una ciudad que se caracterizaba por sus frondosas y frías montañas, eso porque Thianya buscaba un ambiente diferente.
— ¿Dónde te habías metido todo este tiempo, mi amiga con derechos?
— Rompiendo algunos corazones. ¿Me extrañaste?
— Sí… Y sobre todo extrañé esas piernas tan bellas tuyas. Te voy a llevar a la playa y te compraré el bikini más exhibicionista que hayas usado ¡Jamás, Thianya! Es un crimen tener esas piernas escondidas.
— No es un crimen, Clide… Mira cómo te tengo al tener ese factor sorpresa a mi favor, bestia domesticable.
— Eres una mujer muy manipuladora, loba cruel.
— Lo sé…
Sin más preámbulos, Clide y Thianya se fundieron en un beso que luego se confundió con las entrepiernas de ella atada a la cintura de él.
Por otro lado, Jake estaba pensando en Thianya, cuando de repente tomó el teléfono para llamar a una de sus amiguitas de turno.
— Estoy en mi habitación de relajación, mujer… Ven para acá ahora mismo o llamo a otra que sí esté dispuesta.
Jake estaba de un humor infernal, todo porque Thianya no estaba rendida a sus pies como así él lo quería, y para colmo no podía ir a Carcomel como tanto lo deseaba, todo para ir hasta esa mujer y tratarla, como según el señor Masters, entendía que la señorita Sparks se merecía.
— Eres peor de lo que creía, juguetito. — Apuntó Clide a la marca en el cuello de Thianya.
— Clide, puedo decir en mi defesa que no sé quién fue el sarnoso con rabia que me marcó, porque no se mostró nunca, al menos no su cara.
— ¿Ni siquiera recuerdas su esencia?
— No, Clide. Sólo sé que ese hombre llegó justo en mis fechas de ovulación, y créeme, recordarlo me hace querer ir tras él, pero no sé detrás de quien andaraía, porque por lo visto no eres el responsable de esto en mi cuello. — Se acaríciaba Thianya la marca.
— No tendría la cobardía de marcar a mi hembra y dejarla a merced de tanto depredador ahí afuera, y mucho menos cubrir mi rostro. Eso fue muy irresponsable de su parte, juguetito.
A pesar de lo sinceramente cruel que sonó lo dicho por Clide, la fémina prefirió no poner atención a sus palabras y lo indujo a volver a la faena atrayéndolo con su dedo índice.
En el caso de Jake, había sido bastante brusco en la manera en la que trató a su amiguita de turno, una que le suplicaba que fuera más sutil, pero él apenas si escuchaba. Entendió que ella estaba pasándola mal cuando vio lágrimas en sus ojos.
— Lo siento, mujer, no quise maltratarte así. Últimamente no me está yendo bien, y cada vez estoy más tenso. — Mencionaba Jake acariciando con pesadez su cabello castaño claro.
— Conozco mujeres que estarían dispuestas a que las sometas como quieras, Jake. Sabes que a mí no me gusta esa manera de tener intimidad, pero el día que necesites hablar, puedes llamarme, o cuando quieras hacerlo de un modo calmado, ahí sí me apunto.
— Perdóname… — Decía él un tanto apesadumbrado.
— Te perdono… No eres de los que se humilla, y no te preocupes, lo que pasó hoy de mi parte no se sabrá. — Dijo aquella mujer yendo al baño a vestirse dejando solo a aquel hombre.