En la Búsqueda de un Cobarde

1155 Words
En plena madrugada, Thianya se levantó ofuscada, al parecer estaba sintiéndose acalorada producto de alguna sensación externa. >> Ese maldito enmascarado anda dándose placer a sí mismo. — Entonces, ¿La señorita Sparks realmente trabajará para el señor Hams? — ¡Sí, señor! La señorita Sparks es la que se encargará de la decoración del nuevo complejo hotelero de la cadena de Hams. — ¿Y en calidad de qué estuvo allí, señorita Mariñez? — Estuve allí como parte del consejo aprobatorio de la alcaldía de Carcomel, señor… Sabe que esa es mi función. — Sí, lo sé… ¿Y cómo vio a la señorita Sparks? — La veo bastante profesional en su presencia y en su desenvolvimiento ante el público, aunque cometió el error de llegar tarde. — Eso estuvo mal de su parte, señorita. ¿Y sabe qué pudo haberle pasado? — No sé lo que pudo haberla retrasado, pero parecía como si estuviera sudando profusamente. Al otro lado de la línea telefónica se escuchó el sonido de una sonrisa que denotaba satisfacción, mas la señorita que estaba hablando con aquel hombre no entendió el porqué de su reacción. — Señor… — No se preocupe, señorita Mariñez. Ya sé que puedo contar con usted a la hora de encontrar buena mano de obra en Carcomel. Sólo mándeme los datos de la señorita Sparks, ella será mi decoradora también. — Asumió aquel hombre con el que la señorita Mariñez conversaba cerrando la llamada. Al día siguiente, ya que estaba en aquella ciudad, Clide Hams se dedicó a buscar en los registros del restaurante donde se suponía que se había reunido Thianya con el enmascarado, todo con tal de ver si encontraba algún indicio de quien podría ser ese hombre. Después de discutir las razones con el gerente del restaurante, alegando que una familiar suya había perdido algo ese día, terminó teniendo acceso a las grabaciones digitales de aquel día en el que Thianya estuvo a punto de reunirse con un hombre que nunca llegó y apareció otro en su lugar. >> Pilla, no dizque no te gusta tener tus aventuras aquí, y te fuiste con un pendejo que ni rostro tiene. << Sonreía Clide sin mucho ánimo cuando algo en la grabación le llamó la atención. Al cabo de una semana, un hombre que era poco conocido en el mundo de los negocios hoteleros tocó a la puerta de la señorita Mariñez. — Sí, Sonia, hazlo pasar. — ¡Buenos días, señorita Carmín Mariñez! — ¡Señor Porter! Sé que usted no es el señor Porter con el que estado hablando, pero supongo que viene como su emisario. — Muy perspicaz la señorita. — Mariñez sonrió porque se sintió alagada y porque sabía que el verdadero señor Porter era el que tenía al frente, y el otro estaba encubriéndose, aunque ella estaba muy curiosa de saber de qué se trataba todo aquello, sobre todo porque implicaba dinero para su bolsillo.
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