Viendo la Luz del Sol

1198 Words
Thianya nunca se había dedicado tan exclusivamente a nadie como lo había hecho con Jake, aunque él tampoco había cometido un error como ese, ya que ninguno creía en eso de estar atados a una sola persona por el resto de sus días. Había sido tanta la química que ambos compartieron, que por un momento Thianya deseó que aquella marca la atara a ese hombre con el que estuvo recluida en aquella habitación por tres noches, pero volvía en sí al mirar el rostro del señor Masters. — No creo que ninguno de los dos nos veríamos tan bien compartiendo la misma casa, muñeca… Sería una crueldad de nuestra parte procrear hijos juntos; el mundo merece algo mejor. — Bromeaba Jake. Por alguna razón que no sabría explicar, ese comentario le cayó pesado a Thianya, por lo que se apartó del hombre del que estaba acompañada, poniendo malas caras en el acto. — No me digas que en algún instante pensaste que sería lindo crear una familia conmigo, muñeca. — ¿Con quién, Masters? ¿Contigo? El día que eso suceda, yo me declararé loca. — Puso ella cara de asco mientras miraba hacia él. — Yo no pienso tener hijos, ni contigo ni con nadie. Eso podría dañar mi figura y podría troncharme mis mejores años de vida, licán, además de que no me veo siéndole fiel a esos temitas de la familia o algo parecido. Las ideas que expresó Thianya ensombrecieron el rostro de Jake, pero éste miró hacia otro lado para que ella no lo viese. Mientras que ella había recurrido a la mentira, porque en serio pensó en que podría dejarse llevar de aquel hombre si hubieran quedado de acuerdo. Después de las delicadas palabras de ambas partes, los amantes no se sintieron especialmente cómodos, por lo que esa noche optaron por vestirse para denar y luego irse a la cama y dormir en espacios separados. Jake le cedió la cama a Thianya, una que la tomó sin la más mínima de las protestas. Al día siguiente Thianya se levantó bien temprano para abandonar la habitación que estuvo compartiendo con Jake para retirarse a la suya sin hacer el más mínimo de ruido, la cual abandonó sin mirar atrás. Jake se había dado cuenta cuando Thianya cerró la puerta de la habitación, pero no quiso detenerla, ya que sabía que ella no se sintió cómoda con la manera que él aseguró que ellos no tenían oportunidad de estar juntos. Y quizás creyó en las palabras que ella le dijo, pero también debía admitir que aquella hembra le gustaba al punto de quererla como su compañera de vida, aunque si era por cuestión de sincerarse consigo mismo, eso de tener familia para él resultaba aterrador. Aquella mujer se encerró por otro día en la habitación que había reservado para ella en aquel hotel en Leke, de forma que pidió lo que iba a comer. En otro sentido, no tomó llamadas de nadie, ni siquiera de Renata, que estuvo llamándola insistentemente, tampoco escuchó la puerta cuando la tocaron. Jake abandonó la habitación sin mucho que decir, sólo fue y entregó la tarjeta de acceso y se fue de allí, dejando instrucciones en la recepción de paso. — Víctor… — ¡Señor! — Encárgate de todos los gastos en os que incurra la señorita Sparks y sus invitados. No importa… — Pausó aquel licán, — Qué tipo de fiesta ellos quieran realizar, que todo lo que ellos consuman se cargue a mi cuenta. Espero que hayas escuchado mis instrucciones, Víctor, y no le comentes a nadie lo que te pedí. — Advirtió Jake. — ¡Sí, señor Masters! Inmediatamente aquel gerente hostelero se dispuso a revisar las cuentas de la señorita Sparks, ya que era ella la que estaba cubriendo los gastos de Renata, Esteban y Orestes. A la mañana siguiente, la puerta de Thianya sonaba como si iba a derrumbarse, ya que Renata estaba allí dispuesta a hacerlo. Aquella chica estaba nervioso pensando en que su amiga del alma pudo haber colapsado por alguna borrachera extrema de las que ella a veces era objeto, pero para su tranquilidad, la misma joven que ocupaba a habitación en cuestión fue a abrirle. — ¡Ya entra, zopenca! Pareces una gata hambrienta arañando la puerta de tu dueña… ¡Tanto que jodes! — ¡Yo también te quiero, manita! A ti parece que te pasó un camión por encima. — Yo te quiero más de lo que puedas imaginar, amiguita del alma. — Estuviste llorando, Thia… ¿Qué te me hicieron? No me digas que el tipo con el que estuviste te hizo algún daño, amiga. — Se condolió Renata sinceramente abrazando a Thianya y posando la cabeza de esta sobre su hombro. Aquella licán se dejó llevar, ya que en serio se sentía afectada. Y después de sorber por la nariz y limpiársela con una servilleta de papel, quiso alejarse de su amiga para poder respirar bien, ya que Renata la tenía sujeta fuertemente. — ¿Crees es posible, amiga, que con el tipo con el que estuve durante estos tres días en una habitación me atrajo tanto, tanto, tanto, que por primera vez deseé que alguien fuera mi compañero de vida? — Por fin profirió palabra la señorita Sparks. Renata soltó un chillido como si había encontrado el lugar más maravilloso jamás conocido en su vida. — ¡THIANYA! ¡Necesito conocer a ese hombre, manita! Tú nunca te habías dado a la tarea de pensar en alguien de ese modo. No digo de mí, porque para mí cualquier hombre tiene una oportunidad en la vida, pero tú… Creí que no tenías pensado casarte, aunque estás marcada, eso es un poco extremo, considerando que ese tipo es un cobarde y… — Renata pausó cuando vio la mano de su amiga frente a su rostro. — Tranquila, Pierce… Tampoco es para tanto, es que él me dijo que no se imaginaba que tuviéramos hijos, que sería un castigo para el mundo o algo parecido, así que no nos ilusionemos. Más bien vayamos a la playa a tomar un poco de sol y darnos un chapuzón, así nadie va a cuestionarme de que tenga los ojos rojos, podré agarrarme del pretexto de estar metida en el agua de mar. Thianya le dijo todo ese palabrerío a su amiga más que nada para rebotarle la conversación. No se atrevía decirle a Renata de quien se trataba porque se sentía muy humillada al recordar las palabras de Jake. Cuando los rayos del sol golpearon su rostro, Thianya estaba protegiéndose de la luz solar como si le había caído ácido en la piel. Ya eran las nueve de la mañana y era verano, por lo tanto el astro mañanero estaba en su mejor disposición para atacar a todo el que estaba bajo su exposición, y fue algo de lo aquella chica se valió para guardar apariencias. Más tarde, las chicas pidieron el desayuno y se les sumaron los dos guardaespaldas que las acompañaban que a pesar de ver la pesadez en el rostro de su protegida, no se atrevieron a decir ni media palabra, más bien actuaban como que todo estaba bien.
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