Mientras hacía el recorrido, Areta iba pidiendo porque el caballero al que iba a visitar estuviera en su casa. Si no era así, tendría que esperar hasta el día siguiente. Los caballos se detuvieron frente a una de las mansiones mas impresionantes que había en los Campos Elíseos. El mozo que iba en el pescante con el cochero bajó a tocar el timbre y, cuando la puerta se abrió, Areta salió del carruaje. —Espera aquí, Marie—dijo. Areta franqueó el umbral y dijo al anciano mayordomo: —¿Está en casa el señor Marqués s? —No estoy seguro, señora— contestó el mayordomo con cierta reserva—, el señor Marqués s no me ha advertido que estuviera esperando a ninguna persona. Areta sonrió. —¿Ya no me recuerda, Blanc? El mayordomo la miró con atención y entonces lanzó una leve exclamación: —¡Señ