Cual Geisha sin reserva

1338 Words
Después de haberse obligado a ingerir un par de bocados de la comida que le llevaron a la habitación, apartó todo no pudiendo dejar de pensar en que podía hacer para hablar con Camila. Se tiró en la cama boca arriba, las manos debajo de la cabeza y la mirada perdida en sus pensamientos. “¡Que ha cambiado? ¿Qué significa eso? No era una respuesta. Sabía que había cambiado. Eso era evidente. Estaba mucho más guapa. Se veía más segura. También tiene una hija. Se que iba apurada por recogerla seguramente. Quería seguirla, pero… no me atreví a hacerlo. ¿De quién será su hija? ¿Cuántos años tendrá?” _ Lorant cerró los ojos ante esa pregunta. Él siempre se protegía. Por eso no creía que fuera de él. No sabía si podría vivir con eso. Pero tenía que hablar con ella a como diera lugar. Se sentó en la orilla de la cama. Necesitaba hacer algo para distraerse y dejar de pensar. Se levantó y fue directo a buscar un trago. Pero ya había terminado con lo que había. Volvió a tirarse en la cama. Tomó el teléfono y buscó el número que le habían dado a penas unas horas atrás. Sopesó la idea de llamar, pero sabía que ella colgaría el teléfono si la llamaba. Deseo un trago y maldijo no tener nada en la habitación. Pero se puso un pantalón formal y una camisa casual y, salió, sabiendo que, en el bar de hotel, podría encontrar cuantos tragos quisiera. _ Un Ballantine´s. que sea la botella por favor. __Pidió sentándose en la barra. El bartender lo miró extrañado, a la vez que dejaba un vaso de whisky frente a Lorant. _ Voy a necesitar más de un trago. _ Aclaró Lorant habiendo entendido perfectamente aquella mirada acusadora. Ni siquiera el alcohol lo ayudó a escapar del recuerdo de aquella mujer. De pronto estaba en aquella habitación en aquella vieja pensión, la primera vez que logró hacerla suya. Tirado en la cama, recordando los sucesos de la noche anterior. Aquella mujer tenía algo que él no sabía descifrar qué era, pero, lo traía loco. Le hubiese gustado despertar y encontrarla todavía durmiendo a su lado. Poder volver a recorrer su cuerpo con sus manos, con su boca y, volver a perderse entre sus piernas, dentro de ella. Movió la cabeza y decidió levantarse e ir a la universidad Llegó a la escuela y encontrarse con sus amigos, entre charlas, risas y actividades, borró de la mente la noche loca, apasionada y única que había pasado con aquella mujer. Hasta que, sentado con sus amigos en los muebles de uno de los grandes pasillos de la escuela, una de sus amigas complacientes, se sienta entre sus piernas y se recuesta a él toda melosa como acostumbraba casi siempre, y la vio a ella acercándose. Camila venía hacia él. El aguantó la respiración y abrió los ojos asustados al ver que se acercaba. Pero para su sorpresa, ella le pasó por el lado y ni siquiera lo miró. Quedó más frustrado aun, preguntándose si había notado su cara de susto, y por eso no se acercó. Miró a sus amigos que al parecer no notaron su frustración, y luego vio que ella se acercó a la cafetería, compró algo y volvió a pasar por su lado, sin mirarlo, como si no hubiese pasado nada entre ellos la noche anterior. Debería haberse sentido aliviado. En realidad, ya tenía lo que quería. Pero no. No fue así. Las cosas se pusieron peor para él después de aquella noche. Pensaba en ella más que antes. Ahora conocía el sabor de sus labios, el sabor de su cuerpo, el aroma de su piel, y le gustaba. Anhelaba volver a besarla, tocarla, olerla. Tampoco era que quisiera algo serio. Sabía que, ella le gustaba y mucho, pero estaba casi seguro de que eso pasaría después de llevarla a la cama, como con todas esas otras. Lo extraño era eso, que, por algún motivo, no la veía como a otra más. Nunca había pensado en otra como pensaba en ella, ni había ido detrás de otras como lo había hecho con ella Por alguna extraña razón, había algo en ella que lo asustaba. Que lo hacía sentir una necesidad desconocida por él, que le daba miedo. No quería que, como muchas otras, que ella se enamorará de él, porque no quería hacerle ningún daño, pero tampoco quería dejar de verla. Se prometió a sí mismo olvidar aquella pequeña obsesión y seguir adelante sin eso. Dos vece en una semana después de aquella noche, la vio pasar cerca de él, con sus audífonos puestos y como si él fuera invisible. La buscaba entre la gente, en los pasillos en el patio y no verla, aunque fuera de lejos, lo ponía ansioso. No tenía ganas de hablar y ninguna de las gracias de sus amigos le causaba risa. Así que se iba antes de tiempo para irse a casa y estar solo. El sábado salió con sus amigos para divertirse. Pero no pudo estar más de una hora. Inventó una excusa y, condujo su auto hasta el restaurante donde sabía que ella debía estar. La vio y se quedó contemplándola desde lejos mientras ella trabajaba. Esperó dentro del auto hasta que vio alguna de las luces del restaurante apagarse. Salió del auto y se recostó como acostumbraba a hacer, para esperar por ella. Como era de esperar, ella se asombra de verlo allí. Se detiene y lo mira asombrada. El muerde su labio inferior, aun recostado del auto con las manos en los bolsillos, sin dejar de mirarla. Había preparado todo un discurso para justificar el que no le haya hablado en la escuela, o para cualquier reclamo que le hiciera. Porque, aunque habían acordado solo un día, y él odiaba a las mujeres que se creían con derechos sobre él, reclamándole por haber sido indiferente después de una noche con ellas, curiosa e inusualmente, era lo que más deseaba que hiciera Camila ahora mismo. Que le gritara, que reclamara, que se creyera con todos los derechos si eso era lo que quería, pero que no lo privara darle un beso, de tocar sus manos, de sentir su aliento. Camila se acerca y se para frente a él. Sus miradas se cruzan por unos minutos que parecieron interminables, pero fueron suficientes. Desesperado, la toma por el cuello y la atrae a él, atrapando sus labios. Le da una vuelta dejándola atrapada entre el auto y él, saciando sus ansias locas de saborear aquellos labios y tocar su tersa piel. _ Te extrañé. _ Murmuró en su oído sin dejar de dar besos su cuello, a la vez que ella también lo abrazaba y lo acariciaba. Entonces él se detiene y la mira. Ella también lo mira segura de lo que él le estaba pidiendo sin palabras. Le da un beso como respuesta y el abre discretamente la puerta del auto sin de dejar de besarla, sin dejar de mirarla. Luego la invita a entrar con un movimiento de la cabeza y ella obedece. Misma pensión, mismo parqueo, misma habitación. Habitación que pronto se llenó de quejidos lujuriosos, dulces lamentos y gemidos cargados de pasión. Una y otra vez. Él, que ya no podía prescindir de ella, volvía cada vez más a menudo. Y ella se iba con él cada vez, y se entregaba, cual geisha, sin reservas. Cada vez misma situación en la escuela. No se hablaban no se miraban, como si no se hubiesen amado con locura y pasión la noche anterior. _ Hola amigo. _ Norman llegó y se sentó a su lado, sacándolo de sus recuerdos. Lorant lo mira por un segundo y vuelve a posar su mirada en el vaso que tenía en la mano, al que estaba moviendo en círculos. _ Ponme un vaso. _ Pidió Norman al bartender. Este obedece y se queda mirando como el recién llegado se servía de la botella del otro,
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