Mejor de lo que pensaba

1323 Words
_Me gustas mucho Camila. _ Ella se detiene, y se queda escuchando, sin tener valor de volverse a mirarlo. Siente nervosa como se acercaba a ella mientras hablaba. _ Puedo contarte si deseas, lo que hacías la primera vez que llamaste mi atención cuando te vi en la universidad. Pero desde que te vi aquella noche, aquí en el restaurante, no puedo dejar de pensar en ti. _ Ya estaba exactamente detrás de ella, demasiado cerca como para no sentir su respiración acariciando su cuello. Cada poro de su cuerpo se erizó al tacto de ese cálido aliento con su piel, y un estupor se apoderó de ella, dejándola indefensa y sin poder moverse. _ Si quieres que no te moleste más, lo haré, aunque no es lo que realmente deseo Camila. _Aquellas palabras parecían causarle dolor a medida que salían de su boca. Estaba demasiado cerca. Tan cerca, como nunca había tenido a un hombre de ella. Su voz suave y dulce parecía embrujarla, haciéndola tener sensaciones que ella no conocía. Y no entendía nada, no sabía por qué, pero le gustaba escuchar el sonido ronco de su voz susurrando su nombre en su oído, y la extraña descarga eléctrica que eso llevaba a cada rincón desconocido por ella, de su cuerpo. _ Pero te pido que, al menos me ayudes a terminar con esta tortura que llevo cada día que pasa, cada noche cuando regreso a casa, a pesar de tus desplantes, sin dejar de pensar en ti, en tus labios Camila. En cómo saben tus besos. Su cuerpo se estremece y tiembla al sentir el contacto de sus manos en su delgada cintura, cuando él la toma para darle la vuelta y la aferra a él, mirándola con los ojos cargados de una pasión que ella, no entendía, pero, a la que no era capaz de resistirse. Así que no se apartó. Cerró los ojos al placer que sentía de tener su cuerpo pegado al de él, para luego mirarlo como suplicando que la besara al fin, mientras su respiración agitada la hacía entreabrir la boca para tomar aire, sin saber lo que eso provocaba al hombre allí, desesperado, aferrado a su cintura. _ Quiero besarte Camila. _ Seguía susurrando. Ella cerró los ojos y bajó la cabeza. _ Pero no quiero hacerlo si tú no lo deseas. _ La toma por la barbilla y la obliga a mirarlo. Sus ojos parecían suplicarle que lo hiciera. Pero él no entendía, por qué era diferente con ella. Quería ser amable, que ella quisiera besarlo también. Quería que ella se lo pidiera. _ Deseo tanto hacerlo y creo que no voy a poder resistirme si sigues mirándome de esa manera. Voy… _ Ella lame sus labios y él deja escapar un suave quejido al verla hacer eso. Pasa un trago remojando su garganta y sin dejar de mirarla, agacha su cabeza a la altura de ella, y une su frente a la de ella, su nariz a la ella, y cierra los ojos, buscando estabilidad, extasiado de poder tenerla al fin tan cerca de él, pero no quería asustarla _ Voy a tener que hacerlo sin tu consentimiento si sigues haciendo eso… Una lágrima salió de sus ojos ante el recuerdo de aquel maravilloso momento. La secó antes de que esta recorriera su rostro y puso un tierno beso en la cabeza de su pequeña, a la que aferraba con fuerza a su pecho. Deseaba dejar de recordar esos momentos y desear vivirlos otra vez. Deseaba dejar de sentir dolor por un hombre que nunca fue de ella. Apretó fuertes los ojos intentando olvidar y quedarse dormida de una vez, sin saber que afuera, en la calle frente a su casa, había estacionado un auto que la había seguido hasta allí, y que un taxi acababa de llegar, del que se bajó ese hombre en sus recuerdos. Pagó al taxista y le dijo que conservara el cambio. Abrió la puerta y bajó, mirando a su alrededor. A pesar de su aspecto desaliñado, no podía dejar de apreciarse lo guapo que era el hombre. Alto y elegante. Que, aunque su semblate era serio, y su mirada endurecida, reflejando una postura segura y agresiva, su sonrisa solía ser encantadora. Parecía realmente esculpido por el mejor escultor, que se esmeró al darle la mejor forma a su mejor pieza. Un cuerpo atlético, sin rutinas excesivas de ejercicios, a pesar de tener un gimnasio en casa, al que iba solo de vez en cuando. El único deporte que practicaba era correr en las mañanas. Se levantaba una hora antes para poder hacerlo cada día. No importaba que vistiera. Le hacía honor a cualquier prenda que llevara. Su traje de tres piezas, meticulosamente confeccionado para él, cortesía de Valentino, y que había estrenado por primera vez para la fiesta de compromiso, abrazaba su cuerpo de manera perfecta. El color azul oscuro resaltaba su figura, de hombros amplios y cintura estrecha, creando una silueta impecable. Sus ojos, profundos y expresivos, reflejan confianza y misterio. En su muñeca, un reloj clásico añadía un toque de sofisticación. Y a pesar de que había desabotonado la camisa y había dejado tirada la corbata, no podía negarse que el hombre era guapo y destilaba un equilibrio perfecto entre elegancia y atractivo. Unos autos más adelante, estaba Jeromé, esperando por él. Este se acerca al verlo. _ Es aquí. _ Le dice Jeromé apuntando a la casa frente a ellos. _ Y sabes en qué apartamento? _ Estuve pendiente para ver dónde se encendían luces. Y aunque no estoy seguro del todo, apostaría que es el primero aquí debajo. _ Seguía apuntando al lugar al que se refería. _ Fue donde se encendió la luz en una habitación después de un rato. Aunque si es allí, no creo que viva sola. Había luces ya encendidas cuando llegó. _ Ok. _ Acepta y suspira profundo. _ El hombre que venía con ella, ¿entró a la casa también? _ No. Se bajó del auto con ella, hablaron por unos minutos y luego se fue después que ella entró. _ ¡Maldito sea! _ Murmuró enojado. Estuvieron unos minutos en silencio, mientras él examinaba en su mente qué era lo que debía hacer ahora que sabía dónde estaba ella. _ ¿Qué va a hacer ahora señor? _Lorant lo mira. Era un chico mucho más joven que él. No podía retenerlo aquí, en su locura. _ Tú puedes irte. Es tarde ya. Yo me quedo. Pensaré qué hacer. _ Este lo mira extrañado. _ ¿Va a quedarse aquí afuera toda la noche? _ Creo que sí. _ Le dice sin quitar la vista de la casa. _ Envíame los datos de tu cuenta de banco. Te haré una trasferencia. _ Me quedaré con usted. _ Decidió Jeromé. _Podemos estar en mi auto. Es mejor que estar aquí a la intemperie. _ Lorant lo miró y sonrió agradecido. Minutos después, se sentó en el asiento del conductor, mientras que Jeromé se acostó en el asiento de atrás porque no pudo resistir el sueño. Lorant apoyó su cabeza del espaldar del asiento, recordando aquella primera noche, cuando la hizo suya. Había quedado inmóvil por un momento, cuando ella pegó sus labios a los de él. Luego tomó su rostro entre sus manos, y comenzó a besarla. Vio como ella abrió sus ojos extrañada cuando el abrió sus labios sobre los de ella, e intentaba abrir su boca. Este no desistió y siguió hasta que ella cedió y le permitió saborear sus labios, y unirse en un beso que él sospechaba que posiblemente, o era el primero de ella, o nadie la había besado así. Cuando quiso separarse para tomar aire, ella gruñó como un gatito mimado, porque extasiada como estaba, quería seguir besándolo. Cosa que a él lo enloqueció más de lo que ya estaba. Porque sí, era como esperaba. Sabía mejor de lo que pensaba.
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