—¿Y este auto?—me atreví a preguntar, ya que llevábamos varias calles en silencio y la verdad es que eso me molestaba un poco, el silencio le daba rienda suelta a mis pensamientos.
Él conducía un flamante auto de color rojo bastante vistoso, el cual nunca había visto antes.
—Es nuevo—admitió— pero no te acostumbres, parece que tendré que devolverlo a la agencia.
—¿Problemas financieros?—cuestione, pero sabía que eso no podía ser posible.
Apenas habían transcurrido un par de semanas y la última vez que había checado su estado financiero para enviarle todos sus datos al contador de la empresa, estaban más que bien, tenía la posibilidad de darse ese tipo de lujos, así que el motivo debía ser diferente.
—Amber—respondió, entonces intuí que el problema por el cual no podía conservar el auto era debido a su esposa y la verdad, la comprendía.
Alexander tenía gustos muy extravagantes, pero su esposa, era más bien elegante y con clase, por lo que cuando mi jefe suele comprar ciertas cosas innecesarias, es ella quien sufre por sus compras impulsivas.
—¿Muy extravagante para ti o teme que puedas subir a una mujerzuela en él? —me atreví a bromear, lo cual me sorprendió mucho, es decir, Alexander y yo solemos llevarnos así, pero no crei que ahora mismo pudiera hacerlo como si nada hubiese pasado.
—El motivo es diferente y por cierto, tú eres la primera mujer que sube a este auto, así que más cuidado con lo que dices—me la devolvió, pero no me indigne, al contrario, me robó una sonrisa.
—¿Puedo saber cuál es el motivo?—me anime a preguntar y si ya era su secretaria, la que le ayudaba a ocultar hasta sus más sucios secretos, qué más daba lo que fuese a decir.
Él me miró de reojo y luego esbozó una sonrisa, pero aquella simple expresión estaba llena de alegría.
—Amber está embarazada—reveló con una sonrisa de oreja a oreja, no solo estaba feliz, sino que estaba encantado con la idea de ser padre, pero yo no me la podía creer.
Yo conocía muy bien a mi jefe, es decir. ¿Alexander siendo padre? ¿Como había pasado?
Es decir, sabia muy bien como había pasado, pero siendo sincera, no podía imaginar a mi jefe con un bebe en brazos, era algo increíble y al mismo tiempo extraño.
—Felicidades— logré decir, aún estaba en estado de shock.
—¿Solo eso me vas a decir? —protestó soltando una carcajada.
—Si…—mi voz sonó extraña—no, bueno, es que sigo sin poder creerlo, tú no eres precisamente el tipo de hombre domesticado, tú eres más bien el mujeriego sin remedio.
—Por Dios, no digas eso enfrente de Amber o de verdad creerá que soy un maldito depravado.
—Oye, yo no tengo la culpa de que eso sea cierto—me burlé, pero él no se enojó, sino que volvió a soltar una carcajada.
Luego de media hora hablando sobre cómo se había enterado de la buena nueva, finalmente llegamos a la calle frente al edificio del departamento que compartía con Tracy. Aún no sabía cómo diablos le explicaría mis heridas, pero supuse que eso era lo de menos, porque mi amiga me abordaría con mil y un preguntas sobre todo lo que había sucedido con Nathaniel Orson.
Yo también tenía cosas de que quejarme de ella, pero no era el momento para hablar sobre temas tan triviales como ese, solo quería llegar a descansar.
Alexander me ayudó a llegar al departamento, por supuesto, tuve que advertirle de lo que podía pasar una vez que mi amiga abriera la puerta y, ya que tendría que seguir mintiéndole para evitar que más información se filtrara, porque era claro que no le podía confiar nada, sobre todo si implicaba a los clientes de la empresa que prácticamente habían sido mis esposo durante un par de semanas.
Cuando Alexander tocó el timbre de la casa, trague saliva, lista para el interrogatorio de mi amiga, no había de otra.
Tracy abrió y como siempre, sin fijarse por la mirilla de la puerta, abrió de forma despreocupada, pero al mirarme lo hizo igual que hubiese visto un fantasma.
—¡Abby! —gritó dándome la bienvenida—¿Qué te pasó?
—Hola— la saludé tratando de forzar una sonrisa, quizás con ella no podía ocultar lo que le había pasado a mi rostro, pero al menos podía fingir que me sentía bien a pesar de mi aspecto.
—¿Podemos pasar? —preguntó Alexander quién era el que estaba prácticamente cargando todo el peso de mi cuerpo.
—Claro, claro—dijo ella haciéndose a un lado, solo entonces ambos entramos finalmente en casa.
Se podía percibir un aroma a chocolate y fresas, entonces al mirar hacia la cocina descubrí que había un equipo de grabación apuntando justo a un plato de fresas cubiertas con chocolate y chispas de color rosa.
—¿Es una nueva sección?—dije cuando Alexander me acomodó justo en uno de los sillones de la sala, pero Tracy no respondió, sino que se aproximó a mí con obvia preocupación en su rostro.
—¿Cómo te hiciste esto? —insistió—¿Tuviste un accidente?
Y aunque me hizo las preguntas a mí, se volvió hacia Alexander con enfado.
—¿Qué pasó?—cuestionó furiosa, en respuesta Alexander suspiró y desvió la mirada un tanto avergonzado. ¿Cómo explicarle lo que había sucedido?
—Un ebrio me sacó de la carretera cuando hacía un encargo para la señora Reese—mentí y traté de poner mi mejor sonrisa para tranquilizarla, pero en realidad solo logré que se enfureciera más.
—¿Por qué diablos no me llamaste?— protesto volviéndose hacia mí, tenía el rostro rojo de ira.
—Mi teléfono quedó hecho añicos en el accidente, así que no tenía como contactarte—justifique, pero sabía que eso no iba a ser suficiente. Tracy se estaba comportando como una madre, quizás más dramática que la mía.
—¿Que el inepto de tu jefe no pudo llamarme y explicarme tu situación?—bramo a pesar de que Alexander estaba parado a tan solo tres pasos de ella.
—Yo le dije que no lo hiciera porque precisamente te ibas a poner histérica y lo que necesitaba era descansar, de hecho, ahora mismo necesito que le bajes dos rayitas a tu tono de voz porque me duele un poco la cabeza—volví a mentir, porque de otra forma mi amiga terminaría ofendiendo a Alexander y lo que menos necesitaba era perder mi empleo por culpa de Tracy.
—Por cierto—dijo mi jefe rebuscando en el bolsillo interno de su chaqueta, una bolsa de papel blanco que tenía el logo del hospital, supuse que debía ser mi medicamento—me tomé la molestia de comprarlo por ti, las indicaciones están en el interior.
Me lo extendió, pero enseguida Tracy se lo arrebató de las manos y abrió la bolsa.
—Dios mío—expresó impactada—¿De verdad necesitas tantos medicamentos?
Negué con la cabeza, pero no para responderle, sino en desaprobación por la descortesía que le había hecho a Alexander, pero por lo menos, a él no pareció importarle y supuse que había tomado mi advertencia en serio.
—Debo irme—anunció Alexander dando un paso hacia atrás y no lo culpaba, de hecho, pensé que eso era lo mejor que podía hacer. Tracy no conocía de límites cuando se trataba de cosas como esas.
—Sí, no te preocupes—le animé a huir.
—No, espera. ¿Qué?—impugnó Tracy desconcertada—tú no te puedes ir hasta que me expliques qué diablos le sucedió a mi amiga
—Llamame si necesitas algo—dijo él alejándose de nosotros como si Tracy fuese a morderlo— y no olvides que tienes una cita de revisión.
—¡Oye! —dijo mi amiga persiguiéndolo, pero entonces Alexander le cerró la puerta en la cara.
Hubo silencio, uno sepulcral que me hizo sentir en peligro, sin Alexander, buscaría en mí un poco de información para apaciguar su ira.
Tracy se volvió hacia mí y me dirigió una mirada furiosa, pero en vez de exigirme respuestas, solo avanzó para sentarse a mi lado.
—¿Y bien? —dijo con calma—¿Me vas a decir que paso?
—Ya te lo dije—me limité a decir.
—¿Y el hombre que te sacó de la carretera? ¿Lo atraparon?—comenzó su interrogatorio.
Respire hondo, eso me dolió, pero al sacar el aire de mis pulmones, tuve la fuerza para mentirle de nuevo.
—No te preocupes por eso. Alexander hizo un acuerdo con esa persona para qué pagará los gastos médicos, así que no te alteres—le inste—ahora ayudame a levantarme, necesito ir a la cama.
Tracy lo hizo, pero me pareció que mi explicación no le había convencido del todo.
—¿Pero estás segura de que estás bien? —insistió.
—Lo estoy—volví a mentir.
El cuerpo era lo de menos, en un par de semanas, sabía que el dolor desaparecería y que volvería a moverme con normalidad, pero era mi corazón el que sufría y el que quizás jamás volvería a recuperarse, pues parte de mi corazón me lo había robado Benedict.