¿Y ahora qué pasa, eh?(1)

1667 Words
Gracias al hecho de haberse quitado el procesador de sonido, había conseguido bañarse, estudiar un poco e incluso había terminado de hacer su cena. A veces, sentía que la audición era más un estorbo que una ayuda en su vida. —Claro, solo ayuda para la gente que no quiere hacer el esfuerzo de ponerse de igual a igual con un sordo, pero no sirve para mí...— se dijo pensando en voz alta por la mera costumbre de sentir la vibración de su propia voz. Realmente resultaba increíble como en algunas ocasiones ella se sentía mucho más cómoda sin ese oído artificial. Era algo interesante ver como al desconectarlo había conseguido algo remotamente parecido a la concentración que necesitaba para hacer sus cosas. Pasó caminando por la habitación, con los pies descalsos. A esa altura de la noche, ni siquiera se acordaba de todo el problema que había tenido horas antes. Ni menos esperaba que él intentara hacer algo por solucionarlo. Por ese motivo, se asustó al sentir que debajo de sus pies, vibraba un dispositivo móvil al pasar por el lado donde se encontraba el colchón. Miró en esa dirección, sin entender lo que ocurria. Pero, vio que en la pantalla de su celular había por lo menos quince llamadas perdidas, veinte mensajes de texto y¿Acaso estaban intentando llamarla otra vez? Rodó los ojos al leer el nombre de quien la llamaba. La misma persona que había dejado su casilla de mensajes completamente llena. —¡Dah!¡Qué insistente!— repuso desdeñosa mientras se inclinaba para levantar el teléfono celular —Ni que fuera mi vieja para estar llamando tanto... Cortó la llamada. No tenía sentido responder, a fin de cuentas, no tenía ganas de ponerse el procesador al oído. Prefirió en cambio enviarle un mensaje de audio. Pero se llevó una enorme sorpresa al leer lo que estaba escrito en uno de los mensajes que él le había dejado. Afirmaba que estaba afuera, que la estaba esperando. Que todavía no se había ido y que realmente quería hablar con ella como tanto ella le había exigido. Varios mensajes similares pudo ver ella en la pantalla. Varios mensajes repitiendo lo mismo y, sencillamente, a ella se le volvió a caer el alma al suelo. Apretó el botón de audio y se lo colocó dubitativa a escasos centímetros de su boca. — Eh...¿Todavía estás en la puerta?— preguntó sintiéndose muy avergonzada por esa pregunta —... Eh... No te enojes, pero... Eh... Estaba sin el procesador y... Eh... Bueno... No te escuché... Perdón, ahí te abro... Dicho esto, entró en pánico. Realmente él había llegado a su casa. Realmente él había hecho le ella le había dicho y, ahora que lo tenía a su alcance ¡¿Qué diablos se supone que debería hacer con él?! Pasó la vista por toda la habitación. El lugar era un completo desastre. Pero más desastroso era su aspecto ¡Con suerte se había acordado de vestirse con una camisa vieja que usaba para dormir y un par de bragas! Entró en pánico y no sabía porqué, pero quería mostrarse perfecta para esa noche. Sin embargo, sabía que no era tiempo para eso. De modo que se miró la camisa, percatandose de que no se le veía tan mal y que, para su suerte, bien podía hacerla pasar por un viejo vestido corto. —Bueno che... Como si fuera a verme algo que no me vio antes...—se dijo resignada mientras se acomodaba el cabello y caminaba por el pequeño pasillo que daba al taller delantero que era ese apartamento.— Quién sabe, quizás hasta le alegro el día por eso... Afuera, la noche era horriblemente pesada y calurosa. Hans observaba impaciente como se formaban las nubes de tormenta en el cielo. Hacia más de una hora y media que se encontraba allí. Esperando a que ella se dignase a responder un mensaje o a abrirle la puerta siquiera. Pero, ni lo uno ni lo otro ocurria. Miró de soslayo hacia la puerta de ese negocio en donde Gabriela estaba viviendo. Se sentía incómodo y estúpido por estar allí, esperando como un imbécil. —...La otra noche te esperé bajo la lluvia, dos horas, mil horas...— cantó por lo bajo, como un murmullo tenue, para pasar el tiempo —...como un perro... Sonrió internamente al recordar esa vieja canción un tanto irónica. Esa canción era más o menos de su adolescencia. De esas que su padre solía conseguirle gracias a un amigo que vivía en Argentina y solía enviarle muchos discos de música para que actualizara su repertorio en el bar donde trabajaba. De eso, hacia mucho tiempo atrás. Cuando él no era más que un mocoso insensato que buscaba llamar la atención y que solo quería saber qué se sentía ser completamente independiente. Lastima que ahora lo sabía y no le gustaba para nada lo que implicaba ese absurdo deseo. «Si lo hubiera sabido antes, habría sido yo quien se rompiera la cabeza al caer de ese condenado árbol y quedaba idiota de por vida. Habría sido yo, en lugar de mi hermano Richard...» Quizás, estaba siendo demasiado cínico con esas palabras. Pero debía reconocer que, en ocasiones como aquella, realmente envidiaba la suerte que había tenido su hermano gemelo al haber sufrido ese accidente y no tener la obligación de madurar como la tenía él. Además que todavía no conseguía desprenderse de la culpa que siempre lo perseguía cuando recordaba los sucesos de aquel accidente. A fin de cuentas ¿Quién se había subido antes a ese maldito árbol aun a sabiendas de que Richard lo seguiría en el juego? ¡Pues él! No tenía excusas, él era el culpable de eso. Su padre siempre se lo advertía, él era el mayor de cinco hermanos y los más chicos, siempre lo tomarían de ejemplo. Si él se esforzaba en sacar buenas calificaciones, sus hermanos también lo harían. Si él era un buen hijo y respetaba a sus padres, ellos también lo imitarian... «Y si yo me subo a un condenado árbol... Ahí iban a estar esos cuatro imitadores haciendo lo mismo... Como lo terminará haciendo ella si me sigue el juego en este momento...» Admitió volviendo la atención al asunto que lo había obligado a estar en ese momento esperando más de una hora y media a que Break apareciera de una vez. Ladeó la cabeza hacia la puerta, nada ocurria. Realmente le gustaba esa pequeña loca caprichosa e insensata. Realmente esperaba obtener algo más de ella que solo una amistad virtual o visitas esporádicas a la humedad de sus piernas. Pero, se daba cuenta que era peligroso. Por su carácter impulsivo y su psiquis inestable, él siempre terminaba haciendo lo que debía y orillando a los demás a hacerse daño. Él, por más cuidado que tuviese, siempre hacia daño. Caminó por la acera, redeando el capó del auto para quedar de cara a la puerta de esa peluquería que funcionaba, además, como apartamento. Se sentó en el borde de un cantero que rodeaba las raíces de un árbol de jacarandá. No pudo evitar recordar el día que la había visto llegar a la cafetería de su prima. «Cuando la vi, se la notaba de mal humor. Cansada. Para colmo un imbécil se le burló por sus cicatrices y su aspecto. Sin embargo, ella solo se le rio a la cara¿Qué le había dicho? ¡Ah! No recuerdo, pero logró que con eso dejara de molestar... Ella tiene carácter y es mucho más positiva que yo...» Resultaba extraño pensar en eso. Ella era justamente lo que a él le hacía falta en esa etapa de su vida. No se quedaba callada, si algo le molestaba, simplemente lo decía. Tampoco era una chica a la que fácilmente pudiera cambiarle el estado de ánimo con un par de palabras mal dichas en un arrebato de frustración. Ella no le tenía miedo, ya se lo había demostrado a lo largo de todos esos días que llevaban conociendo. Nunca vio en sus ojos algo que pudiera llegar a ser como "miedo" cuando él se frustraba frente a la computadora portátil. Al contrario, cuando, por casualidad a él se le ocurría observar a los lados para cerciorarse que nadie estuviera a punto de armar jaleo por ese arrebato, ella solo lo miraba con la actitud de una persona curiosa, sonriendo cínica y burlona, con los ojos entrecerrados y su eterna mirada de quien sabía un chiste que no pensaba compartir. Esa mirada y esa actitud era lo que más lo había atraído a ella a simple vista. Esa sonrisa que daba a entender que no había nada en el mundo que pudiera asustarla, era algo que le daba cierta confianza. Pero, también era consciente que esa sonrisa no era eterna. Menos aun con alguien como él a su lado. «Richard, Hellen, Púas, Samuel... ¿Cuántas personas más eran igual antes de que yo les arruinara la vida con mis estupideces?» Allan le había sugerido que se arriesgara. Pero, aunque se encontraba allí para hacerlo, seguía sintiendo que eso no era lo más recomendable. La puerta del apartamento se abrió, dejando ver en la escasa luz de los faroles de la calle a Gabriela, sonriendo entre tímida e irónica. Se veía hermosa tal como era. Esa sonrisa que esa muchacha llevaba en su rostro como bandera, era lo que tanto lo obsesionaba. Pero, por más que fuera así, no podía dejar de pensar que... «No valgo la pena para que te permitas dejarme romper esa sonrisa tan hermosa que tienes, mi niña...» Le hubiera gustado decirle, pero las palabras no querían salir de su boca. Simplemente se levantó del cantero donde estaba, se sacudió en silencio el polvo del suelo y se acercó a ella. No quería romper su sonrisa, pero tampoco podía decir que tenía la fuerza necesaria para alejarse de ella. Terminar con todo y evitarla, simplemente no estaba en sus planes.
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