Ojos de eternidad (3)

1880 Words
«La locura, nunca tuvo maestro y menos aun sus límites puedes conocer. Ahora bien... ¿Acaso ella quiere conocer los míos? ¿O estará probando los suyos?¡Váyase a saber!» Pensó Hans haciendo alarde de su gran sentido del sarcasmo mientras la veía caminar con andares de gata equilibrando su cuerpo sobre una pared. Resultaba interesante y, a la vez, sorprendente, para él, como esa joven ebria podía caminar por ese reducido espacio con tanta facilidad, sin miedo a caerse. Miró la hora en la pantalla del celular, eran ya casi las cuatro y media de la mañana. Sonrió satisfecho. La noche, en cierto sentido, había resultado ser más interesante de lo que se habría atrevido a esperar. Que eso era decir mucho. Más allá del asunto con el ex de Break, no pasaron grandes inconvenientes. Solo el hecho de darse cuenta que, en definitiva, Hans terminó haciendo el papel del niñero. —¡Oye, niña!¡Mejor bájate de allí! No quisiera que te cayeras y te rompieras el cuello, como le ocurrió a un conocido mío en irlanda.— recomendó exagerando la situación. A decir verdad, solo quería terminar con la noche e irse a dormir. Ya fuera con ella o sin ella entre sus brazos, solo quería dormir y estar seguro de que esa joven estaría bien. Porque, si se algo se había enterado en esa noche, era justamente que, Break, carecía la capacidad de reconocer los peligros a los que se exponía en ese estado de ebriedad. Como en ese momento que, sino fuera por él que la sostenía, evidentemente se habría partido la cabeza al caerse al suelo. —Dije... Cuidado...— repitió Hans con voz somnolienta mirándola con los ojos entornados mientras la sujetaba desde la espalda.—¿Es que no te han enseñado a no conducir en estado ebriedad, niña? Break rio entre dientes, nerviosa y sin dejar de mirarlo de reojo. El hombre que tenía en frente suyo era completamente diferente al que había conocido en la cafetería. Pero, también era distinto al que había tenido ocasión de ver en la esquina de su casa. «Uy, qué miedo... Está enojado...» Pensó como una idiota. A decir verdad, eso solo era un estúpido sarcasmo. De miedo, nada sentía. Al contrario, entre más fastidiado lo veía, más ganas tenía de molestarlo y pegarsele a la pierna, como si fuera una especie escuálida de garrapata. Sí, lo reconocía muy bien, Hans, era peligroso y, aunque en esa noche se había comportado, en realidad, se notaba a la legua que, se lo advirtió en vano. Aun así, ese peligro latente que solo él sabía demostrar, era lo que más la provocaba, influyendo en su necesidad de probar sus límites. Era un juego muy peligroso pero gratificante que, sin darse cuenta, ambos estaban disfrutando. Porque no solo ella se la estaba pasando en grande, aunque le dijera lo contrario, él también se había divertido en esa noche que ya tocaba a su fin. —¿A mi casa, entonces?— le preguntó haciendo de cuenta que no pasaba nada — Bueno, en realidad a la casa de mi amigo, que me dejó para que yo se la cuide... No sabía porqué, pero se sentía muy obligada en tener que resaltar ese detalle. La casa a la que lo había llevado al principio de la noche, esa en la que estaba parando, era de un amigo suyo quien se había ido de vacaciones a una provincia del litoral argentino. —Dudo mucho que te lleve ak departamento en el que estoy, mi niña...— replicó él indiferente con las manos en los bolsillos mientras seguían caminando hacia la parada de taxis que se encontraba en la esquina.—... Ya te he dicho yo que no tengo ganas de que la encargada me toque los cojones y no me gustan los moteles. Así que, si lo que pretendes es terminar la noche conmigo, vamos a tener que compartir ese viejo e incómodo colchón.. Ella volvió a reír como una mocosa idiota al mismo tiempo que se le colgaba del brazo y caminaba a su lado. Jamás lo hubiera creído, él unos cuantos años mayor que ella, de cultura y gustos muy diferentes. Sin embargo, tenía la impresión de congeniar muy bien con él. Tanto así que, parecía que no necesitaba gran cantidad de palabras para entenderse mutuamente. —A dormir ¿Entonces?— le preguntó pegando el rostro a su ante dándose cuenta que todavía se podía sentir su fragancia masculina.— Igual, che... Medio raro lo tuyo. Te dan asco los telos y no decís nada por un colchón en el piso, ja ja, ja ¿Qué te hacés el fino ahora? ¡Si habrás dormido en cualquier cucha de perro, vos! Él se encogió de hombros con desenfado y desinterés. Ya sabía que esos detalles eran incoherentes en una persona como él. Pero, tenía sus motivos para no tener ganas de pasar por un motel ¡Vaya que los tenía! Solo que, no pensaba contestar a esa pregunta. A decir verdad, había muchas cosas que no pensaba contarle de su vida y menos de su pasado. No tenía porqué, no le debía nada a ella, ni tampoco ella le debía algo a él. Subieron a un taxi, cuyo conductor parecía estar de muy pésimo humor. Hans no pudo evitar sonreír con maldad al ver el rechazo que provocaba un par de pasajeros con esas fachas de "Punk". Había cosas que nunca cambiaban. «No, la "naito" nunca cambia... Solo cambian los "nadsats" que nos volvemos "dedones"... Ja, ja... Dah, qué perro asco... » Pensó sardónico, Hans, a la vez que recostaba la cabeza sobre la cabecera mullida del asiento y atraía a Break contra su cuerpo, sintiendo como toda esa escena ya la había protagonizado antes. Si, así era. Fue en Irlanda, cuando no era más que un mocoso imbécil con ínfulas de "pseudo punkito" que solo quería hacerse el "mal chico" para impresionar a la hija del comisario del pueblo donde vivía. Sonrió adormilado al recordar aquella época. A veces, sentía un poco de nostalgia por esos días pasados. «¿Qué tan mal vendría repetir algunos juegos de niños? Ja, ja, ja ¡Para terminar la naito, nada más!¿Eh, drugo mío?¿Qué dices si molestas a ese viejo que no deja de mirarnos cual perros asqueros y sucios?» Sugirió esa vocecita molesta en su mente. Hans rodó los ojos con fastidio y decidió ignorarla. No, aunque ganas no le faltaba de dar motivos para que los mirasen mal, no creía que era algo que pudiera hacer. Al menos no a esa altura de su vida en la que ya no era un mocoso de dieciséis años. «Que te den, imbécil. Recuerda que no estamos en Irlanda y que la chica no es "Point". Recuerda que ella no está segura de nada y que...» Lo censuró con mala cara. Había veces que explicar tantas veces lo mismo, cansaba. Pero, esa voz tan familiar para él, solo encontró todo eso como algo muy divertido. «...No solo tienes ganas de fo- llartela... Ya lo sé¿Y qué? Acaso¿Estaría mal seguirle el juego un tiempo más? Hasta que se harte de nosotros y se busque a alguien más aburrido y más centrado que nosotros¿Qué importa eso? Si a fin de cuentas, tú, no tienes en mente vivir más allá de los treinta y seis años o quizás, un poco más... Pero ¿No sigues soñando acaso con tu ansiado "goodbye blue sky"?» Eso había sido un golpe muy bajo. Era cierto que no tenía sentido pensar tanto en eso, pero, aun así ¿Y si ella no actuaba como él esperaba? Miró a Break, que dormitaba contra su pecho, sintió lastima por ella. Ella no se merecía una persona como él a su lado. Ella no se merecía vivir con el miedo a no apegarse a él por sus ideas svicidas. —Trescientos pesitos, maestro...—le dijo el viejo con voz ronca y cortante al parar el coche en frente del departamento. Hans no respondió, solo sacó la billetera y le extendió un billete de quinientos pesos para luego volver su atención a Break que seguía dormida. Verla tan inocente y cómoda sobre su pecho, hacia que sintiera algo de pena por tener que despertarla. — Quédese con el cambio si quiere...— le dijo al conductor cuando este quiso darle los doscientos pesos que debía —¿Me ayuda con la puerta, por favor? La princesa se me ha quedado dormida y no me da la gana despertarla... El hombre lo miró como si se hubiera vuelto loco. Hans sintió deseos de aclararle que se equivocaba al pensar así. Él no se había vuelto loco, al contrario, ya lo estaba desde antes de irse a vivir a ese país. Con dificultad, consiguió acomodar a Break sobre sus rodillas, a la vez que tenía las llaves del departamento en la mano. Salió del coche y se despidió del conductor, desapareciendo trás la puerta de ese departamento que en realidad no era otra cosa que una tienda amueblada como hogar. Cerró la puerta con llave y caminó un par de pasos hasta la trastienda que hacía las veces de habitación, comedor y cocina, todo a la misma vez. Ella, por su parte, seguía dormida entre sus brazos, o al menos eso le parecía a él. La dejó en el colchón, con mucho cuidado de no despertarla y le quitó los zapatos, junto con el bolso de mano. Vio como ella se acomodaba de espaldas entre suspiros. —Ah, thank you, baby... Gracias por la vista...— murmuró entre dientes sin apartar los ojos de sus nalgas. — Lastima que ese trasero se puede mirar pero no se puede tocar. En realidad no era como si se sintiera desilusionado por el final de esa noche. Al contrario, gracias a que las cosas se habían dado de esa forma él podía estar un poco más tranquilo al pensar que no sería mala idea estar en su compañía y ser el mismo sin miedo a que ella se incomodase con eso. La arropó con las mantas que estaban a un costado del colchón. A decir verdad, si por él dependiera la noche, tampoco iría a parar en un colchón como aquel. Quién sabría decirle cuántas personas habían estado en aquel lugar y cuántas veces habrían tenido s3xo sin protección alguna. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. No le gustaba pensar en esos detalles. Porque eran esos detalles los que le generaba ciertos desbordes emocionales que lo llevaban a recordar situaciones similares. «!¿Similares?¡Ay, por favor, imbécil!¡Este lugar es el paraíso a comparación de esas pocilgas en las que has estado! Además... Ella tampoco es Estaca... Aunque, en ocasiones, se le parece...» Se reprochó con cansancio mientras se levantaba del suelo y caminaba descalsos hasta el cuarto de baño. Esa muchacha que había mencionado, Estaca, en realidad, no se le parecía en nada a Break. Pero, de eso él no quería pensar. —¡Por los treinta mil j0didos infiernos! ¡Solo quiero dormir de una pvta perra vez! —Reconoció estirando su cuerpo entre bostezos de cansancio.
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