Aldrina rió con suavidad. El desconocido extendió el brazo hacia la pequeña vela roja que se había desprendido. Mientras empezaba a arreglarla, dijo: −¿Qué le parece si me dice su nombre, a menos, desde luego, que sea Afrodita? −Ojalá lo fuera. En realidad, me llamo Drina. Pensó, al decir eso, que no corría ningún peligro de que el desconocido adivinara quién era. No relacionaría tal nombre, ni por un momento, con la Reina Aldrina de Saria. −Es un bonito nombre− repuso el desconocido−, mas creo que la llamaré Afrodita, que ha causado más problemas en el mundo que todas las otras diosas juntas. −¡No creo que sea justo decir eso!− protestó Aldrina−. Después de todo, los seres humanos necesitan el amor, sin él, el mundo sería un lugar muy aburrido, insoportable. Estaba pensando en los