−Trate de dormir, señora− le dijo−. Yo le traeré el baño a las siete en punto. Salió de la habitación y Aldrina observó, a través de la ventana, cómo los últimos jirones escarlata se hundían en el mar. Pudo ver entonces la primera estrella de la noche brillar levemente en el cielo, mirándola fijamente, dijo: −Tienes que ayudarme. Debes ayudarme y librarme del Príncipe Iñigo. Por favor…, por favor…, haz que Juro se quede conmigo…, y no… descubra quién… soy. Pensó, al decir eso, que las estrellas, decididamente, estaban de su lado. Ellas habían hecho que juro no aceptara ir a la villa cuando lo invitó. Si lo hubiera hecho, habría sido muy fácil para él averiguar, por alguna palabra inadvertida, o tal vez por una inclinación de cabeza, que no era una joven corriente, sino una Reina viuda