Sebastian me recostó sobre la alfombra y apartó mis leggins junto a mi ropa interior, dejándome enteramente desnuda ante él. El chico saboreó sus labios y yo me reí con malicia mientras él abría su pantalón.
-Hey, no no- dije poniendo la mano sobre su pecho- ¿Traes condón?- él tragó como si lo hubiese olvidado. Buscó en un cajón cercano y sorpresa, sorpresa, adivinen qué había- ¿Y aún dices que no traes chicas?- me burlé y él sonrió arrolladoramente en mi dirección- Juega conmigo antes de todo- le pedí y él me miró sin entender- Ya sabes… Debes tocarme para mojarme, cariño. No todo es meterlo y sacarlo.
Él se rió nervioso como si yo fuese la única desgraciada en hablarle con total sinceridad y yo tomé su mano con fuerza porque era mejor la práctica que la teoría, por eso terminó rozando mi clítoris con sus dedos. No necesitó muchas instrucciones y cuando mezcló a eso su atención bucal sobre mis pechos, oh sí… Vaya que me moje.
-Cuando quieras- susurré sobre su oído y solté un fuerte gemido. Él se acomodó en mi entrada y sentí el delicado látex antes de que me penetrara por completo. Se sentía tan bien. Aunque no era un pene enorme sí que era grueso y eso me hizo arquear la espalda. Tenía un tiempo que no lo hacía y me sentía más cerrada que nunca. Ambos nos miramos a los ojos y el bombeo se hizo constante mientras mis manos masajeaban mis pechos y mordía mi labio inferior.
Sebastian no duró mucho tiempo por lo que no quedó de otra que masturbarme mientras él se corría para llegar. Un muy buen viaje, un mal final. No todo puede ser perfecto.
Mientras nos vestíamos, él quería besarme y yo lo rechacé. No era personal, era sólo que no quería besarlo ya, había comido y ahora podía irme en santa paz.
-¿Te gusto?- preguntó abrazando mi cintura desde atrás mientras yo acomodaba mi top deportivo en su sitio. Me di la vuelta y le sonreí.
-Amigo, un consejo: No le preguntes eso a una chica- frunció el ceño- Estuvo bien, pero sólo no lo preguntes, porque de inmediato borras cualquier puntuación previa- le guiñé el ojo y besé su mejilla antes de salir- Adiós, Sebas.
Adiós y hasta luego, pensé haciendo una mueca de camino a la casa del abuelo. No, no volvería.
En el camino vi una pequeña revuelta de gente, estaba atardeciendo y eso me llamó la atención por lo que como toda cotilla, me acerqué.
-¿Qué pasa?
-Una carrera de motos- dijo un tipo a mi lado al que ni conocía. Traté de llegar al frente como cualquier otro y mi boca se abrió.
Dos 150cc en tonos fosforescentes- uno rosa con violeta y el otro lila con turquesa- con cauchos todo terreno y unos rines espectaculares con figuras cromadas en ellos. Dos chicas estaban jalando el motor y el humo con el olor a llanta quemada parecía volver loco a los presentes. Ambas vestían de n***o. Una con un casco integral blanco y la otra con uno n***o del que salía una coleta de arcoiris. Era un maldito espectáculo.
Una tercera se paró entre ambas a una prudente distancia.
-¿Ready?- la gente gritó emocionada cuando la pechugona alzó los brazos- One…- los motores ronronearon y la gente por puro instinto dio un paso hacia atrás- Two…- ellas parecían decirse cosas entre sí y el ambiente era muy agradable entre ambas competidoras- ¡Three!¡Go!- y como si nunca hubiesen estado, desaparecieron. Los motores rugieron y ellas se perdieron de la vista de todo el mundo. ¿Quién carajos podía seguirlas a semejante velocidad?
Llegué a casa y la impresión no me abandonaba.
-¿Qué pasa, linda?¿Qué tienes?- el abuelo lucía preocupado al verme sentar como un saco de papas sobre el sofá de cuero- ¿Te hicieron algo? Dime quién fue, tengo tiempo sin usar los puños.
-Abuelo…
-¿Sí?
-Quiero aprender más de las motos- lo miré y se aplastó a mi lado recuperandose del susto- ¿Me enseñarías? Quiero saberlo todo de ellas.
-Maldita sea, Sahara, casi me matas- se quejó- ¿Y a qué se debe este cambio repentino? No me digas que te gusta algún motero porque hasta aquí llegué yo?- blanqueé los ojos.
-Dame algo de crédito, ¿Quieres?- pedí con irritación- No necesito un sujeto que cambie mi opinión. Soy lo suficiente como para necesitar a alguien día y noche diciendome qué hacer y qué no.
-Querida, algún día te hará falta eso- se rió como si supiera algo que yo no- Ahora no lo ves, pero cuando seas mayor te darás cuenta de que siempre hace falta alguien a nuestro lado que nos haga los días más suaves y las cargas menos pesadas- suspiré.
-Por ahora te tengo a ti- le sonreí con amabilidad- Asi que enseñame a conducir ¡Ahora mismo!
Se rió poniéndose de pie.
-No, ahora no. Ahora vas a ir a comer y luego arreglarás la cocina, jovencita. Gánate el aprendizaje- bufé viéndolo alejarse hacia su taller.
La noche llegó, estaba a reventar y decidí darme un baño caliente antes de dormir. El abuelo hace un rato que roncaba y decidí meterme desnuda a la cama con apenas una camiseta sobre mi torso. Tenía mi teléfono en la mano y pensando un poco en qué hacer decidí ver algo de porno para dormir tranquila.
¿Qué categoría? Mordí mi labio y escogí al azar: Uhhh… Rol play. Genial. Me masturbaría viendo a una colegiala ser castigada por su maestro y la directora.
Terminé mordiendo mi almohada para no gritar mientras me corría con fuerza. Ya quisiera Sebastian tener mi toque para hacer correr a las mujeres. Recordé a mi amiguita de juegos y me reí entre dientes mientras respiraba con dificultad. Ahora sí que podría dormir tranquila y mientras la chica de las coletas gemía exageradamente cerré la página y me metí entre las cobijas lista para descansar.
La siguiente semana fue un desastre, el abuelo me enseñaría a conducir siempre y cuando supiera cómo cambiar las llantas, bajar el tanque y arreglar los frenos. Él decía que no sería el culpable de que me quedara varada en medio de la nada y vendieran mi cuerpo por partes para sacarme los órganos. Así de dulce era el viejo.
Estaba sucia y llena de grasa pero feliz, usaba unos short cortos de pijama y una sucia camiseta de tirantes, estaba descalza y seguramente tenía más de una mancha en mi rostro pero estaba feliz.
Escuché su motor llegar y sin girarme esperé a que bajara y entrara al taller.
-Abuelo, antes que digas nada, hoy es el día- dije emocionada poniéndome de pie y limpiando mis manos con un viejo trapo sucio- Hoy me enseñarás a--- Tu no eres mi abuelo- era un hombre de unos veintitantos, usaba una camiseta blanca y el cabello al rape, tenía vello facial recién cortado y sus ojos eran muy celestes. Tenía el casco de una moto en sus manos. Así que fue su moto la que confundí con la de mi abuelo.
-Gracias a Dios no lo soy- se burló y me alejé de él por instinto- ¿Está el Oso Marlein por aquí? - tragué. Era un cliente del abuelo.
-Ya viene, fue por unos motores a la distribuidora- avisé y me di cuenta de que me miraba de pies a cabeza. Qué vergüenza mi atuendo, mi look, mi todo. Trágame tierra y expúlsame en donde me viera decente con lo que usaba, quizás una isla desierta fuera el lugar indicado.
-¿Sabes que estar aquí descalza es muy peligroso?- lo miré de reojo- Podrías lastimarte los pies con algo.
-Sí, es sólo que el abuelo me dejó haciendo algo y si no lo terminaba me volvía loca- resoplé y lo escuché reír- Pero si me disculpas, voy dentro. Espero que no te moleste quedarte solo aquí.
-De hecho, sí me molesta quedarme solo- dijo de pronto y lo miré a los ojos, me devolví: Casi llegaba a la puerta que comunicaba con la casa- Podrías quedarte un rato más, de igual forma esa grasa tardará en salir- llevé la mano a mi rostro porque ahí me miraba, y mierda si tenía grasa en mi cara. Debía parecer una vikinga con las rayas en el rostro.
-Lo siento- se escapó de mi una risita nerviosa.
-¿Cuál es tu nombre?
-Soy Sahara- él sonrió como si me reconociera.
-Pero claro, debí darme cuenta. Te pareces mucho a tu abuela- fruncí el ceño- Mi mamá la conoció y tu abuelo siempre saca su fotografía- explicó- Además te llamas casi como ella.
-Sí, es cierto- afirmé sin mucho más. No la conocí, murió antes de que yo naciera. No tenía nada que decir sobre ella.- ¿Estás seguro de que no quieres quedarte solo?
-Si tanto deseas abandonar a un fiel cliente de tu abuelo aquí- se encogió de hombros y lo miré con irritabilidad. Estaba jugando conmigo- ¿Qué edad tienes?
-Cumpliré dieciséis- afirmé como si saliera automáticamente de mi boca.
Puso una sonrisa maliciosa que se me hizo de lo más provocativa.
El motor de mi abuelo sonó fuera y no pasaron dos segundos cuando entró.
-Sahara, cari-- lo miró y le sonrió de inmediato- ¡Pero mira nada más, Max!- no sólo le dio la mano sino que lo abrazó- ¿Cómo estás muchacho?¿Cómo está tu madre?
-Está bien, Oso- él le sonreía a mi abuelo, parecían llevarse muy bien- Vine porque la Baby está llorando- fruncí el ceño, ¿Tenía hijos?¿Es que mi abuelo llevaba una vida oculta como pediatra que todos desconocíamos?
-¿En serio? Pues tráela aquí y veamos que tiene- No. Era obvio que se trataba de la motocicleta.
Max salió y el abuelo me miró.
-Cariño, ¿Se te hizo difícil?- debía parecer así debido a mi desastroso aspecto.
-No, de hecho, ya lo hice- parpadeó sorprendido y vi de reojo a Max entrar de pie junto a su moto- Parece que no lo esperabas- me burlé y él se rió chocando el puño conmigo.
-Debí suponer que lo harías más rápido de lo que esperaba. Eres mi nieta, después de todo- guiñó el ojo- Tienes mis genes.
-Así que hoy me enseñarás a conducir.
-¿Es tan buena cómo tú?- intervino Max y el abuelo se rió.
-Lo será, pero ya es tan terca como yo y eso es un comienzo.