El abogado de mi padre, un señor vejete y barrigón al que había visto en más de un asado, me informó que sería trasladada a Estados Unidos, mi abuelo paterno vivía allá y era lo más seguro para mi, entendí las letras pequeñas de aquel mensaje. Me matarían si me quedaba.
Montarme en un avión fue de lo más extraño, en primera porque nunca antes lo había hecho y, en segunda, porque acababa de enterrar a mis padres y el hecho de alejarme para siempre de su reposo eterno no me estaba sentando muy bien. La casa fue alquilada muy rápidamente y aunque me dolió dejar todas las cosas que con sacrificio y amor ellos acumularon, sabía que escogerían eso a que me dejara matar.
No entiendo cómo puede dormir la gente en un avión, es tan extraño sentirte en el aire, saber que si bien puedes llegar rápido, sano y salvo a un sitio, también está la posibilidad de que mueras en el camino y tu cuerpo nunca lo reconozcan porque explotará junto a los demás en una serie de confeti nefasto que nunca podrán ser separados en su totalidad y nadie les daría descanso. Pero volviendo al hecho de que no tenía una familia que me reclamara, seguramente no importaría nada.
Suspiré viendo la última foto que los tres nos tomamos, era el fondo de pantalla de mi teléfono y deseé más que nunca revivir ese momento. Era mi último cumpleaños, fuimos a una feria y nos pintaron las caras, jugamos y reímos los tres y, al volver a casa, un pastel de chocolate envuelto en merengue rosa me esperaba, sabía que se habían esmerado por hacerme feliz, cómo siempre…
Besé la pantalla de mi teléfono y cerré los ojos, no buscando dormir, sino un segundo de paz ante aquel bullicio que había, no en el mundo, sino en mi cabeza.
Un perfume llegó a mi nariz y abrí los ojos, justo detrás de mí, un rubio cenizo que no había visto hasta ese momento, me sonreía un poco avergonzado de que lo haya atrapado, desvíe la mirada, no tenía ganas de coquetear en ese momento.
Revisé mis r************* intentando distraerme un poco, mis amigos prepararon un vídeo de despedida y aún no podía verlo sin llorar.
Era tan extraño para mi, justo aquel sábado, cuando el sábado anterior estábamos comiendo shawarmas en casa riendo y hablando de lo que haríamos en vacaciones hasta donde el presupuesto nos lo permitía, ahora me encontraba huyendo de mi país, de mi trópico, para llegar a un sitio totalmente desconocido, un lugar llamado Albany, en el estado de Nueva York.
Agradecí el esfuerzo permanente de mi padre para que aprendiese su idioma natal desde niña, si no fuese por eso y por todos mis documentos necesarios esto hubiese sido totalmente imposible, incluso dudaba de haber podido pagar por mi cuenta el boleto de viaje y eso se lo debía a la embajada en mi país.
El vuelo no tardó tanto como imaginé pero mis piernas se sentían un tanto acalambradas al ponerme de pie, el chico del asiento trasero me sonrió cuando tropezó conmigo “sin querer”. ¡Sí, claro! Conocía ese truco. Había crecido como cualquier chico sin discriminación alguna por mi sexo. En este sitio parecía ser un poco distinta la cuestión.
-Disculpa, ¿Hablas español?- sonreí con amabilidad tomando mi mochila negra.
-Sí, ¿Te puedo ayudar con algo?- le pregunté y él caminó junto a mi por el estrecho pasillo mientras salíamos del avión.
-¿Estás sola?- ignoró mi pregunta y eso me hizo mirarlo con curiosidad, miraba a todos lados y sujetaba fuertemente un bolso en su hombro.
-Mmm, no. ¿Por qué?- él se acercó aún más a mí y me sonrió como si con eso intentara tranquilizarme.
-¿Alguien te espera? Porque no te he visto con nadie, linda- su tono cambió un poco y eso despertó en mí una alarma, caminaba muy cerca mientras intentaba bajar las escaleras y sonreía siempre que veía a alguien con uniforme.
-¿Qué quieres? No te conozco- me sacudí cuando quiso sujetar mi antebrazo y en ese momento alguien me sujetó del otro brazo, al girar vi un rostro que hace mucho no veía.
-Alejate de mi nieta, maldito bastardo- dijo furioso, su bigote n***o se movió mientras sus ojos azules y penetrantes justo como los de mi padre lo miraron con odio, el chico me soltó pero el altercado llamó la atención de los guardias y de inmediato lo atraparon cuando intentaba correr. Suspiré mirando a mi abuelo mientras me evaluaba de pies a cabeza- ¿No te hizo nada? Dime la verdad, Sahara, porque si te hizo algo…- no quise saber cómo terminaría esa frase, era corpulento y alto, quizás si podría darle una paliza a ese chico pero no lo quería saber. No soy de demostrar afecto, quizás nunca lo he sido con nadie más que con mis padres, pero me nació abrazarlo y él me devolvió el gesto con fuerza.
-Me da mucho gusto verte, abuelo- le aseguré mientras su calva cabeza descubierta se acomodaba en el hueco de mi clavícula.
-A mi también, pequeño tesoro- suspiré cuando escuché el apodo con el que se refería a mi desde niña. Él me guió intentando disuadir a los policías que deseaban hablar conmigo para reportar el hecho que resultó siendo un intento de atraparme para trata de blanca como a seguramente muchas chicas que, como a mi, ven sola e indefensa, mi abuelo terminó indicandoles que no estaba pasando por un buen momento y dándoles su dirección para que fuesen a visitarnos en los días próximos, mi abuelo tenía un extraño poder de convencimiento y me alejé un poco viéndolo de lejos. Vestía de n***o, como hacía desde que tenía uso de razón, en su mano, precisamente en sus nudillos izquierdos, estaba el nombre de SARA, mi abuela, la razón por la que llevo mi propio nombre y su gran amor. Mi abuelo era una especie de amante de las motocicletas, vivía de eso, de hecho, y por lo que papá decía, luego de la muerte de su madre fue imposible sacarlo de un taller. Ahora íbamos en camino a ese mismo taller que también era su casa, mi casa.