Recuerdo perfectamente el momento de la muerte de mis padres, tenía 15 años con exactitud, y vivíamos en una gran ciudad donde aunque abundara la delincuencia, me sentía feliz, rodeada de mi familia y amigos que aunque no eran muchos, hacían de mis días felices.
Era buena estudiante, aunque siempre he sido rebelde. Tenía además muchas inquietudes con respecto a mi sexualidad, y acostumbraba a experimentar con chicos y chicas de mi edad porque simple y sencillamente, me gustaba cómo me sentía siendo tocada, mirada y admirada. Eso me hacía sentir bien.
Mi padre tenía un negocio y aunque intentaran ocultarlo, sabía que las ventas no iban bien. Los empleados empezaban a quejarse con él y el puesto pasó a ser cada vez menos visitado, hasta el punto en el que sólo mi madre, él y yo trabajábamos en el restaurant.
Ese día, miércoles, recuerdo que las pocas personas que habían ido en la tarde, se fueron. Mamá limpiaba las mesas mientras mi padre contaba lo que había en la caja, que no era mucho realmente, mientras yo me mensajeaba con una chica lesbiana a la que conocí en un mall. La campana de la puerta sonó y guardé el celular poniendo una sonrisa en mi rostro para saludar a quien fuera que hubiese llegado.
-Hola, bienvenid--
-¿Dónde está Marlon?- me interrumpió de golpe uno de los hombres. Ellos eran cuatro. Mi padre se levantó y paró frente a mí de inmediato mientras mi madre corría a nuestro lado sacándole el cuerpo a los hombres frente a nosotros.
-¿Qué pasó, Emilio?- dijo mi papá con voz fuerte pero sabía que estaba asustado. Y ver a mi padre acobardado era algo ajeno para mi.
-Sabes muy bien qué pasó, mijo- dijo el hombre que se veía mayor abriéndose paso entre los demás-¿Dónde coño está mi plata?- dijo con rudeza y mi padre le entregó lo poquito que tenía en la mano, el sujeto lo miró aún más furioso-¿Te estás burlando de mi, maldito desgraciado?
-Es todo lo que tengo, Emilio- se excusó mi papá sonando cada vez más desesperados. Quería defenderlo, pero noté las pistolas en sus cinturas y me dio mucho miedo- El negocio está malo, dame más tiempo. Yo no me he negado a pagar, es sólo que no me alcanza- repitió mi pobre padre y él sujeto lo miró con cansancio.
-Te di suficiente tiempo, hermano. Es hora que pagues de una forma o de otra- nos miró a mi madre y a mí y sentí las uñas de mi mamá clavadas en mi antebrazo, cuando volteé a verla uno de los sujetos la halaba con la otra mano y por más miedo que tuve, no la solté, incluso oí a mi padre gritar
-¡NO!¡No les hagas nada!¡Déjalas tranquilas, te pagaré!- repitió pero era muy tarde, aún escuchando los gritos de mamá no me moví, estaba paralizada.
-Te dije que me pagabas o me pagabas, y no tienes dinero- dijo el hombre con ambas palmas hacia arriba y una sonrisa de suficiencia- Pero tienes dos hembras bajo tu techo.
-¡Jamás!¡No permitiré que las toques!- dijo mi padre alterado y lanzándose hacia el sujeto, pero dos de ellos lo golpearon lanzándolo al suelo y deteniendolo mientras el que se llamaba Emilio guardaba sus manos en los bolsillos del pantalón como si nada del otro mundo ocurriera ante sus ojos.
-Es por eso que no lo verás, mijo- dijo él sacando un arma de su bolsillo. No podía despegar los ojos del níquel brillante- Fíjate la consideración que te tengo, aún después de muerto- el arma se accionó y sin darme cuenta cómo ni cuando, la vida de mi padre se acabó. Sangre brotaba de su frente mientras su cuerpo inerte caía al suelo con espasmos automáticos de su sistema nervioso siendo desconectado de golpe. Abrí mi boca y grité, fue lo único que pude hacer. Ni siquiera mirar a mi madre que, a mis espaldas, era violada por el sujeto que se la llevó. Emilio puso los ojos en mí y sonrió, mi grito no se detuvo hasta que uno de los hombres que golpeó a mi padre me jaló por los cabellos hasta llevarme delante de su jefe.
El viejo Emilio acarició mi cuerpo sobre la ropa, evaluando la mercancía, tocando mis senos en desarrollo pero un poco grandes bajo la camiseta que llevaba el logo del local, mi vulva bajo los jeans celestes que usaba y mi boca con sus sucios y asquerosos dedos.
-Sí está bien buena, ¿No?- dijo a sus colegas y ellos se ríeron, como los chupamedias que eran. Un disparo nos alarmó a todos, miré hacia atrás y el cuerpo de mi madre caía en el suelo, ella se cubría el estómago mientras un cuchillo caía a su lado lentamente, el sujeto encima de ella aún tenía su m*****o fuera de los pantalones y se limpió las gotas de sangre del rostro antes de volver a penetrarla. Él estaba violando a mi madre mientras ella agonizaba.
-NOOOO, MAMÁAAAA, MALDITOS- grité corriendo hacia ellos pero Emilio cubrió mi cintura con su antebrazo, deteniéndome en el acto.
-Vayan ustedes a ayudar a Monty, mientras se termina de morir esa gallina- los hombres corrieron como si de un premio se tratara, quise voltearme, dejar de mirar aquella atroz escena, pero Emilio sostenía mi cabeza fijamente hacia esa dirección, donde pude ver con exactitud el momento en el que los ojos de ella se apagaron, aún abiertos, mirando los míos con vergüenza, lamentos y agonía.
Emilio me violó de espaldas para que, según él, “no me perdiera de nada”. Y no fue así, realmente.
Fui consciente más de la flagelación a mi madre, a mi pilar, a mi figura predilecta favorita, que a la mía. Viví más su dolor que él mío y me grabé en la cabeza esos rostros masculinos a los que odiaría toda la vida.
Esos hombres me dejaron ahí, sola, usada y sucia. Entre los cuerpos de mis padres quienes nunca fueron más que buenos ejemplos, buenas personas y un matrimonio lleno de amor.
La policía me encontró bajo la caja registradora, abrazando mis rodillas y en una crisis de nervios. El momento fue oscuro para mí, no recuerdo mucho, más que ver por última vez a mis padres, mientras era escoltada a una ambulancia.
Me hicieron pruebas, e incluso supe que encontraron el ADN en el sistema, pero por murmullos en el velorio entendí, que era imposible que uno de aquellos hombres fuera apresado… Emilio era temido y reconocido en la ciudad, un lobo disfrazado de oveja que había cometido muchos delitos y nunca había sido encarcelado.
Me miraban con lástima, con tristeza y con curiosidad, y no sabía si odiaba más eso o el hecho de que en nuestra sala, donde tantas navidades habíamos decorado juntos el árbol, donde habíamos visto muchos programas de televisión y tenido cenas increíbles, estuviesen ahora los ataúdes cerrados de mis dos padres, a quienes no vería más.
Me paré en medio de ambos, pidiendo que los abrieran sólo para mí. El rostro de mi madre estaba bien, pero era mi papá quien tenía un agujero en la frente y, para evitar comentarios, decidí que ambos fuesen tratados de igual forma.
Puse las manos abiertas sobre ambos cristales, temblando, llorando, como la puberta que era, enfrentando la orfandad.
-Los amo- susurré hacia ambos sin importarme que el resto me mirara- Los amo tanto… Nunca los olvidaré, ni olvidaré todo lo que me han enseñado- prometí y cerré los ojos.