El masajista miraba a mis ojos con lujuria. No lo conocía, poco me importaba hacerlo. Sus manos hacían estragos en mí y fue cuando sus dedos encontraron mi monte de venus que vi el total paraíso. El hombre metió sus dedos aceitados sobre mi clítoris masajeandolo de manera constante y de forma circular mientras yo cerraba los ojos y el olor a incienso se colaba por mis fosas nasales. Mis manos acariciaban mis pechos mientras arqueaba la espalda, extasiada con su contacto. Empezó a penetrarme con tres de ellos y sus ojos oscurecidos sobre mí eran una constante prueba de que lo estaba disfrutando tanto como yo. Rasguñé su antebrazo con mi mano y él lamió sus labios. Me corrí entre sus dedos en una explosión de jugos de deseo. El masajista tenía la respiración agitada y una gran erección s