Aslan se volvió imprescindible para mí. Era mi mejor amigo y nunca antes aprendí tanto de un chico como lo hice con él. Y claro que la amistad tenía otros puntos de vida, ¿Sino de qué va esto? Me volteé sobre la camilla de tatuajes, recostando mis senos desnudos a ella mientras mis piernas se mantenían separadas y de pie él entró en mi interior. -Dios, se siente tan bien- gimió y sus manos se hicieron de las coletas que conformaban mi cabello. Reboté una y otra vez sobre su pene haciendo que gemidos corrieran de mi boca mientras veía cada vez más cerca el cielo lleno de fuegos artificiales. Había cerrado la tienda y siendo la buena persona que era, me ofrecí a ayudarle. Teníamos un par de meses con esos jugueteos, meses en los que me había hecho ya no dos, sino diez tatuajes distintos