Luego de empezar el año mi vida se apagó. Aquel trece de enero en el que, debido a un infarto, el abuelo, el viejo Oso, murió. Me sentía estática de pie junto a su ataúd. Aún no lo podía creer, la noche anterior habíamos comido galletas y visto un par de películas. Bromeamos de cuándo quitaríamos los adornos navideños y dijo que él no se ocuparía de eso. Se fue a dormir, yo me fui a dormir. Y al amanecer… Simplemente ya no estaba. Había dejado para mi la carcaza que contenía un alma enorme pura y buena porque aunque ese viejo rudo seguro que había cometido más de un error, él fue lo mejor que pude tener a mi lado en todo este tiempo. Me enorgullecía de él, de su legado, de sus enseñanzas. Miré alrededor, muchísimas personas fueron a dar sus condolencias. Suspiré… Él siempre creyó que e