Narra Chloe Wheelher/ Sasha Smirnova
—Tranquilo... no cometas una locura. Tú no sabes quién soy yo y de lo que soy capaz —fue lo único que dijo Maxwell con las manos hacia arriba, pero firme en sus palabras.
—¡No des un paso más o... disparo! —decía el cobarde hombre con las temblorosas manos apuntando.
Yo volteaba a ver hacia la entrada del club y los guardias brillaban por su ausencia. No sé cómo lo logró Maxwell, pero se acercó lo suficiente para dar una patada voladora y mandar el arma del tipo a alguna parte.
A todo esto ya la gente se había juntado para ver la pelea y ahí dos bar tender corrieron hacia fuera para llamar a seguridad ¡Esos guardias dejaban de qué hablar!
Yo no esperaba que la pelea siguiera, no estaba en mis planes pero en ese momento lo que había comenzado como una estrategia se había convertido en un caos que estaba afuera de todo control.
Lo que a continuación comenzó a suceder, pasó muy rápido frente a mis ojos, casi no pude procesarlo. Yo solo pude estremecerme y cubrir mi boca con miedo.
En cuestión de segundos, Maxwell lo tenía acorralado, pero el tipo no se iba a quedar quieto sin antes intentar pelear. Los dos forcejeaban y se empujaban entre puños de manera violenta. La gente en vez de buscar refugio más se aglomeraba para ver el "espectáculo" y yo me aferraba a mi asiento, petrificada.
En definitiva yo jamás me hubiera esperado una pelea real, no era parte del plan, pero en ese momento lo que había comenzado como estrategia se convirtió en un caos que por supuesto, estaba fuera de mi control.
Mientras los dos hombres continuaban con su intercambio de golpes, yo no podía despegar los ojos de Maxwell, quien obviamente era quien estaba saliendo victorioso, de eso no había duda alguna.
Algo en mi pecho se estremecía al verlo tan gallardo, tan asquerosamente altivo en cada uno de sus movimientos. Me quedé inmersa en su rostro, antes tan opacado pero masculinamente atractivo, que en ese momento se había transformado en dinamita pura de adrenalina.
Cada movimiento de sus músculos que se contraían y expandían con cada golpe que le propinaba al borracho perdedor, en cada giro hacía una completa exhibición de su esculpido torso que me provocaba una reacción caliente en el rostro que jamás iba a admitir.
Pero qué imagen de hombre. Yo no sabía si sentir miedo... o admiración, claro, mezclados con el desprecio que le tenía por ser un Donovan.
Sacudí de inmediato mi cabeza para sacar de mi mente esas ideas tan absurdas.
«¿Pero qué demonios piensas, Chloe? Estás frente a tu peor enemigo, los odias a todos ellos por haber sido una basura, la causa de tus desgracias. Cabeza fría, eso es lo que debes tener».
Yo me había propuesto jamás confiar en alguien como ellos, mi misión estaba más que clara y era pura venganza. Ese hombre que en ese momento me "defendía", yo estaba segura que no era más que puro show, sus típicos intentos para parecer héroes, cuando eran todo lo contrario.
Ya había aprendido la lección con Nate, estaba curada de espantos y estaba dispuesta a llegar a mi malvado ex, por medio de este sujeto.
Mientras mi mente se estabilizaba, Maxwell ya había inmovilizado al tipo que colgaba de su mano como un maldito muñeco de trapo. Lo arrastró hacia los guardias de seguridad sin el menor esfuerzo y lo acusó de portar un arma de fuego de manera clandestina.
—Que la ley se encargue de este bastardo —lo escuché decir con firmeza.
Ahí me di cuenta de que Maxwell era temible, lo vi de esa inesperada manera. Aun boquiabierta con los nervios a flor de piel me di la libertad de observar todo el panorama.
Los amigos de Maxwell se acercaron con demasiada confiancita para mi gusto, para preguntarme si estaba bien y yo asentía aun en mi papel de "damisela en aprietos". Yo no dejaría de desaprovechar el juego que seguía en pie.
Y de pronto lo vi acercarse, él caminaba hacia mí y veía todo como en cámara lenta. Mientras se acercaba, algo en su porte, en su presencia, en la manera en que sus penetrantes ojos me miraban, provocó que mis piernas flaquearan y la sensación se mezcló junto con lo alterada que estaba por el ataque de aquel hombre.
Yo intenté controlar mi respiración, pero cada paso que daba hacia mí hacía que mis entrañas se estremecieran. Cuando llegó lo suficientemente cerca, su mirada se fijó en la mía.
Obviamente yo seguía petrificada en mi asiento, aun temblando como una gelatina, el corazón me retumbaba y una extraña sensación se anclaba a mi pecho.
Él me ofreció su mano para ayudarme a ponerme de pie, porque en verdad estaba pálida del susto y de pronto con ese contacto de nuestras manos rozándose, un latido extra aceleró mucho más los latidos en mi pecho.
—¿Estás bien? —preguntó él con una aparente preocupación.
—Sí... sí, lo estoy. Te agradezco mucho —le respondí en un hilo de voz mientras me forzaba a mantener la compostura. Debía recordarme a cada segundo que ya no era Chloe, era Sasha.
Pronto unas personas interrumpieron el momento y nuestras manos se separaron de su agarre. Una de las personas, que al parecer eran sus guardaespaldas, le pasó su saco a Maxwell y mientras él se lo colocaba, él daba claras instrucciones.
—Asegúrense de que ese bastardo quede baneado de aquí —ordenó con frialdad—. Ese tipo es un acosador, un peligro para la sociedad.
Luego de eso, los amigos de Maxwell habían desaparecido y solo parecía que estuviéramos él y yo ¿Lo habría arreglado él o fue mera coincidencia?
—¿Todo bien, señorita? —se atrevió a seguir la conversación ¡Esa era una excelente señal!
—S-sí... creo que sí. Al menos estoy completa —bromeé y apreté mis labios con nerviosismo, tenía que verme vulnerable.
Por dentro yo disfrutaba ese teatrito, me reía para mis adentros. Los Donovan y su repulsiva arrogancia caerían algún día. Yo tenía el control de esta situación.
Desde el primer segundo que cruzamos palabras, y luego cuando nos presentarnos con nuestros respectivos nombres, yo aproveché a hacer mis movimientos seductores sutiles y también utilicé mi acento ruso que tanto ensayé con Olivia. Había aprendido a usarlo en Rusia y en ese momento sería mi aliado.
—Te sugiero que no hables con extraños en estos sitios, no sabes con qué idiota te podrías topar —dijo él a modo de consejo.
«¿Personas como tú y tu familia, por ejemplo?», me mordía la lengua para no decir lo que en verdad pensaba.
—Por supuesto, seré más cuidadosa, definitivamente —dije con una sonrisa y sin dejar de mirarlo a los ojos—. Aunque... eso significaría que también debería dudar de ti, ¿no es así?
Maxwell rió con su profunda y bonachona voz.
—Bueno, si quieres desconfiar estás en tu derecho —respondió también en el mismo plan de mirarme fijamente—. Pero, después de que viste como desarmé a ese tipo para ayudarte, puede que a lo mejor eso te de un poco de confianza en mí... ¿verdad, señorita?
Me eché a reír nerviosa y sorprendida de lo fácil que se me hacía ese gesto con él. Algo en nuestras miradas y sonrisas parecía tan... natural, como si no tuviera que hacer el mínimo esfuerzo para mantener la conversación.
¡Bah, tonterías! Intenté recordarme que esto para mí era un juego de venganza.
—Por cierto, chica misteriosa... Algo me dice que no eres de por aquí —puntualizó él y sin haberme dado cuenta ya estábamos más cerca. Un escalofrío me invadió.
—Correcto, vine desde muy lejos a Nueva York, por negocios solamente —respondí mientras me apartaba mi rubio flequillo para no perderme de ese contacto visual tan efectivo.
—¿Te molesta si me quedo aquí un momento?
—Para nada, al contrario, me encantaría —respondí con una sonrisa socarrona.
Maxwell me observó, divertido, con sus ojos entrecerrados, como intentando descifrarme.
—Sabes... conocer a una mujer de esta manera tan interesante, creo que amerita un buen vaso de wiski, ¿no crees?
Yo pensé de pronto en la bebida que pedí, era como si él hubiera visto el detalle de lo que yo pedí, desde antes. Ante mi descubrimiento rodé mis ojos con una sonrisa y reí por lo bajo y él pareció enternecerse con mi gesto.
Al parecer los gestos sumisos le agradaban, ¿y cómo no? Ya me sospechaba que debajo de esa fachada galante solo había otro Donovan machista, como su padre, como su maldito hermano y todos los demás.
Y lo que comenzó con un solo vaso, se transformó en dos, luego tres, cuatro y... después perdí la cuenta.
Las risas fluían entre nosotros recordando el altercado que nos unió, era como si las palabras fueran interminables.
Yo misma me sorprendí de lo fácil que le confesé mi susceptibilidad del susto que había pasado y la seguridad que él me había dado. Él parecía halagado, seguramente se sentía todo un héroe de leyenda; me reí de lo fácil que era hinchar el ego masculino, pero ese era el punto.
Mientras me aseguraba que él desde pequeño conocía la lucha libre —lo cual era cierto, me enteré en las aburridas reuniones familiares—, me di cuenta también de que no mencionó una sola palabra sobre su estado civil.
No me sorprendí, sabía que como buen Donovan, la sinceridad no era su fuerte.
Mientras yo pensaba en eso, él me abordó con una frase que me dejó descolocada:
—Sabes Sasha, es extraño... —dijo ya arrastrando un poco sus palabras—. Es que... tengo la sensación de que te conozco de algún lado. Se me hace familiar tu cara y tu forma de hablar ¿Segura de que no nos hemos visto antes?
Mi estómago se paralizó y mi risa se congeló en el acto. Un calor subió por mi cuello.
—¿Qué? No, yo no lo creo —dije con torpeza.
—Te pareces a alguien, creo que a... —continuó mientras acercaba su mano a mi rostro, pero yo no podía escuchar más, me aterroricé de que estuviera descubriéndome.
El horror comenzó a estrujar mi pecho ¡Eso no podía pasar!
—Disculpa... —intervine mientras me levantaba—. Creo que ya es tarde y tengo cosas que...
—Espera —interrumpió con rapidez y su mano atrapó mi muñeca.Esa mirada intensa, me atrapó en su red... Sus palabras se tornaron suplicantes—. No te vayas todavía.
Sin permiso o previo aviso tiró de mi muñeca, me acercó a él y el mareo del alcohol fundido con la cercanía de su cuerpo, de su rostro...
A penas podía pensar y en cuanto menos lo esperé, él había empujado mi espalda hacia él y sus labios ya estaban sobre los míos, en un beso que tenía el sabor de la locura de besarte con alguien en el primer momento de conocerse, una que yo había previsto, pero no en ese momento.
Y Dios... ¡Qué locura más deliciosa!