Chloe Wheeler/Sasha Smirnova
Ese maldito calor que subía y bajaba a su antojo desde mi intimidad, pasando por mi pecho, hasta llegar a mi rostro, era alucinante. No sabía si era el efecto de tanto wiski o el simple hecho de estar allí, besándome con Maxwell, el hermano de mi ex. Se sentía hasta prohibido lo que estaba haciendo con él.
Esa jodida calidez de sus labios que encajaron de una perfección con los míos, de una manera en que me sentí en otra dimensión, una en donde solo existían nuestras bocas comiéndose, ese roce celestial de su lengua tan húmeda, tan suave y nuestros cuerpos explorando lo que les era permitido, ya que estábamos en un lugar exclusivo, pero lleno de personas.
«Por Dios», me repetía a mí misma, con mis sentidos casi adormecidos de mareo… y deseo.
Estaba por completo embriagada por ese aroma masculino que me envolvía, por la ricura que emanaba cada caricia que le daba a mi pequeña cintura, apretándola con lascivia, mientras los dedos de su otra mano rozaban mi nuca y con cada roce enviaba un hormigueo electrizante que me llegaba a la gloria, tanto que sentía como mis bragas se humedecían por lo candente del momento.
De pronto sentía como él se apartó. Abrió los ojos de golpe y yo jadeante sentí mis hinchados y enrojecidos labios con una sensación de abandono repentino. Mis ojos se tardaron un segundo para abrirse y encontrarse con los amielados de él. Cuando lo encaré vi algo en su mirada, algo que no esperaba ver en él ¿Era un ápice de conflicto?
Maxwell me soltó con suavidad y se llevó los dedos a ese sedoso cabello castaño y respiró hondo antes de decir qué rayos le pasaba.
—Lo siento, Sasha… no sé qué me pasó, yo… no debí hacer esto, pero es que… algo en ti me atrajo como no tienes idea.
Sus palabras me dejaron sin aliento, aun mi mente seguía nublada por ese intenso beso y la temperatura en mi intimidad me decía lo falta que estaba de sexo, ya casi un año, era demasiado para mí.
¿Qué puedo decir? La sed de venganza era mi prioridad, más que mi propio placer.
Sin poder decir palabra alguna, negué lentamente y aun con mis mejillas ardiendo y el corazón repiqueteando a tal punto de sentirlo en mi pecho, me acerqué de nuevo y me dejé llevar, tomé la iniciativa y fui yo quien retomó ese beso exquisito.
Esta vez fue mi boca la que se abrió más y deseosa que la de Maxwell, mis manos subieron desde sus anchos hombros hasta llegar a su rostro. Sentía la suavidad de su mentón recién rasurado. No podía resistirme a su cercanía y menos cuando él respondía con tanto frenesí como yo, con urgencia y una intensa voracidad, parecía que nos comeríamos ahí mismo.
Todo a nuestro alrededor desapareció como por arte de magia.
Cuando por fin nos separamos con las respiraciones agitadas, me acerqué a su oído para rozar mis labios con el lóbulo de su oreja, mientras percibía como él se estremecía con un leve gruñido, al contacto en esa sensible zona de su cuerpo.
—¿Salimos de aquí, guapo? —susurré con súplica, con una necesidad que ni yo me creía.
Maxwell me miró con sus ojos oscurecidos en deseo.
—Vamos —me dijo para tomarme de la mano con firmeza.
Juntos, sin decir una palabra más, comenzamos a caminar hacia la salida. Mientras cruzábamos el lugar, tomados de la mano, Maxwell saludaba ciertos conocidos a diestra y siniestra, pero mi corazón latía a mil por la ansiedad al reconocer a algunos de los amigos de Nate.
De alguna manera me sentía expuesta, como si en cualquier momento alguien gritaría mi nombre y me delatara.
¡Pero no! Me mantuve serena a pesar de todo, recordando que Chloe jamás usaría un vestido tan sexy como el que llevaba puesto, que acentuaba mi perfecta figura.
Con ese pensamiento caminé con la frente en alto, mientras sentía como algunas miradas de una que otra “vieja amiga” de Nate —que estaba segura fueron amantes del desgraciado—, se posaban en mí boquiabiertas y yo… contuve una risa divertida.
Cuando al fin llegamos a la puerta de salida, observé que nos esperaba un auto último modelo grisáceo. Pero claro… no esperaba menos extravagancia por parte de un Donovan, con lo materialistas que son.
Lo que en verdad me sorprendió era ver salir el auto a Carl… ¡Por Dios, Carl! Era nuestro chofer, o más bien, el de Nate.
Me congelé por un segundo, mientras apretaba la mano de Maxwell ¿qué hacía Carl sirviendo al hermano de Nate? Sinceramente había cosas que aun no sabía de la historia después de que yo desaparecí de mi antigua vida.
Carl era muy buen tipo, hablábamos muy amenamente y siempre fue respetuoso, él si me conocía y presentía que si me le acercaba mucho, quizá él si podría reconocerme.
—¿Te pasa algo, Sasha? —inquirió curioso, pero antes de que él pudiera decir más, improvisé un poco.
—Es que… estoy aburrida de andar en vehículos ¿Qué te parece si… caminamos hasta mi apartamento? Está cerca de aquí y… bueno, a menos de que un hombre tan adinerado e importante no disfrute de los pequeños detalles de la vida, como caminar bajo la luz de la luna y las estrellas —dije con una sonrisa retadora.
Él arqueó una ceja, más divertido que dudoso…
—¿Ah sí? ¿Acaso crees que no soy capaz de caminar un poco, solo por tener dinero? Me estás subestimando, señorita misteriosa —dijo entre sonrisas y junto a la mía, eso bastó para quedar convencido.
Maxwell giró hacia Carl y a sus dos guardaespaldas, y les ordenó que se mantuvieran a una distancia prudente mientras comenzamos a caminar por la acera.
Así, los dos emprendimos camino juntos, tomados de la mano y con el bullicio de la ciudad en el fondo. Mis dedos que se encontraban entrelazados con los de él eran justo lo que me imaginaba hacía un tiempo, pero me sorprendía lo fácil que había sido, solo arriesgué mi pellejo hablándole a un tipo maniático con un arma pero… no pasa nada, con tal de lograr mi dulce venganza.
De repente, Maxwell detuvo sus pasos y con un semblante tenso y discreto señaló hacia donde podía dejarse ver un tipo agazapado entre la gente, parecía tener una cámara preparada para detonar una foto en cualquier momento.
Los dos nos miramos por un segundo, yo tenía la mente en blanco, pero él no…
—¿Corremos, Sasha? —me preguntó como retándome.
Yo solté una carcajada, asentí rápido y me quité los tacones para llevarlos en la mano, para comenzar los dos a correr. Las risotadas se hacían presentes mientras corríamos y paulatinamente la borrachera que cargábamos hacía que fueramos torpes en la faena de huir.
Como pudimos, nos escabullimos entre la multitud de gente en un trazo zigzagueante hasta que yo observé como el paparazzi se desviaba detrás de una pareja que casualmente se parecía a nosotros.
Eso nos dio tiempo para doblar en una esquina y corrimos otro tramo hasta que mies pulmones no daban para más y paramos sin dejar de reir como dos locos.
—Ese perdedor creía que nos iba a alcanzar, solo porque nos vio borrachos —decía Maxwell aun riendo.
—Sí, es un imbécil si nos cree tan despistados. Somos borrachos, pero no tontos —respondí aun jadeante por la falta de aire al correr.
Fue ahí cuando noté que Maxwell me sostenía por la cintura con sus fuertes brazos, una vez más lo tenía cerca de mí.
Nos miramos sin decir nada y sonreímos con tanta complicidad que me ruboricé, olvidándome por un instante de todo lo demás. Seguimos caminando guiados por mí hasta que llegamos a mi apartamento y noté en mi acompañante un ápice de duda.
¿Acaso Maxwell se estaba cuestionando lo que estaba haciendo conmigo? Me reí para mis adentros, porque, ¿cómo era posible que Maxwell Donovan, uno de los empresarios más atractivos y codiciados estuviera reflexionando sobre lo correcto?
Si él era de la misma calaña que Nate, nadie me iba a sacar esa idea que tipos como los Donovan solo pensaban en mujeres y más mujeres.
No lo dudé más y lo confronté directo.
—¿Qué ocurre? ¿Acaso al señor Donovan, el rompecorazones le preocupa involucrarse tan rápido con una mujer que acaba de conocer? —cuestioné con la ceja arqueada.
Él dejó de ver la puerta de mi apartamento para verme a mí.
—Puede que no lo creas, pero yo no suelo ser así como esta noche —me respondió calmado—, siempre he sido cuidadoso y me he tomado el tiempo de conocer bien a alguien antes de siquiera pensar en algo más.
¡Por supuesto que no iba a creer en esas palabras! Esbocé una sonrisa incrédula, pero al instante una parte de mí pensó en que hasta allí había avanzado con él y la verdad es que fue mucho para lo que yo tenía planeado.
—Ah, ya veo… te comprendo, no pasa nada. Dejémoslo hasta aquí —dije con una sonrisa que intentaba no hacer lío.
Claro que intenté sonar ligera, a pesar de que su presencia despertaba en mí un deseo no planificado, tampoco quise parecer desesperada.
Para mi sorpresa, Maxwell dio un paso hacia mí y con su mano levantó mi mentón para que lo mirara.
—No sé qué diablos me pasa contigo —murmuró—, pero insisto en que siento que ya te conozco y que puedo confiar en ti.
Sus palabras parecían balas que me dejaron indefensa. Elevé mi mano para llevar mis dedos a su cabello, ese que me moría por enredar por completo.
—Yo también, señor Maxwell Donovan… —él llevó un dedo a mis labios.
—Dime Max —respondió con esa voz que resonaba tan deseosa como la mía.
Ese fue el detonante para atraerlo una vez más hacia mí tomándolo por el cuello de la camisa y así nuestros labios colisionaron de nuevo.
Aquel beso era perfecto, tan frenético, tan urgido que podía sentir otra vez mi piel arder en deseo. Quizá era el wiski o el efecto Maxwell, pero Dios… esos besos vaya que podían conmigo.
Sin más preámbulo, entreabrí un ojo para ver como él hacía un gesto con la mano hacia Carl, que estaba ya cerca de nosotros y le indicó que diera la vuelta y nos dejara solos.
Así, sin separar nuestros labios, yo abrí la puerta de mi apartamento y avanzamos dentro.
Mi mente apenas era capaz de procesar que Maxwell Donovan sería mío esa misma noche.