Narra Chloe Wheelher/Sasha Smirnova
Nunca me había imaginado que ese tipo borracho que me hablaba grandezas, aparte de patético, fuera a ser conflictivo al punto de la violencia física.
En el momento en el que me giré con desesperación hacia Maxwell y dije que ya tenía que irme, la cara del hombre borracho se había descompuesto y emanaba una vibra oscura.
Con sus pocos cabales comenzó a cuestionarme ¿Cómo se atrevía?
—¿Qué pasó, preciosura? —inquirió con su lento hablar—. Qué... ¿ya te aburriste de mí acaso?
Aquella voz suplicante me hacía sentir la incomodidad más grande del planeta y volteé a ver a otra parte para rodar los ojos con desesperación. Cuando lo encaré de nuevo lo ví con cara de pocos amigos.
—Te he dicho que ya tengo que irme, eso es todo, no hay otra explicación, señor —contesté ya con ganas de salir corriendo, pero con la vista de Maxwell encima de mío no me podía dar esas libertades de mujer rebelde.
«Lo que pasa, hijo de puta, es que ya me cansaste, eres un perdedor bueno para nada que aparte me está haciendo perder mi valioso tiempo», pensaba y me mordía la lengua para no decirle todo eso que pensaba en la cara.
Ese hombre, al que ni siquiera le pregunté el nombre, para demostrar lo poco que me importaba, se quedó analizando lo que le había dicho, mientras yo le dediqué una sonrisa educada, incliné un poco mi cabeza, agité mi mano para despedirme de manera rápida.
Cuando di un par de pasos para alejarme, porque la ilusa de mí había creído que podía razonar con un borracho, antes d que pudiera distanciarme del todo, pude sentir su rasposa mano en mi descubierto hombro y se atrevió a poner la otra en mi cadera.
¡El asco que sentí, no podría describirlo! Lo volteé a ver con una mirada fulminante, su agarre era prepotente, firme y sin que pudiera reaccionar más me hizo girar hacia mí, dándome una voltereta como si yo fuera una maldita marioneta en sus manos.
Ya mi paciencia estaba al límite a todo eso, ese imbécil de verdad me estaba sacando de mis casillas.
—Por favor, hermosa... no te vayas todavía —imploraba con desesperación—. Estas dos horas me has hecho tan feliz, mucho más feliz que mi esposa que ya ni me toca.
«Y encima de exigente, infiel el maldito ¡Lo detesto!».
—Solo dame una oportunidad para conocernos mejor, yo te puedo dar lo que tú quieras... Solo necesito tu número, tu correo, tu dirección ¡Lo que sea pero no quiero perder el contacto contigo!
Juro que sus palabras me daban asco, rodé mis ojos con sutileza, conteniendo las fuertes ganas de escupirle la cara, de tomarlo por esas greñas sebosas y de estamparle la cara contra la barra para que me dejara en paz.
Lo peor de todo es que podría haber hecho todo esto sin duda alguna, pero decidí usar el intelecto, se me ocurrió algo mucho mejor, algo brillante, justo cuando Maxwell y su grupo de colegas tenían toda su atención puesta en mis movimientos.
Sonreí para mis adentros, casi podía saborear la oportunidad que vi en mi imaginación.
Sin más preámbulos comencé a fingir que me estaba agrediendo... Apreté mi mano alrededor de la de él, que estaba sobre mi hombro y aferré con fuerza mis dedos a su muñeca para que pareciera que él no me soltaba. Después de eso dejé salir un grito agudo de desesperación.
—¡Ayuda! ¡Suéltame, cretino! —comencé a exclamar con todo lo que tenía.
El tipo confuso intentó retroceder, pero le era difícil con mi agarre, que juro hasta enterré mis largas uñas en su piel para retenerlo ahí conmigo el tiempo que fuera necesario.
—¡Ah! ¡¿Pero qué diablos te pasa, maldita perra?! ¡Suéltame! —insultaba entre gritos que apenas eran entendibles por lo borracho que estaba.
A mí poco me importaban sus insultos, sabía perfectamente lo que estaba haciendo, lo que quería lograr.
Como pude me giré hacia donde sabía que Maxwell estaba observando, y no me equivoqué...
Mucho más rápido que el guardia de seguridad, era Maxwell quien se encaminaba hacia nosotros.
En un segundo se había desabotonado el traje ejecutivo de la parte de arriba y se la arrojó a uno de sus colegas, que lo animaba, en realidad todos lo estaban ovacionando, parecía que todos lo admiraban y ya casi se acercaba lentamente hacia donde estábamos forcejeando.
¿Acaso mis planes no son los mejores del mundo?
Yo no cabía en mi emoción, el plan estaba funcionando mejor de lo que imaginaba, pero pronto las cosas cambiaron de manera desfavorable para mí. Los amigos de Maxwell lo detuvieron, parecían darle consejos de algo ¿Es en serio?
De un momento a otro el tipo realmente se había puesto agresivo, me estrelló contra la barra y yo lo pude ver de soslayo. Sus ojos estaban enrojecidos de furia, me miraba con ese odio que quizá le tenía a su esposa y a todas las mujeres.
Se acercó a mi oído y me dio un asco tremendo sentir su aliento asqueroso sobre mi piel.
—¿Tanto te gusta hacerte la víctima, zorra inmunda, eh? —gruñó y la voz que antes había considerado patética, esta vez era amenazante que me hacía estremecer de miedo—. Larguémonos de aquí y te voy a demostrar de todo lo que soy capaz.
El pavor me recorrió la piel, con un frío que me sabía mortífero. Traté de mantener la calma, pero cuando pude sentir cerca de mis caderas lo que parecía ser una tolva, ahí sí me congelé.
¿Era posible que ese idiota estuviera armado? Mi corazón se aceleraba y se alentaba todo en un solo segundo y ahí sí... mis gritos de ayuda fueron genuinos, más sonoros y desesperados.
—¡Ayuda! ¡Por favor, el hombre está armado! —grité con toda la fuerza que pude dar con mis cuerdas vocales.
En ese momento, como caído del cielo, Maxwell Donovan se acercó y tomó al tipo por el cuello de la chaqueta, liberándome al instante del asqueroso agarre y de inmediato haciéndome sentir una seguridad momentánea.
Me recompuse para ver la escena en primera fila. El brillo en los ojos de ese hombre era, aparte de intervenir por cortesía, podía ver en ellos el instinto de macho protector.
Por Dios... juro que esa visión mandó una electricidad a todo mi cuerpo.
—¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño? —espetó Maxwell con su profunda y sexy voz.
¿Acaso pensé, sexy? Eso me pareció porque me estaba salvando, por la adrenalina del momento seguramente.
El otro tipo, sorprendido por la intervención de la nada, se sacudió e intentó defenderse.
—¿Y a ti qué te importa, imbécil? ¡Esto no es tu asunto! Lo que pase entre mi mujer y yo no te compete, ¡eres un estorbo!
¿Cómo que su mujer? ¡Ese asqueroso estaba alucinando y soñando con considerarme suya!
—¡No le creas! ¡Yo no tengo nada que ver con este hombre! ¡Ni siquiera se cómo se llama! —le grité a Maxwell que me volteó a ver, sonrió y como si le hubiera dado luz verde y yo sonreí por inercia.
Maxwell Donovan no lo pensó dos veces y en cuestión de segundos, los dos estaban forcejeando, empujándose con violencia, hasta que el tipo logró alcanzar su arma escondida debajo de la chaqueta para apuntarle sin piedad.
Juro que en ese momento se me fue el alma del cuerpo.