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3026 Words
— Cállate lindura, que me das dolor de cabeza. Me dejó allí sentada con la boca abierta y sacó de la nevera mi tarro de helado y trozos fríos de pizza que me habían sobrado de la cena anterior con mis amigos. No me acordaba de que estaban allí. Mejor, así no tendría que destrozarme la cocina el desgraciado. Sin esperarle salté de la encimera y le quité MI helado. Cogí una cucharilla y fui al salón ignorándolo. No sabía si me estaba secuestrando o si solo iba a ser algo temporal y se iba a ir rápido, pero sabía que no podía comportarme como si estuviese asustada, aunque realmente estaba muriéndome de miedo, pero canalizaba todos los sentimientos negativos a través de mi gran bocaza que decía lo primero que se me pasaba por la cabeza. Siempre he sido una chica muy inteligente. Rebusqué entre mi gran colección de dvd. La mayoría del dinero que ganaba con la venta de libros iba para comprar libros para mi lectura personal y películas. Mis noches eran pasadas delante de la televisión o en el sillón enfrascada en la lectura. Esos eran mis planes usuales. Ventajas de ser una solitaria. Gracias a eso tenía mucha variedad y tenía tropecientas películas románticas entre las que elegir. No tardé demasiado en escoger una: Querido John. Ceñirme a los clásicos de San Valentín era la mejor idea. Así no me equivocaba seguro. Busqué a Salem por toda la sala, pero no parecía haber salido de su escondite. El era muy asustadizo y siempre me tenía buscándolo por casa. Él hacía que mi vida no fuese un bucle de aburrimiento continuo. Adoraba a ese bichito que saltaba sobre mí cuando menos lo esperaba. Era parte de su encanto, había sido el mejor regalo que nadie me había hecho en la vida. Junto con Acer. Tenía amor suficiente para Acer y Salem. Con ellos mi vida era mejor. Una mano se asentó en la parte inferior de mi espalda mientras yo estaba tumbada en el suelo mirando debajo del sofá y llamando a Salem. Salté y empecé a manotear, preparada para cualquier ataque. El desgraciado estaba delante mio, riéndose entre dientes. ¿Había dicho que me caía mal? — Idiota. — murmuré. — ¿Has visto a un gato? — ¿Gato? — Me miró como si estuviese alucinando — Sí, un mamífero de tamaño pequeño que tiene un color... — Volvió a taparme la boca.2 — Sé lo que es, pero no lo he visto. Entonces, haciendo su entrada triunfal, Salem saltó de detrás de un cojín a mis brazos. Lo achuché un poco, porque sabía que ese gesto cariñoso lo calmaba y le acaricié el lomo. Sentí la mirada divertida del idiota, pero no me digné a mirarle. Eso le daría una satisfacción que yo no quería darle. Sintiendo mi desagrado por aquel personaje, Salem comenzó a sentirse nervioso y antes de que pudiese pararle, saltó sobre el desgraciado. Sin pensarlo salté sobre el idiota y rodé con él, intentando coger a mi mascota. El acabó dentro de mi camiseta temblando. Era muy valiente en el momento, pero esa valentía le duraba segundos. Por lo menos me intentaba defender, era una ricura de animal. ¿Ven que es mejor que un hombre? — Dios mío, ese animal tiene que morir. Le di un golpe, no tocaría a mi gato. — El que tienes que morir eres tú, idiota. No te metas con Salem o te dejo en el rellano para que te terminen de matar. Mis palabras hicieron que él se levantase del suelo y tirase de mí hasta estar de pie. Me dio la vuelta y me esposó las manos. ¿Esposas? ¿De dónde había sacado las esposas? Oh dios mío, me ha secuestrado. Le miré sintiéndome completamente minúscula y me di cuenta de que para él yo no tenía un tamaño mayor que el de una niña pequeña. Iba a robar mi casa, iba a secuestrarme y a venderme en el mercado de esclavos. ¿Y si eran del tipo de esclavos sexuales? Empecé a hiperventilar, imaginándome la vida que iba a tener que llevar de ahora en adelante y sin darme cuenta empecé a llorar. Me lanzó al sofá y caí rebotando de lado, haciendo que Salem saliese y lamiese mis lágrimas. A él le gustaba la sal. Pensé que quizás solo iba a robarme y ahora que lo había visto tendría que matarme. ¿Quién se esperaba que hubiese alguien en San Valentín en mi casa? Si me mataba, ¿quién cuidaría de Salem? ¿Rob? Empecé a pensar en Rob mi hermano. Sin mí no tendría nadie a quién llamar todos los días por la tarde, ni tendría cocinera los fines de semana. Antes de que pudiese comenzar a rogar por mi vida, mi secuestrador me metió algo en la boca. Veneno. Se me abrieron muchos los ojos y comencé a temblar, hasta que un sabor inesperado comenzó a fluir por mi boca. ¿Podría ser...? ¿Era...? Me había metido una cucharada de helado. Me quedé mirándolo sin entender nada. — Eres muy fastidiosa lindura. No te voy a dejar libre porque si me echas es peligroso tanto para mí, como para ti, ¿comprendes? Además hablas demasiado. Te daré de comer tu maldito helado y veremos la película que quieras. Es solo esta noche. Te vigilaré y mañana cuando te despiertes no estaré. Será como si nada de esto hubiese pasado. Asentí entusiasmada. De repente todo el castillo de terror y sufrimiento que había levantado en el aire se había evaporado. Iba a ser libre y no me iba a pasar nada. Por otro lado, el hombre este solo me inspiraba odio. Me daba coraje hasta su voz. ¿Cómo era eso posible? Si en ese momento hubiese podido, lo hubiese matado. No sabía si era su físico, su voz o su forma de ser, pero me estaba tocando la fibra nerviosa y me estaba sacando de mis casillas, cuando yo siempre he sido una chica muy razonable y tranquila. Todo el mundo me solía caer bien, pero con él, mi cerebro había hecho una gran excepción. Le dio al play a la película, y todos mis pensamientos sobre el odio fueron olvidados. Channing Tatum ocupó cada uno de los rincones de mi mente y no dejó sitio para el idiota que para mantenerme callada me daba chocolate. Cuando se acabó el helado me dejó la cuchara en la boca, como si fuese un chupe y poco a poco me quedé dormida. Desperté con dolor de espalda y brazos. Estaba tumbada en el suelo, o en la mesa, o en alguna superficie muy plana, pero calentita. Tenía que estar en el suelo, porque la alfombra estaba funcionando bien. Salem tenía que estar en mi espalda, porque notaba su cuerpecito en la zona baja de mi espalda. Aunque me dolía todo, estaba cómoda. La alfombra olía muy bien y era suave. Restregué las mejillas por ella y suspiré. Nunca me había dado cuenta de su textura. Tenía que dormir más a menudo en el suelo. Iba a volverme a quedar dormida cuando Salem me apretó más hacia la alfombra, o lo que yo creía que era mi gato. Parpadeé confusa y me encontré mirando el cuello del idiota. ¿Cuello? Miré hacia la alfombra y me di cuenta de que no era la alfombra, sino su pecho vendado. Miré hacia atrás y vi que no era Salem, sino su mano la que descansaba casi en mi trasero. Llevaba su camiseta. Podía notar como la sangre seca la había pegado más a mi cuerpo. Los pantalones se habían enredado con las piernas de él porque a mí me quedaban demasiado grandes. Una postal preciosa para mandar en Navidad a toda la familia. Yo sobre mi secuestrador que se suponía que se tenía que haber ido. Quería despertarlo y chillarle, pero estaba demasiado cómoda sobre él y esto era lo más cercano a San Valentín que iba a tener. Cerré los ojos y me permití imaginar que él era simpático y que me quería. Me volví a despertar en la misma posición, solo que estaba escuchándolo hablar muy bajo, como si intentase no despertarme. Tarde. Me había despertado. Me revolví intentando librarme de él. Ahora me apetecía un poquito de intimidad. Además no se había ido. Más ira comenzó a salir del volcán de mi violencia. Un volcán que él hacia entrar en erupción continuamente y eso me estaba francamente empezando a molestar. No podía vivir con la angustia de querer darle una paliza. No era sano reprimir estos sentimientos tan intensos. Quizás debería descargar algo de mi rabia... Antes de que pudiese comenzar a darle una paliza, él me tenía boca abajo contra el sofá y seguía hablando por el teléfono, como si yo no estuviese allí aprisionada bajo su cuerpo en una posición realmente incómoda. No. Eso al señorito asesino no le importaba lo más mínimo y además ni siquiera le afectaba. ¡Qué triste! Hasta mi captor se reía de mí. ¡Qué vida tan injusta! Cerró el móvil y me miró divertido. Ahora era yo el centro de atención y eso era casi peor que antes. Le miré desafiante, aunque en el fondo (y no tan al fondo) estaba aterrorizada. Si no se había ido significaba que iba a venderme a un esclavista de verdad. O quizás me usa como prueba de drogas. O como escudo humano... Empecé a temblar con todas las posibilidades que se me pasaban por la cabeza (Ninguna buena, desde luego) aunque yo seguía manteniendo mi gesto de “Me importa una mierda”. Él sacudió la cabeza y se levantó, dejándome allí tirada en el sofá. — Buenos días, idiota. ¿Por qué sigues en mi casa y por qué sigo esposada? — Me intenté sentar, acabando en el suelo de rodillas tras caerme. Sensual y ágil… Esa era yo. — Buenos días a ti también lindura— Se apoyó casualmente contra la pared. Tan casualmente como un modelo— Intenté salir, pero me llamaron mis aliados y me advirtieron de que me estaban vigilando y tú estabas dormida, así que me imaginé que despertarte para decirte eso no era buena idea. Luego acabé quedándome dormido — Dijo lo último si un ápice de vergüenza. Inútil. — Eres el peor lo-que-sea del mundo. Te disparan. Acabas en la casa de una chica inocente y encima te quedas dormido en tu turno de vigilancia. Eres lo más inútil de tu profesión. ¿Y ahora qué? — Me hubiese cruzado de brazos si no los hubiese tenidos esposados detrás de la espalda. — Buena pregunta... — Frunció el ceño pensativo. Con esa cara el pobrecito era más feo— ¿Y ahora qué? — Tengo una cuantas de ideas— Le dirigí la mirada más alegre que pude encontrar en mi lista de miradas falsas para ocasiones desesperadas— Primero, me quitas estas esposas asquerosas porque no me va el sado. Segundo, me ducho y arreglo. Tercero, me presentas un amiguito tuyo mafioso guapo y ya está— Sonreí con mi plan perfecto para sacarlo de sus casillas. — Buen intento, caperucita... — Se le abrieron mucho los ojos. Mierda. El hámster había corrido en la rueda de su cerebro y estaba teniendo una idea por primera vez en su vida. ¡Un milagro delante de mis ojos! Ahora sí, no podía asegurar si esa idea me iba a gustar o no. — Vamos a hacer exactamente lo que has dicho lindura. A veces puedes hasta tener buenas ideas, aunque eso de quitarte las esposas no me gusta demasiado porque podrías volver a intentar matarme por el estúpido gato que tienes de mascota. — ¡SALEM!- le chillé- ¡SE LLAMA SALEM Y NO ES ESTÚPIDO, TU....!- Me volvió a tapar la boca con la mano mientras se reía entre dientes. — Eres muy fastidiosa, debería comprarte un bozal o simplemente amordazarte— Sonrió al decir lo último. Mierda. Sacó de su bolsillo un pañuelo algo más largo de lo normal y empecé a agitar la cabeza. No sería capaz… Solo está jugando ¿Verdad? Su mirada decidida me dijo que definitivamente era muy capaz y que iba a hacer lo que me había dicho. j***r, este hombre estaba loco. Empecé a agitarme contra él y me sujetó contra su pecho. Le golpeé con mi cuerpo todo lo que pude, pero a él claramente no le importó. Excelente. Quitó la mano y antes de que pudiese gritar, me metió parte del pañuelo en la boca y lo anudó detrás de mi cabeza. Mi secuestrador era lo más extraño de este mundo. Me lanzó al sofá en uno de sus cambios de humor y me observó sonriente. Había hecho lo que le había dado la gana y estaba orgulloso de su trabajo. Cabrón. Cogió el teléfono sin quitarme la mirada de encima y yo definitivamente no tenía tanta paciencia. — Hunter, soy G. Ayer tuve un altercado y me metí en casa de una desconocida... con ella dentro. La tengo amordazada y esposada. — Escuchó un momento la respuesta — ¡Dios! No Hunter, por favor. Parece un conejito, ¿cómo iba a hacerle eso? Me da demasiada pena, por eso creo que tenemos que llevárnosla. ¿Un conejito? ¿Me estaba comparando con un jodido conejo? ¿Pero que tiene en su cabeza este loco? Espera, espera, espera... ¿Llevarme? Este hombre había estado bebiendo de mi vodka seguro. Asqueroso. Cada segundo me caía peor y el Hunter ese también, por salido. — Hay que protegerla. Los Lucci siguen detrás nuestro y saben que he estado aquí. Creerán que ella es parte de nuestra familia y le harán cosas. Me eché a temblar. “Hacerle cosas” no sonaba a darme un masaje exactamente. — Exacto, ella no tiene nada que ver y no es su culpa. Aunque no la soporte hay que cuidar de ella hasta que la cosa esté más calmada. Así que, ¿puedes venir a recogernos a su casa? Te necesito para hacer su maleta y llevarla a tu casa. — Se rió — Por supuesto que vamos a quedarnos en tu casa, amigo. La mía ya no es segura— Colgó sin que el pobre de Hunter pudiese mandarlo a la mierda, que es lo que yo hubiese hecho. Vaya imbécil estaba hecho este G. Lo hubiese matado si no hubiese tenido los brazos inmovilizados. Se fue a mi cuarto y empecé a preocuparme. ¿Iba a robarme? Salté del sofá y lo seguí. Le di gracias por no haberme amarrado las piernas. Eso sí que me hubiese sacado de quicio. Lo vi metiendo en una mochila mi ropa. Vestidos arrugados, vaqueros, sudaderas, camisetas.. Todo al desorden super arrugado. Mi madre ya le hubiese dado un regaño impresionante, pero yo no podía, por eso de la mordaza. Lo fulminé con la mirada, pero él estaba absorto en su mundo de idiotez y vacío absoluto. Finalmente hizo lo único que me haría saltar: Coger mi ropa interior. Observó mis braguitas de encaje y los sujetadores a juego con una especie de asombro y veneración. ¡Sucio! Antes de que el pervertido pudiese hacer algo con ellas, salté y lo derribé sobre la cama y le di varias patadas. No sé por qué creí que iba a ganar, cuando mi desventaja era muy clara. Demasiado clara. Le miré con miedo cuando me dio la vuelta con una sonrisa de oreja a oreja que me daba escalofríos. Algo malo me iba a pasar. Empecé a temblar y a sacudirme debajo suyo. Cerré los ojos y esperé. Conté hasta diez y como veía que nada pasaba abrí los ojos. Me estaba mirando divertido. — Eres como un gatito. Intentas rugir pero solo te sale un maullido— Sacudió la cabeza y se levantó— No me esperaba tu ropa interior, eso es todo. Me esperaba braguitas de florecitas o caricaturas, no algo tan... — tosió— Tú sabes.35 Alcé una ceja, él creía que era: A: muy joven o B: muy inmadura. Estupendo. Sabía cómo hacer que una chica lo mirase con asco aun siendo muy guapo. Eso tenía que ser un don innato. Viendo que mi posición en la cama (toda despatarrada) no era la óptima, me recoloqué sentándome lo más recta posible en el borde. Quizás si me portaba bien, me quitaría la mordaza. Y si no esperaba que el famoso Hunter lo hiciese. De repente, una idea no muy gratificante entró de sopetón en mi mente. Quizás Hunter era peor que G. ¡Oh, Dios! Miré a G y me estremecí. No podía soportar otro patán, sobre todo si era peor que el desgraciado. A lo mejor me ataba los pies y todo. Me miré los tobillos con pena. Me dejaría rozaduras, como las que me estaban naciendo en las muñecas. Una ola de rencor emanó de mi alma. Por culpa del idiota iba a tener marcas en las muñecas cuando era una de las pocas partes del cuerpo que me gustaban. El timbre de la puerta sonó y miré a G sacudiendo la cabeza. Ahora ya no tenía tantas ganas de conocer a su compañero. Seguro que me daba miedo. Él solo se rió y fue a la puerta. Le seguí gimiendo contra la tela de la mordaza, pero él se reía mucho más alto. Desesperada le di una patada que le cortó la risa y lo dejó quieto. Ups… — Quédate quieta Samantha o se me acabará la paciencia— Me advirtió con una voz que hizo que los pelos se me pusiesen de punta. Casi al borde del llanto y de la histeria, resbale contra la pared y me agaché. G ni siquiera se había dado la vuelta para hablarme, pero había dejado muy clara su postura. Me senté en el suelo y me cubrí la cara. Iba a empezar mi infierno, lo sentía. Mi vida con Salem y Acer había acabado. La mafia se había instalado indefinidamente en mi vida y no me gustaba.  
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