Mientras daba la vuelta con el camión, noté un sutil saludo detrás de las sábanas. Puede que hubiera conducido todo el camino de vuelta por aquella montaña escarpada y tupida, pero mis ánimos iban en dirección contraria como una bala.
Estaba tan excitada que el agua que se acumulaba en las esquinas del sótano procedente de la lluvia exterior ni siquiera me molestaba. Había tenido las ventanas abiertas el tiempo suficiente para que la enredadera de Virginia asomara la cabeza y empezara a caer por las paredes de bloques de hormigón. Dudaba que pudieras verte la mano delante de la cara aquel día con aquella niebla lechosa, y esperaba que aguantara. Tenía mucho que pensar. Por ejemplo, cómo iba a abrir la ventana lo suficiente como para salir a la noche, y cómo iba a asegurarme de que nadie m
