Cargué la leche y los huevos para llevarlos a la pensión de la Srta. Dripp. Papá me tenía haciendo entregas desde aquellos días en que no servía para nada más. Cuando me veía cojeando por la cocina por la mañana, yo decía que al menos no había vuelto a casa en una caja de pino, pero papá decía que los marineros nunca lo hacían. O vuelven a casa en dos patas o, si tienen suerte, se hunden rápidamente en el fondo del océano y pierden el conocimiento antes de quedarse sin aire. Y si no tienen suerte, los destrozan los tiburones. Si supiera lo que es estar ahí fuera en el gran nada azul. No volví a casa exactamente en dos patas, le dije. Quizá una y media. Pero se limitó a girar la cabeza y escupir jugo en la lata de café sobre el linóleo sucio y deformado. Supongo que estaba dolorido. No lleg